Gustavo Flores Quelopana
Alegato ante la civilización técnica por una nueva forma de pensar Alegato ante la civilización técnica por una nueva forma de pensar

Por Gustavo Flores Quelopana
Fuente: http://revista-realidades-y-ficciones.blogspot.com/

Es necesario decir y pensar que el ser es.
Pues es posible que sea. La nada no es.
Parménides


¿Qué tiene que haber sucedido en el hombre de hoy para que en vez de emocionarlo el brillo de las estrellas, la belleza de una flor, o la inspiración de un poema, se sienta más bien absorbido de forma irresistible por el espectáculo artificial que brindan las máquinas de la civilización técnica?
El hombre alienado se da cuenta de su malestar y, por tanto, protesta, más el hombre cosificado ya no percibe su alienación y cosificado pasa su vida siendo feliz. En Hegel toda “enajenación” es “objetivación”, incluso la materia y el espacio son enajenaciones del Espíritu; en Marx la “enajenación” es el extrañamiento de la conciencia y la “objetivación” es el proceso por el cual el hombre se convierte en cosa; y en Augusto Salazar Bondy lo que da lugar a la alienación es la dominación. Este último sentido es el que nos permite comprender con más claridad la enfermedad espiritual que padece el hombre en la civilización técnica ¿Pero cómo se percibe esta prueba antropológica en la vida cotidiana del hombre actual?

Por donde se mire nos sobran ganas de condenar esta vida de hormigas de la sociedad de masas, el cual deja al hombre sin mundo, le usurpa la naturaleza al tamaño de un bonsái, disuelve la tradición, la casa solariega, todo lo vuelve intercambiable y sustituible, donde triunfa la indiferencia, el saber situarse, y todo se modela para el consumo. Esta civilización funcional de la distracción idiotizante licua al individuo en tareas de corto plazo, que no se acumulan en su ser, genera olvido en su interior, promiscuidad íntima debido al excesivo codo a codo, anulación de la sensatez, predominio de las ideas vulgares, preeminencia de la ética de peatón, tiene una sonrisa amable para todo el mundo sin sentir un aprecio sincero por nadie, falsifica la bondad y la cortesía, entroniza el disimulo, envía al fondo del desván la dignidad, siente que es una mercancía intercambiable para el consumo.

Subsumido en un mecanismo deshumanizado el individuo de la civilización técnica ya no siente la nueva miseria del aumento de su densidad, se ha vuelto indiferente, se ha reducido a su función, es un mero medio para un fin externo, sólo busca situarse en el mejor sitio posible del aparato social, busca el ascenso rápido, la promoción cobra importancia universal, el hombre ya no sabe la medida de su propio valor, su autoestima está sujeta a la evaluación de los demás, triunfa el impersonalismo, el gregarismo, el humanismo es derretido por el mercantilismo, todos quieren ser eficaces, todos quieren ser flor de un día, se ama el éxito y se ridiculiza la gloria, el hombre se siente podrido y de poca monta hasta la médula, se ha vuelto malo a costa de ser necio, la escuela se ha vuelto en un almacén de conocimientos artificiales sin su correspondiente práctica real, se busca estar aceitados como máquinas, la misma sociedad se presenta como un aparato que funciona gracias a mecanismos llamados instituciones, el hombre se vuelve débil, deja de confiar en sí mismo, prima la mediocridad, la tipificación del hombre aumenta día a día, los intelectuales tampoco se libran, la erudición reemplaza a la sabiduría, tienen que someterse al ritmo funcional y nada substancial, el reto es sobrevivir, simular camaleónicamente, prospera la adulación, el agasajo y los homenajes, se vive de puro oropel. Cuando la parte más civilizada de la humanidad se prostituye y se desvigoriza, y cuando de parte del pueblo ya no sube ninguna fecunda marejada con capacidad de regenerar y fortificar, entonces podemos estar seguros que ha llegado la hora de declive de una civilización.

No hay tiempo para que nada ni nadie madure, el tiempo y la vida están acelerados, los ritmos biológicos se acortan, a los niños se les hace “jugar” en ciudades infantiles que reproducen la vida consumista adulta, los adolescentes son zarandeados por el sexismo ambiente, el hombre de la civilización técnica está acostumbrado a la satisfacción instantánea de sus deseos, el régimen actual del espíritu es el instanteísmo vacuo, el mundo se ha hecho pequeño, la manía de unificar todo ha nivelado todo, incluso a los hombres, arte y cultura deben estar al servicio de la distracción y no de la profundidad, la hondura estorba, amenaza, aburre y sobre todo quita tiempo al espíritu de acumulación y lucro.

