Francisco Tudela y Varela y Dora Mayer:
el indio, las migraciones y la nación


Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Librosperuanos.com
Agosto, 2019

En el estudio de los intelectuales existe una figura denominada “intelectuales secundarios”. A pesar de lo que sugiere el término, no contiene menoscabo alguno a la función de estos pensadores. Usualmente, la historia de las ideas se ha estudiado a partir de los grandes intelectuales, de los más representativos y generales en su pensamiento. No obstante su importancia, este tipo de intelectual no abarcaba la experiencia intelectual en su totalidad. Junto al gran intelectual, o intelectual faro, o gran escritor, como se le conocía mucho antes, están precisamente los intelectuales secundarios que son quienes difunden, amplían o ajustan a casos y coyunturas concretas las ideas del intelectual general. De esta manera, conforman un ecosistema de ideas o campo intelectual, y ello no obsta que puedan ser originales y que abran nuevas vetas de interpretación de la realidad social.1
 
Francisco Tudela y Varela y Dora Mayer son dos de esos intelectuales secundarios que fueron importantes y tuvieron vigencia desde los primeros años del siglo XX hasta mediados de dicha centuria. Ambos reflexionaron sobre el tema del indio y la nacionalidad desde puntos de vista opuestos uno del otro, pero que influyeron en su tiempo. En este artículo ofrezco una lectura de las ideas de estos dos autores sobre un tema fundamental, el de las migraciones internas del campo a la ciudad. Cada uno dio respuestas de acuerdo a sus puntos de observación intelectual, social, ideológico y cultural.
 
El interés de estas líneas es resaltar que el traslado de los campesinos desde los Andes hasta el litoral no fue necesariamente espontáneo, sino que personajes destacados (como Tudela y Varela, entre otros), gremios y el propio Estado, lo impulsaron con el objetivo fundamental de tener mano de obra barata a su disposición, sea para las haciendas costeras o para la incipiente industria, aunque, claro, revistiendo sus intereses con argumentos nacionalistas, culturales y hasta humanitarios. Por otra parte, hubo voces, como la de Mayer, que se opusieron tajantemente al éxodo campesino a la costa, o a la capital en particular por considerar que así se vulneraba el derecho de los indios a vivir como tradicionalmente lo habían hecho, sin contar que, además, eran la base de la nacionalidad peruana.
 
El debate intelectual previo sobre la inmigración europea al Perú
Antes de que apareciera el tema de las migraciones internas como preocupación, cobró importancia el de propiciar la inmigración de las consideradas “razas superiores”, es decir, europeas. Esta fue una propuesta que rondó varias décadas por las cabezas de los intelectuales peruanos desde mediados del siglo XIX por lo menos. La importación de estas “razas” la veían como una forma de superar el atraso de la “raza indígena” como la denominaban. Se esperaba que con el contacto de los inmigrantes “superiores”, la cultura indígena se iría diluyendo o, en el peor de los casos, terminaría asimilada por la fuerza de lo superior-europeo; asimismo, se veía como una vía segura para alcanzar el progreso a imagen de los países del Viejo Mundo. Pero este fue un proyecto que finalmente no tendría éxito. Al respecto, Mario Marcone señala tres textos que reflejan la urgencia de ciertas élites por atraer a europeos.2  En el de Carlos Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona), titulado La Inmigración en el Perú (1891), el autor señalaba que los inmigrantes europeos serían los que darían “robustez y salud a nuestra naturaleza anémica; energía a nuestro carácter, positivismo a nuestros cálculos, horizontes nuevos a los esfuerzos de todos y cada uno, y fiereza, si me es dable decirlo así, a nuestra raza”.3  Hildebrando Fuentes, en La Inmigración en el Perú (1891), sostendría que la inmigración con “su vara mágica” europea se presentaba como remedio al abatimiento natural del indígena.4  José Román de Idiáquez, en Prospecto sobre la demarcación general del Perú territorial, social, internacional, política, judicial, eclesiástica y financiera (1893), consideraba que “el cruzamiento (sic) de los indios con otros pueblos les daría a los primeros el vigor y la energía necesarias para unirse a la vida nacional”.5
 
Otros autores, como Javier Prado y Ugarteche en Estado social del Perú durante la dominación española, de 1894, y Francisco García Calderón Rey en El Perú contemporáneo, de 1907, también abogaron por la inmigración de las razas europeas como solución al problema social del Perú, atribuyéndole homogéneamente a cada nacionalidad una característica, un rasgo particular (ahorro, esfuerzo, laboriosidad), que no tendría el indio peruano. En julio de 1914, Joaquín Capelo, el gran presidente de la Asociación Pro-Indígena (1909-1916), publicó en el diario El Comercio el artículo “Despoblación del Perú” en el que plantea la necesidad de propiciar la inmigración extranjera bien seleccionada, que venga a trabajar la tierra y no a ocupar oficinas de la burocracia. Pero todo esto fracasó. No llegaron los inmigrantes deseados.
 
