Rosina Valcárcel
Contradanza, el universo lírico de Rosina Valcárcel

Por Tania Temoche
Fuente: Diario16, Lima 30/06/13

Rosina Valcárcel acaba de publicar su último poemario, “Contradanza” (Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima, 2013). Es una obra consagrada en la existencia y memoria de la autora, habitada por amigos y familiares con sus sueños y contradicciones en cada historia hilada. La danza y la sonoridad de cada párrafo la convierten en un universo lírico, apasionado y desgarrador al mismo tiempo. La poeta reconquista el pasado y lo libera a través de sus revelaciones en cada poema, alimentados de recuerdos, entre alegrías y penas, pero fundamentalmente con esperanza. “Contradanza” es un libro abierto, de lugares y tiempo, de dibujos y formas, acompasados por buen ritmo, como esta pieza dibujada en Tango 2, que reza a la letra “(…) soy una lechuza animada/ mis ojos están rotos y mi corazón vacío/ soy una piedra imantada y el tango me pone en fa/ y en la calle oscura del arrabal danza la tierra cubierta de hombres y dragones volátiles”. El poemario está organizado temáticamente en seis partes y cuenta con 53 poemas intensos que lo trasladará, estimado(a) lector(a), a evocaciones y viajes inesperados.

-¿Cuál es el sentido poético de “Contradanza”?
Es muy difícil responder. Quizás haya tenido la intención de poetizar las vivencias y experiencias interiores y exteriores de las últimas décadas. Aunque hay poemas como “En busca de sus ojos”, que fue escrito en 1964. Pero principalmente han sido escritos en los últimos años. Creo que hay un sentido poético más profundo, intenso y trascendente, en relación a los sentidos de mis anteriores poemarios. La poesía, a veces, es una suerte de revelación de los sentimientos, que considero que son interiores y personales, pero que el lector o lectora reconoce como verdaderos (parafraseando al gran italiano Salvatore Quasimodo).

-En el orden temático empiezas con la familia. ¿Por qué?
En principio el poemario nace y fluye solo, se va armando de a pocos, en el camino lo vas armando temáticamente por afinidad. El significado de la familia tiene mucho peso como autora, como persona, como hija, hermana, esposa, porque signa, deja huellas a lo largo del camino de la vida.

-La figura paterna se impone en el orden.
No fui consciente de ello. Pero ahora advierto que hay un ajuste de cuentas, una suerte de ofrenda, de homenaje, de diálogo, el que estaba inconcluso. Tener por padre a un revolucionario, a un poeta de la talla de Gustavo Valcárcel, no fue fácil, así como es tan difícil tener como paradigma poético a César Vallejo. Son sombras que aplastan, aunque nos elevan con su belleza.

-¿El nombre de tu padre, el poeta Gustavo Valcárcel, ha significado un peso para ti?
 (Eleva su mirada) Ah, ha sido un peso infinito. Él obtuvo el premio Juegos Florales de San Marcos en 1947, año en que nací; y ganó el Premio Nacional de Poesía, creo que el mismo año. Viajó a diversas partes del mundo invitado en su calidad de escritor o periodista y fue laureado en algunos países de Europa del este. Todo ello nos enorgullecía de un lado, pero era una carga simbólica que llevamos en la espalda durante años. A mí me ha costado procesar y superar este fenómeno un tiempo extenso. Recién, no hace mucho, puedo sentirme liberada de esa figura avasalladora, y hoy estoy satisfecha de ser hija de Gustavo.

-En el poemario hay varias dedicatorias a tus amigos vivos y ya muertos algunos de ellos, pero hay uno en especial que llama la atención, y es el inspirado en el vate Juan Ramírez Ruiz…
A Juan lo conocí como fundador de Hora Zero, junto a Jorge Pimentel y a Enrique Verástegui. Juan era el más callado, hosco, huraño y distante. Sin embargo, le fui tomando afecto lentamente. En 1984 hubo una experiencia vinculada a un concurso de poesía internacional, auspiciada por España y por algunos escritores peruanos. Juan quedó entre los finalistas. Pero, como hubo un cambio en el gobierno español, no llegaron los pasajes completos y solo viajaron Chacho Martínez y un narrador. Hecho que fue totalmente injusto y algo arbitrario, pero se me escapó de las manos. Juan creyó que yo lo había marginado deliberadamente, hecho absurdo, insólito e injustificado. Siempre admiré la gran poesía de Juan. En años posteriores nos amistamos y pudimos compartir veladas, brindis y pláticas fecundas. Fui testigo de su orfandad, desgarramiento y soledad. Pero él poco hacía para salir de esa situación. Se le invitaba infinidad de veces y él tenía un pretexto para no llegar al almuerzo o a la cena. Mi compañero, el pintor Carlos Ostolaza, y Juan tuvieron una amistad a prueba de balas, un vínculo auténtico, fuerte, transparente. Carlos lloró como un niño cuando se verificó la partida de nuestro apreciado poeta Juan. A partir de ello, una tarde me inspiré y esbocé el poema al que tú aludes y que está siendo recibido de modo intenso por los lectores.

-En el libro también están presentes los nombres de tus parejas, ¿es así como te liberas del pasado?
De un lado me libro de los matices oscuros, de otro tengo presentes los colores magenta de cada pareja. Como un faro sobre un río, como una flor bajo la luna, como una piedra bajo el sol. En el poema “Añoranza en la tarde calma”, dedicado a Leonidas Vélez, hablo de mi primer amor, y digo: “Alzo los ojos y descubro los astros / Doblo mi cuello y evoco mi hogar”. Hay nostalgia honda de esa primera relación que no podría olvidar; amén de nuestra hija Odette y nuestra nieta Luana. El texto “Tu piel cobriza me hizo leve”, dedicado a Luis Roca, expresa las vivencias compartidas entre Lucho y yo, al calor de los libros, la pasión y la militancia revolucionaria. En el poema “A la sombra del árbol de la Acacia” aparece Víctor Carranza, con quien compartimos experiencias político-culturales, la revista Kachkaniraqmi y la alegría de Milena, nuestra hija. En los poemas “1885” y “Actor griego” está presente Carlos Ostolaza, el artista plástico, mi actual pareja, mi cómplice, mi compañero.

AL FIN DEL MUNDO

Palidece mi ventana
Fue Dios acaso
O eres tú, Aramis, quien enturbia
El mar y la rosa
Los brazos cruzados
La multitud que crece
Los años legendarios
Ay, cuándo volverán los padres
Pueden haberse ido al fin del mundo
(Rosina Valcárcel)
 

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