Marcela Robles
“En la poesía yo me quito la piel, pues ella es lo más profundo” “En la poesía yo me quito la piel, pues ella es lo más profundo”

Por Gonzalo Pajares Cruzado
Fuente: Peru21, Lima 01/01/11
http://peru21.pe/impresa/noticia/poesia-yo-me-quito-piel-pues-ella-lo-mas-profundo/2011-01-01/293557

Es inteligente. Es bella. Es poeta, dramaturga y periodista. Es madre, hermana, hija. Su padre fue Armando Robles Godoy; su abuelo, Daniel Alomía Robles. Marcela Robles respondió con encanto nuestras preguntas torpes y nerviosas.

Fue importante crecer en la selva, con la fuerza de la naturaleza, con esos follajes y olores tan intensos”, me dice Marcela Robles, grandísima mujer y poeta, que le dio a este escriba sus mejores lecciones de periodismo (y de afecto). Acaba de publicar el poemario Hotel Planeta (Mesa Redonda).

¿Cómo era tu vida en la selva?
Teníamos que cruzar el río Tulumayo a nado y caminábamos tres kilómetros con el barro hasta las rodillas para llegar a nuestra chacra. Allí fui a la escuela, donde estudiábamos al lado de las vacas porque la escuelita era al aire libre y solo tenía techo (risas).

Y de ese escenario pasó a la Universidad de Texas, en Austin…
Los primeros meses fui completamente miserable. Como no podía estudiar, trabajé en bares y restaurantes –donde me metían la mano- para ayudar a mi exmarido. Mis compañeros de trabajo no creían que podía estudiar en un lugar de tanto prestigio. Cuando empecé a estudiar fui completamente feliz y me adapté al ritmo de esa universidad fantástica. Eran los años 60, donde las chicas se quitaban el sostén y se vivía una algarabía extraordinaria.

¿Te quitabas el sostén?
Por supuesto. Por mi marido, que era muy conservador, no me convertí en una hippie allí –pero sí en Lima-, y él veía con una cara muy larga lo que yo hacía (ríe). Se fumaba mucha hierba, había amor libre pero yo fui una esposa fiel. Aunque nadie me cree, soy fiel cuando me enamoro. Claro, también sé que no estamos destinados a la monogamia.

¿Te has enamorado mucho?
Me enamoro cada cinco minutos. He sido bendecida por el amor. Algunos amigos me dicen que busco romance más que amor. El romance es maravilloso, una cosa esplendorosa que te pone en un estado de gracia. Y soy una desvergonzada porque muestro sin vergüenza mis sentimientos, mis emociones, mi estado de ánimo.

Me gusta tu voz…
Marco Aurelio Denegri dice que es ‘coital’, y esto sucede porque soy una mujer muy sexy. Otro amigo dice que mi voz es ‘alcobera’.

El amor te pone en estado de gracia, ¿en qué estado te pone la poesía?
La poesía es un estado de gracia. La poesía tiene mucho de melancolía, de dolor y de introspección; el enamoramiento, de euforia. El amor es congregante; la poesía, intimista.

¿Cómo te hiciste poeta?
Buscando poemas de amor. Tenía 12 o 13 años. Empecé con Todo el amor, de Pablo Neruda. Yo quería saberlo todo pero no sobre la poesía sino sobre el amor. Y allí surgió la necesidad de escribir, pues me enamoré de la palabra.

¿Cómo escribes?
El primer verso viene solo: en momentos y lugares insólitos. Entonces, tomo lo que tengo a la mano –un block, un ticket de combi– y lo escribo. Luego aparece la urgencia de pasar el verso a la computadora y, más tarde, la transpiración y la manía de la corrección: lo único que sobrevive es el verso inicial.

Tu poesía es física…
Y metafísica. Empezó como la poesía del cuerpo –me han metido de contrabando a la generación del 80, por eso me siento una ‘desgenerada’ (risas)–, pero he trascendido el cuerpo y hoy mi poesía es metafísica. Esto significa un trabajo más intenso, cuidadoso y mucho más respetuoso. El amor y la poesía son capaces de llegar hasta el fondo. La poesía es un acto de desnudamiento, si no me mostrara tal cual soy –y tal cual siento– me traicionaría a mí misma. En la poesía me quito la piel, pues, como decía Valéry, lo más profundo es la piel.

¿Y el teatro?
Fue una urgencia desenfrenada. Yo no estaba preparada para escribir en ese lenguaje, ni siquiera era una lectora de teatro. Soy una lectora tardía. Llegué tarde pero a tiempo (risas). Por ejemplo, descubrí a Sylvia Plath después de los 30 años. Lo mismo me pasó con César Moro, la ‘madre’ de las poetas del 80. Uno de los mejores cumplidos que he recibido me lo dio Toño Cisneros, quien dijo que lo bueno que tenía era que no me parecía a nadie. En un escritor, esto es una virtud. ¿Cómo me iba a parecer a alguien si no había leído a nadie? (risas). Yo soy la prueba viviente de que se puede ser poeta sin ser lector.

Y eres periodista…
Es mi gran pasión, soy una masoquista (risas). Mi maestra, Blanca Varela, la mejor poeta peruana, decía que la poesía era una forma de estar en el mundo. Yo veo la vida en poesía, lo que me permite tener una visión un poco más cercana de la belleza. El periodismo, en cambio, me da la visión de la realidad que necesito para no vivir en las nubes. Además, mi formación multidisciplinaria –cine, teatro, periodismo, literatura– me permite tener una visión abarcadora de la existencia.

Muere tu padre y aparece Hotel Planeta
Terminé Hotel Planeta antes de su muerte. Mi padre leyó el primer borrador y le gustó mucho, me dijo que era lo mejor que había escrito. El libro ha sido un trabajo cuerpo a cuerpo con la palabra y con el oficio de ser poeta: aquí no era entregarse a la intuición y deslizarse por el tobogán de la poesía, sino era una cuestión de ponerme seria y de entender el valor que, para mí, tiene ser poeta, el respeto por la palabra.
 

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