Leoncio Bueno
Leoncio Bueno o la poesía como hazaña de la libertad

Por Juan Carlos Lázaro
Fuente: Librosperuanos.com

André Breton, el célebre surrealista francés, solía decir a sus amigos que la primera obra de un artista ha de ser él mismo. El caso de Leoncio Bueno, en el Perú, responde a ese apotegma de muy singular manera. El poeta ha ejercido también de agricultor, obrero, organizador sindical, militante revolucionario, periodista y actor de cine. Tan variada actividad, sin embargo, no ha sido una amalgama de oficios sobrellevados sin brújula ni línea de orientación. Si bien en su ejercicio ha habido mucho de aventura y azar, su norte siempre fue la solidaridad con los hombres –en el sentido ecuménico de la expresión– y la defensa irrestricta y sin concesiones de su libertad y la de los otros. Su poesía, de otro lado, ha sido la épica de su espíritu.

Leoncio Bueno, que nació en 1920 en una hacienda del valle de Chicama, en la costa norte del Perú, pertenece a la generación literaria peruana de los años 50. A decir del escritor Miguel Gutiérrez, fue ésta una generación escindida entre las exigencias del compromiso social y la evasión existencialista, crisis que se expresó de manera más dramática en el ámbito de la literatura. El ensayo de Gutiérrez olvidó sin embargo profundizar en el caso de Leoncio Bueno, un autor autodidacto, sin formación académica, pero que progresivamente fue hallando la síntesis entre la práctica revolucionaria y el ejercicio poético sin concesiones, delimitando cada vez con más claridad cada campo y las respectivas leyes que las rigen, en busca de lo que debe ser su gran punto de convergencia: la libertad social y espiritual del hombre.

Su adolescencia y primera juventud como agricultor en el valle de Chicama, donde en tiempos muy remotos se desarrolló la admirable cultura Moche, vinculó a Leoncio Bueno con viejos militantes anarquistas que hacían de peones en sus algodonales y cañaverales. Los anarquistas o socialistas libertarios, a diferencia de los revolucionarios marxistas, no transigen con ninguna fórmula política que cercene la libertad del hombre ante el Estado, ni siquiera con la llamada “dictadura del proletariado”. Esta fue la primera lección de vida que aprendió el futuro poeta que recién a los 12 años empezó a leer y a escribir. Hizo este aprendizaje por su propia cuenta. Desde entonces los libros fueron para él una necesidad tan vital como el pan.

Su comprensión de los problemas sociales de su época, en cuyo marco aparecen dictaduras fascistas, trabajadores manuales sobreexplotados, concubinato entre ambiciosos oligarcas y militares gorilas, y dirigentes populares y estudiantiles perseguidos, encarcelados y asesinados, lo llevó primero a la militancia en las filas de la Federación Juvenil Aprista (FAJ) y luego en el Partido Comunista. En esta última organización, de rígidos lineamientos estalinistas, pronto advirtió, con la ayuda de otros disidentes, las incoherencias entre la proclama y la práctica de sus dirigentes, así como su tarea de manipulación y falsificación de los acontecimientos políticos mundiales. “Son una banda de mafiosos”, dijo de ellos alguna vez. No obstante, no se desencantó de la política revolucionaria y persistió en la lucha desde los sindicatos de obreros textiles de Lima.

La década de los años 40 del siglo XX abortó los más oscuros episodios políticos para la humanidad. La amenaza fascista desde Italia y Alemania desembocó en la Segunda Guerra Mundial, de cuyos escombros de 70 millones de muertos emergieron como nuevas potencias los Estados Unidos y la Unión Soviética. El fascismo fue derrotado en Europa, pero en su reemplazo se impuso en la mitad del mundo el totalitarismo estalinista con sus gulags y sus hospitales psiquiátricos para los disidentes, y la usurpación burocrática del poder conquistado por la clase trabajadora. Solo pequeñas facciones de revolucionarios se atrevían a desafiar tanto al poder del capitalismo como a las burocracias partidarias afiliadas al comunismo soviético, lucha que siempre concluía con su derrota como aquellos alpinistas que intentan escalar una montaña y a cada paso caen sobre ellos aludes de piedra y nieve. Uno de estos luchadores idealistas era André Breton, el poeta surrealista francés, quien contribuyó con el exilado revolucionario ruso León Trotsky en la fundación de un nuevo partido internacional para los trabajadores.

