Osmar Gonzales Alvarado
Leonidas Yerovi y la coyuntura política de 1912: El “Fenómeno Billinghurst” Leonidas Yerovi y la coyuntura política de 1912: El “Fenómeno Billinghurst”

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Lima, agosto 2009

El “fenómeno Billinghurst”(1) conmocionó a la sociedad oligárquica de principios del siglo XX y aguzó los sentidos de los observadores, especialmente de los periodistas que encarnaban una renovación profunda de la prensa nacional. Terminaba el primer gobierno de Augusto B. Leguía en 1912 y se debían realizar elecciones para definir al sucesor. Si bien Leguía había llegado al poder en representación del Partido Civil, hacia el final de su mandato ya se había distanciado de él, especialmente por el escaso apoyo que recibió de su agrupación política luego del intento de golpe de Estado protagonizado el 25 de mayo de 1909 por los pierolistas. No obstante, no se vislumbraba en el horizonte político un recambio por fuera del “pacto oligárquico”, aquel formado básicamente por demócratas y civilistas. En tal sentido, se daba por descontado que la candidatura de Ántero Aspíllaga triunfaría en los nuevos comicios.(2) No había contrincante alguno inscrito para las elecciones de 1912. Don Ántero realizaba feliz un viaje en solitario hacia la presidencia de la República. Solo podía haber un pequeño obstáculo, el poco entusiasmo de Leguía por dejar el poder en manos de un miembro de su ex partido. Pero era un problema fácilmente superable, pues, a pesar de todo, la legalidad oligárquica funcionaba y se respetaba. Aun así, el ambiente político adquirió un tono desacostumbrado que a los ojos de los analistas de su tiempo no pasó desapercibido. Uno de ellos fue Leonidas Yerovi.

Leonidas Yerovi, breves datos biográficos

Yerovi era un limeño de pura cepa, nació en 1881, y además de periodista era poeta y dramaturgo. Desde muy joven ingresó al periodismo, profesión en la que destacó nítidamente y dejó un estilo festivo, que sería seguido por los periodistas de las nuevas generaciones. Fue redactor de revistas como Actualidades y Variedades. En 1905 fundó una publicación periódica de humor que se convertiría paradigmática: Monos y Monadas, que llegaría hasta 1910, en la que los textos estaban acompañados de las excelentes caricaturas de Julio Málaga Grenet. Monos y Monadas constituyó toda una renovación en el mundo de las publicaciones periódicas, especialmente por su mezcla de literatura, humor e imágenes.(3)

Yerovi fue uno de los redactores principales del diario La Prensa. Cuando se fundó, La Prensa era vocero del Partido Demócrata, de Nicolás de Piérola, pero luego fue adquirido Augusto Durand, ex pierolista, y líder del Partido Liberal. Este diario se convertiría en un factor central en el triunfo de Billinghurst, especialmente por medio de los editoriales de su director, Alberto Ulloa(4). En la plana de La Prensa figuraban destacados pierolistas (como el propio Yerovi, Luis Fernán Cisneros(5), José María de la Jara y Ureta(6), el entonces muy joven José Carlos Mariátegui, entre otros) que no ocultaban su admiración por el arrastre de masas del caudillo y respetaban el aura romántica que lo cubría por ser el jefe victorioso de las montoneras que derrotó al militarismo encarnado en el general Andrés Avelino Cáceres en 1895. Para 1912 la figura de Piérola, el Califa, ya estaba menguando, y surgía la de quien fue su vicepresidente entre 1896-1899, Guillermo E. Billinghrust, quien no lo sucedió en el poder porque el propio Piérola se lo impidió; desde entonces se incubó una rivalidad no solo política sino también personal. Billinghrust, como Durand, fueron parte de los montoneros que acompañaron a Piérola en las jornadas de 1895, y estas viejas complicidades reverdecieron en 1912. El inédito fenómeno que representó Piérola obligó a distintos posicionamientos por parte de los analistas. Ulloa expresaba la línea oficial de La Prensa de apoyo al político sureño, por su parte, Abraham Valdelomar no solo apoyó a Billinghurst de una manera intelectual, sino que llegó a ser su jefe de campaña(7), José Carlos Mariátegui observaba con distancia al fenómeno billinghurista, y hasta con cierta reprobación,(8) y Leonidas Yerovi mantenía un juicio sereno que ofrecía a sus lectores un seguimiento informado de la coyuntura, a veces con picardía, pero siempre honesto, de los hechos. A pesar del carácter de su literatura festiva no era un desinteresado de la lucha política. Y su seguimiento puntilloso de los acontecimientos demuestra agudeza de observador. Desde su columna de corte político “Burla burlando”, del diario La Crónica (fundada el 7 de abril de 1912, y dirigido por Clemente Palma y teniendo como jefe de redacción a José Gálvez), fue informando a sus lectores de los hechos que irían, en pocos meses, a ocasionar un fuerte remezón en la pax oligárquica.

