José Watanabe
José Watanabe: el libro que se viene José Watanabe: el libro que se viene

Por Pedro Escribano
Fuente: La República, Lima 28/11/04

Un día, hace más de dos años, el poeta José Watanabe halló un mensaje en su correo electrónico. Manuel Borrás, el editor español de la casa editora Pretexto era el remitente. Le explicaba que hace algunos meses trataba de contactarlo con el fin de invitarlo a publicar en el sello que él dirige. Watanabe le explicó que no tenía un poemario completo y que él suele escribir muy lento. "No se preocupe, tómese el tiempo pero no deje de lado nuestra invitación", respondió el editor.

El poeta se tomó más de dos años, pero llegó a entregar el borrador de La piedra alada, de 30 poemas y que se publicará en el próximo verano.

Asegura que esa invitación fue una sorpresa que concretó un deseo muy íntimo. "No conocía a Manuel Borrás, pero sí sus ediciones y siempre me decía ojalá un día pueda publicar allí", confiesa el autor de Habitó entre nosotros.

Desde hace un buen tiempo, el viento sopla a favor de José Watanabe. Su poesía no solo se ha ido distinguiendo entre los poetas de su generación, sino también empezó a ganar reconocimiento más allá de nuestras fronteras. En Colombia, la editorial Norma publicó la antología El guardián del hielo y en España, Renacimiento editó la selección Elogio del refrenamiento y Path through the canefields, publicada en lengua inglesa.

La editorial Pretexto no es un sello nuevo entre nosotros. Ha publicado a nuestros más altos poetas, entre ellos a Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela y Javier Sologuren.

En La piedra alada, como en sus libros anteriores, el poeta trujillano ensambla imaginación, sabiduría y palabra ajustada. Para acercarnos una vez más a su universo poético, llegamos hasta su casa. Allí, merodeando entre su biblioteca, Watanabe, además de responder nuestras preguntas, nos entregó algunos poemas de La piedra alada que ahora les entregamos.

"Nunca he inventado un poema"

Su último libro de poesía vendrá volando desde España. Se llama La piedra alada y llegará a nuestro medio el próximo verano. José Watanabe lo espera con paciencia. Los poemas, como reza el título, giran alrededor de las piedras. "La piedra siempre ha estado unida a mi vida. Recuerda, yo vengo del campo", explica el poeta.

"En mi vida -agrega- he encontrado muchas piedras, como la piedra que estaba en medio del río de mi pueblo y yo me trepaba como si fuera un lomo materno. Para mí las piedras siempre han sido cálidas" .
 

-¿Y las piedras del camino?
-Felizmente no, y si las hubo, las he saltado.

-Hablemos de poesía. Ante la palabra, ¿cómo te reconoces?
-Como no soy panfletario, no voy a decir picapedrero. Soy más bien escultor, y de mármol. Trabajo con calma. A los poemas hay que dejarlos que descansen, mirarlos de lejos y regresar a ellos como si no fueran tuyos y corregirlos como si fueran de tu enemigo. ¡Machetearlos!

-¿Cómo traes un poema al mundo?
-La primera versión sale fácil. Sale bajo ese estado que llaman inspiración.

-¿Crees en la inspiración?
-Yo sí creo en ese estado especial en el que uno hasta siente que recibe palabras, que te dictan, frases que vienen volando y se quedan ahí, solas. Pero eso es la primera versión, luego viene el proceso de corregir. Es lento, paciente, pero a mí me da más felicidad que escribir la primera versión.

-¿Es el turno del poeta?
-Exacto. Es allí donde te das cuenta de que estás jugando con un material tan maleable como es el lenguaje, tú tienes que forzar, fijarlo. Allí está la mano del poeta, pero no debe eliminar los impulsos y las cargas afectivas que llegaron con la inspiración.

-Dada la sabiduría que fluye en tus poemas, ¿no temes escribir fábulas, moralejas?
-Nada con la fábula. Sabes, la fábula no tenía moraleja. Esopo nunca las puso. La moraleja la pusieron los curas en la Edad Media. A mí me interesan solo en el sentido que permiten ingresar a un universo mítico, a alcanzar la parábola.

-¿Dónde hallas la poesía: fuera o dentro de ti?
-En mi caso, está fuera y entra en relación conmigo, con mi sensibilidad, con mis lecturas, con mis pensamientos de solitario. Nunca he escrito un poema inventado. Soy un poeta naturalista y en esa medida cualquiera puede ver en el mundo tangible lo que yo veo, claro, si camina con una percepción más abierta.

-¿Tu generación tenía grandes utopías? ¿Estas han muerto para los poetas jóvenes?
-En mi generación éramos utópicos, creíamos en un cambio social del mundo. Queríamos la gloria, pero no para nosotros. Ahora veo que los jóvenes han vuelto a un individualismo furioso. Ellos no creen en las grandes utopías, sino buscan el nombre, subirse al pedestal, mientras más brille y más temprano suene, mejor. Ese vicio no debe aprenderse tan temprano. Buscar la fama los puede llevar a escribir cualquier cosa para alimentar ese vicio. Hay que ser más honesto con nuestro trabajo.

-Cita un poeta honesto.
-Antonio Cisneros. Teniendo el lenguaje, la habilidad y la inteligencia, hubiera sido congresista, se hubiera ubicado, sin embargo no ha querido. Eso es respetable. Otros se han acomodado.

-¿Y tú?
-Yo me he acomodado conmigo mismo, con la poesía. No tengo casa y ya casi ni me importa.
 


En las aguas termales

Las aguas termales afloran
entre bocanadas de vapor blanco y denso.
Cuando se disipa
deja ver las piedras que rodean la fuente, caprichosas
formas erosionadas por el agua hirviente
que sólo se muestran un instante,
y luego
como un grupo de seres extraños
vuelven
a su territorio brumoso.
El agua desciende burbujeando hacia los baños,
se entibia en canales y pozas
donde ancianos adormecidos y tullidos
sueñan un nuevo vigor.
Aquí arriba, en la fuente,
yo vivo otro engaño: los vapores
me permiten entrever la silueta de una mujer,
no bíblica
sino de bien moldeado culo (ay nostalgia),
pero ya se desvanece
entre el humo y mi doliente memoria.
 

La piedra alada

El pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el puro movimiento congelado
de una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
una de sus alas persistió indemne, sus gelatinosos tendones
se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
 

El árbol
(Para Alicia y Lucho Delboy)

En el bosque que bordea la carretera
un árbol ha desenterrado una de sus poderosas raíces
para abrazar una peña blanca.
La tierra no le fue suficiente.
Tenía que apoyarse en la piedra
en su búsqueda
de mayor encumbramiento y belleza.
No conozco el nombre del árbol
pero sus largas ramas caen lacias y rápidas
como una cascada
sobre la peña.
El árbol sube y cae al mismo tiempo,
pero para nuestros ojos
este doble movimiento es uno solo.
Cómo te lo digo: para el lenguaje
subir y bajar son dos conceptos enfrentados,
y nunca se funden.
Mejor ven a la carretera,
la mismidad del doble movimiento del árbol
sólo se resolverá limpiamente en nuestros ojos.
 

 

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