Ante los repetidos fracasos de proyectos y medidas, las reflexiones sobre inmigración empezaron a llamar la atención acerca de la poca viabilidad del Perú para convertirse en un centro receptor al estilo de sus vecinos de la costa Atlántica. En otras palabras, el problema poblacional del país se estaba enfrentando de manera errónea. Ensayos como los de Luis Pesce, Indígenas e Inmigrantes en el Perú (1906) y Francisco Graña, El problema de la población en el Perú: inmigración y autogenia (1908), tenían un punto de vista distinto en relación al papel de los inmigrantes europeos en la transformación de la población indígena.6 
 
Francisco Graña admitiría que cada país debe resolver sus problemas de acuerdo a sus propias condiciones sociales, lo que significaba que el Perú debería tratar de sacar el máximo provecho a la población que contiene, en este caso, la mayoría indígena.7  Por su parte, Luis Pesce afirmaba sobre la inmigración interna lo siguiente:
 
...es nuestro convencimiento: −que los indios de las serranías, regenerados y trasplantados en la Costa y en la Montaña con sujeción a un bien garantizado plan de migración interna, constituyen los mejores, por no decir los únicos elementos llamados a desempeñar las labores agrícolas corrientes en el Perú; − aun más, que ellos deben figurar como parte integrante, al lado del trabajador e industrial europeo, en la gran faena de la explotación de las riquezas naturales del país y de su poblamiento.8
 
Es decir, que ante la escasa migración europea conseguida había que recurrir a la mano de obra indígena buscando su migración tanto a la costa como a la Amazonía.
 
Resulta significativo constatar que ya desde inicios del siglo XX habían voces que alentaban a las migraciones sierra-costa, fenómeno demográfico que se volvería evidente hacia mediados de dicho siglo con todas las transformaciones que ello portó para el país: social, cultural y políticamente el Perú comenzaría a dejar el orden oligárquico, el cual sería liquidado definitivamente por las reformas del velasquismo (1968-1975).
 
No obstante, este cambio de perspectiva, de impulsar optimistamente la inmigración europea a aceptar resignadamente la necesidad de la migración interna, no implicó despercudirse de una visión racista sobre el habitante andino. Es conocido que el orden oligárquico se erigió sobre un esquema de discriminación étnica en el que las razas inferiores como la indígena no podría acceder al conocimiento, cultura ni cargos públicos como sí le era posible a los miembros de las élites criollo-oligárquicas. Alejandro Deustua afirmaba que la raza indígena estaba en la fase de su definitiva decadencia. Otros, como Clemente Palma sostenía firmemente que cada raza tenía un lugar en el orden social y legitimaba tal discriminación; Javier Prado Ugarteche consideraba que las razas dominadas tenían en común el no poder controlar sus instintos, que no habían conquistado la Razón, es decir, que no estaban capacitadas para ser incorporadas a la cultura Occidental. La lista puede continuar. Estos argumentos eran parte de un sentido común –no necesariamente hegemónico, pues hubo otros pensadores como González Prada, Santiago Giraldo y otros más que opinaban exactamente lo contrario– en los tiempos de Gobineau y el racismo científico, del positivismo, y de las ideas del darwinismo social: algunas razas nacieron para mandar, y otras para obedecer.
 
En este conjunto de ideas se pueden destacar, por emblemáticos, los planteamientos de Óscar Arrús, abogado del puerto del Callao (provenía de una familia con influencia, pues su padre fue un destacado periodista que fundó el diario El Callao, en 1883). En 1909 presentaría su tesis de bachiller “El Homestead”, en donde estudia la protección legal a la familia.9  Posteriormente, sería Ministro de Educación en 1939, durante el gobierno de carácter fascista del general Óscar R. Benavides; en esa condición fue uno de los vice-presidentes del Comité de Honor del XXVI Congreso Internacional de Americanistas (la Presidencia correspondió al propio Benavides), realizado en Lima en setiembre de 1939. Convertido en experto sobre estadística (publicó estudios sobre el costo de vida, el poder adquisitivo, finanzas, la estabilización de la moneda), entre los años 1931 y 1946 ejercería como primer presidente del Banco Central de Reserva, y a partir de este año ocuparía un escaño como senador de la república.
 
En 1906, Arrús publicaría como libro su conferencia dictada en la Biblioteca Científico-Literaria del Callao, Las razas china e india en el Perú en el que compara a ambos contingentes culturales desde la perspectiva racial y racista; comparación en la que pierde el indio peruano. Revestido de conmiseración, el autor revela un profundo racismo que hace recordar los argumentos de Deustua, quien señalaba que el indio había concluido su ciclo evolutivo, y que en adelante solo le quedaba la degeneración. Cuando se refiere a los chinos, Arrús transmite una visión pesimista sobre su presente pero releva su pasado imponente de gran civilización, aunque −sostiene− sus elevados niveles de vida los alcanzaron de manera muy rápida, en contraste con los europeos, sosteniendo que desarrollaron su civilización gradualmente. Arrús es contundente en su forma describir a la “raza china”: “…una raza decrépita, aniquilada, corroída por los años, incapaz de vencer en las luchas por la vida. Degenerados, los chinos inoculan sus vicios a los ‘pueblos indolentes’ que los reciben, como el peruano”.10  Sin embargo, a los indígenas peruanos les va peor bajo su mirada. La descripción de Arrús sobre lo que llama raza “indígena” es absolutamente desoladora: “Triste, sin ideal, llevando á cuestas el fardo de sus quimeras derrotadas, vá caminando esta raza, sola, proscrita aún en su mismo suelo, por el sendero para ella triste de la historia, dejando en el camino pedazos de su vida, y sin vislumbrar en las sombrías regiones del porvenir, ni una tierra de redención, ni un consuelo que reviva sus ya agotadas energías”.11  Más aun, “el indio, más envilecido, más degradado, necesita del látigo por compañero perenne de trabajo”.12  En resumen, según las propias palabras del autor, del indio no se puede esperar nada.
 