En la oficina, el cuartel y los medios masivos lo más espiritual es la sección de espectáculos, chismes y el horóscopo diario, y lo más cotidiano es el pecuarismo asnal por incrementar las riquezas, lo más incomprensible para los que están acostumbrados a sudar la gota gorda dando vueltas alrededor de la noria buscando riquezas, es la repugnancia natural que sienten algunos por el orden establecido. El insustituible ser humano racional y pensante, creado a imagen y semejanza de Dios, culmina en la obediencia ciega al aparato del automatismo mecánico, de la religión del interés, el lucro, el exceso de sumisión, la creencia universal en el valor de los medios, la absolutización de la técnica y la extensión del principio de causalidad a todo.

La civilización técnica ha impuesto sobre todo lo existente un ingenioso proceso de abreviación artificial, que no sólo se extiende por lo material sino que afecta al hombre entero. Los hombres ya no sienten que tienen que luchar por la perfección interna porque conciben a la sociedad como una máquina que bien aceitada debe asegurar su bienestar y felicidad. El hombre ya no fía nada a su propio esfuerzo porque confía que su libertad civil o el respeto al estado de derecho, otra fuerza impersonal, es más importante que su libertad moral. El hombre de la civilización técnica tiene toda su esperanza puesta en los medios y no en los fines, y como ha perdido el sentido teleológico de su vida ha convertido sus fines en medios, su fe se ha vuelto mecánica, la dinámica de su espíritu le estorba, y todos sus medios son tangibles, consumibles y adquiribles, por eso tiene metas y no ideales.

¡Qué difícil se hace educar en la civilización técnica, pues el hombre ha dejado de creer en sí mismo para creer en la máquina y en los medios! El esfuerzo individual es sólo complementario, ya no es lo primario en la vida humana, la soberanía de la ley instaura su soberanía abstracta, el Estado es el único señor, sólo manda el sistema, la sociedad anónima y el hombre anónimo, con el Facebook hasta las amistades se vuelven anónimas, y lo más trágico es que el individuo se vuelve anónimo para sí mismo. No es extraño entonces que los hombres se hayan vuelto pequeños, a la mujer le es cada vez más difícil admirar al marido por sus cualidades interiores que por las ventajas externas, pronto se da cuenta que es permutable, los matrimonios se quiebran rápido, la familia se vuelve disfuncional, en un mundo anónimo e impersonal lo más común es que los niños crezcan duros, fríos, glaciales y sin amor como las mercancías, impera el hombre “organización” que Tocqueville vio en Norteamérica, el hombre “mecanizado” de Carlyle, los hombres “ceros” señalado por Max Stirner, la “barbarie mansa” subrayada por Nietzsche, el hombre “útil” de Ganivet, el hombre “mediocre” de José Ingenieros y el hombre “hormiga” de Jaspers.

Los hombres son cada vez más enclenques, la virilidad física y moral entra en crisis, la homosexualidad se exhibe orgullosa, pero todos están sujetos a las riendas de domadores inconscientes. La uniformidad maquinal es la regla, la virtud laboriosa de la masa es glorificada, la enseñanza escolar está preparada para el cumplimiento maquinal del deber, todo está dirigido a empequeñecer al hombre adecuándolo a la utilidad especializada. La sociedad acéfala sólo requiere de valores mínimos, una ética de empresa, los valores máximos resultan complicados y excesivos en una sociedad simplificada por la vida comercial (Adela Cortina), lo que hay es el primado substancial de la praxis cotidiana (K. O. Apel), la ética ha cargado demasiado la tinta en lo intersubjetivo olvidándose de lo intrasubjetivo, la verdadera reestructuradora de la nueva esclavitud es la ética social y comunitaria, que invirtiendo los términos ha puesto detrás suya a la ética individual, completando el monstruoso engranaje de ruedas finamente ajustadas que todo lo tasa para fijarle valor, desde chucherías, pasando por máquinas, hasta, arte, ciencia, pensadores, sabios y artistas, pueblos y partidos son tasados dentro de la mentalidad fijada por la oferta y la demanda, todo tiene precio y nada dignidad.

