Luis Enrique Alvizuri
El impulso filosofante.
La filosofía como origen del fenómeno humano*


Por Luis Enrique Alvizuri
Fuente: Lima, noviembre 2009

Sumilla
La humanidad se origina cuando, por alguna razón que aún no conocemos bien —y que el autor denomina como “impulso filosofante”— nuestros antepasados iniciales adquirieron la capacidad de autopercibirse en el mundo, de darse cuenta de su propia existencia al margen de la naturaleza. Esto produjo en ellos un profundo estado de angustia y una inmensa sensación de abandono a raíz de la pérdida de la estabilidad y tranquilidad que les daba el seguir siendo unos simples animales más. Debido a esto es que sintieron la necesidad de crear, empleando para ello el mismo impulso filosofante que les causó el problema, formas sustitutas a las de la naturaleza para así intentar recuperar el estado que tenían antes del suceso. El producto de este esfuerzo es lo que conocemos como la filosofía, entendida ésta como la elaboración de suprarrelatos o discursos que describen cuál debería ser la meta a la que deben aspirar todos aquellos que han sufrido dicho impulso filosofante y qué deben hacer para regresar al estado previo a éste. Es entonces, la filosofía, la causa de la aparición de los seres humanos (donde lo humano ya no se entiende como algo corporal, de forma antropoide, sino como un estado de percepción frente a la realidad, cualquiera sea el organismo que la realice) y al mismo tiempo el remedio que estos necesitan para aliviarse de las consecuencias del fenómeno. Es el origen de la tragedia humana y también el bálsamo para mitigarla. Es entonces, la filosofía, una forma de darle un objetivo a la vida pero desde una óptica humana, cuya finalidad es que aquellos seres que sean humanos puedan sobrellevar su existencia sin caer en la desesperación que conduce al suicidio. Al mismo tiempo es probable que otros seres humanos pueblen el Universo (humanos pero no en un sentido corporal) y estén padeciendo algo similar a los de la Tierra, buscando igualmente una solución a su problema.

1. La definición más común de filosofía parte de la civilización dominante actual, que es la occidental, y que se remonta a los orígenes a la cultura griega.
Según ello, el filosofar es el pensar mediante la razón desligadamente de los prejuicios; es un análisis y un ordenamiento de ideas de manera crítica, buscando siempre llegar a una determinada verdad. Pero ¿por qué se atribuye esto solo a los griegos? Porque a través de los textos antiguos se encuentra que, con los métodos que ellos desarrollaron, se ha podido conocer el mundo y la realidad tal como son, y hoy se manipulan con éxito en la ciencia. Diríamos que es una conclusión hecha por descarte, entre una selección de civilizaciones, hasta llegar a la conclusión que solo la filosofía occidental realizó con exactitud la experiencia filosófica entendida de esa manera.

Dentro del contexto actual ello parece muy lógico y con sentido. Aceptarlo trae muchos beneficios para llevar una vida tranquila y hasta exitosa. Pero no deja de despertar suspicacias, sobre todo en aquellos que viven fuera de la esfera de predominio de Occidente. La primera pregunta que nos haríamos es: ¿la filosofía es un método, una manera de conocer la naturaleza, o es una actitud, una inquietud propia del ser humano en general? Si la primera fuera la correcta entonces habría que darles la razón a los occidentales y reconocerles que ellos crearon el modo efectivo para el conocimiento de los procesos naturales. Pero si la filosofía no fuera un método para conocer sino más bien una atribución de toda la especie humana ¿qué consecuencias traería?

Para plantearlo con un ejemplo, es como si hablásemos de poesía y dijéramos que ella es un invento exclusivo de Occidente, pues solo allí se desarrolló la métrica medieval. Obviamente todas las poesías del mundo, al no encajar dentro de estos parámetros, no serían llamadas poesía. Pero si consideramos a la poesía como una expresión universal tendríamos que admitir que ésta sí existe en otras culturas, pero de diferente modo. Lo mismo para la música y para todas las otras artes, incluida la filosofía. Si el filosofar fuera propio del ser humano podría decirse que Occidente solo ha creado un tipo de filosofía, más no la ha inventado como tal. Sin embargo los occidentalistas insisten en que no se trata de una manera de filosofar sino del filosofar mismo, de la única forma posible de hacerlo. Y allí se encuentra otro gran problema: intentar dilucidar con claridad en medio de un marcado eurocentrismo intelectual.