El proceso político. Billinghurst desde la mirada de Yerovi

Tempranamente, ya en abril de 1912, Yerovi avizoraba los conflictos entre las élites políticas.(9) Y constataba los remilgos de Leguía por convocar a las elecciones presidenciales. Señalaba que el proceso electoral avanzaba lento, y sugiere que quizás esa lentitud se deba a la indicación del propio Leguía, que —informa, chismea— recibe constantemente a Billinghurst. Agrega, incluso, algo que sería una realidad meses más tarde, que muy posiblemente la elección del nuevo presidente recaiga en el Congreso. Recordemos que todavía para entonces Billinghurst no se había propuesto como aspirante a la banda presidencial. No obstante, la perspicacia de Yerovi, y seguramente por la información que le proporcionaban sus influyentes confidentes, ya vaticinaba el desenlace. Con su ironía característica, y haciendo honor a su columna, se burlaba de los nervios del candidato único ante lo que ya presagiaba como una coyuntura política nada común. Y agregaba: “Ni el señor Billinghurst siquiera…”(10). Pero al mismo tiempo, Yerovi da noticia del regreso de un personaje que tendría un papel principal posteriormente, el general Óscar R. Benavides, quien fue recibido con gran fanfarria, desfile y en olor de multitudes.(11)
Mientras tanto, la rutina electoral seguía su curso. El también civilista, el filósofo Alejandro Deustua, presidente de la Junta Electoral Nacional, inicia la conformación de las juntas de registro. Todo el aparato electoral se iba formando para sancionar el triunfo de su candidato: “Si después de todo eso el candidato señor Aspíllaga no llega a obtener el número de votos necesarios para ser ungido presidente, culpa sería del candidato por somnolencia o economía”(12), comentaba con mordacidad Yerovi.

Antes de las elecciones presidenciales estaban previstas las municipales. El ambiente político ya se mostraba enrarecido, especialmente porque en las elecciones realizadas en el Callao se detectó un fraude evidente a favor del candidato oficial. No obstante, para Yerovi, ello no era nada frente a lo que se esperaba sucediera en las elecciones en Lima, es más, consideraba que, en comparación con las de la capital, las del Callao podían ser vistas como limpias. Al menos hay una certeza, según Yerovi, respecto del proceso electoral: “Lo único que sabemos es que no serán legales, nos conformamos con ello”(13). Posteriormente, insistiría en el carácter fraudulento de las elecciones, y recuerda que para evitar ello, justamente, es que había surgido la “revolución pierolista”. Finalmente, se lamentaba que no hubiera “protestas ciudadanas, protestas civiles de la mesa burlada”(14). Pronto, Yerovi espectaría una inusitada movilización popular y ciudadana.

Volviendo a las elecciones presidenciales, Yerovi puntualiza la paradoja: que hasta el momento solo había una candidatura, la de Aspíllaga, pero que a pesar de ello la gente ya hablaba de dos. Incluso, señala, ya se está trabajando a favor de Billinghurst, y más aún, auguran su triunfo. Finalmente, desliza una filosa pregunta: “¿por invitación de quién?”(15). La sombra de Leguía siempre está presente en el análisis de Yerovi.

En una famosa entrevista realizada por José Gálvez para el diario La Crónica, el 4 de mayo de 1912, Billinghurst señaló que estaría dispuesto a aceptar ser candidato a la presidencia si el pueblo así se lo pedía. Ante ello, Yerovi continúa reflexionando en el papel que le podría caber al Congreso en tal circunstancia aclamando a Billinghurst y haciéndole “un feo” a Aspíllaga. Y detrás del candidato sureño siempre está presente Leguía. Ya percibe Yerovi que el proceso le iba a resultar muy difícil a Aspíllaga: “Todo su camino, ese caminito a la presidencia que parecía tan llano, tan recto, tan suave y limpio, se le ha llenado de pronto de sombras y tropiezos…”(16). En todos estos tanteos Leguía aparece maniobrando bajo las sombras, incluso surge el rumor de un tercer candidato, Melitón Porras, como triquiñuela de Leguía, que todavía no decide por quién inclinará su preferencia.(17)

La incertidumbre moviliza a las fuerzas políticas que celebran una reunión. Luego de ella, Piérola declara que no apoyaría a ninguno de los dos personajes, ni a Aspíllaga ni a Billinghurst. Algo extraño su zanjamiento, pues oficialmente solo seguía habiendo un candidato. Más allá de lo formal, era evidente que Billinghurst ya había logrado obtener una presencia en el proceso electoral. Incluso, se sostenía que escogería al general Pedro Muñiz como vicepresidente para poder captar el voto de los constitucionalistas de Cáceres. Por su parte, los liberales quieren que sea José Balta (del Partido Liberal), como los civil-independientes. Había aparecido entonces el cabildeo por las vicepresidencias, negociación que sería trascendental para la definición de la coyuntura. ¡Qué importantes eran las vicepresidencias en ese tiempo!(18)

Guillermo Billinghurst Billinghurst continúa con su campaña y en un Manifiesto que hace público rechaza las elecciones en proceso por carecer de legalidad, y afirma que aspira en la imparcialidad del Congreso para decidir el nuevo presidente. Yerovi se muestra incrédulo, considera que los congresistas se sienten más comprometidos con Aspíllaga(19). En este ambiente continúa la incertidumbre: “¿Quién el candidato? ¿El señor Billinghurst? ¿El señor Aspíllaga?”(20).