Ya no vivimos la hora orteguiana de la rebelión de las masas, ni siquiera de la deserción de las élites, sino, más bien, es la hora de la sobreexcitación malsana del imperio de lo superfluo, a la que voluntariamente nos sometemos. Ahora todo el mundo quiere formar parte de algo grande, el hombre común se queda boquiabierto ante el gigantismo arquitectural de la plutocracia internacional que destruye el paisaje al servicio de las marcas comerciales en vez de servir a las necesidades sociales, pero lo que se vive es la grandeza cuantitativa y no la grandeza cualitativa, por eso nadie abraza ideales, pero todos quieren ser parte de una cofradía, una asociación, un club, una institución, un partido, etcétera. Se tiene miedo a actuar solo, nadie quiere defender una postura con radicalismo, escasea el coraje en los adultos domesticados, aunque retazos de rebeldía todavía sobrevive en el estamento estudiantil (caso ejemplar en Chile), se prefiere el espíritu de manada, cuando no de caterva, cunde la gansterización social y costumbres de prisión en el lenguaje, vestimenta y con tatuajes, los sindicatos son gremios que buscan mojigangas ventajistas, todo el mundo vive vertido hacia fuera y a nadie le interesa fortalecer la voluntad interior, vertiginosamente se incrementó la relevancia de la insignificancia (Castoriadis). Entonces, ¿qué se requiere para revertir todas estas deshumanizadoras consecuencias indeseables de la civilización técnica?

El presente alegato en contra de la civilización técnica no significa necesariamente una nostalgia retrógrada por la vida estática y tranquila del mundo medieval, ni la insensata instigación para destruir las máquinas. No se trata de tecnofobia ni de tecnofilia. Ni la maquinofobia ni el desmontaje de la civilización técnica es la solución, sino, como ya lo señaló certeramente Sombart, el problema es institucional, de decisiones políticas. ¿Pero están acaso los políticos electoreros a la altura necesaria para comprender la hondura del problema? ¿No es acaso la crisis de la política massmediática la que ha desembocado en crisis social? ¿Son acaso capaces de cambiar las cosas gobiernos que se distancian tanto de la sociedad y se desenvuelven en un espacio vacío y autorreferencial? ¿El denominado “retorno del ciudadano” puede reestructurar las relaciones entre lo público y lo privado y ser una esperanza de cambio en medio de la apatía, el consumismo y la deserción ciudadana? Se ha hablado de la globalización de la tontería (James Petras), de las controversias entre civilización y ciudadanía (Atilio Boron), del desasosiego político (Silvana Carozzi), de cambiar el mundo sin tomar el poder (Jhon Holloway), de ir más allá de un capitalismo senil (Samir Amin), de la política del desacuerdo (Jacques Ranciére), incluso del nuevo totalitarismo (Slajov Zizek), pero poco se ha pensado sobre la relación entre el ocaso del Estado y la forma de pensar de la modernidad.

No obstante, para Sombart las fuentes del capitalismo no son el maquinismo ni la técnica instrumental sino la evolución de instituciones, ajenas a lo económico. La aparición en el siglo XIII del Estado moderno es el elemento fundamental, luego viene la división del trabajo, operada a través de la creación de un ejército permanente y es donde empieza la marcha de la especialización y desintegración humana, pareja importancia tiene la creación de la moneda, la burocracia, los bancos y el papel decisivo de los hombres de Estado. Es decir, la voluntad del Estado se insinúa en todos los rincones de la vida privada y pública. Entonces, para Sombart, la obediencia maquinal empieza al disociar el ejército y la burocracia, a los que mandan y a los que obedecen.

Esto es, la civilización técnica no es el desarrollo natural de fuerzas naturales latentes, sino, emanación de una razón impuesta desde arriba por un individuo audaz y emprendedor ubicado en la política. Al principio esta voluntad fue del monarca, luego se transfiere a la sociedad burguesa como virtudes (seriedad, ahorro y honradez) a través de los hombres de Estado y grandes magnates de la industria y la banca. En esta organización se pierden los fines humanos, se trabaja hasta el límite hasta sucumbir, la monomaníaca preocupación por los negocios es consecuencia de la deshumanización de la economía, donde se ha eliminado todo interés por el destino del hombre, pues el nuevo dios es la persecución del dinero. Para Sombart es la organización lo que se ha convertido en lo decisivo, que convierte a la máquina en ritmo productivo de toda la economía. ¿Será suficiente un cambio organizacional para poder quitar al maquinismo su protagonismo productivo? ¿El maquinismo de la civilización técnica no responde, acaso, a una forma determinada de pensar?

