César Moro
César Moro, 110 años de su existencia poética

Por Jon Martínez
Fuente: La República, 13 de agosto de 2013
http://www.larepublica.pe/13-08-2013/cesar-moro-110-anos-de-su-existencia-poetica

César Moro, seudónimo de Alfredo Quízpez Asín, casi proscrito en los libros de literatura peruana, nació el 19 de agosto de 1903. Próximo a conmemorarse los 110 años de su nacimiento –murió en enero de 1956–, bien vale recordar su vida, su tránsito en la literatura y la relación con autores coetáneos.

Al comienzo de la década del veinte, cuando decide viajar a Europa, era más conocido como artista plástico. Instalado en París, entabla contacto con el grupo surrealista de André Breton.

Inmediatamente su actitud congenia con el nuevo espíritu que predicaban los surrealistas. Comienza a escribir poesía en francés y comparte sus textos con otros poetas. Una carta de Paul Éluard nos narra el momento: “Mi querido Moro, estas líneas solo para manifestarle con qué placer estoy leyendo sus admirables poemas, del primer cuaderno que usted me ha confiado –Breton se ha quedado con el otro– son la poesía lo que me gusta por encima de todo, sus versos siempre sorprendentes, pocas cosas son las que pueden unirme tanto con lo que conservo de mi juventud. Me daría la mayor alegría que en caso de tenerlos, me mandara más”.

Entre Lima y méxico

Su amigo y albacea literario André Coyné ha contado que entre las cosas de Moro, encontró cartas de varios poetas y pintores surrealistas, de quienes se hizo amigo. Muchas de esas amistades las conservaría hasta el fin de su vida.

Luego de unos años, en 1934, Moro vuelve al Perú y entabla amistad con Emilio Adolfo Westphalen. Al año siguiente, organiza lo que sería la primera exposición surrealista en el Perú. Por esos días tiene una discusión con el chileno Vicente Huidobro, a quien Moro acusa de ser un reciclador de la poesía de Pierre Reverdy y del cine de Luis Buñuel. Tras publicar un boletín en contra del fascismo, que se apoderaba de España, la policía entra a su casa confiscando los ejemplares que allí encuentra. Entonces decide viajar a México.

La segunda Guerra Mundial se avecinaba y sus amigos europeos viajaban también. Allí se reúne con ellos, conoce a nuevos amigos y encuentra el amor. Pese a que la poesía de Moro fue escrita en su mayor parte en francés, en México escribe La Tortuga Ecuestre en castellano, quizá para que Antonio –el amor de su vida– pudiera leer esos textos. Pasaría una década en México, saldría de ese país con el corazón roto, peleado con su amigo Breton, con un baúl lleno de pinturas que nunca llegarían al Callao y con los rezagos de una extraña enfermedad que lo aquejó durante algún tiempo.

Debemos recordar que Mario Vargas Llosa lo transfigura en un pasaje de La ciudad y los perros.

Su vida en Lima, pasaba casi inadvertida. Pero la poesía siempre tiende puentes invisibles. Por esa época comenzaban a visitarlo algunos poetas jóvenes –Jorge Eduardo Eielson, Rafael Méndez, Tenaud– y comienza su amistad con Carlota Carvallo de Núñez. También vendrían a verlo unos jóvenes poetas argentinos.  El primero fue Enrique Molina, quien coincidió con Moro en la pasión por la poesía. Se volvieron amigos. En un poema titulado “No hay sombras allí”, el argentino hace un despliegue de su alucinante memoria: “César Moro en su atmósfera carnívora de las constelaciones / de otro cielo de aorta confundida con las algas / al pie de su gran dolmen de la luna peruana / el suyo / un grito de adiós / el salvaje testimonio de una aventura de lo absoluto”.

Testimonios de poetas

Molina no había llegado solo, la joven poeta Olga Orozco vino con él y aunque ella casi no salió de su cuarto en la azotea de un edificio del centro de la ciudad, tuvo tiempo de conocer a Moro. En una entrevista realizada por el poeta y periodista Antonio Requeni, cuando este le pregunta quiénes eran los poetas que la habían impresionado, Orozco comenzaría nombrando al poeta peruano: “Moro era un príncipe en la poesía y en la vida”, sentenció.

Los últimos años los pasó escribiendo y pintando en una ciudad cada vez más lejana para él, y aunque en vida nunca se reconcilió con André Breton, cuando en enero de 1956 Moro fallecía, Breton le rendiría homenaje en su revista Le Surréalisme Même, publicando un dibujo y un texto titulado “Notre ami César Moro”. “Nuestro amigo César Moro, que acaba de morir en Lima –escribe Breton–, fue parte del movimiento Surrealista y publicó tres libros de poemas. Editó en Lima, antes de la última guerra, una revista, El uso de la palabra, que propagaba el pensamiento surrealista en América del Sur. Publicando el dibujo que nos envía su amigo Luis Gayoso (siendo la tortuga el ‘animal’ totémico de Moro) nos sumamos al homenaje que él le otorga”.

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