Este conjunto de ideas, basadas en el concepto de raza como organismo biológico, es el que identificaba al llamado intelectual biologicista, característico de los inicios del siglo XX, tiempo en el que predominaba el positivismo. De ahí que derivara en “soluciones” como el cruce de “razas inferiores” con “razas superiores” en el que estas asimilarán a las primeras o, en última instancia, y mejor para este tipo de intelectual, las desaparecería, pues eran vistas como perjudiciales, por degeneradas, al organismo social de la nación. En el caso peruano, lo pasado quedaba en el tiempo pretérito. Así, evaluaban que los indígenas, procedentes de los incas, ya habían llegado a su máxima posibilidad de evolución y, desde el ingreso de los europeos en el siglo XV a nuestras tierras, solo ha ido involucionando hasta convertirse en un lastre para la nacionalidad.
 
Francisco Tudela y Varela, el liberal oligárquico
En este marco de ideas y de debate intelectual debe ser entendido Francisco Tudela y Varela, quien fue una de las figuras de intelectuales del Perú de inicios del siglo XX y que tuvo destacada presencia pública. Cumplió diversos encargos políticos, además de ser profesor universitario, y desde este espacio planteó algunas tesis interesantes y polémicas que ameritan ser conocidas y discutidas.
 
Breves datos biográficos
Como otros miembros de las élites oligárquicas, Francisco Tudela y Varela nació en París, el 24 de diciembre de 1876, hijo de Octavio Tudela de la Flor y de Carmela Varela del Valle. Un tío suyo, Manuel Pérez de Tudela y Vílchez, fue prócer de la independencia del Perú, siendo quien redactó el acta de la independencia además de ser representante por Arequipa en el primer Congreso Constituyente (1822-1825), convocado por José de San Martín. Es decir, nuestro personaje creció en un hogar de prosapia y de convicciones republicanas. La familia Tudela y Varela regresó a Lima en el año 1883, cuando aún estaba ocupada por las fuerzas chilenas.
 
Francisco Tudela y Varela realizó sus estudios de primaria en el colegio Nuestra Señora de la O (del educador Pedro Drinot, padre de quien después sería rector de la Universidad Católica), y la secundaria en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe hasta 1895. Al año siguiente ingresó a la Universidad de San Marcos, donde obtuvo el bachillerato en Ciencias Políticas y Administrativas con la tesis titulada “La nacionalidad en el Perú” en 1899, y en ese mismo año en Jurisprudencia con la tesis “El voto obligatorio”. En 1900 obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas.
 
Además de desarrollar una vida profesional muy activa (en el Ministerio de Guerra y Marina en 1899, en el Ministerio de Relaciones Exteriores en 1900 cumpliendo funciones diplomáticas y en la propia universidad como docente), Tudela y Varela también tuvo una importante participación política. En 1900, luego de su regreso de Colombia en donde desempeño funciones como miembro de la legación peruana, apoyó la candidatura triunfante de Federico Elguera como Alcalde de Lima, siendo parte de la Liga Electoral Municipal.  Posteriormente, se incorporaría al Partido Civil. Asimismo, fue parlamentario, diputado por la provincia de Pallasca, elegido y reelegido entre los años 1907 y 1919.
 
En 1912, el año final del primer gobierno de Augusto B. Leguía, se produjo un cisma en el civilismo protagonizado por el mencionado personaje. Fue entonces que se conforma el llamado Bloque, que era una alianza parlamentaria integrada por los representantes del Partido Civil Independiente, el Partido Liberal y el Partido Constitucional. En dicho año, Tudela y Varela había sido elegido Alcalde de Miraflores (1912-1913), y Guillermo E. Billinghurst sería nombrado por el Congreso como Presidente de la República, apoyado por el Bloque, precisamente. En junio de 1913, Tudela y Varela asumiría el Ministerio de Relaciones Exteriores, al que luego renunciaría en el mes de diciembre por discrepancias con el propio Billinghurst, poco antes de la crisis política que desembocaría en el golpe de Estado del 4 de febrero de 1914. En 1915 representaría al Partido Civil ante la convención de partidos que designaría a José Pardo y Barreda como candidato de consenso a la Presidencia de la República, cargo que finalmente alcanzaría. En 1925 publicaría en París su libro La política internacional y la dictadura de don Augusto Leguía.
 
Luego de una amplia trayectoria en la que ocupó diversos cargos políticos y diplomáticos, Tudela y Varela fallecería en Lima el 19 de noviembre de 1962.
 
Los argumentos a favor de la inmigración indígena de Francisco Tudela y Varela
No obstante su trajín político, Tudela y Varela no abandonó sus labores académicas, y debido a su prestigio fue designado para pronunciar el discurso de apertura del año académico de 1908. El tema que escogió fue El problema de la población en el Perú.13  Inicia señalando que es un error pensar que el porvenir del país encuentra su solución en una política que favorezca la inmigración europea, como ya habían sostenido varios autores importantes desde fines del siglo XIX, como hemos visto.
 
