Fransiles Gallardo
Puka Yaku, Ríos de Sangre
Prólogo


Por Cronwell Jara Jiménez
Fuente: Librosperuanos.com
Agosto 2014

Fransiles Gallardo, ingeniero civil de profesión; poeta y narrador de talento, nos entrega ahora Puka Yaku; río de sangre, un conjunto de cuentos, escritos con voz propia y registrada con definitivo talento.

Explico por qué.

Existe una cuentística importante surgida en las décadas del 90 al 2010, en la literatura peruana.

Es un hito bien ganado.

Fue, en un inicio, señalada por un consenso de la crítica nacional e internacional como la “narrativa de la violencia”, la que luego pasó a ser “narrativa de la violencia armada”, de la “guerra subversiva” o de la “guerra popular”.

En este marco sobresalen y se consagran autores (que concursan y ganan merecidamente premios de todo calibre dentro y fuera del país).

Esta literatura atrapa la curiosidad. Refieren hechos sociales de suma violencia. Situaciones que sobrecogen, aterran, asquean. Las bombas y la sangre, las desapariciones humanas y las muertes encarnizadas, misteriosas, amañadas, aparecen también en la vida real, en las primeras planas de los diarios capitalinos y tocan alarma.

Esto no es ficción. La historia peruana siempre fue cruenta. Y, dadas estas nuevas formas de violencia y crisis social, la narrativa breve la retratan.

Son los cuentos que describen la violencia armada en muchos ámbitos, sobre todo en las zonas centro y sur del país, y en Lima, la ciudad capital, por supuesto.

La violencia que atañe, en especial, a los espacios (provincias, pueblos y caseríos) más alejados y pobres, donde hay carencia indispensable para vivir: oportunidades de trabajo, medicinas, escuelas, alimentos, seguridad ciudadana, industrias, universidades; lugares, a veces, de pase de droga y “protegidos” solapadamente por el narcotráfico y, aunque parezca increíble, por las mismas fuerzas armadas o las policiales.

Según se ve en los cuentos y en algunos diarios. Y la indolencia de la opinión pública y la iglesia, lo sabe (la corrupción en todas las instituciones del país tiende a crecer, como en muchos países del mundo). Y hay en esta población “olvidada” por el Estado, marginal, desprotegida: resentimientos por lo que signifique gobierno nacional, instituciones públicas, “democracia de los ricos”, Congreso de la República, justicia del Estado, “congresistas”, partidos políticos, medios de comunicación (alarmistas, racistas ante todos los colores salvo lo blanco y rubio; o indolentes, salvo excepciones).  

Cuentos donde muchas veces las fuerzas de Sendero Luminoso se ven confrontadas con las fuerzas militares o policiales; y donde el cuento, no siempre imparcial en sus puntos de vista o parcializado con una u otra ideología (la del poder, la de los militares, o la de los subversivos), nos ofrece una imagen de todos modos terrible. Donde al entrechocar policías o militares vs. subversivos, se escenifican anécdotas nunca vistas en el imaginario narrativo, hechos y escenas con imágenes brutales: degollamientos, torturas, fusilamientos, linchamientos, decapitaciones, atropellos, abusos,  persecuciones y masacres a humildes campesinos, como asaltos a puestos policiales; muertes de niños, ancianos y mujeres inocentes y desarmadas; incendios, saqueos y violaciones no solo a mujeres jóvenes, también a niños o ancianas. Ilícitos cometidos por ambos bandos.
 
Cuentos donde se señala también cómo es que los subversivos luchan contra: la corrupción, el abuso del poder del Estado, los narcos, las injusticias sociales; además contra los ‘sucios y ocultos negociados del llamado Estado con las trasnacionales’, como contra las grandes mafias burocráticas del Poder legal y sus leyes arbitrarias, convenidas e injustas. En tanto que, como contraparte: los del gobierno se empeñan, a punta del terror que producen las armas y las bayoneta, la granada y las bala, por imponer con su presencia un orden basado en las leyes “creadas en democracia, por proteger sus intereses”, que son los que “le convienen al pueblo”.

Luego, la narrativa surgida en estos años, con esta impronta de guerra y sangre y clamor por una justicia popular (emerretista o senderista) parecería haberse impuesto de tal modo que habría desplazado otras formas de argumentar historias, de crear cuentos.

No habrá un buen cuento si es que éste no trata la “lucha popular”. Y quien no se ciñe a este juicio, no es un buen escritor. No valdría otros modos de ver la vida; aunque ésta no siempre sea sangrienta desde que también es compleja, profunda, llena de misterios en todos los actos y recovecos del espíritu humanos.

