Antonio Cisneros
Antonio Cisneros: el canto y el viaje

Por Peter Elmore
Fuente: La República, Domingo, 07 de octubre de 2012
http://www.larepublica.pe/columnistas/valoracion-critica/antonio-cisneros-el-canto-y-el-viaje-07-10-2012

Antonio Cisneros no está ya entre nosotros. Para quienes lo queríamos y tuvimos el privilegio de estar entre sus amigos más cercanos, será muy difícil aceptar esa ausencia. Cuando alguien como Toño se va, no ocurre solo que una existencia se apaga: la vida, siente uno, tiene menos brillo.

Es la de Cisneros, sin duda, una de las obras más altas de la poesía contemporánea en lengua española. Su importancia en la literatura peruana es también incuestionable. Desde Destierro (1961) hasta Un crucero a las islas Galápagos (2005), la poesía de Antonio Cisneros se descubre, en sus varias escalas, como la crónica lírica de una experiencia cuyo signo es el viaje. De la distancia y los encuentros, así como de los hallazgos y los extravíos, da cuenta de una escritura que se orienta en las aguas –con frecuencia agitadas– de la historia comunitaria y personal.

“El puerto/casi ha llegado/ hasta los barcos” declaraba, con discreta melancolía, la voz poética en el libro del noviciado. Cincuenta y cuatro años más tarde, un hablante febril y clarividente dice, en el primer poema en prosa de Un crucero a las islas Galápagos: “No es en esos meandros, donde viven los peces de agua dulce, que yo el gran capitán broadcaster destajero, con cien pesos al mes mientras navego y ciento treinta cuando estoy en tierra, he sentido terror por lo que resta de mi ordinaria vida”.

Significativamente, entre los escenarios principales de la poesía de Antonio Cisneros están los litorales y las riberas: límites cambiantes que unen y deslindan, márgenes donde se deciden los destinos y se realizan los balances. Los puntos de partida y de llegada propician el examen de una identidad que nunca es fija, porque el tiempo es su cauce y el tránsito es su signo. Esto se reconoce ya en los títulos mismos de “Entre el desembarcadero de San Nicolás y este gran mar” y “Medir y pesar las diferencias a este lado del canal”, dos poemas capitales de Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), que ganó el Premio Casa de las Américas, de Cuba, cuando ese galardón era el más prestigioso para la poesía en castellano.

La poesía lírica es, como se sabe, el discurso de una primera persona. Sin embargo, en la obra de Cisneros, la voz es una y es múltiple: a través del monólogo dramático y de un amplio reparto de presencias, el poeta amplía la órbita de su expresión. La forma flexible y abarcadora de su escritura –vitalista y culta, coloquial y arcaizante, épica y confesional, cosmopolita y arraigada en la realidad peruana– le permite al poeta moldear materiales disímiles y en apariencia opuestos.

Admirablemente, la variedad formal y la riqueza temática se manifiestan sin perder nunca el sello del estilo propio. Esto se muestra, con modulaciones diferentes, en los libros ya mencionados y también en Comentarios reales (1964), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986) y Las inmensas preguntas celestes (1992).

Ya en David (1962), el rey bíblico se nos presenta como un ser complejo y, por eso, irreductible a una sentencia o una sola definición: héroe, adúltero, monarca y, sobre todo, poeta, el personaje despierta, según los roles que cumpla, la identificación o la crítica. La simpatía o el sarcasmo tiñen la crónica del rey, pero la dimensión más plena del David de Cisneros (o, si se quiere, de Cisneros en David) se revela cuando este toma la palabra, como en “Canto al Señor”: “Estoy acostumbrado al amor,/sin embargo conozco tu silencio”.

Esa confesión me remite uno de los libros más bellos de Cisneros, El libro de Dios y de los húngaros, que da cuenta de la alegría –serena o exaltada, pero siempre profunda– de la conversión religiosa del poeta. En ese poemario se encuentra “Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado”, que para mí es el poema más hermoso –por su tersa dicción, por el modo en que sostiene un tono jubilosamente solemne y por la impecable luminosidad de las imágenes– que haya escrito Antonio Cisneros: “Porque fui muerto y soy resucitado, / loado sea el nombre del Señor,/sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena”.

La poesía de Antonio Cisneros le pertenece a su tiempo. Ella, como su creador, es también ahora de la posteridad.
 

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