Mario Vargas Llosa
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Fuente: Expreso, Lima 06/09/09
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La obra “Conversación en La Catedral” cumple cuarenta años de haber sido publicada y mantiene viva su importancia literaria y política.

Mario Vargas Llosa, leyenda viva de las letras hispanas, celebra por motivos literarios y lamenta, en términos políticos, la vigencia de su obra “Conversación en La Catedral”: un devastador análisis político y social de las dictaduras militares publicado hace cuarenta años.

Su mirada de entonces, con treinta y tres años, estaba ya empapada de desesperanza, pero tras cuatro décadas en las que ha alcanzado nuevas prácticas literarias, ha experimentado las amarguras de la vida política e incluso ha probado suerte como actor, se resiste a afiliarse al pesimismo. “No escribiría sobre política si pensara que no hay solución”, proclama el autor de “La ciudad y los perros”.

“Por más que la vida sea sufrimiento, fracaso, frustración, también es creación, enfrentarse a circunstancias difíciles y vencerlas. La literatura es justamente eso: una de las muchas maneras que hemos inventado los seres humanos para hacer frente al infortunio y superarlo”, explica el escritor arequipeño en una entrevista con una agencia española.

Purgando experiencias
Vargas Llosa, no en vano, purgó muchas experiencias personales con “Conversación en La Catedral”, ambientada en Perú durante la dictadura militar de Manuel A. Odría. El hilo conductor, víctima colateral y espectador impasible de los horrores, es una especie de su alter ego Santiago Zavala, “Zavalita”, quien pregunta en un inicio: “¿en qué momento se jodió el Perú?”.

Ambos –autor y personaje– quedan marcados por su entorno y comparten la universidad limeña de San Marcos y la profesión periodística en una época que “para un joven que empezaba la vida adulta, que descubría una sensibilidad de tipo social resultaba bastante traumática”, reconoce el escritor, que en 1993 consiguió la nacionalidad española.

Además, Vargas Llosa combina el fresco histórico con el análisis humano para retratar “cómo la corrupción y la violencia que estaban en el centro de la vida política tenían unos efectos profundamente perturbadores en actividades aparentemente nada políticas: las relaciones familiares, por ejemplo, la vida profesional de las personas”.

Dejar pasar el tiempo
El autor de “La casa verde” tuvo que dejar pasar el tiempo para poder abordar esta época de su vida, que escribió desde París, Lima, Estados Unidos y, finalmente, Puerto Rico con una complejidad estilística bajo la influencia de su admiración por Faulkner y Dos Passos.

“Fue bueno que yo intentara escribir esa novela no mientras vivía aquellas experiencias que fueron su materia prima, sino cuando ya tuviera una distancia, una perspectiva con todo eso y una visión con un contexto más amplio”, asegura para luego admitir que “lo que uno quiere más, lo que más trabajo le cuesta y que más dolores de cabeza le da” se refleja en “Conversación en La Catedral” que desde entonces es su hija predilecta en toda su trayectoria como novelista.

“De las novelas que yo escribí en esos años es la que menos éxito tuvo al aparecer. Sin embargo poco a poco ha ido abriéndose camino, nunca ha dejado de estar viva, siempre se ha reeditado. Creo que al final ha resultado uno de mis libros más traducidos a otras lenguas”, recalca lamentando que el tema central de su obra siga vigente y la corrupción aún sea “un fenómeno que por desgracia se reproduce, una problemática que no termina nunca de desaparecer”.

Autor que no se aísla
Ahora, el escritor sigue hurgando heridas históricas: “No me gusta la idea del escritor que se aísla completamente del mundo y que vive solo entre los fantasmas literarios. La literatura ha sido siempre una manera no de apartarse, sino de hundirse más en la vida, en la historia que se va haciendo”.

Desde hace dos años, Vargas Llosa está sumergido en la escritura de “El sueño del celta”, título provisional para una próxima novela inspirada en la vida de Roger Casement, cónsul británico en el Congo a principios del siglo XX y amigo de Joseph Conrad, que denunció “las atrocidades que se cometían en las plantaciones caucheras”.

Además, sigue su carrera como incipiente actor, infatigable columnista, comentarista político y habitual de las representaciones de ópera en el Teatro Real de Madrid. “Hay que hacer todo lo posible para llegar vivo hasta el final y no petrificarse. Eso es lo peor que puede ocurrirle a un escritor”, concluye.

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