Y en este contexto se llega a sentir que ‘cuento que no se enmarca con el sello de la violencia armada, está fuera de la historia y fuera de las antologías. No son trascendentes en este contexto de indignación y rebelión popular. Y, por tanto, no merecen estudio o crítica. Porque ‘sus personajes viven en una burbuja de aire’ y no alcanzan a trascender como para llamar la atención al lector de modas literarias que busca la explosión del petardo en los cuentos.

Como si estos temas fuesen requisitos indispensables. Motivando, incluso, una sensación de vacío por los cuentos de Ribeyro o de Arguedas, puesto que, aunque prestigiados, se sentirían ya obsoletos, ‘quedaron atrás, la coyuntura de la historia lo exige’.

Así aparecieron en estos últimos 30 años, revistas, congresos de escritores, gruesas antologías y prolíficas críticas literarias tratando la nueva temática: la literatura de la violencia armada.

Y con ella, los escritores de aire heroico, los Ché de la pluma y del cuento, los dueños de la verdad, los Túpac Amaru redivivos hechos narradores del pueblo, las metrallas del verbo pensante con nueva visión ideológica. Sin ellos los Andes y la selva se vienen abajo.

Nadie más siente o piensa, sólo ellos tienen derecho al resentimiento.    

Sin embargo, ahora que aparece Puka Yaku; río de sangre, el nuevo libro de Fransiles Gallardo, se descubre algo muy importante, por lo menos desde mi punto de vista.      

Y ello es: la autenticidad. Algo que tiene que ver con el tono personal, emocional, vivencial y, por tanto, con la experiencia propia en los puntos de vista que aplica el autor en sus cuentos.

Y es que los cuentos del llamado ‘boom de la literatura de la subversión’, justamente, resultan en gran medida inauténticos.

¿Por qué? Porque se perciben efectistas, en su mayoría se les huele a cuentos con historias extraídas de periódicos, noticias de la TV o de la radio; o de artículos, ensayos y revistas. Y lo peor: resultan, a lo largo de los años, las mismas historias ‘refritas’ (la misma cantaleta, iguales tratamientos, diálogos, tono emocional, técnicas) que se reinventan y se remedan en otros cuentos.

Y lo más terrible: sus autores no han pisado el lugar de la historia que describen. Y si la han pisado, es porque ya pasó todo. No fueron a donde olía la pólvora. Cuando ésta reventaba ellos estaban en Lima o en su provincia, lejos del fragor, bien protegidos, o fuera del país.

En otras palabras, no experimentaron esa realidad de la que hablan. Aunque tampoco el ‘haber padecido una experiencia real y hablar de ella’, garantiza la calidad de un cuento’.
 
¿Y cómo, además, se percibe la inautenticidad? Fácil. Muchos de sus cuentos aparte de sentirse esquemáticos y melodramas distantes, a veces más parecen ofrecer una visión turística pero dramática.

Pero más huelen a artificio, a telenovela mexicana o peruana mal hechas.

Lo que narran logran crear bulla, alarman, pero no vibran, no palpitan ni respiran vida real, auténtica. No huelen a vida sino a simple ficción y fingimiento. No se les percibe sudor ni hedor humano. Se sienten historias truculentas (aunque nuestra historia lo sea, como lo son algunas obras clásicas; y aunque nuestra historia sea además: despiadada, cruenta, escandalosa, mórbida); tampoco resudan ese aroma a campo gozado o sufrido por quien realmente lo ha trajinado y vivido.  

Y, claro, en las literaturas de todo mundo ocurre lo mismo. Pero hay literaturas auténticas e inauténticas. Como escritores auténticos e inauténticos. Y en esta temática de la literatura con los temas de la “guerra armada popular”, los escritores y los cuentos inauténticos sobran; y más, los escritores con pose de guerrillero frustrado, quienes nunca estuvieron en ningún lugar de combate; o, apenas quienes tiran la piedra y esconden la mano.  

Con Puka Yaku; río de sangre, los 23 cuentos reunidos en este libro del escritor e ingeniero Fransiles Gallardo, no tenemos como lectores, en lo que se refiere a su calidad literaria y a su autenticidad, nada que lamentar; sino, agradecer la presencia de un excelente trabajo artístico.

El de ser un libro que, dados sus méritos, fácil podría trascender las fronteras; ser leído aquí, en Ecuador, Chile, México o en cualquier país del mundo, de llegar a ser traducido. Bien lo merecería.

Los cuentos están ambientados en el pueblo de Tocache (provincia del departamento de San Martín, Perú). Una zona de la selva peruana, cercana a Huánuco y Tingo María. Y tal como lo describe Fransiles, a lo largo de sus cuentos, es un pueblo hermoso, de mucho calor, lleno de vida, con habitantes alegres y sencillos.