En la primera página de su libro El Burgués señala que “el hombre pre-capitalista es el hombre natural que no corre como loco por el mundo, tal como lo hacemos hoy, sino que se desplaza reposadamente, sin precipitación ni prisa”. Este hombre que no tiene espíritu de cálculo y trabaja, sin prisa, sólo para subsistir, no es esclavo del ritmo maquinal. Enseñar y aprender el nuevo arte de subordinación maquinal ha tomado su tiempo, varias generaciones, en la cual se ha realizado la ruina y destrucción del hombre natural. El resultado es que el mundo natural yace en ruinas, todo un mundo artificial se ha edificado y se ha operado una transformación de toda nuestra escala de valores. En su libro El socialismo alemán propone un control selectivo sobre los inventos para impedir que se exploten todos los que se descubren. Pues mientras el hombre más objetiviza su espíritu, tanto más huye de sí mismo. Ya en todas partes al hombre no se le exige pensamiento o sólo los más primarios, se extingue el sentido de la vida, se vuelve más mecánico y el hombre regresiona a un estado de primitividad animalesca. ¿Un control sobre las invenciones podría ser la solución? ¿Bajo qué criterios de pensamiento habrá que ejercer dicho control?

Pero si el hombre natural no es esclavo del pensar calculador que dio origen a la era maquinal, es así por haber seguido el camino de la naturaleza, la physis. Justamente lo mismo sostiene Heidegger para quien es incorrecto diferenciar el ser y el mundo físico, es más, piensa que la filosofía occidental se descaminó por haber seguido la senda del logos y no la de la physis (el ser). La opinión de Heidegger va contra la de Reinhardt, Riezler, Schwalb, Woodbury y Mourelatos, para quienes la physis es el mundo físico, sujeto a multiplicidad, movimiento y cambio, mientras que el ser es inmóvil, verdadero, eterno, necesario y universal. La postura de Heidegger está más cerca a la de Heráclito, para quien la physis o naturaleza es la esencia o el ser, o sea no se trata del mundo físico, pero de sus oposiciones da cuenta el logos, que no se vuelca nunca adecuadamente en el lenguaje. Todo esto no significa que Parménides en su famoso discurso sobre el ser conciba a éste como una dialéctica del puro pensar, por el contrario, el ser designa una realidad inmaterial que incluye todo, incluso la realidad material. Entonces, si hace falta un nuevo modo de pensar, no calculador y que siga el camino de la naturaleza, cuál ha de ser éste.

Las ideas son el armazón de toda la realidad y la filosofía es la única guía verdadera de la vida. Por eso la filosofía no sólo se hace de palabra sino también de obra. Fueron los estoicos los que abrieron la gran fisura entre pensamiento y vida, que se nota apreciablemente en Séneca, mientras que Sócrates, socráticos y cínicos deslumbraron por la unidad entre pensamiento y vida. Estos últimos fueron maestros consumados en el arte de dar expresión vital de modo insobornable a sus ideas y creencias. Lo mismo se da también en muchos filósofos medievales y modernos. A lo que voy es que el nuevo modo de pensar, para salir el atolladero en que nos hemos metido con la civilización técnica, requiere la unión de vida y doctrina. Si para superar la actual encrucijada se habla de la necesidad de la renuncia, austeridad, interioridad, no se trata de dejarlo escrito en el libro o decirlo simplemente en la cátedra, sino de desafiar el destino practicándolo en la vida. Hace falta un cambio profundo de nuestras propias costumbres para hacer efectivo el nuevo modo de pensar que se reclama. De poco sirve reconocer la importancia de los valores sin la necesaria práctica de las virtudes. En este crepúsculo de almas la voz de algunos hombres fieles a sus convicciones los hará marchar en línea recta al cadalso de la indiferencia, al verse al cabo solo, escarnecido y crucificado por la indolencia, pero lo que se haga con el ejemplo vivo sobrevivirá como protesta viril que fecundará en la hora de la justicia.