En el debate mencionado sobre propiciar la inmigración extranjera, Tudela y Varela participa afirmando que existen dos obstáculos para el progreso de los Andes. Primero, su geografía, al señalar que la cordillera constituye un muro “infranqueable” que impide que se cumplan las “leyes de la evolución” propias de la producción agrícola. Segundo, considera que ni la distancia, el atractivo que ofrecen otros países (como Estados Unidos, Argentina o Brasil), ni los salarios, muy poco atractivos por lo bajos que son, constituyen al Perú en un destino promisorio para aquellas poblaciones que se quieren atraer. El bracero barato solo puede ser el chino, que es una raza a la que hay que “cerrar el paso” de la política migratoria, señala. Excluido el elemento asiático solo queda la población aborigen, el indígena: “no queda otro recurso, para satisfacer la demanda de brazos de la agricultura costeña, que incrementar, en cuanto sea posible, la venida del bracero serrano”.14
 
Las ventajas que vislumbra Tudela y Varela son varias: el indio pasaría de ser un elemento “nulo” a transformarse en un factor de progreso; se incorporaría a la nación, pues ahora constituye una gran “masa” sin conciencia de nacionalidad; serviría como protección a futuras corrientes invasoras, y sería la base de una verdadera colonización del país, pues “multiplicaría las fuerzas productoras”, contribuyendo a una mejora de las condiciones de vida, lo que, además, atraería la “inmigración espontánea”.
 
Es interesante destacar las ideas de Tudela y Varela, representante del liberalismo de la burguesía agro-exportadora que requería fuerza de trabajo abundante y barata. Al mismo tiempo, tal como sustentara en 1824 Simón Bolívar durante la presidencia vitalicia en el Perú, dentro de su esquema ideológico liberal, consideraba al individuo como base de la nacionalidad y termina desconociendo la importancia que en aquel tiempo tenía, por su extensión, productividad y factores culturales, la propiedad colectiva de la tierra, especialmente en el mundo andino. Más aun, descalifica este tipo de propiedad al considerarla como parte de un estadío primitivo de la humanidad; el futuro estará enlazado a la propiedad individual, capitalista se entiende. De esta manera, de paso, se favorecerá la transformación de los campesinos en proletarios. De ahí, la importancia que Tudela y Varela le asigna a la migración de las poblaciones trabajadoras andinas a las haciendas agrícolas de la costa.
 
En el orden oligárquico dentro del cual Tudela y Varela desarrolla sus argumentos, los poderes locales, los gamonales, o el feudalismo andino simplemente, necesitaban que todo se mantuviera estático; un orden donde los hacendados dispusieran de sus tierras así como de “sus” indios con absoluta impunidad. Es decir, una estructura jerárquica congelada no solo socialmente, sino también culturalmente. Por otro lado, existía una burguesía que producía pensadores o intelectuales que, muy dentro del pensamiento positivista predominante, cuestionaban ese orden y que, por el contrario, postulaban por la movilidad social, la industria, el comercio, el progreso material, y todo ello suponía disposición de mano de obra barata que no abundaba en las ciudades pero sí en los Andes, donde campeaba el hacendado latifundista que sujetaba a los indios bajo condiciones de explotación extrema, o también en las comunidades indígenas, consideradas como un obstáculo para el desarrollo capitalista. Lo contradictorio era que esa burguesía era incipiente y que no tenía cómo contraponerse al poder feudal. Quizás no sea exagerado afirmar que existía más pensamiento burgués que burguesía propiamente dicha. Estos pensadores eran conscientes de que había que liberar esa fuerza de trabajo para que puedan migrar a la costa para potenciar la productividad de las haciendas más tecnificadas, y las industrias. Uno de estos pensadores fue Francisco Tudela y Varela, precisamente, representante de posiciones de vanguardia en el Perú de inicios del siglo pasado. Sus ideas no serían las usualmente sostenidas por la mayoría de miembros de su círculo social, quienes sostenían, por el contrario, que al indio había de mantenerlo en su hábitat natural, y que mejor bien la hacía a la nacionalidad su extinción.
 
En un texto anterior, titulado Socialismo peruano. Estudio sobre las comunidades indígenas, publicado en 1905, Tudela y Varela había abogado por la individualización de la propiedad es decir, por la abolición del trabajo colectivo (propio del estado primitivo de la humanidad, sentencia) característico y ancestral del habitante andino porque dice “trae los peores resultados desde el punto de vista del mayor rendimiento de la tierra”. Y sostiene que la propiedad privada “es la única que puede servir de estímulo al desarrollo de la agricultura y al progresivo enriquecimiento del suelo”.15  Es decir, hacer de los campesinos propietarios individuales aumentaría su productividad, pero al mismo tiempo, se concluye, se facilitaría su inmigración a la costa porque los campesinos ya no estarían atados a la tierra. Como sintetiza Nicolás Lynch, Tudela y Varela buscaba la disolución de la comunidad campesina pero no la eliminación del latifundio:
 
Tudela y Varela no solo apunta a convertir al campesino indígena en propietario de la tierra que trabaja, interpreta también la necesidad de fuerza de trabajo de los latifundios costeños dedicados a cultivos de exportación, revelando así que la destrucción del régimen comunal además de favorecer el desarrollo de la propiedad privada en un sector del campesinado, contribuiría con la tendencia a la proletarización, que en distintas regiones se intentaba forzar a través del enganche.16
 
Como se puede colegir de lo expuesto, los dos argumentos de Tudela y Varela, representante del liberalismo oligárquico, el de hacer propietarios individuales a los indios, y el de fomentar su traslado a la costa, son dos partes de una misma idea: la comunidad impide la movilidad del indio, sus linderos obstruyen el mercado, por lo que había que eliminarlos; por ello propugna la disolución de la comunidad indígena manteniendo el latifundio. Desde su mirada, la permanencia de las comunidades colectivistas impediría que el indígena sea libre de trabajar en las haciendas costeñas o en otro lugar de la geografía y economía peruanas.
 