El movimiento a favor de Billinghurst va pasando de las negociaciones palaciegas a las calles. Se forman los clubes billinghuristas que van organizando lo que anuncian será una gran movilización popular, histórica, de apoyo a su candidato. Yerovi acota: “Pero una manifestación sonada”(21). La exterioridad de Billinghurst con respecto a los partidos ya formados genera desconfianza, al mismo tiempo que se constituye un elemento que es utilizado por sus adversarios para restar legitimidad a su candidatura. Yerovi da cuenta de la inquietud de Aspíllaga haciéndole decir: “…la cuestión es muy sencilla: Yo soy un político de partido formado, el señor Billinghurst es un político de partido en gestación”(22). La secretaría de propaganda del Partido Civil también había publicado una carta en el mismo sentido el 6 de mayo. Con el lenguaje actual, podríamos decir que Billinghurst era visto entonces como un outsider.

La manifestación estaba prevista para el domingo 19 de mayo en la Alameda de los Descalzos. Su objetivo era muy claro y contundente: pedir al presidente la nulidad del proceso electoral. Las movilizaciones previas a las elecciones del 25 no eran tranquilas, pues constantemente se efectuaban disparos al aire para demostrar su fuerza(23). Yerovi observa que el control policial, interesadamente, no va a ser tan estricto como cuando se trataba de una huelga, paro o protesta porque el gobierno tenía muy clara su idea: “dejar cancha libre a los contendores”(24), para que se maten entre ellos.

A medida que se acercaba el día de las elecciones —25 de mayo—, se hacían más intensos los preparativos para la movilización billinghurista. El mitin amenazaba ser importante, y ya generaba enfrentamientos entre los candidatos. Para el día de los comicios: “… en la calle de Beytia [casa de Aspíllaga] se regalará un revólver a quien quiera ir a votar a favor de la causa, y en la calle de Gallinazos [casa de Billinghurst] se pagarán cinco libras por cada urna, cada mesa que se lleve, arrancadas de las plazuelas electorales. Como se ve, la lucha es seria y prometedora”(25). No obstante, los enfrentamientos previstos a las elecciones del 25 no llegaron a los extremos de violencia anunciados, la sangre no llegó al río: “Como quiera que sea, la defraudación a los cronistas ha sido grande. Ni tiros, ni muertos, ni cosa que lo valga. Habrá que esperar al 25 para que se cumplan todas los fatales pronósticos que hemos venido propalando hasta ahora…”(26). La sonrisa de Yerovi presente, incluso en los momentos más álgidos de la lucha política. Y vuelve a insinuar que Leguía está pensando quedarse en el poder.(27)

Yerovi comenta luego el paro general que se avecina para impedir las elecciones: “… en cuanto se ve rodeado de doce mil de personas ya no quiere esperar plazos ni términos, pretende hacer su voluntad a sangre y fuego, y comienza por soliviantar a las masas trabajadoras para frustrar por la violencia las elecciones(28). ¡Cuatro días de paro! Se decía que Billinghurst pagaría a los trabajadores: 160 mil soles para compensar los días que no recibirían sus salarios(29). Todos estos prolegómenos hacían que Yerovi, el mismo día 25 de mayo, vislumbrara una jornada belicosa: “El ambiente es de pólvora. El horizonte está rojizo”(30). “De tiempo en tiempo el cuerpo pide una zambra política como la profetizada para hoy, y es justo y es humano gozar ampliamente con la zambra. Hay que bullir, chillar un poco, constatar que todavía gritamos bastante fuerte para que nos oiga todo el mundo, y que podamos manotear las calles y aporrearnos si se ofrece en defensa de nuestros derechos cívicos”(31). La demostración de fuerza fue de tal magnitud que el proceso fue efectivamente anulado. Las 20 mil personas que salieron a la manifestación bautizaron a su líder como “pan grande”, como una forma de poner en evidencia su identificación con las necesidades populares. Al día siguiente, el cronista se quejaría con una decepción por supuesto fingida, pues no hubo sino media docena de muertos, por gusto tanta expectativa y precaución(32). La consecuencia política brota inmediatamente de la pluma de Yerovi: “El aspillaguismo está virtualmente enterrado y el señor Billinghrust baila solo, victoriosamente, sobre sus impalpables restos”(33).

A pesar de la victoria del momento, Yerovi tiene la suficiente perspicacia para mirar más lejos y avizorar las consecuencias futuras. Está bien, las masas que acompañaron a Billinghurst alcanzaron su objetivo, pero ¿después qué?: “pero una vez conseguido esto la nulidad del proceso electoral, ¿seguirán acompañando al señor Billinghrust?”(34). La historia posterior nos indica que en el momento que Billinghurst fue desterrado, en un movimiento encabezado por los hermanos Javier, Jorge y Manuel Prado y el general Benavides, las multitudes no salieron a apoyar al presidente que habían ayudado a imponer(35). La pregunta de Yerovi adquiría entonces toda su relevancia.

