Mario Vargas Llosa
“La civilización de nuestro tiempo es muy frívola” “La civilización de nuestro tiempo es muy frívola”

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 20/05/09
http://peru21.pe/impresa/noticia/civilizacion-nuestro-tiempo-muy-frivola/2009-05-20/246968

Además de nuestro mejor novelista, Mario Vargas Llosa es un intelectual riguroso y coherente y, por ello, es respetado mundialmente. Acaba de publicarse una reunión de sus artículos, desde los años 60 hasta el presente, en los que seguimos los cambios en sus ideas respecto a la política, a Latinoamérica, a la cultura y a otros temas. Sables y utopías está en librerías.


"Esta selección de artículos fue hecha por un escritor colombiano, Carlos Granés, que trabajó con completa libertad. No los he corregido –excepto alguna errata– y tampoco he cambiado ninguna idea. Son textos escritos a lo largo de muchos años en los que hay opiniones muy diversas, por supuesto, pero me pareció que era mejor presentar todo tal como fue escrito para mostrar una evolución, un cambio de opiniones políticas, literarias, etc. Es una especie de autobiografía que se ha armado sola y que ha sido editada por Granés", explica acerca de Sables y utopías, libro que reúne artículos suyos desde los años 60.

¿Por qué la necesidad de reunir en un solo volumen su pensamiento sobre América Latina?
No fue una idea mía. Yo había pensado hacer una recopilación –las he hecho antes–, pero esta fue una sugerencia de mi editor. Y yo propuse que lo hiciera alguien con otra perspectiva, para lo cual pensé en Carlos Granés, porque él escribió una tesis en la Universidad de Madrid sobre mis ensayos. Me interesó mucho porque era una tesis muy personal y creativa.

Acaba de fallecer Mario Benedetti. Usted lo conocía y también polemizaron.
Fuimos muy amigos. Lo conocí en los 60. Le tuve siempre afecto y admiración, aunque discrepé profundamente con él por razones políticas. No solo me pareció siempre un buen escritor sino un intelectual honesto, un hombre siempre coherente entre sus convicciones y su conducta, a diferencia de otras personas, sobre todo en el campo intelectual, que usaron mucho sus convicciones para medrar.

Usted escribió un artículo llamado 'El intelectual barato’. ¿Cree que esa es una costumbre latinoamericana?
Él no fue un intelectual barato. Y eso se da en todas partes, pero creo que más en América Latina por la pequeñez del mundo intelectual, donde existe la sensación de que, si un escritor o intelectual tiene éxito, cierra la puerta a los demás. Eso no es cierto. En Francia o en Inglaterra hay debate intelectual por supuesto y, también, pequeñeces humanas, como en todas partes, pero nunca se alcanza esa mezquindad de los países pequeñitos, que envenena el mundo intelectual, aunque también el mundo artístico y toda profesión.

¿En qué medida su evolución ideológica afectó sus novelas?
No lo puedo saber. No tengo suficiente distancia. Creo que ha habido una constante en mí: cuando he querido defender determinadas ideas o valores políticos o culturales, he escrito artículos, ensayos o he dado entrevistas. Cuando he escrito cosas creativas –novela, cuento, teatro–, no diré que he prescindido de mis convicciones, pero he buscado desarrollarlas menos subordinadas a la actualidad. Creo que la literatura, el arte en general, dependiente de la actualidad es efímero y, muchas veces, fracasado. La labor creativa debe tocar experiencias más permanentes que trasciendan lo puramente político, que es lo más actual que existe y, por lo mismo, lo más efímero.

En los años 60 estaba obsesionado por la novela total; en los 70 encontró el humor pero, últimamente, sus novelas muestran personajes que persiguen la utopía, como Gauguin o Flora Tristán, así como la que está escribiendo ahora, sobre Roger Casement, este independentista irlandés.
Creo que la búsqueda de la novela total está siempre ahí, en todo escritor, consciente o inconscientemente. A diferencia de un género como la poesía, que es el ideal de perfección, que puede ser condensado en un texto muy breve, la novela que ocurre en el tiempo lo empuja a uno hacia la totalidad; aunque, por supuesto, ninguna novela la alcanza. Pero, además, ese ideal se ajusta a una temática. Hay historias que requieren de un formato más pequeño; por ejemplo, Travesuras de la niña mala. En cambio, la novela sobre Flora Tristán y Gauguin (El paraíso en la otra esquina) o la de Trujillo (La fiesta del Chivo) están más dentro de las que escribí en los años 60, que buscan más visiblemente esa totalidad. Quizá también es el caso de la novela que estoy escribiendo ahora.