La oposición de Dora Mayer
En la orilla completamente opuesta a las ideas de Tudela y Varela se encuentra Dora Mayer, quien siempre defendió al indígena de los abusos de los gamonales y hacendados. Desde los tiempos de la Asociación Pro-Indígena, en los inicios del siglo XX, Mayer propuso que la nacionalidad peruana tiene por base al elemento andino, por tanto, ir en contra de él era ir en contra del mismo país, de su historia y cultura.
 
Biografía breve
Dora Mayer nació en el puerto de Hamburgo, Alemania, el 12 de marzo de 1868. Llegó al Perú, de las manos de su padre, Anatol, y de su madre (en realidad su madrastra) Matilde, en 1873, cuando apenas tenía 6 años de edad. Inmediatamente, la familia Mayer se avecindó en el puerto del Callao. Como Tudela y Varela, Mayer observó la Guerra del Pacífico (1879-1883) siendo muy niña, tenía 12 años y, aun cuando extranjera, vivió como propia la derrota del Perú en el conflicto. Más adelante, agudizaría su sensibilidad ante los problemas nacionales, como la discriminación, el racismo, la estructura jerárquica de una sociedad que no había logrado ser una nación.
 
Es peculiar el caso de Mayer porque no acudió a la escuela, sino que su formación la recibió en su propio hogar por medio de instructores particulares. Por otra parte, su madre la formó bajo rígidos preceptos religiosos (protestantes) y morales. Estas circunstancias le sirvieron a Dora para consolidar una vida metódica, de arraigados valores morales y de amor por el conocimiento. Al ser prohibida de salir de su casa, salvo con su padre, dedicó su tiempo de soledad carente de amigos de su edad, a la lectura. Fue, pues, una autodidacta. En 1900 empezó su labor como intelectual por medio de las páginas de El Comercio, escribiendo sobre temas variados. Sensibilizada ante las injusticias de la vida nacional, fue tenaz opositora del gamonalismo y defensora acérrima de los indios. Fue así que, ante invitación del filósofo Pedro Zulen, (de quien se enamoraría perdidamente) pasó a integrar la novísima Asociación Pro-Indígena (1909-1916), que nació en los claustros universitarios de San Marcos. Ella, que no había asistido a escuela alguna, y menos a la universidad, terminaría ejerciendo una fuerte influencia en el más importante proyecto universitario de ese momento. Junto a Zulen y Joaquín Capelo, entre otros destacados personajes, Mayer impulsaría la publicación de la Asociación, llamada El Deber Pro-Indígena (1912-1916), por medio de la cual transmitió una postura reformista legal y humanitaria frente a la vida miserable del indio. Margarita Zegarra Flórez describe así el pensamiento de Mayer con respecto a la solución del problema del indio:
 
Mayer consideraba que el único poder relativamente desligado de los gamonales, por descansar sobre base independiente a las elecciones parlamentarias y presidenciales, era la Corte Suprema de Lima, por lo que la defensa indígena debía procurar llevar a esta instancia los juicios locales y las denuncias de las irregularidades cometidas por los tribunales inferiores (pues había gamonales en las Cortes Superiores de los departamentos).17
 
Además de conocer lo más directamente posible los reclamos de los campesinos frente a los abusos de los poderes locales, Mayer fue una decisiva impulsora de la cultura escrita, al igual que otras intelectuales femeninas, como Clorinda Mato de Turner, o María Alvarado, por ejemplo. En ese sentido, Mayer produjo una obra amplia, pero teniendo una constante: la defensa de los desposeídos, los que sufren el abuso y dominación de las clases dominantes, y de las razas subordinadas.18  Algunos títulos podemos señalar, como Escritos sociológicos (1907), The conduct of the Cerro de Pasco Mining Company (1913), La China silenciosa y elocuente. Estudio sobre la inmigración china al Perú (1924), El indígena y su derecho (1929); al igual que Tudela y Varela le dedicaría un libro a Leguía: El oncenio de Leguía (1932); finalmente, daría a conocer Estudios sociológicos de actualidad (1950).
 
En los años finales de su vida (moriría en el Cercado de Lima el 7 de enero de 1959), sus reflexiones y escritos denotarían una marcada impronta religiosa mostrándose decepcionada de la barbarie europea de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), en la que tuvieron protagonismo el nazismo alemán, el  fascismo italiano y el comunismo soviético que sacaron a la luz la barbarie de la civilizada Europa.
 
En tanto intelectual arraigada, Mayer buscó siempre definirse como peruana tratando de asimilarse totalmente a la vida nacional. Sus escritos periodísticos, sus numerosos libros y conferencias, generalmente desarrollando aspectos del problema indígena, tuvieron como objetivo ser parte del debate nacional en igualdad de condiciones, así sea autodidacta, mujer y extranjera, tres ubicaciones que la colocaban en los límites de la vida peruana que las élites oligárquicas habían construido sobre la base de un nacionalismo discursivo, de la misoginia y de un engañoso culto por el saber.
 