Con cierta desesperación, Aspíllaga hizo correr una circular que no tuvo mayor efecto político, mientras tanto, “…Billinghurst no pierde el tiempo. Tan pronto cita a sesión de Comité Ejecutivo a los presidentes de sus clubes como visita al presidente, o telegrafía a provincias mandando instrucciones, a la vez que en la noche funciona con los señores de la tripartita…”(36). Definido así el escenario político, le tocaba al Congreso, que debería reunirse en julio, resolver la sucesión presidencial. Se esperaba con ansias el desenlace definitivo. Por si acaso, las huestes billinghuristas se mantenían en guardia. Yerovi así lo hace saber: “…corren rumores según los cuales a los primeros indicios que dé el Congreso de frustrar la voluntad de los veinte mil, soplarán vientos de fronda y habrá otra exhibición de éstos. Pero exhibición frente a las puertas del Congreso y con el general Varela a la cabeza”(37). El día 8 de junio se realizó una gran asamblea universitaria con los estudiantes cusqueños Víctor G. Guevara y Luis E. Valcárcel, además de Carlos Concha (presidente del Centro Universitario) y Valdelomar, quien fundaría el Centro Universitario Billinghurista.

Mientras tanto, Leguía continuaba el balancín, atendiendo a uno, recibiendo al otro: “El señor Leguía es el hombre del término medio y de las situaciones puerilmente misteriosas. Nada claro, nada a la luz del día, como si los ciudadanos no tuvieran derecho a enterarse de la marcha de todos, cada uno de los asuntos nacionales, por nimios y de distinto orden que sean…”(38). Por su parte, Billinghurst está dormido; hay que despertarlo. “No dice oxte mi moxte”(39). Yerovi, como buen pierolista, mantiene su desconfianza en Leguía y se pone a recaudo por su habilidad para engatusar a sus rivales políticos. Por ello, estos caminan en puntillas y a tientas. El propio Billinghurst corre peligro de sus artes: “El señor Leguía, que a tantos otros personajes se ha metido en el bolsillo, podría decir en justicia que al señor Billinghurst también si se le ocurre…”(40). En medio de esta algazara, el papel de la junta electoral ha pasado a un segundo plano. Yerovi lo recuerda y se pregunta por el señor Deustua, ¿qué está haciendo?(41) Por su parte, Valdelomar, el 29 de junio, en el Teatro Municipal del Callao, da su conferencia “El Congreso y el pueblo”.

El 14 de julio, en un Manifiesto, Piérola, que no quiere que su ex vicepresidente sea designado como primer mandatario, pide la realización de nuevas elecciones, pues está en contra de la salida congresal. Yerovi llama la atención sobre el hecho que Billinghurst había pedido lo mismo en su Manifiesto(42), pero ahora las fichas ocupan diferentes lugares en el tablero político. Piérola ya no es el encantador de multitudes que lo llevó victorioso a la revolución de 1895, su lugar de líder masivo lo ocupa ahora Billinghurst. Nadie toma en serio el pedido del Califa, solo se tiene en mente que Billinghurst sea designado presidente.

La sucesión presidencial. El conflicto legal y político

En su último mensaje presidencial, el 28 de julio de 1912, Leguía abordó —como no podía ser de otro modo— el problema central de esos días: la sucesión presidencial, y para ello ordenó revisar lo realizado por el Jurado Electoral Nacional(43). Hay que señalar que por su parte los aspillaguistas no se habían quedado inermes. Si bien estaban en una posición francamente debilitada, echaron mano a las armas que le quedaban, como remitir al Congreso actas de 1000 votos para su candidato, así como pedidos de nulidad del proceso electoral. Entonces tenemos un escenario político en el que unos —los billinghuristas— exigían la designación por parte del Congreso del nuevo presidente, y otros —los aspillaguistas— presionaban por nuevas elecciones haciendo constar que también tenían un número importante de seguidores. El enfrentamiento obligaba a una definición sin mayores postergaciones. Por esta razón, si Leguía pensó alguna vez prolongar la resolución del conflicto para permanecer más tiempo en el poder, tuvo que desistir. La salida institucional ya no estaba en manos del presidente, sino del Congreso, el cual debía optar entre: 1) anular las elecciones (y designar al nuevo presidente), o 2) convocar a nuevas elecciones, antes del 24 de septiembre, día de la transferencia presidencial. En este panorama, el país ingresó al mes de agosto, en medio de una evidente agitación política e incertidumbre. Agosto sería el mes de las definiciones.

El 1 de agosto ya corría el rumor acerca de la renuncia del gabinete presidido por Agustín Ganoza. Incluso se especulaba que su reemplazo sería Germán Leguía y Martínez (uno delosministros más cercanos a Leguía). La crisis fue rápidamente superada, pues al día siguiente se informó que Ganoza y sus ministros seguirían en sus puestos. Pero el mismo 1 de agosto los presidentes de los clubes billinghuristas, convocados por el Comité Popular, se reunían en la casa política de Santa Teresa a las 9 pm, para organizar un nuevo paro. Las presiones políticas estaban a la orden del día. El día 2 a las 9 pm en el Teatro Pathé (ubicado en la Plaza de San Juan de Dios) se realizó una actividad presidida por Valdelomar. En ella, el estudiante universitario Adrián Cáceres dictó la conferencia “La elección presidencial”, mientras que J.A. Castañeda habló en nombre del Comité Popular. Simultáneamente, en las calles las huestes billinghuristas realizaban desfiles con vivas y disparos, mientras que en Palacio de Gobierno se producía una nueva entrevista entre Leguía y Billinghurst. Por su parte, Aspillaga, llamado el “candidato de la imposición”, seguía en su táctica de presionar al Congreso sin tomar en cuenta la demostración de fuerzas del billinghurismo. Nuevamente, entonces, se producen enfrentamientos violentos entre ambos bandos.