Toda la humanidad no occidental en pleno estaría de acuerdo en afirmar que la filosofía no es prerrogativa de Occidente, pero como esta civilización se ha vuelto dominante durante los últimos cinco siglos es difícil hallar los argumentos para sustentarlo. La principal razón para que Occidente no lo admita es por una cuestión de dominio, donde el dominante pone los parámetros de las cosas. En el caso de la filosofía, Occidente ha decidido que el filosofar tiene que reunir ciertos requisitos que, como es de esperarse, solo los cumple su propia filosofía. Estamos entonces ante una occidentalización del filosofar. Se dice que saber es dominar, y que actualmente el conocimiento es la base del poder que mantiene a Occidente como amo y señor del planeta. Cualquier nación que pretenda acceder a un nivel de conocimiento similar es vista con temor y con recelo, llevando por ello a considerársela como una amenaza a la hegemonía occidental. ¿Será el conocimiento filosófico una excepción a esta regla? Tal parece que no, puesto que la filosofía lleva irremediablemente a un nivel de madurez que arrastra a todos los demás conocimientos, incluidos los que producen la fuerza; por eso también es vista como peligrosa en manos no occidentales.

2. En nuestra opinión la historia de la filosofía occidental es la historia de su método.
Pero la forma occidental de filosofar no puede ser entendida como la correcta per se. Esto nos lleva otra vez a preguntarnos: si las definiciones occidentales no son la definición de filosofía, ¿qué es entonces el filosofar? Si entendemos a la filosofía como una forma de conocer a la naturaleza o a la realidad —tal como se conceptúa hoy en Occidente— llegaríamos a la conclusión que se trataría de una pre-ciencia, de una metaciencia que ordena el conocimiento científico. Pero ¿y si tampoco es así? Revisando la historia de la filosofía occidental descubrimos que no siempre la han entendido ellos de ese modo. La visión contemporánea occidental es más producto de esta época moderna que privilegia a la ciencia, por lo tanto el filosofar no sería “un análisis de la ciencia”. Pero entonces volvemos a lo mismo: ¿qué es la filosofía?

El problema de la definición de la filosofía se hace más complejo a medida que nos alejamos más de las acepciones occidentales convencionales. Si asumimos que ella es una actividad propia del ser humano y no de Occidente ¿cómo podemos entenderla? Tal vez tendríamos que encontrar un elemento común que abarque a todas las formas posibles de filosofar que incluya también a la filosofía occidental pero sin que se la considere la oficial. Eso entonces nos obligaría a pensar más allá, a remontarnos a las raíces y a los orígenes del ser humano. Quizá así encontremos la respuesta, puesto que se trata de un legado común a toda nuestra especie. Para ello necesitaríamos retroceder el reloj más atrás de los 2 500 años griegos; tendríamos que remontarnos a etapas mucho más primitivas, quizá al mismo momento primigenio de cuando el hombre dejó de ser un animal para convertirse en humano. Tal vez allí, en el comienzo, hallaríamos la respuesta.

3. Si consideramos que nuestro cuerpo es tan natural como el de todas las especies que habitan el planeta no nos queda otra cosa que aceptar que tenemos mucho en común con los seres vivos.
Pero por otro lado, si solo miramos el aspecto corporal, lo único que lograremos es una taxonomía humana muy útil para la biología, pero que no nos permitiría llegar al objetivo que es conocer en qué momento dejamos de ser animales comunes para convertirnos en lo que somos: seres humanos. Existe una tendencia actual que toma el camino de la evolución como explicación para aclarar nuestro origen y propone que el ser humano es producto del propio desarrollo material, puesto que son las mismas acciones de una especie las que lo llevan a un grado de complejidad mayor, de lo cual surge la cultura y la humanidad en general. Dicho planteamiento no deja de ser interesante y lógico, pero es un camino que genera demasiadas preguntas. ¿Por qué otras especies no hicieron o hacen lo mismo? ¿Solo la forma hominoidea es la única capaz de complejizarse? ¿Por qué el fenómeno humano no es algo común a todos los seres vivos y por qué no se viene dando con frecuencia hasta la actualidad? Hay quienes dicen que se trata de una especie de suceso inusual, como la teoría del Big Bang, pero eso es justamente lo que despierta suspicacias puesto que lo más normal sería que los fenómenos sean repetitivos y constantes, de modo que hoy mismo deberíamos estar presenciando la evolución de alguna otra especie hacia una forma de vida diferente a la que estuvo llevando. Sin embargo solo constatamos que las especies no humanas siguen siendo animales a pesar de tener más tiempo de vida que los homínidos y haber evolucionado de numerosas maneras; ninguna de sus etapas los ha llevado a dejar de ser lo que son; eso solo le ha ocurrido al homínido. Y he allí lo curioso y lo que motiva los cuestionamientos.