Los argumentos pro-indigenistas de Mayer
En 1928, bajo el oncenio de Leguía (1919-1930), el Poder Judicial presentó un Anteproyecto de Reformas del Código Civil (“Adiciones”, Título IV) en el que planteaba “alterar y disolver el régimen comunal en el Perú”. Según Mayer, esta reforma sustancial partió del Poder Judicial. Como señala nuestra autora, dicha propuesta iba en contra de la propia Constitución Política de 1920, que en su artículo 58 sostiene que: “El Estado protegerá a la raza indígena y dictará leyes especiales para su desarrollo y cultura en armonía con sus necesidades”. Avizora que una reforma de tal envergadura desprotegerá al indio y lo dejará a merced de los terratenientes. Al respecto afirma con claridad: “El régimen comunal tradicional es la fuerza de la Raza, es el haz de flechas que conjuntas es imposible romper, pero que cada una sola no es sino una débil arista”.19  Sin concretarse esta iniciativa de reforma legislativa, el Estado peruano continuó con su objetivo de legitimar su proyecto anti-indígena. En efecto, en 1935, bajo el gobierno fascista de Óscar R. Benavides (1933-1939), el Ministerio de Fomento difunde un folleto en el que sostiene que la producción en el campo está en decadencia, causa que explica la migración a la capital. Ante esta modificación demográfica, Mayer colige dos consecuencias lamentables: la disminución de las mercaderías agrícolas (Emilio Romero había alertado que se destruyen las bases económicas de la alimentación nacional) y el aumento de la burocracia en Lima. Frente a la nueva tentativa del Estado por disolver la propiedad comunal indígena y de hacer de los campesinos propietarios individuales, Mayer opone el argumento de que su implementación solo produciría la destrucción del modo de vida ancestral de quienes representan lo más auténticamente peruano que existe en nuestra nacionalidad. En diferentes momentos, Mayer acusa a las clases dirigentes de ver al indio desde Lima o desde el extranjero con interés mercantil, sin sentir ningún afecto por él.
 
Mayer fue una decidida defensora del valor de la cultura indígena, por eso criticaba “la admiración atolondrada” que primaba sobre “los modelos extranjeros”. En ese sentido, se oponía a la política de propiciar la inmigración europea o estadounidense como estrategia de civilización de los indios. Lo que sí reconoce como positivo es la inmigración en cuanto podría suplir la escasez de población en el Perú, como señalaría en 1949, a propósito del II Congreso Interamericano del Cusco, cuando el fenómeno migratorio de la sierra a la costa ya había iniciado. En ese mismo año, el 12 de setiembre, en la revista Cascabel, del gran periodista puneño, Federico More, aparece un comentario crítico sobre el contenido del boletín mensual de la Asociación de Criaderos de Lanares del Sur del Perú, en el cual se propone asimilar al indio a la cultura no indígena hasta hacerlo desaparecer. El editorial de Cascabel afirma que el indio peruano es ante todo labriego, pero que también puede trabajar en las minas, ser negociador, ceramista, entre otras actividades. Por ello, sostiene que “[e]s incomprensible que so pretexto de redimirlo y de civilizarlo quiera convertírsele en hombre de ciudad, en sujeto urbano”. Como se puede apreciar, es insistente el planteamiento de ciertos poderes gremiales por acceder a la mano de obra indígena, que obviamente le sería barata.
 
Por su parte, Mayer cuestiona el centralismo de Lima, que atrae tanto a “inmigrantes trasatlánticos y de ʽextranjeros de Huancayoʼ”20  pero que no siembran ni cosechan alimentos, y más bien, hace crecer la burocracia. “El ideal social sería un labrador que tuviera cultura para adorno de su personalidad y no para medio de vivir”.21  La defensora del indio sostiene en otro momento, uniendo el argumento del indio como base de la nacionalidad con el del papel ambivalente de las inmigraciones foráneas lo siguiente: “El habitante del Perú mientras más indio más peruano, esto no quita que reconozca y agradezca lo bueno que se le ha traído de afuera, en compensación de mucho mal que se le ha hecho”.22
 
En 1950, ya instalado el ochenio del general Manuel A. Odría (1948-1956) que mostró un crecimiento económico por la venta de minerales y el crecimiento incipiente de la industria en Lima, ya era evidente el aluvión migratorio interno. Mayer lo define como “el éxodo de los campesinos hacia los centros urbanos”,23  calificándolo como un hecho lamentable, que expresa el desprecio que prima sobre los indios. La migración de los indios es efecto, afirma Mayer, “de la suma de las causas pequeñas y desatendidas en el proceso incipiente. Se paga hoy la culpa de la absurda desestimación del hombre humilde”,24  es decir, el campesino, es fundamental porque es el elemento productor por excelencia, por encima del obrero, incluso.25  Hoy, se lamenta, la mayor demanda no se encuentra en los campos ni en las minas, sino en las ciudades. Las causas de la migración del campo hacia la ciudad las encuentra en que el indio busca garantías sociales y de atractivos de todo género que cautivan a los forasteros y los convierten en burgueses estables.26  En un sentido histórico, Mayer sostiene que han sido la rapacidad y tiranía de los gamonales los factores que han obligado a los campesinos a huir a las ciudades para protegerse.27  No puede ser justo tratar de erradicar al indio de su entorno para sustraerlo del abuso del gamonalismo pero disolviendo todo su sistema social: “sería un crimen de asesinato de una raza…”.28
 
En sentido contrario a las ideas de Tudela y Varela, las de Mayer cuestionan los proyectos de destruir la vida colectiva de las comunidades campesinas que produciría propietarios individuales ocasionando la destrucción de la organización social ancestral andina, perjudicando la producción de alimentos y, además, echando abajo a la población esencial de la propia nacionalidad. El paso de la sierra a la costa no haría otra cosa que favorecer a los propietarios que no tienen ninguna empatía por el indio, sino que, por el contrario, lo desprecia.
 