El choque ocurrió el día 4 de agosto cuando los demócratas se retiraban del hotel Maury después de una comida realizada en homenaje al diputado David Samanez Ocampo, a quien acompañaron a la puerta de su casa. Luego se dirigieron a la Plaza de Armas, con Carlos e Isaías Piérola a la cabeza, dando vivas por su líder. En ese momento aparecieron los billinghuristas, quienes también vivaron a su representante para luego intercambiar insultos y provocaciones. Para cuando llegaron a la calle Arzobispo, los billinghuristas ya contaban con más de 100 militantes. El enfrentamiento físico fue inevitable, y ocurrió al frente de la casa del representante demócrata, Alejandro Arenas. Los demócratas tuvieron que sortear el ataque con armas de fuego incluso, de lo cual resultaron varios heridos. Los Piérola tuvieron que refugiarse en la casa de Arenas.

Hacia la segunda semana de agosto se iniciaron las negociaciones y se elevó al pleno del Congreso los dictámenes de la Comisión de Computo. El día 5 se produjo una reunión de parlamentarios de ambas cámaras para nombrar los integrantes de la Comisión y evaluar las elecciones de mayo. La composición fue un hecho que concitó gran interés público. No hubo mayoría ni consenso, por el contrario, los votos fueron divididos y no se pudo conformar la Comisión. Al día siguiente Leguía volvió a reunirse con Billinghurst, mientras que Guillermo Rey del Partido Unión Cívica lo hizo con Piérola. En la nueva elección congresal se definió la Comisión: Augusto Ríos, Víctor Revilla, Antonio Flórez, Hildebrando Fuentes, Clemente Revilla y José Barreda. Los debates empezaron el día 7 para decidir si procedía la anulación de las elecciones o la elección del nuevo presidente. Por su parte, Billinghurst y Augusto Durand se reunían con miembros de la mayoría de la Comisión, mientras deliberaban los miembros del Comité Mixto de los partidos aliados (el Civil independiente o “bloquista”, una facción del Constitucional, el Liberal y los billinghuristas). La tensión por la incertidumbre del resultado se manifestaba en las calles, la policía hacía gran despliegue de fuerza, incluso detuvo a la famosa “María la cantinera”, montonera de los tiempos de Piérola. Como señaló un testigo de la época: Lima parecía como si “estuviera en estado de sitio”.

El entrampe en el Congreso continuaba. El día 8, en su sesión matinal, la Comisión de Cómputo seguía sin llegar a un acuerdo. Mayoría y minoría continuaban sin alcanzar un consenso. El tema se volvía más apremiante, pues el plazo legal para presentar el informe se vencía el día siguiente, es decir, el 9 de agosto. Los cabildeos continuaban en las alturas. Se realizó una nueva entrevista entre Leguía y Billinghurst para discutir acerca de un bando que prohibía reuniones políticas. La reunión no impidió que dicho bando fuera sancionado y publicado.

Leguía seguía buscando sacar el mayor provecho posible a la coyuntura. Si bien estaba de acuerdo con la salida congresal presionaba a Billinghurst para designar al vicepresidente. Proponía a un leal suyo, como era Germán Leguía y Martínez o, en su defecto, a su propio hermano, Roberto. El otro vicepresidente sería Miguel Echenique. Esto generó reacciones. Para tener mayores márgenes de negociación, Leguía ya había convencido a César Canevaro, del Partido Constitucional, para que renunciara a sus expectativas. Esta puja puso en tensión las relaciones entre Leguía y Billinghurst. Entonces flotaba en el ambiente qué sucedería si este no se conforma con la solución final. Una salida que empezó a circular fue la de Manuel V. Villarán, quien proponía un gobierno provisorio que convocara a nuevas elecciones. La votación fue 30 a favor y 10 en contra; no se contaba con mayoría en el Parlamento. La situación se fue haciendo cada vez más tensa, todo el país estaba en vilo. Yerovi insinúa que parece que Leguía tenía intenciones de traicionar a Billinghurst, y advierte: Billinghurst es muy rencoroso, cuidado(44).

El día 10 de agosto se realizó una importante reunión de 40 diputados en la casa del presidente Leguía. El papel de su hermano Roberto fue decisivo para que aceptaran la fórmula Billinghurst, Roberto Leguía y Miguel Echenique. Pero faltaba la decisión en el Congreso. Todavía no estaba dicha la última palabra. El domingo 11, es decir, al día siguiente, los parlamentarios se dirigen a la casa de Billinghurst para comunicarle lo acordado. A dicha reunión también asistió Durand quien aseguró su apoyo a Billinghurst, pero no necesariamente a las vicepresidencias. El Partido Constitucional también manifestó su apoyo.