Gente con la que Fransiles Gallardo trató como ingeniero civil, como amigo y confidente, de donde resultan estos cuentos.

Fransiles, en Tocache, nunca estuvo en un lugar de combate, solo fue el ingeniero que llegó allí a trabajar, a ejercer su profesión y a construir un colegio. Pero convivió con su pueblo.

Los escuchó hablar y llorar. Como ante un padre o un familiar querido, le contaron muchas historias. Y Fransiles las cobijó con cariño y respeto. Y, según Fransiles confiesa, lloró con ellos.  

Y también se encariñó con Tocache. Y Tocache fue más que un nombre. Más que Tocache, gustó de su historia. Con sus bares, hospedajes, hoteles, restaurantes turísticos, sus calles, sus lluvias y truenos, su sofocante calor, un puente y sus colegios, la 0412, 0413 y el Scorza.

De no ser por las guerras buscando el control y el poder por la fuerza de la violencia brutal o el poder de las armas, entre los narcos contra narcos, o entre los senderistas contra los narcos, el ejército y la policía, este pueblo de Tocache sería un lugar privilegiado, de disfrutes, cercano a la idea de un paraíso.

Posee un hermoso río, el Wallaga (tal como lo escribe y siente el autor), una iglesia, un santo digno de festividad y procesiones llamado “San Fan” (San Juan); y, por si fuera poco, posee mujeres bellas y siempre dispuestas a divertirse, a hacer fiesta y gozar del vigor de su naturaleza plena.

Lo lamentable es que en este territorio, la muerte es también protagonista. Tanto como la cocaína, la drogadicción, la prostitución y las riquezas desmedidas de los narcotraficantes. Y con ellas la violencia que generan los pases de los fardos de droga, al chocar con la competencia de otros narcos. O con las fuerzas armadas o con la policía.

Y, como consecuencia de todo ello: la muerte de los tocachinos, quienes más prefieren una vida pacífica que depender de la droga y sus consecuencias de violencia.  

Los tocachinos prefieren la cerveza y el uvachado, trabajar el campo, navegar el Wallaga, pasear en moto, pandillear, hacer el amor, antes que andar matándose.

Ahora hablemos de los valores de este libro:

Desde “Maquinaria”, el primer cuento del libro, hasta “Recreo Bar”, las historias se sienten convincentes, gustan, atrapan, cautivan y son hasta amenas pese a retratar situaciones o circunstancias despiadadas, terribles.

El patrón Vam Pirius conversaba con la sonriente Nachita; se alejó de ella y se acercó al “cantorcito soplón”, sin decir una sola palabra; extrajo de su cinto de cuero un filudo chuchillo de monte y de un solo tajo le cercenó la garganta.

Uno de los guardaespaldas se acercó al agonizante “cantorcito soplón”, le abrió la boca con la mano izquierda, empujó la lengua hacia abajo y con la derecha se la sacó por la sangrante abertura de la garganta, quedando colgando afuera.

Nachita chillaba de terror.


(Del cuento: “Corbata michi”)

El castellano dialectal de Tocache, escenario de los cuentos, en boca de los personajes y de la voz que narra, conforma el gran soporte de los puntos de vista, diálogos, comentarios, reflexiones, dichos, giros idiomáticos, modismos, que se resumen en una idiosincrasia y un espíritu que aparecen y relumbran en cada línea y párrafo. Y logran de este modo, una tonalidad, una musicalidad, una magia y una poesía, que felizmente, en suma llegan a cuajar en una originalidad excepcional:
 
La vio hundirse, como machacuy, bajo las aguas del Wallaga.
Venían de Sarita. Cruzaban el puente. Su pelo chobón y su shapra pacucha, el Francés. Su pelo pispacha y sus sandalias rojas, la tocachina.
Riendo dicen unos; en una discutición, dicen otros.
Lo cierto es que eran pareja, hacía poco, desde sólo dos meses atrás. Él, su sherete. Ella, su wambra.


(Del cuento: “Francés”)

Y es que, apoyándose en ese castellano dialectal, su vibración y su sonoridad musical, cada cuento salva lo perverso de aquellas historias de degollamiento, tortura o sangre, gracias a que de por medio aparece también, de tras de cada escena, muy marcado el tratamiento del humor, de uno o de otro modo.

No un humor cualquiera – se trata de un humor de todos los matices y colores: cruel, sugerido, negro, corrosivo, suspicaz–, de modo que cada cuento está escrito apoyándose en un tono coloquial, vivaz y alegre, sino festivo:

Por eso, cuando quiero soy hombre y cuando quiero soy mujer, pincho o ocote, tu dirás; pero a mí nadie me caga la vida y, a mi hermana nadie la toca ni la jode.