El último libro que Mayer publicó fue en 1950. El Perú se estaba transformando rápidamente, pues crecía la clase media, aparecía una burguesía nacional, la población se desplazaba masivamente de la sierra a la costa y, también, surgirían poderosos movimientos de rebeldía campesina. En el plano político, emergerían los partidos de esa nueva burguesía (Acción Popular, Democracia Cristiana, Movimiento Social Progresista, entre otros), se modernizaría el Estado, se ampliaría la burocracia, pero se seguiría viviendo bajo dictadura militar, como había suido usual en la historia peruana.
 
Ideas y consecuencias inesperadas
Las migraciones pusieron en cuestión el proyecto homogeneizador propuesto por las élites oligárquicas tradicionales representadas por el intelectual biologicista, y por el propio Estado que ellas controlaban. Por el contrario, la economía se modernizaba capitalistamente y necesitaba expandir la economía para crecer. En los años cincuenta la industrialización creció en 400%.
 
En ese sentido, las migraciones internas eran funcionales a ese objetivo. La industria que emergía de la mano de la economía exportadora (especialmente impulsada por la venta de minerales) y que se instaló fundamentalmente en Lima, requería de mano de obra barata, la que solo podía brindar el campesino-indígena. Ante los fracasos de modificación legal las élites modernizadoras y el mismo Estado apelaron a otro recurso, el de las ilusiones de progreso, teniendo a la educación como palanca de cambio y factor de atracción de una población que deseaba dejar de lado la dominación servil de los latifundios a la que estaba sometida. Así, se trató de desandinizar al indio y de obrerizar al campesino: ambas eran las dos caras de una misma moneda. Si bien José Carlos Mariátegui había ubicado el problema del indio como uno económico, el de la tierra, las migraciones separaron al indio de la tierra, dejándolo expuesto a la economía capitalista en ascenso.
 
Lima se convirtió en El Dorado para amplios contingentes indígenas que vieron en su éxodo a la capital como la oportunidad de vivir mejor, de realizar sus mayores aspiraciones, de ser parte de la modernización y de ser libres del yugo de los hacendados. Esto produjo una profunda reestructuración del país modificando la relación capital-provincias, comunidad campesina-hacienda, ciudad-campo. En consecuencia, Lima se súper pobló de migrantes andinos que irían ocupando las zonas marginales de la ciudad. El que llegó a la capital no volvería a su terruño. La industria limeña se benefició de ello hasta un límite, sus propios límites, pues pronto se descubrió que no tuvo el tamaño ni la importancia que creía la burguesía emergente, la cual solo pudo incorporar a un pequeño porcentaje de esa mano de obra andina que ella misma buscó atraer. Hubo una sobre oferta de fuerza de trabajo cuyos excedentes se ubicaron en la marginalidad y, luego, en la informalidad. Consecuentemente, el Estado se vio desbordado como ha señalado José Matos Mar,29  y el panorama cultural de la capital se modificó de raíz; otra consecuencia fue que los marcos tradicionales de la política se trastocarían desde sus bases. Esto fue lo que no previeron las élites modernizadoras de la oligarquía como Tudela y Varela.  A partir de la masiva migración interna, Lima se convertiría en la ciudad andina más grande del Perú, como la definió Wilfredo Kapsoli.30  Nuevos sujetos sociales aparecerían y el país ya no se parecería en nada a lo que había sido el orden oligárquico precedente.
 
Paradójicamente, los argumentos de Tudela y Varela prevalecieron en el mediano plazo pero generando consecuencias opuestas a las que había imaginado: lo andino no mantendría su lugar subordinado en el orden social sino que se constituiría en la base de la nacionalidad. Si bien Tudela y Varela consideraba que los límites de las comunidades campesinas bloqueaban el progreso que traería el mercado, no previó que ello significaría la erosión total de orden oligárquico que pensaba se consolidaría con su propuesta de incentivar las migraciones hacia la costa.
 
Por su parte, las ideas de Mayer, si bien buscaban consolidar la propiedad colectiva y el orden social denso que se derivaba de ella, que implicaba además la defensa de las fuentes de la nacionalidad, sus argumentos portaban una visión de inmovilidad de lo campesino-indígena. Si sus ideas hubiera triunfado quizás, y paradójicamente, el orden oligárquico habría tenido más tiempo de vida y la propia nacionalidad peruana seguiría marcada por la segmentación cultural, territorial y social. La vida social no se hubiera democratizado.
 