El billinghurismo era conciente que su fuerza estaba en las calles, eso ya había quedado demostrado en las jornadas de mayo. Organizaron entonces dos manifestaciones para hacer explícito el apoyo a su líder. Una, compuesta por 500 obreros, y otra por centenares de mujeres, acudieron a la casa de Gallinazos para expresarle su apoyo decidido. Era un mensaje para Leguía y el Congreso. Nunca antes como en esta coyuntura se hizo evidente la fuerza de la multitud.

Billinghurst presidente

Por su parte, los aspillaguistas y sus aliados no aceptaban la solución que ya corría por las calles. Los hermanos Prado, dueños del diario La Crónica, decían que Billinghurst es el candidato oficial producto de su “Congreso de siervos”. Desde entonces ya incubaban su rechazo a Billinghurst, que culminaría en el golpe de Estado que ellos concibieron y ejecutaron en febrero de 1914.

El dictamen congresal ya había excedido con creces los plazos legales establecidos, expresión de lo duras que eran las negociaciones. El martes 13 la Comisión presentó dos dictámenes, uno de mayoría y otro de minoría. El dictamen en mayoría (12 de agosto) fue firmado por Augusto Ríos, Antonio Flórez y Víctor Revilla; el de minoría (14 de agosto) por Hildebrando Fuentes y Clemente Revilla.

Ante el retroceso de la Comisión, el miércoles 14 se realiza otra entrevista entre Leguía y Billinghurst. Ocurren entonces nuevas manifestaciones de fuerza. En la madrugada del 15 de agosto La Crónica fue saboteada. Por su parte, los senadores gobiernistas se reunieron a las 3 y 45 de a tarde y decidieron apoyar la designación de Billinghurst (42 votos contra 19). Simultáneamente, los clubes billinghuristas en su local de Santa Teresa invitaban a sus seguidores a una reunión popular para el viernes 16 a las 5 pm en la Plaza de la Inquisición. Se trataba de un nuevo acto con el objetivo de presionar al Congreso para que resuelva definitivamente el impasse. Frente la designación vicepresidencial de Roberto Leguía, Yerovi dice —con ironía, por supuesto— que no lo cree, “después de tanta barahunda ¿integrarse así?” “¿Cómo entregarse a él, con pactos y sin pactos?”(45).

El viernes 16 se realizó una nueva reunión del Congreso. A las 8 pm los billinghuristas protagonizan un numeroso desfile. El lunes 19, en la tarde, en el debate, Mariano H. Cornejo —quien después sería consejero principal del presidente Billinghurst—(46) sostenía su voto a favor de que el Congreso debía decidir. Con argumentos en contra, se presentaba Manuel Vicente Villarán. El resultado fue que con 132 votos a favor y 30 en contra se decidió que el Congreso elegiría al presidente. El cabildeo fue difícil y tenso, especialmente porque no se quería a Roberto Leguía en la vicepresidencia. Yerovi lo decía en su columna: es el día en que se va a elegir a Billinghurst, que en setiembre asumirá el cargo. Ahora, continúa, hay que ver “entre tanto, si pasan en las cámaras todos los proyectos del señor Leguía con el apoyo del flamante billinghurismo parlamentario”(47), de lo contrario sería ingratitud. 19-8-12 Nuestro cronista no es muy creyente de la firmeza de la alianza Leguía-Billinghurst.

Final y efectivamente, Billinghurst fue elegido con 130 votos de los 160 congresistas. El sábado en la mañana se reunieron los 50 presidentes de los clubes billinghuristas para confeccionar el programa de honor a Billinghurst. El escrutinio tuvo la siguiente composición: Billinghurst: 130 votos; Aspillaga 4 votos; en blanco: 2 votos. Luego de la decisión congresal, una comitiva, presidida por el parlamentario Benjamín la Torre, fue a la casa de Billinghurst para informarle de la decisión adoptada y a felicitarlo. En las calles, las manifestaciones de celebración de los clubes billinghuristas fueron inmediatas. El desfile cívico popular congregó a 20 mil personas. En él, Valdelomar pronunció un discurso; luego le tocó su turno a Billinghurst.

Si bien el presidente del Congreso había proclamado a Billinghurst como presidente del Perú, la elección de los vicepresidentes había quedado pendiente, pues no se había alcanzado el número de votos requerido legalmente. El mismo 19 de agosto se había realizado una votación para primer vicepresidente con los siguientes resultados: Roberto Leguía 78 votos; para segundo vicepresidente: Fernando Seminario 66 votos; Miguel Echenique 47 votos. Por ello, se citó para el martes 20 a los representantes para realizar una nueva elección de los vicepresidentes. Luego de intensos cabildeos los resultados designaron como vicepresidentes a Roberto Leguía y Miguel Echenique. Los analistas de la época concluían que Leguía había salido ganador en esa coyuntura difícil.

A pocas semanas de asumir Billinghurst la presidencia, Yerovi vuelve su mirada hacia él, y con su tono usual escribe que el primer mandatario yace “tendido en un diván, despreocupado de todo, en actitud de siesta, saboreando un buen tabaco mientras hace la digestión de sus tiempos…”(48). Meses después, en abril de 1913, recuerda las promesas de Billinghurst, que había ofrecido en su campaña pan grande, trabajo al obrero nacional, pero está haciendo refacciones en Palacio, Ministerio de Justicia ¡y todos los operarios son japoneses!(49).
 


