Carlos Eduardo Arroyo Reyes
Entre el realismo chejoviano y el thriller<br>Una aproximación a Prosas Paganas, de Dante Castro Arrasco Entre el realismo chejoviano y el thriller
Una aproximación a Prosas Paganas, de Dante Castro Arrasco


Por Carlos Eduardo Arroyo Reyes
Fuente: Mälmo, Suecia, junio de 2005

En Prosas Paganas (Lima, Editorial San Marcos, 2004), Dante Castro Arrasco (Callao, 1959) reaparece como un autor que ha madurado notablemente no sólo en términos de competencia cuentística, particularmente en lo que se refiere a su habilidad para recrear artísticamente los diversos registros del habla popular, sino también en su capacidad para abordar exitosamente otros espacios que van más allá de los marcos de lo que comúnmente se conoce como lo real y que, en este caso, lindan con la narrativa de reconstrucción histórica, los terrenos de lo fantástico y hasta la parodia del thriller o cuento de terror.

Así, en su último libro de relatos, fiel a sus impulsos éticos y estéticos de siempre, Castro Arrasco incursiona de nuevo en los fueros del realismo y logra entregarnos tres cuentos de diferente factura: "Amador", un relato que se inspira en la gesta de la revolución nicaragüense y pretende ser un canto a la solidaridad de todos aquellos latinoamericanos que no vacilaron en tomar como suya la bandera de Sandino y combatieron con las armas en la mano a la "contra"; "Pepebotas", que comienza como una especie de denuncia de una de las tantas canalladas e injusticias que se cometieron en el interior del Perú con el pretexto de la lucha contra el "terrorismo", pero acaba como un cuento de humor negro cuando el malo de la película, un ganadero abusivo y matón que gustaba calzar botas de cowboy, descubre de improviso que los hombres que han llegado al pueblo no son miembros del Ejército Peruano, como él había creído, sino subversivos que se han vestido con los uniformes de unos soldados muertos; y "El Viejo", que es un relato descarnado, brutal y terrible sobre esos espacios de horror, violencia, depravación y envilecimiento de la condición humana que todavía siguen siendo las cárceles peruanas.

De estos cuentos, el más impactante es "El Viejo" ya que allí, a partir del drama de la violación de los presos débiles o que han caído en desgracia -que es un tópico infaltable en este tipo de historias carcelarias, incluyendo, naturalmente, la novela El Sexto (1961), de José María Arguedas, y la película Al sordo cielo, que tanta conmoción provocó en la década de 1970-, Castro Arrasco logra aprehender ese efecto literario que tanto le gustaba a Antón Chéjov y que se ha convertido en una de las claves de la estética literaria contemporánea: la objetividad reflexiva o, más bien, la motivación no explicativa. Para tal efecto, Castro Arrasco teje una historia realmente escalofriante donde el tema de la violación figura como uno de los principales focos de tensión o de crisis, al extremo que, por momentos, debido a la forma tan reiterada en que aparecen estas escenas de violencia sexual  -ya sea como práctica cotidiana de algunas de las alimañas que viven hacinadas en las prisiones o ya sea como el castigo infamante y brutal con que el hampa "recibe" a los "violinistas", o sea, a los acusados de haber violado a menores de edad-, uno llega a pensar que este cuento debió tener otro título y que, en vez de "El Viejo", debió llamarse "La ley del violín" u otra cosa por el estilo.  Sin embargo, conforme se va avanzado en la lectura de este terrible relato carcelario, uno cae en la cuenta que la elección del título de "El Viejo" no es casual ya que éste alude a uno de esos personajes que, por lo bien perfilado que está, se quedan pegados en la retina y no se pueden olvidar por mucho tiempo. En este caso, se trata de un anciano semi-analfabeto, de origen andino, con quien se podía discutir siempre en términos simples y profundos de las cosas de la vida y que, en sus conversaciones, era capaz de hilvanar frases tan sabias y reconfortantes como "Dios nunca nos da una cruz más pesada de la que podemos cargar" o "qué sería del hombre si no existiera el olvido". Además, en el cuento aparece otro personaje que rápidamente conquista nuestra simpatía o, mejor, nuestra compasión: Solís o El Químico, un joven acusado por un delito menor, de tendencias místicas, que tiene la desgracia de caer en la celda de dos matones abusivos y rastreros -los Cachiches- y que logra mantenerse a salvo gracias a su habilidad para preparar chicha con cualquier vegetal que caía en sus manos. Sólo al final, cuando el cuento llega al clímax y parece que Solís va a correr la misma suerte de sus dos compañeros de celda, que son asesinados por haber forzado sexualmente a un infeliz "violinista" que estuvo a punto de ser violado colectivamente por una turba de presos enloquecidos por la lascivia, el licor y la droga, se descubre un dato que va a alterar el rumbo de los acontecimientos y, por añadidura, va a salvar la vida de este joven de preocupaciones metafísicas. Ocurre que el viejo semi-analfabeto y filósofo amateur era, en realidad, un brujo al que el faite de los faites de la prisión, el tristemente célebre Pilón, le debía más de un favor.