4. Tomando en cuenta que la teoría evolucionista para explicar el origen del hombre, a pesar de ser popular y parecer muy sensata, tiene importantes dificultades.
Es necesario entonces seguir buscando elementos que nos lleven a suposiciones que subsanen esas deficiencias. En nuestra opinión, lo esencial sigue siendo lo mismo: hallar en qué se diferencia el hombre del animal para descubrir qué es lo que nos identifica y define. Para ello lo primero que tendríamos que tener en cuenta es qué entendemos por hombre y qué por animal. Encontrando este punto de bifurcación es posible que hallemos la piedra de toque que nos explique las muchas dudas. El estudio comparado de las especies nos es muy útil porque nos da numerosas pistas al respecto. Por ejemplo, actualmente sabemos más de la vida animal que antes, razón por lo cual cada día se descubren más cosas afines que antes pensábamos eran de exclusividad humana. Los descubrimientos son impresionantes y llevan a conclusiones que despejan antiguas creencias. Anteriormente se pensaba que las diferencias que teníamos con los animales pasaban por la mente y el ejercicio de la razón, pero hoy comprobamos que ello también existe en todos los animales, solo que de un modo distinto. En ello somos entonces diferentes en grado más no en clase. Los animales también razonan y piensan, evalúan y reaccionan, tal como lo hacemos nosotros. Por otra parte también se dice que la diferencia estriba en la evolución del cerebro. Existe un gran desarrollo en el estudio neuronal que nos hace ver que el cerebro humano posee cualidades mayores que la mayoría de las especies. Aparentemente la diferencia estaría allí, en la cantidad de funciones cerebrales que tenemos. Pero esto no deja de generar dudas puesto que el cerebro, tal como está, es más bien un producto, un resultado del devenir humano que su origen, es decir: nuestro cerebro es la consecuencia de nuestra humanización pero no lo que la originó. La antropología ha descubierto que nuestros más remotos antepasados poseían un cerebro mucho más primitivo, mayor aún que el de algunas especies de animales actuales; sin embargo, ese cerebro ya era humano. Si la teoría cerebral para explicar al hombre fuera cierta los primeros humanos no deberían serlo puesto que no tenían el cerebro suficientemente desarrollado para ello, cosa que es un contrasentido. En todo caso, eso nos llevaría a una disyuntiva tan famosa como la del huevo y la gallina: cuál fue primero ¿el hombre o el cerebro?

5. Encontrar las diferencias entre el hombre y el animal, tanto en la capacidad razonal como en el desarrollo del cerebro, produce muchas preguntas.
Preguntas cuyas respuestas hasta ahora son insuficientes como para despejar la trascendental inquietud de ¿qué es el ser humano? Si las teorías actuales fuesen tan contundentes como dicen ser, la filosofía misma ya habría desparecido. Pero no ha sido así. Las motivaciones para cuestionarnos la existencia siguen siendo tan válidas y significativas como al comienzo, y, que se sepa, ningún científico puede afirmar que ya se sabe por qué y para qué existe el hombre. Lo único que conocemos es el proceso material que tuvo nuestro organismo, pero lo que había en la mente del hombre el primer día que fue humano sigue siendo algo muy difícil de dilucidar. Entonces, en vista de que ni la explicación del uso de la razón, ni la evolucionista, ni la del cerebro privilegiado satisfacen nuestras ansias de conocer nuestro origen, no nos queda más remedio que apelar a otro método para intentar una respuesta acerca de qué nos diferencia de los animales y nos hace humanos.

Si nos miramos cómo somos ahora y descartamos todas las razones corporales podemos ir deduciendo hacia atrás y descubrir, a la manera de regresión sicoanalítica, que en nosotros existen problemas de origen que se encuentran en nuestra mente y no en nuestro cuerpo y que parece que estos problemas que hoy cargamos son los mismos que tuvo el primer humano que apareció en la Tierra como tal. Esta suposición nos lleva a pensar que es posible que ser humano inicial haya padecido las mismas preocupaciones existenciales que hoy tenemos, y que más bien ello puede haber sido la causa de que nuestra especie se haya convertido en lo que es hoy: un ser humano.