Notas:

1 Guillermo E. Billinghurst (1851-1915) fue empresario salitrero en Iquique, pero además fue un intelectual que publicó diversos trabajos, especialmente sobre el desarrollo de su región postulando la conformación de una burguesía nacional. Durante la Guerra del Pacífico defendió Lima durante la invasión chilena. Como político fue militante del Partido Demócrata y apoyó a Piérola en sus innumerables conatos insurreccionales, y lo acompañó en las montoneras de 1895. Durante el gobierno del Califa fue primer vicepresidente. Distanciado de Piérola porque este impidió que fuera presidente del Perú regresó a Iquique a sus labores empresariales y políticas. Volvió a Lima para ser elegido Alcalde de la ciudad en 1909-1910 y posteriormente, en 1912, presionó por la anulación de las elecciones presidenciales y la designación del Congreso del nuevo mandatario. Luego de solo 16 meses de gobierno, fue destituido por un golpe de Estado en febrero de 1914. Fue desterrado a Iquique y falleció en 1915, no sin antes publicar El Presidente Billinghurst a la Nación como descargo a todas las acusaciones que sus enemigos políticos, los civilistas, habían formulado en su contra.
2 Ántero Aspíllaga (1851-1915) era un personaje representativo de la oligarquía peruana, connotado hacendado norteño algodonero, y político. Fue Ministro de Hacienda durante el gobierno del general Andrés A. Cáceres, diputado por Chiclayo y senador por Lima en varias oportunidades. Jefe del Partido Civil durante varios años, también fue Alcalde de Lima en 1910, justamente después de la gestión de Billinghurst. Luego de perder las elecciones de 1912 postuló nuevamente en 1919 contra Leguía, y tampoco alcanzó su objetivo.
3 Yerovi también fue un preocupado de la defensa de los derechos de sus colegas, y participó en el llamado "Círculo de 1915", que agrupó solo a periodistas independientes, es decir, sin la participación de editores y propietarios de la prensa que veían el periodismo como fuente de ingresos económicos únicamente. Yerovi murió asesinado en 1917, cuando apenas tenía 36 años por los disparos que le descerrajó un celoso rival, con quien disputaba los amores de una artista de la época.
4 Alberto Ulloa y Cisneros (1862-1919) ejerció diferentes cargos en la diplomacia peruana entre 1894 y 1903. Como periodista dirigió el diario El Tiempo, de Durand, y luego de La Prensa, entre 1905 y 1915. Con él ingresó al periodismo un grupo brillante de jóvenes literatos y artistas (Yerovi, Cisneros, De la Jara, Valdelomar, entre otros) que renovaron la prensa nacional. Sus editoriales fueron decisivos en el triunfo de Billinghurst en 1912, los que fueron recopilados en su libro Reflexiones de un cualquiera, en 1943, publicado en Buenos Aires.
5 José María de la Jara y Ureta (1879-1932) fue periodista, abogado y político. Como periodista colaboró en publicaciones como La Revista Católica, El País, El Tiempo y La Prensa, diario en el que tenía su columna “Información política”. Hizo conocido el seudónimo de "Gil Guerra". También escribió una novela, El grano de arena. Fue miembro del Partido Demócrata y siempre apoyó a Piérola. En 1911 fue encarcelado por defender a José de la Riva Agüero, quien pedía la liberación de los pierolistas encarcelados luego de mayo de 1909.
6 Luis Fernán Cisneros (1863-1954), hijo del periodista, poeta y novelista, Luis Benjamín Cisneros. Fue jefe editorial de El Tiempo. Luego, en 1903, estuvo en el grupo que fundó La Prensa. En este diario tuvo a su cargo la columna “Ecos”, adquiriendo gran popularidad. Sus artículos, ingeniosos y de filo político, le valieron que en 1908 fuera recluido en la Penitenciaria. En 1921 sería desterrado por Leguía junto con Víctor Andrés Belaunde por su defensa de los derechos civiles. Con respecto a Billinghurst identificaba a este como un aerolito que caía del cielo y que hacía que la gente corra sin poder distinguir su procedencia.
7 Mayores detalles se pueden encontrar en las biografías sobre Valdelomar, como la de Luis Alberto Sánchez, Valdelomar o la belle époque (Fondo de Cultura Económica, México, 1969), o la de Manuel Miguel de Priego, Valdelomar, el conde plebeyo (Fondo editorial del Congreso del Perú, Lima, 2000). Solo menciono que durante el gobierno de Billinghurst fue director del diario oficial El Peruano y luego viajó como diplomático a Italia. Luego de su regreso al Perú, una vez derrocado Billinghurst, en 1914, iniciaría su colaboración en La Prensa en 1915.