De esta manera, sin necesidad de melodramas, moralejas o reflexiones excesivas, Castro Arrasco logra impresionarnos y, gracias a la concisión, el rigor y la precisión de su prosa, no solamente vuelve a interesarnos en el drama de las prisiones del Perú, sino también nos lleva a reflexionar y hasta a preguntarnos, tal como lo hacía Solís, en medio de su angustia y desesperación, por una cuestión de alcance más universal y hasta existencial: la naturaleza del ser humano, que, en este caso, se solapa tras la interrogante tan dura y feroz de si realmente "somos mierda" o no.

Pero, en Prosas Paganas, no solamente hay espacio para el realismo que tanto le gustaba a Chéjov, sino también para cuentos como "In partibus infidelium" y "El silencio y el caos", que, con las diferencias y particularidades del caso, pueden inscribirse dentro de un  rubro que, en el Perú, ha empezado a ser cultivado de manera bella e inteligente por autores como Óscar Colchado Lucio o Marcos Yauri Montero: la narrativa de reconstrucción o inspiración histórica. Así, en el primero de estos cuentos, a partir del referente histórico de la gran rebelión de Juan Santos Atahualpa, Castro Arrasco arma una historia de misterio que es contada en primera persona por un novicio presuntuoso e incrédulo que soportaba las tribulaciones del convento de Ocopa y, de pronto, cuando se encontraba ordenando una pila de legajos y pergaminos oxidados por el tiempo, se topa con algo que lo llevará a investigar lo que nunca debió haber investigado: un tubo encerado que guardaba los manuscritos del Padre Lira acerca de la última entrada en el Gran Pajonal en 1729. Al final, tras cuarenta años de búsqueda, cuando encuentra el primer mapa que hicieron los misioneros franciscanos del río sagrado que se hallaba en el corazón de los territorios dominados por Juan Santos Atahualpa y sus temibles flecheros -el mítico e inhallable Imapiriqueni-, el otrora presuntuoso e incrédulo novicio logra descubrir el misterio sobre la veracidad de los manuscritos del Padre Lira acerca de las circunstancias infaustas que determinaron el fracaso y la perdición de los soldados españoles que apoyaban a la campaña de evangelización y, simultáneamente, puede comprobar algo que avivará todavía más el fuego de sus dudas escatológicas e impedirá que vuelva a ver el mundo con los mismos ojos de siempre: que a través de un brebaje mágico-religioso -que ingerían los Shirimpiari de ese entonces- se podía arribar a ese espacio al que había intentado llegar mediante la oración y el ayuno.

A diferencia de "In partibus infidelium", "El silencio y el caos" es un relato más ambicioso y de fuerte aliento épico que se desarrolla en los tiempos de la caída del Imperio de los Incas y pretende ser contado desde el mismo epicentro de los acontecimientos por una voz que, en este caso, funge de autobiográfica o testimonial. Para tal efecto, Castro Arrasco opta por el artificio literario de convertirse, nada menos y nada más, en uno de los personajes más denostados, cuestionados y odiados de la historia del Perú, como es Pinkiray o Felipillo, el indio tallán que tenía el don (o maldición) de las lenguas y tuvo la desgracia de hablarle a Atahualpa en nombre de los conquistadores españoles. Así, apelando al recurso de la creación artística de un Pinkiray personaje-narrador que vive obsesionado por su terrible complejo de culpa, nuestro autor logra confeccionar un convincente y vívido relato en primera persona donde se superponen, de manera trágica y veloz, como en un filme de acción, los momentos culminantes de la caída del Imperio de los Incas con las lamentaciones de este hombre que nunca pudo encontrar la calma ni la paz del perdón y murió arrepentido por los servicios que había prestado a los españoles.