Paradójicamente, los argumentos de Tudela y Varela contribuyeron a realizar el proyecto de Mayer en cuanto a la constitución de la nacionalidad peruana, por medio del intenso intercambio cultural que derivaría del mestizaje o del cruzamiento, como se decía a fines del siglo XIX: sería la emergencia de lo cholo, fenómeno socio-cultural analizado tempranamente por José Varallanos y Aníbal Quijano.31
 
En resumen, la movilidad del indio que, según Mayer, temía Mayer iba a corroer a la nacionalidad posibilitó, contrariamente, la “peruanización del Perú” (Mariátegui dixit). Y la migración interna de los indígenas no mantuvo el orden oligárquico, si no que contribuyó a su destrucción, que fue lo que no pudo prever Tudela y Varela.
 
Notas
____________________ 
1 Debo manifestar mi agradecimiento a Gustavo Pastor, quien me proporcionó importantes referencias bibliográficas y sugirió ideas para enriquecer en lo posible este artículo. Igualmente, a Isabel Cristina López Eguren, por sus comentarios críticos que me ayudaron a mejorarlo. En cualquier caso, la responsabilidad de su contenido es exclusivamente mía.
2 Mario Marcone, “Indigenas e inmigrantes durante la República Aristocrática: población e ideología civilista”, Histórica  Vol. XIX, núm. 1 Julio de 1995, pág. 81
3  Op. Cit., 79
4  Op. Cit., pág. 79-80
Op. Cit., pág. 77
6  Op. Cit., pág. 81
7  Fernando Armas Asín, Liberales, protestantes y masones, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1998, pág. 115
8  Op. Cit., págs. 83-84
9  Carlos Augusto Ramos Núñez, Historia del derecho civil peruano: siglos XIX y XX, Fondo Editorial PUCP, Lima, 2000, pág. 476
10  Juan José Heredia Neyra, “Robustecer o enflaquecer el alma nacional en el Perú: El ʽchino expiatorioʼ vs. El chino trabajador (1860-1914), en: https://www.academia.edu/33425062/Robustecer_o_enflaquecer_el_alma_nacional_en_el_Perú_El_chino_expiatorio_vs._El_chino_trabajador_1860-1914_By_Juan_José_Heredia_Neyra
11  Óscar Arrús, Las razas china e india en el Perú, Imprenta del Callao, Callao, págs. 26-27
12  Op. Cit., pág. 34
13  Francisco Tudela y Varela, El problema de la población en el Perú, Imprenta San Pedro, Lima, 1908
14  Op. Cit. pág. 12
15  Francisco Tudela y Varela, Socialismo peruano. Estudio sobre las comunidades indígenas, Imprenta La Industria, Lima, 1905, pág. 65
16  Nicolás Lynch, El pensamiento social sobre la comunidad indígena en el Perú a principios del siglo XX, Centro de Estudios Rurales Andinos “Bartolomé de las Casas”-Cusco, Cusco, 1979, pág. IX
17  Margarita Zegarra Flórez, “Dora Mayer, los indígenas y la nación peruana a inicios del siglo XX”, en Anuario de Estudios Americanos Vol. 66, núm. 1, enero-junio de 2009, pág. 278
18   En carta que le dirige a Miguel Adler, director de la revista Repertorio Hebreo, Mayer se declara una opositora al racismo: “El prejuicio en general y el prejuicio de razas muy en especial, es un monstruo lleno de argumentos falsos, que impide los buenos aciertos y destruye la armonía que haría feliz a la humanidad” (Carta abierta al Director de Repertorio Hebreo” Repertorio Hebreo núm. 1, abril-mayo de 1929.
19  Dora Mayer, Un debate importantísimo en el Patronato de la Raza Indígena. Lima, junio, 1930, pág. 6
20  Mayer, Dora. El Indigenismo. II Congreso Interamericano del Cusco, Callao, 1949, pág. 17
21  Loc. Cit.
22  Mayer, Dora. Estudios sociológicos de actualidad, Callao, 1950, pág. 30
23  Op. Cit., pág. 36
24  Loc. Cit., pág. 106
25  Op. Cit., pág. 47
26  Op. Cit., pág. 106
27  Op. Cit., pág. 65
28  Op. Cit., pág. 106
29  José Matos Mar remarcaba una dinámica que afectaba a todos los niveles de la sociedad, que es el desborde de las instituciones que habían operado hasta entonces en el Perú. Dinámica proveniente de los sectores populares que ponen en tela de juicio al Estado, buscando transformar las reglas de juego y, sustancialmente, cambiando el rostro del Perú. José, Matos Mar, Desborde popular y crisis del estado. El nuevo rostro del Perú en la década de 1980, Lima, 1984.
30  Wilfredo Kapsoli Escudero, “Paisaje social de Lima”, Aula Palma XVI (XVII), Revista del Instituto Ricardo Palma, 2017.
31  José Varallanos precisaba que el mestizaje, desde la Colonia, fue un proceso mucho más importante que el biológico, que fue fundamentalmente étnico y cultural, que dio como resultado la transculturación de lo español y de lo indio, que es lo que caracteriza al cholo, representativo de lo peruano. José Varallanos, El Cholo y el Perú. Perú mixto, Imprenta López, Buenos Aires, 1962. Por su parte, Aníbal Quijano veía el proceso de cambio cultural desde tres puntos de observación, a saber, la modernización, la aculturación y la cholificación. Aníbal Quijano, Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú, Mosca azul editores, Lima, 1980.
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