En esos años, en el Perú, la disidencia en el ámbito de la izquierda la ejerció con admirable coraje el dirigente del gremio textil Félix Zevallos Quesada, por lo cual fue expulsado del PC, y quien convenció a Leoncio Bueno a dar el mismo paso. Pero estaban solos, demasiado solos, bregando contra la corriente. Averiguando aquí y allá, tuvieron noticias de un importante personaje de la cultura peruana vinculado al movimiento trotskista internacional por su conexión amical y poética con los surrealistas de otros países. Ese personaje –adusto, silencioso, distante– era el respetado poeta Emilio Adolfo Wesphalen, entonces de 33 años de edad, amigo de César Moro, con quien años antes había tramado y ejecutado en Lima más de una acto de provocación surrealista. Venciendo la  inhibición que les imponía tan importante personaje, los dos obreros buscaron a Wesphalen y le expusieron sus propósitos. Y así nació, en el año 1944, con la guía y la docencia de Wesphalen, el Grupo Obrero Marxista, la primera organización peruana de la izquierda disidente (o trotskista), a la que también se sumó otro poeta surrealista peruano –Rafael Méndez Dorich– y un intelectual boliviano exilado –Tristán Maroff.

Leoncio Bueno había empezado a publicar poesía en las revistas promovidas por algunos intelectuales vinculados al Partido Comunista, quienes celebraban en él su verso de exaltada denuncia de la explotación contra los trabajadores del campo y la ciudad. Tiempo después participó en la fundación del Grupo Intelectual 1° de Mayo que postulaba una “cultura proletaria”. En 1957 publicó sus primeros cuadernos literarios (Prólogo del alba y Nacimiento del canto) que había escrito en la isla penal del Frontón donde estuvo preso durante cuatro años por conspirar contra la dictadura del general Odría. En prisión también escribió los poemas de su primer libro, Al pie del yunque, el cual no vería la luz hasta 1966. Pero junto con la prisión y la fundación del Grupo Intelectual 1° de Mayo, entre los episodios más importantes de su vida en ese periodo figura su activa participación al frente de miles de familias sin vivienda, las que un día de 1958 decidieron invadir inmensos terrenos eriazos al norte de la metrópoli capitalina donde fundaron el poblado de las Pampas de Comas. En los años siguientes se intensificaron esas movilizaciones de migrantes del ande hacia la costa, en especial hacia Lima, a la cual transformaron radicalmente, generando así la más trascendente revolución de la vida social peruana del siglo XX, a decir del notable historiador Jorge Basadre.

En este periodo, a la vez, la evolución poética de Leoncio Bueno registra el distanciamiento de la poesía de agit prop, subordinada a los objetivos de la propaganda política, para jugar y experimentar con las ricas posibilidades de la imaginación y el lenguaje, sin dejar de lado su honda emoción social. Esta experiencia lo lleva a separarse del Grupo 1° de Mayo. El resultado será Invasión poderosa, libro que publicará en 1970 y que revela sus experimentos poéticos con el coloquialismo y la oralidad popular, una manera de sustraer a Eliot de los salones newyorkinos para llevarlo a las barriadas más miserables de Lima. Coincidentemente, los poetas más jóvenes de esta etapa, particularmente los de Hora Zero y otros como Manuel Morales, empezaban a transitar el mismo camino enarbolando banderas de ruptura respecto a la tradición poética peruana anterior a ellos.

Después de un intenso trajinar, Leoncio Bueno había hallado su propia voz. Revolución y poesía se manifestaban en él como el ejercicio irrestricto de la libertad. Había luchado  contra las dictaduras y las oligarquías, lo mismo que contra las burocracias de los partidos comunistas que traficaban con las aspiraciones de los trabajadores. Y por esto también entendió que las libertades políticas y civiles del hombre serían incompletas y engañosas sin la libertad del espíritu. Trotsky, Breton y los surrealistas habían sido su guía. Todo lo había aprendido por sí mismo, duramente, “al pie del yunque” como suele  decir, pero con meridiana claridad obtenida mediante el estudio fuera de las aulas, la observación de los acontecimientos sociales sin anteojeras dogmáticas, y por su activa participación en las luchas políticas y populares. A partir de 1970 se dedicó intensamente al periodismo sin dejar de lado su obra poética. Cuando el gobierno nacionalista del general Velasco empezó a contradecirse de su propia prédica, ordenó detener y deportar a Leoncio Bueno por sus críticas y denuncias. El cineasta alemán Werner Herzog lo tuvo en su plana de actores, al lado de Klaus Kinski, Mike Jagger y Claudia Cardinale, en Fizcarraldo, filmada en la Amazonía peruana. En 1987, en vísperas de la caída del infame Muro de Berlín, decidió conocer el Viejo Mundo y emprendió una gira por Europa.

Éste es, en breves y rápidas líneas, Leoncio Bueno. Hoy tiene 93 años y, con sorprendente vitalidad, mantiene intactas sus facultades para soñar y escribir. En un ajuste de cuentas consigo mismo, ha reivindicado sus primeras banderas de socialista libertario. Aunque tardíamente, como todo en el Perú, empieza a surgir el reconocimiento a su trayectoria y a su obra. Pero consideramos que ningún homenaje que se le dedique tendría frutos ni enseñanzas si no se entiende esta dimensión central de su vida: la de un poeta en quien la poesía y la aspiración revolucionaria encarnaron como una hazaña de la libertad. (JCL).

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