Está llorando, los recuerdos la han marcado.

Le dicen Marianella y trabaja en el Reffuggios. Tiene los ojos grandes, casi redondos y los labios a lo Angelina Jolie.

Rezaré, dice. Se persigna. Se arrodilla y hace el amor.


Y con este tono personal o forma de estilo, muy marcado, cada tragedia narrada resulta una paradoja cruel, puesto que nos podría llevar a reír como a conmover, a disfrutar como a reflexiona, a criticar como a protestar tanto como a llenarnos de pavor al visualizar parte de nuestra historia viva y actual.

Cada cuento de Puka Yacu; río de sangre resulta entonces una especie de radiografía dolida pero auténtica de una porción de nuestra realidad nacional.

Y si hablamos de disfrute, como lectura, es porque los cuentos de Puka Yacu; río de sangre, aparte de entretener, poseen otras virtudes: son también poéticos.

“En plena travesía, llueve. Llegando al puente de color naranja y cables acerados, sigue lloviendo. Bajo el bus, llueve.

“Será lluvia hembra”, malévolamente comentan los pobladores, “jode todo el día y jode toda la noche, ñañito”.


(Del cuento: “Definiciones”)

La prosa de los cuentos no es proliferante. Es minimalista en dos sentidos: por su escritura y por ser una metáfora que trasciende desde la aldea a toda una nación.

Su escritura es mesurada, medida, equilibrada. Nunca desborda en descripciones demás.

Como en sus versos, busca la precisión. Ni una palabra más ni una menos, para no descalabrar el ritmo, la gracia ni el tono musical. Ni un personaje más ni un personaje menos.

Y lo mismo en los diálogos. Éstos son en rigor, muy amenos, ajustados, cortos y precisos.

Casi un pentagrama musical para lograr una composición.

También sus personajes son los precisos. Se presentan los que se tienen que presentar. Fransiles no deja cabos sueltos, los personajes son los justos, las ideas, el ritmo, el tono poético y los diálogos también.

Como metáfora minimalista, Tocache, en esencia representa a esta nación, a este país. Y, finalmente, a esta América. Tocache, tierra invadida por narcos, senderistas, tupamaros, enfrentados a las fuerzas del orden legal, el ejército o la policía, representa la imagen de una violencia cada vez más creciente.

Y tiene como testigo activo, al río Wallaga:

Por las mañanas los cadáveres flotan sobre las tranquilas aguas del río Wallaga.

(Del cuento: “Morgue”)

El minimalismo, desde luego, como escritura o como metáfora, logrados con gran sentido del ritmo poético y sonoro, es uno de los mayores logros en los cuentos de Puka Yaku; río de sangre.  

“Corto y directo”, como decía Hemingway en sus cuentos. Pero, lo musical y poético, como decía –salvando las distancias y a beneficio de Fransiles– Ángel Rama de la prosa de García Márquez en Cien años de soledad o la de Alejo Carpentier en El reino de este mundo, al llenar de gracia y elevar los méritos de este libro, también lo distancian del común de los cuentos que tratan la “guerra de la violencia armada”.

El recurso de la técnica de la in media res, al iniciar más  de un cuento (o por lo menos varios de ellos), es otro de los méritos a destacar en este libro. La in media res (que significa iniciar un cuento planteando un problema o una acción dramática, desde la primera línea) no es un recurso fácil, plasmar esta técnica requiere destreza, precisión y fineza de artista.

Fransiles Gallardo lo logra de una pincelada, aunque lo que exprese, escarapele, espeluzne:

Estiró los brazos en su intento por retenerla. Sólo un retazo de pañuelo de cuello, quedó entre sus dedos.  

(Del cuento: “Francés”)

Podríamos señalar aún otros méritos más que realzan la belleza y originalidad de este libro. Entre ellos, causan cierta fascinación los nombres de algunos de los protagonistas, como: Sanguijuela, Perro Bravo, Karlinda, Raymundo Facundo El Cucaracho, San Fancito, Sussana La Leonella; o la descripción del escenario de estos cuentos: su flora y su fauna, a lo largo del río Wallaga, que dan una poderosa atmósfera de magia y extrañeza que favorecen el tono poético del libro. Y que, por cierto, fortalecen la curiosidad e interés por leer y releer cada cuento.

Auguro que Puka Yaku; río de sangre, del ingeniero y escritor Fransiles Gallardo, llegará a ser un libro que generará serios e importantes estudios en la literatura peruana. Y muy posibles traducciones.

Y no sería de extrañar que llegue a ser considerado, merecidamente, un clásico.

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