Según este deducir, lo que nos habría vuelto seres humanos no ha sido un proceso material o neuronal sino más bien uno interno, mental, que llevó al primer humano a actuar de un modo tal que, a la larga, su forma de vida se fue convirtiendo en un proceso evolutivo particular. Si esto fue así, no serían el cerebro ni las necesidades de sobrevivencia lo que nos hizo humanos sino más bien la inquietud filosófica que aún ahora poseemos como legado y que todavía no podemos resolver. El humano inicial dejó de ser animal en el preciso momento que empezó a percatarse del mundo en que vivía y de cuál debía ser su lugar dentro de él. Físicamente no tenía nada anormal o diferente; únicamente había ocurrido dentro de él una percepción que antes no tenía. Según esto el ser humano sería entonces un ser filosofante por excelencia, uno que se volvió así como consecuencia de un proceso que hasta ahora desconocemos qué es y cómo se produce.

6. Fuera de esta actitud, de este filosofar, en todo lo demás hacemos lo mismo que el resto de los animales.
Nos reproducimos, nos preservamos y nos morimos, sin excepción a la regla. En ello no somos diferentes. Lo hacemos igual, solo que con el toque peculiar de humano. Si dijéramos que la cultura es lo que nos distingue, saldrían los especialistas a argumentar que muchas otras especies también la poseen a su medida y que ésta finalmente produce el mismo efecto que en nosotros: la supervivencia. Si dijéramos que es la producción de objetos, obligatoriamente tendríamos que remitirnos a su significado, a su razón de ser para ser creados, con lo que entraríamos a una cadena de preguntas sin fin (una pregunta nos lleva a la otra y así sucesivamente, como ¿y para qué hace el hombre objetos? Como una herramienta. ¿Y por qué no usa sus manos? Para lograr un mayor efecto. ¿Y por qué quiere lograr un mayor efecto? Para satisfacer su inquietud, etc.).

Entonces no nos quedaría otra cosa que admitir que, si algo nos hace peculiares y diferentes a los animales, es nuestra forma humana de ver la realidad y a nosotros mismos dentro de ella. Solo nosotros observamos la existencia con preocupación, con asombro, como si ésta nos fuera ajena o adversa. Todo el resto de la animalidad vive en ella sin cuestionarse, disfrutando de una paz inexpresiva de la cual nosotros carecemos. No vamos a encontrar nunca ser humano alguno que posea ese equilibrio y tranquilidad de vivir que tienen los animales. Allí donde hay un ser angustiado, intrigado y observante, preocupado por detalles tan raros como “el futuro”, allí hay un humano, así se encuentre totalmente desnudo y no fabrique artefactos. Porque se puede ser un ser humano sin crear armas o herramientas, sin dibujar nada y ni siquiera hablar. El ser humano, para serlo, no necesita de esos elementos a los que normalmente se le atribuyen como esenciales para identificar la humanidad. ¿Cuántos humanos existen que no cumplen con estos requisitos y sin embargo son tan humanos como cualquiera? Peor aún, con esas definiciones se puede llegar a resultados perniciosos en el sentido que, aquellos humanos que no se adecúan a ellas, son pasibles de ser tratados como inferiores; de ahí al exterminio hay tan solo un paso, como la historia así lo demuestra.

7. ¿Qué es ese estado de angustia permanente, existencial diríamos, que hace que el ser humano sea distinto a un animal?
Pues no es otra cosa que las consecuencias del filosofar. ¿Qué otra cosa sino la filosofía lleva a dicha situación? Basta el simple ejercicio de ponerse a pensar en los temas filosóficos por excelencia para descubrir que, inmediatamente, la angustia y las preocupaciones no comunes se van apoderando de nuestro ser para llevarnos, finalmente, a un estado de ansiedad que puede llegar a ser incontrolable y terminar en una tristeza y desagrado profundos. Ese es el temperamento natural de aquel que filosofa.

Por lo tanto sería lógico pensar que fue el filosofar lo que marcó el punto de partida del ser humano como tal. Pero ¿cómo fue eso? Pues no lo sabemos. Si lo supiéramos ya habríamos resuelto el misterio de nuestra existencia y puesto fin a la agonía de nuestro ser. Por ahora solo podemos especular. A nuestro entender, tiene que haber ocurrido algo especial, una especie de Big Bang orgánico, para que un determinado animal, como el homínido, empiece a filosofar. Dijimos que nada tenía que ver en esto el tamaño del cerebro, pues en ese caso mejor filosofaría un delfín que lo tiene mayor proporcionalmente a su cuerpo que el ser humano. El hombre filosofó aún teniendo un cerebro incipiente. Pero ¿por qué?