Su interés literario apunta ahora a utopías personales que, quizá, fracasan...
Pero el intento crea una grandeza siempre. Claro que es el caso de Flora Tristán o de Gauguin, que quisieron alcanzar lo inalcanzable: la sociedad perfecta o un mundo de pura belleza. Pero al buscar lo inalcanzable se alcanzan, a veces, niveles de heroísmo que, creo, son los grandes mitos modernos que tiene la humanidad. Es un tema que me fascinó desde que comencé a escribir, pero es verdad que, quizá, en los últimos años aparece más visiblemente en lo que escribo.

Usted abordó la violencia política en Historia de Mayta. Recientemente, la guerra contra el terrorismo es tema de muchos escritores peruanos. ¿Piensa abordarlo?
Ya no me atrevo a hacer este tipo de pronósticos. De repente te encuentras con un tema tan estimulante que te empuja a hacer algo que nunca pensaste hacer. Tengo muchos proyectos –espero tener tiempo de realizarlos todos– y siempre estoy abierto a lo sorpresivo. Es tan bonito encontrar de pronto algo que te estimula mucho. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo. Nunca hubiera pensado escribir algo sobre Casement, un personaje vinculado al independentismo de Irlanda, al Congo y, sin embargo, me encontré con él y, poco a poco, me fui embarcando. Eso demuestra que uno no elige sus temas con toda serenidad. En cierta forma, los temas lo eligen a uno. De pronto, un tema tiene que ver con cosas íntimas que te remueven. No parece que fuera un acto completamente racional. Es como enamorarse.

Como escritor, ha 'canibalizado’ su vida. Hay un texto en el que dice que, de alguna manera, vive para luego contarlo. Las experiencias que inspiraron La ciudad y los perros sucedieron 10 años antes de que la escribiera, lo mismo con La tía Julia y el escribidor. ¿Hay alguna distancia literaria?
Es verdad que en todos esos casos he usado mucho mi experiencia personal. Pero en otros ha sido muy indirecta: lo de Roger (Casement) lo conocí a través de lecturas y, luego, hice investigaciones; aunque he vivido la dictadura como todo latinoamericano, no he vivido una como la de Trujillo. Creo que todos los novelistas usan su experiencia, su memoria, como materia prima para la imaginación. Pero también creo que la memoria solo puede ser un punto de partida porque, si uno no tiene libertad para manipular el recuerdo con entera libertad, transformándolo en algo distinto, entonces no hace literatura; hace un documento muy personal, íntimo, que puede tener interés como documento, pero que no es una obra de creación. La literatura consiste en crear un mundo independiente del creador, capaz de parecer autosuficiente, de romper completamente ese cordón umbilical con quien lo creó.

Usted renovó el panorama con sus técnicas en la escritura. ¿Cree que ya está todo dicho en cuanto a técnicas, que hemos caído en un letargo?
No. Nunca está todo dicho porque, si no, la literatura moriría. Y eso no puede ocurrir porque la literatura tiene que ver con la vida, y la vida evoluciona, cambia, dentro de una cierta permanencia, pero con circunstancias que cambian extraordinariamente. Lo que hay hoy en día es, quizá, menos pirotecnia. La técnica es menos visible. Pero creo que, desde siempre, mientras más eficaz es la técnica, más invisible, a no ser que sea eso lo que quieras contar. Pero, normalmente, lo que quieres contar en una novela es una historia. Y esa historia es mejor contada mientras menos visible sea la técnica que la sustenta. Me parece que es Borges quien lo dice: cuando uno es joven, piensa que una cierta oscuridad es garantía de profundidad y de complejidad; luego, cuando vas creciendo, vas descubriendo que lo más difícil de alcanzar y el mejor logro es la claridad. Ortega y Gasset decía que la claridad era la cortesía del filósofo. Yo creo que también es la cortesía del novelista.