8 Como señala Guillermo Rouillón: “Desde su mesa de trabajo, José Carlos, silencioso, pálido y enjuto, observa con indiferencia y ostensible desdén la actividad en torno a la candidatura de Billinghrust. La verdad es que aquél manteníase fiel a la causa pierolista, en la misma forma que lo hacían sus maestros de periodismo: Luís Fernán Cisneros, José María de la Jara y Ureta y Leonidas Yerovi”. “Repárese, por otra parte, que Mariátegui como periodista del diario La Prensa estaba obligado a dar preferencia a las noticias favorables a la candidatura de Billinghurst y disimular los desmanes de los adeptos de este personaje”. Guillermo Rouillón, La creación heroica de José Carlos Mariátegui. La Edad de Piedra (1894-1919), tomo I, Editado por Armida Picón Vda. de Rouillón e hijos, Lima, 2da. Edición, s/f, págs. 114-115).
9 Las referencias de los artículos de Yerovi los he tomado de Leonidas Yerovi. Obra Completa, tomo 2, Artículos periodísticos, Marcel Velásquez Castro y Juana Yerovi Douat, Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2006. (En adelante O.C.).
10 O.C., “Nubecillas de otoño”, 10 de abril de 1912, pág. 291
11 Óscar R. Benavides fue un defensor distinguido en la defensa del territorio frente a Colombia, en 1911. Producto de esta victoria fue promovido al rango de coronel. Ello explica su entusiasta recepción popular. Benavides volvía al Perú para hacerse cargo de la Comandancia General del Sur, la más importante entonces. Durante el gobierno de Billinghurst, en 1913, fue ascendido a Jefe de generales. Poco leal, pocos meses después complotaría contra el presidente y lo despojó del poder. Posteriormente, en 1933, asumiría la presidencia debido al asesinato del comandante Luis M. Sánchez Cerro, estableciendo una férrea dictadura de seis años de corte fascista.
12 O.C., “La quinta rueda”, 13 de abril de 1912, pág. 292
13 O.C., “Botón de muestra”, 17 de abril de 1912, pág. 294
14 O.C., “Llámele usted proceso…”, 28 de abril de 1912, pág. 299
15 O.C., “Suma y sigue”, 26 de abril de 1912, pág. 299
16 O.C., “Sobre un mismo tema”, 7 de mayo de 1912, pág. 302
17 O.C., “¡Lío, Bartolo, lío!”, 8 de mayo de 1912, pág. 303
18 O.C., “Noticias gordas”, 9 de mayo de 1912
19 O.C., “Opiniones sueltas”, 10 de mayo de 1912
20 O.C., “Galgos, podencos y una etcétera”, 14-5-1912, pág. 308
21 O.C., “Por el próximo domingo”, 15 de mayo de 1912, pág. 309
22 op. cit., pág. 310
23 O.C., “Reflexivamente”, 17 de mayo de 1912
24 O.C., “Vísperas políticas”, 18 de mayo de 1912, pág. 315
25 O.C., “Dividir para reinar”, 19 de mayo de 1912, pág. 315
26 O.C., “Alrededor de un cero”, 20 de mayo de 1912, pág. 316
27 O.C., “Comparando, midiendo comentando”, 22 de mayo de 1912
28 O.C., “Vísperas de mucho”, 23 de mayo de 1912, pág. 321
29 op. cit..,
30 O.C., “¡La vértiga!”, 25 de mayo de 1912, pág. 325
31 op. cit.
32 O.C., “La jornada de ayer”, 26 de mayo de 1912
33 O.C., “En santa calma”, 30 de mayo de 1912, pág. 327
34 O.C., “Compás de espera”, 1 de junio de 1912, pág. 328
35 op. cit.
36 O.C., “Temporada de invierno”, 6 de junio de 1912, pág. 330
37 O.C., “En espera”, 7 de junio de 1912, pág. 331
38 O.C., “La cuerda floja”, 14 de junio de 1912, pág. 332
39 O.C., “La losa de los sueños”, 25 de junio de 1912
40 O.C., “Calle arriba”, 27 de junio de 1912, pág. 335
41 O.C., “Los que llegan”, 29 de junio de 1912
42 O.C., “El vivo se cayó muerto”, 15 de julio de 1912
43 Para esta sección me ha sido muy útil el artículo de Humberto Leceta Gálvez, “Sucesión presidencial en 1912. La elección de Billinghurst por el Congreso”, Revista Histórica, Tomo XLI, Lima, 2002-2004. Evidentemente, este texto es mucho más relevante de lo que he podido extraer para el objetivo de mi artículo. Véase también Osmar Gonzales, El gobierno de Guillermo E. Billinghurst. Los orígenes del populismo en el Perú, 1912-1914, Ediciones Mundo Nuevo, Lima, 2005.
44 O.C., “Reacción … y gimnasia”, 10 de agosto de 1912
45 O.C., “Con Santo Tomás”, 15 de agosto de 1912, pág. 341
46 Paradójicamente, Cornejo, que en 1912 defendía los fueros del Congreso, hacia fines de 1913 aconsejaría a Billinghurst su clausura.
47 O.C., “Otros tiempos”, 19 de agosto de 1912, pág. 344
48 O.C., “El primer tercio de la lidia”, 5 de noviembre de 1912, pág. 346
49 O.C., “Ambientando…”, 19 de abril de 1913, pág. 351
 

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