Es aquí donde empezamos a temblar puesto que no tenemos a nuestro alcance elementos de juicio para sustentar esta suposición. ¿Será este fenómeno una propiedad de la naturaleza? Tendría que serlo pues sino no podría actuar dentro de ella. ¿Estaremos proponiendo sin quererlo la idea del “diseño inteligente”, solo que sin decirlo? Admitirlo sería reconocer que solo existen en la vida dos métodos para todo, el sí y el no, el blanco y negro o el yang y el yin. Pero ningún problema real se resuelve de esa manera puesto que la vida verdadera nunca es sí o no. Todos nos damos cuenta que casi siempre la realidad está colmada de matices y que rara vez nos presenta de ese modo. ¿Por qué pensar en ser un pro o un anti? ¿No hay otro camino para llegar a una solución o a una alternativa? No estamos ni con la teoría evolucionista pero tampoco con el Creacionismo —por ser confesional— ni con el diseño inteligente, porque eso nos remite a una entidad supra humana de lo cual tenemos menos pruebas aún. Nos mantenemos en nuestra posición de suponer que existe un efecto que produce este suceso pero que desconocemos cómo es y cómo se produce. Solo atinaríamos a definirlo como “impulso filosofante”, aquello que hizo que el homínido “despertara” al mundo y a su situación, sacándolo de la rutina animal para convertirlo en este ser atormentado por sí mismo al cual llamamos “humano”. ¿Y sería esto algo peculiar e inherente a nuestro mundo? No tendría porqué serlo, pues podría darse en todo lugar donde las condiciones sean similares.

8. Diríamos entonces que el factor llamado “humano” no sería privativo de lo homínido.
Sería algo posible de darse en cualquier especie que tenga la predisposición para ser afectada por el impulso filosofante cuyas consecuencias son: la desadaptación y el sufrimiento de este ser al percibirse fuera de las leyes naturales y abandonado a su libre albedrío. Hasta este momento no se sabe si alguna vez el humano haya encontrado una mejor opción fuera del contexto natural, por lo que podemos decir que no habría mejor vida que la que se da en la naturaleza. Cualquier otra forma de existencia alterna o sustituta que el humano elabore solo es un paliativo que puede causar incluso peores males que los que se tratan de evitar. De esto se desprende que el ser humano, afectado por un fenómeno que lo erradicó de la animalidad, es un ser paria en el mundo cuya condición es el sufrimiento, al que se suma su ansiosa búsqueda del eterno retorno al mundo natural. Por todo ello lo único que hace no es más que un intento por regresar o, por lo menos, imitar esa forma de vida que perdió desde un inicio. Ese esfuerzo de tratar de recuperar el paraíso perdido —que es la vida natural— es a lo que nosotros llamamos filosofar, por lo que la filosofía no sería otra cosa —según nuestro punto de vista— que el esfuerzo por intentar darle al hombre un mundo que reemplace al de la naturaleza pero sin caer en la animalización (puesto que una de las características del impulso filosofante es su rechazo a volver al estado anterior; es una ida sin retorno; aquel que fue afectado por este impulso ya no puede regresar, teniendo que vivir hasta el fin cargando este problema). Entonces, si la filosofía es una invención de mundos sustitutos a los de la naturaleza, es algo más amplio que el simple acto de razonar.
 
- Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Con estudios de sicología en la Universidad Ricardo Palma y Comunicaciones en la Universidad de Lima. Ha publicado varios ensayos filosóficos así como poemarios y discos con sus propias composiciones. Ha sido ponente central en el “I Congreso Regional de Filosofía del Norte” en la universidad Pedro Ruiz Gallo de Chiclayo (2006), ponente en el “IX Congreso Nacional de Filosofía en la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa” (2008), ponente central en el “Ciclo de conferencias sobre Pensamiento Filosófico Precolombino” realizado en la Casa de la Cultura de España (2006), y es actual miembro del cenáculo filosófico “La serpiente de oro” de Miraflores. Asimismo es fundador y presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina (SIFANDINA), institución dedicada a la investigación y difusión del pensamiento filosófico andino.
[email protected] http://filosofiandina.blogspot.com/

* Ponencia para el XII Congreso Nacional de Filosofía: “Filosofía, Ciencia y Educación”.
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle "La Cantuta"
Del 24 al 27 de noviembre 2009.
 

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