Finalmente, en Prosas Paganas, Castro Arrasco también nos entrega dos cuentos de corte fantástico o de terror: "Jacinto Espuelas sigue rondando", un hermoso relato lleno de lirismo y de resonancias simbólicas que es contado por un joven que decide librarse del fantasma de un arriero con espuelas de plata que había sido condenado, conjuntamente con su recua de mulas, a vagar de noche por las afueras de un triste y abandonado caserío de la sierra peruana, pero, finalmente, en un acto de humanidad, se arrepiente de lo que pensaba hacer y deja que esta alma en pena siga transitando para siempre por esos parajes que, al fin y al cabo, él, como miembro de una especie de dinastía plebeya en extinción, sabía que nadie más habría de transitar; y "El fraile de la moneda", que, a primera vista, parece que es un típico thriller o cuento de terror que, diferencia de "Jacinto Espuelas sigue rondando", se desarrolla en un desolado paraje de la costa peruana que, al parecer, es el Chimbote de antes del boom de la explotación de la harina de pescado.

Resulta que, tal como ocurre en algunos de los conocidísimos relatos de misterio y horror de Edgar Allan Poe, "El fraile de la moneda" transcurre en un ambiente solitario, abandonado y casi fantasmal, que, en este caso, está dado por una vieja casona con mirador, grandes habitaciones, patio interior y pozo artesiano, que está ubicada en un pequeño y casi deshabitado pueblo de la costa peruana que milagrosamente subsiste en una áspera y hostil franja de tierra que es delimitada por las olas del mar embravecido y un cerro cortado a pico por donde sólo asoman -horror de horrores- unas aves ciegas y repugnantes: las chotacabras. Además, los seres que habitan la fantasmal casona de "El fraile de la moneda" son personajes típicos de un thriller o cuento de terror, como la abuela Antonia, una viejecita que, no obstante su gran habilidad para los conjuros y los inventos secretos, jamás pudo descubrir el misterio de la visita del fantasma del fraile encapuchado que, con las primeras sombras de la noche, se le plantaba delante del portal de la casa y dejaba caer una pequeña moneda que tintineaba hasta sus pies; Mercedes, la niña púber o ninfa, que, para poder desafiar los espantos de la noche, sobre todo cuando escuchaba chirriar la polea del pozo como si alguien recogiera agua, solía dejar su cama e irse a dormir acurrucada al lado de su primo, o sea, el personaje-narrador del cuento; Silvestre, el hermano de Mercedes, que nunca pudo conciliar el sueño sin el lamparín encendido porque decía que la mecedora de mimbre empezaba a moverse cuando la oscuridad era completa; y, finalmente, el tío Humberto, quien, escéptico hasta más no poder, creía que todo lo que su madre contaba sobre la visita del ánima del fraile encapuchado no era sino producto de su demencia senil. Otro tanto se puede decir, por último, de la intriga sobre la que se teje la trama de "El fraile de la moneda", que, tal como ya se ha adelantado, tiene que ver no sólo con la aparición del fraile encapuchado, sino también con el secreto que escondía tras su maldita costumbre de arrojar una pequeña moneda a los pies de la abuela Antonia.

Pero, después que se termina de leer "El fraile de la moneda", uno se da cuenta que Castro Arrasco, gracias a la forma tan sorprendente en cómo resuelve el misterio o intriga de la historia, ha logrado engañarnos en forma despiadada e inmisericorde  y que su relato no es el típico thriller o cuento de terror, sino una parodia feliz e irreverente de este género literario. Ocurre que, a diferencia de lo que sucede en gran parte de los cuentos de terror, "El fraile de la moneda" no tiene un final escalofriante, sino un desenlace que mueve a la risa ya que con la cuestión esa de la monedita lo que, en realidad, buscaba el fantasma del fraile encapuchado no era asustar a la abuela Antonia, sino revelarle el secreto de los sacos de monedas de oro que se encontraban escondidos en el fondo del pozo artesiano de la vieja casona. Al final, los únicos que pudieron gozar de este fabuloso tesoro escondido fueron unos cajamarquinos avaros y mezquinos a los que el tío Humberto, con el fin de que la abuela Antonia no siguiera viendo cosas raras, les vendió la vieja casona.  

Conociendo desde sus inicios la labor creativa de Dante Castro, puedo avizorar que el siguiente paso en su carrera de narrador será un nuevo triunfo dentro del género cuentístico. Como él mismo lo expresa, no le gusta la novela. Puedo agregar que en su caso, como en el de Jorge Luis Borges, tampoco la necesita. Prosas Paganas constituye una confirmación de sus dotes creativas, las mismas que varios exigentes jurados de distintos concursos nacionales e internacionales han reconocido y premiado con justeza.

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