Usted habla con cierto pesar de que los novelistas de ahora no tienen las ambiciones de antes...
Eso creo que es verdad, y creo que responde a la cultura de nuestro tiempo. La civilización de nuestro tiempo busca fundamentalmente el entretenimiento y la diversión. Es muy frívola. Es lógico que tenga tanto éxito una literatura leve, amena, ligera, a veces brillante, pero una que no busca complicar la existencia a nadie ni dar dolores de cabeza sino divertir. Hay magníficos escritores light. Pero creo que esa es una presión que la civilización de nuestro tiempo ejerce sobre la literatura y la cultura. Hay excepciones, y creo que son las más interesantes.

Hace poco se publicó en Arkinka una conferencia suya, La civilización del espectáculo. Su pensamiento es liberal, pero al hablar de arte le disgustaba que, por ejemplo, se pagaran precios exorbitantes por obras que consideraba de poca calidad.
Que haya elecciones libres es fundamental, pero eso no significa que las decisiones tomadas sean acertadas. Los pueblos se equivocan y eligen muchas veces lo peor. Y ocurre lo mismo con los lectores. ¡Hombre, hace poco acabo de rendir un homenaje a Corín Tellado! No porque me gustaran sus novelas –que nunca leí ninguna porque estoy seguro de que no hubiera pasado de la primera página– sino porque me sorprendía que mucha gente que nunca hubiera leído nada leyera sus libros. Desde luego, preferiría que leyeran a los grandes escritores en lugar de a ella. Pero un género en el que esto ha llegado a la absurdidad total es la plástica. Ahí, la posibilidad del embauque es infinita porque no hay valores reconocibles; todo puede ser bueno y todo puede ser malo, depende exclusivamente del mercado.

Lo que paga el mercado del arte es lo que alguien está dispuesto a pagar. Eso es libre mercado...
Sí, eso está bien. Pero eso no presupone nada sobre la calidad. Hay un valor de mercado de las obras de arte y uno intrínseco, estético. El divorcio en el caso del arte es el más grande que ha conocido la historia. En los momentos ideales, ambos valores se han fundido. En el siglo XIX, ¿cuáles eran los escritores más vendidos? Los mejores. En América Latina se pudo decir lo mismo en cierto momento, nunca se leyó tanto una obra maestra como Cien años de soledad. Y eso se acabó.

Usted escribió sobre su descubrimiento de Frida Kahlo. Cuando existían consensos sobre el buen arte, Frida era considerada una mala pintora.
Sí. No lo era. Y fue una gran falla. Pero ella tampoco tenía ningún interés en ser reconocida. Ella era una gran artista, pero de aquellas que se inmolaban. Hay escritores que eran así, como Kafka. No le interesaba ser reconocido, ni siquiera publicar. Siempre ha ocurrido, pero nunca a los niveles de nuestro tiempo, y creo que tiene que ver con la naturaleza de la civilización en que vivimos.

Hablemos de las viudas. Se acaba de editar un libro con textos inéditos de Cortázar. ¿Qué opina?
Hay viudas y viudas –y, también, viudos y viudos–. No he leído el libro de Cortázar, pero no tengo duda de que esa edición es absolutamente respetable porque la ha hecho Aurora Bernárdez, una mujer extraordinaria. Es una de las mujeres más inteligentes que he conocido y una de las lectoras más lúcidas. Yo siempre creí que Aurora había decidido no escribir porque quería que en esa pareja hubiera un solo escritor. Pero, cuando oía conversar a Julio Cortázar y a Aurora, era difícil decir quién era más inteligente, quién decía cosas más brillantes, quién había leído más y quién había leído mejor. Para mí, es uno de los espectáculos de inteligencia que más me ha sorprendido en la vida. Tanto que yo bromeaba alguna vez diciendo que ellos ensayaban antes sus conversaciones. Esa selección estoy seguro que está hecha con rigor y respeto, desde luego, por Cortázar y por la literatura. Hay viudas o viudos que explotan de una manera ya innoble publicando cosas que el autor jamás hubiera permitido que se publicaran. A mí me parece una inmoralidad publicar algo que no contribuye a la imagen del escritor sino que, más bien, la empobrece. Eso es criticable. Pero que se publiquen inéditos, si son interesantes, en buena hora.

¿Qué ha dispuesto usted en su caso?
Espero no dejar inéditos. Se publicarán cartas mías, pero he sido tan mal corresponsal… es el único género que no he cultivado (ríe). De manera que nunca verán muchas para publicar. Además, la mayor parte de mis cartas la escriben las secretarias.

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