El nuevo intelectual no se puede contentar siendo un poste indicador del nuevo camino, como pretendía Max Scheler, sino que debe predicar con el ejemplo, ser coherente entre su vida y sus ideas. En la vida psicopática que se vive hoy lo común es que se acepte la discordia entre ideas y estilo de vida, pero esta trasmutación deja al hombre a secas y sin profundidad. La dimensión ética es inesquivable, lo cual pone en primer término la importancia de la causa final. El nuevo modo de pensar se encuentra ante una physis que no está desprovista de finalidad, es decir, no está entregada al avatar sin propósito del determinismo causal, y aun cuando la ciencia demuestre que algún día el mundo físico ha de desaparecer, sin embargo, la physis no se agota en el mundo material, va más allá de lo fenoménico, haciendo cavilar que lo inmutable y permanente de la vida del ser no es mero destino ontológico, sino, también, ético en grado sumo, regenerador de la vida misma y vencimiento completo de la muerte. A esto Teilhard de Chardin llamó “cosmogénesis basada en la cristogénesis”.

La nueva forma de espiritualidad que requiere nuestro tiempo no demanda la renuncia a la naturaleza ni al mundo, sino, por el contrario, el reconocimiento de su importancia, sin lo cual es imposible asumir con energía la tarea de transformar el mundo en un mundo más humano, más consciente, más unido, más personal, más divinizado. Todo conduce a una filosofía de la acción que rompe el solipsismo vital, o sea, donde las ideas son el armazón de la realidad y brillan en la unidad de vida y doctrina.

Esta unidad de la idea y la vida nos lleva a preguntarnos sobre lo que significa pensar. Qué significa pensar es el título de un libro de Heidegger, donde puntualiza que: 1. El pensar no da ningún saber como el de las ciencias; 2. El pensar no produce ninguna sabiduría útil de la vida; 3. El pensar no resuelve ningún enigma del universo; 4. El pensar no presta ninguna fuerza inmediata para el obrar. Lo que tiene de cierto este juicio es que el pensar es distinto a la mentalidad de dominio, cálculo y posesión del mundo moderno, y lo que se encuentra de falso es que se desvincule por completo de la vida y el mundo.

Un pensar que renuncia a Dios y al mundo para ser el pastor del ser se queda en el paraíso anémico de la idea, suprimir el cielo y la tierra en vistas de estar iluminado por el ser lleva a renunciar a la trascendencia y la inmanencia, equivale a quedarse frente a la nada por más de que se interrogue “por qué es en general el ente y no más bien la nada”. Un pensar no objetivista, no calculador ni de dominio no tiene que ser necesariamente estéril para la vida y la acción, por el contrario, sirve de guía en el arte de la vida, por cuanto ésta no es verificable, cuantificable ni objetivable. Tener al ser puro como lo único importante va contra el ser mismo, puesto que su razón responde a un propósito ético y finalístico. Quien cambia a Dios y al mundo por el ser puro se petrifica porque, aun cuando nuestra facultad más elevada es la contemplación, el puritanismo del ser sólo ahonda el nihilismo que siente la indignidad de la existencia y pierde la fe en los valores supremos. Y según Nietzsche, justamente en esto consiste la esencia del nihilismo, pues todo lo que se ama carece de realidad y lo real no se puede amar. Entonces, es inevitable caer en el desprecio del mundo sensible, como sentir asco del espíritu. La salida trágica es el suicidio.

Hoy vivimos el nihilismo en la embriaguez de la música, el trágico goce en la ruina de lo noble, el trabajo sin objeto, el arte por el arte, el conocimiento puro, el ser puro, el tonto fanatismo, el placer por lo insignificante y la idolatría del sexo, poder y dinero. El culto del deseo, la idolización de sí mismo, el mal gusto, lo extravagante, lo mórbido y monstruoso está bien representado en la popular estrella pop Lady Gaga. La peripecia completa es una marcha segura hacia la muerte, el suicidio colectivo, el triunfo de la cultura necrófila. “Más te vale no haber nacido”, reza el Evangelio. Esta nostalgia de petrificación oscuridad, inmovilidad y muerte está presente en la terrible voluntad del hombre fáustico de la civilización técnica. Su paideia es una adhesión incondicional a lo irracional, antihumano y antinatural.

Con los ojos atónitos del espectador estupefacto el hombre de hoy se revuelca en el vendaval de su propia locura. A esto nos ha conducido el hado inflexible de un pensar calculador, dominador y posesivo. Ha llegado la hora de impulsar desde sus premisas un nuevo pensar, no objetivante pero unido al mundo, profundamente moral, capaz de cauterizar las profundas llagas abiertas por el disolvente nihilismo satisfecho.

Lima, Salamanca 10 de setiembre 2012.
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