Luis Enrique Alvizuri
La cultura y la gestión local

Por Luis Enrique Alvizuri
Fuente: Lima, setiembre 2010

Sumilla

Este trabajo es una ponencia presentada para el Primer Foro Distrital por el Arte y la Cultura de Villa María del Triunfo, llevado a cabo el 25 de setiembre del 2010 en la Biblioteca Comunal. Lo que aquí se expone es cómo se entiende la noción ‘cultura’ en un medio como el latinoamericano y de qué manera se la asume y aplica en contextos tanto estatales como municipales. Se presentan las dos principales corrientes: la occidentalista, que ve a la cultura como una adquisición de los productos e insumos artísticos de origen europeo, y la integral, que plantea que cultura es todo aquello que conforma la estructura básica del ser humano. De cada una de éstas se originan diferentes políticas culturales, según el concepto que sobre ella se maneje. El autor propone que la más adecuada es la segunda, por cuanto solo valorando y difundiendo la identidad local es que se reafirma al hombre en su integridad, pemitiéndole ser actor de su propio proceso de desarrollo, mientras que la otra lo vuelve solo un consumidor o un imitador de realidades que no genera, desconoce y no comprende, con la dependencia y baja autoestima que ello significa.

1. Qué es cultura

Existen dos maneras generales de definir el concepto cultura:
1. Es el nivel de adquisición de conocimientos teóricos y prácticos que una persona tiene y cómo actúa con éstos dentro de su ámbito social. Atañe a lo estrictamente personal.
2. Una estructura de acciones y funciones humanas agrupadas en torno a objetivos comunes a lo largo del tiempo. También se la conoce como civilización o sociedad.
Todo ser humano posee una cultura de origen, por lo tanto toda persona tiene cultura, aunque se le pueda calificar de “inculta” por carecer de ciertos elementos específicos que son valorados por su sociedad. Esta diferencia es fundamental para efectos del juicio y posteriores consecuencias en las políticas culturales.

2. Cuál es el lugar que ocupa la cultura en nuestra escala de valoración

En lo personal, a nadie le gusta que se piense que uno carece de cultura, puesto que ello es un sinónimo de inferioridad frente al común de la sociedad. Difícilmente alguien podría admitir públicamente que es ignorante o que le falta educación; todos nos preciamos de tener siempre algo de “cultura”, aunque no hayamos terminado algún tipo de estudios. Siendo esto así, se creería que las personas tienen a la cultura en muy alta estima, y que todos haríamos lo posible por adquirirla y hacerla cada vez más el centro de nuestras vidas.

Sin embargo ello cambia radicalmente cuando las circunstancias nos ponen delante de situaciones apremiantes, como por ejemplo, frente a las necesidades materiales. Ante ello solemos priorizar por completo su resolución, considerando que lo cultural pertenece al ámbito de lo secundario, sino de lo terciario o último. Eso se debe a que las necesidades culturales no son vistas como apremiantes o básicas por cuanto nadie se muere por falta de cultura ni existen epidemias “anticulturales” que haya que combatir, cosa que no ocurre en el terreno de la salud, de la alimentación o en el de la educación, donde resulta preocupante el alto índice de deserción escolar o el analfabetismo.

De modo que podría decirse que la cultura en nuestro medio es vista como:

    • Ocio, diversión u ocupación decorativa del tiempo libre.
    • Actividad que exige un nivel demasiado elevado para el común de la gente.
    • Un reflejo de una concepción de vida propia de colectividades más desarrolladas y extranjeras.
    • Un espacio ocupado por individuos con intenciones políticas disfrazadas.
    • Una imagen adecuada para exhibir mejoras de tipo político, social o individual.

De esto se deriva que la colectividad nacional suele ver a la cultura con una mirada idílica, como ajena a la realidad u objetivo inalcanzable, o como algo que está a cargo de quijotes, soñadores ilusos que creen que lo imposible es posible, o, en el mejor de los casos, como esfuerzos de expertos en arte, principalmente occidental, quienes ven en la expresiones artísticas posibilidades rentables, aunque ciertamente poco rentables. Esto último, si bien es hoy común en las sociedades llamadas desarrolladas, no son aplicables así porque sí si es que previamente no se implementan toda una serie de medidas que puedan dar oportunidad a las manifestaciones artísticas. Dicho de otro modo, para poder escuchar con placer a una orquesta sinfónica, se requiere antes construir un auditorio adecuado, lo cual implica un esfuerzo económico que suele estar muy lejos de la capacidad real de quienes así lo desean.

3. La visión contemporánea de cultura

De acuerdo con lo anteriormente dicho, en los ámbitos internaciones y desarrollados existe hoy una visión y un planteamiento concreto de lo que es cultura y ello se encuentra incorporado a los engranajes de la sociedad de mercado. Para entenderlo mejor, en tiempos remotos y en sociedades no occidentales las expresiones culturales coexistían con todas las manifestaciones de la vida; en la mayoría de los casos no estaban separadas de la actividad común de la gente. Tanto el trabajo como la guerra conllevaban expresiones artísticas debido a sus significados y simbología, los cuales poseían un valor importante para su ejecución. Solo recién con el arribo de la modernidad europea el arte se desliga de las ocupaciones principales y se lo recluye en espacios específicos, desvinculándolo de su verdadero objetivo.

Esto ha permitido la aparición del fenómeno “arte”, que antes no existía independiente de las principales acciones humanas, siendo así que ha devenido en producto, algo factible de ser elaborado y comercializado con el único objetivo de producir ganancias, ya no para el que originalmente tenía (la continuidad cultural, la generación de belleza, la elevación del espíritu, la comprensión del mundo a través de simbología, etc.).

De forma tal que hoy se puede observar una explosión del rubro arte, teniendo ello magnitudes antes nunca vistas y hasta sorprendentes. Al ingresar el arte al mecanismo de producción industrial la cantidad e intensidad de sus manifestaciones terminan siendo de un grado inimaginable en el pasado e imposible de imitar mediante las técnicas de la artesanía. Actualmente el arte se canaliza hacia una concepción de masas, donde productor, producto y consumidor son parte esencial de su elaboración. Nada se hace sin pensar previamente en el mercado, lo cual determina de por sí la razón de ser de su creación.

Todo esto ha traído como consecuencia que tanto el arte como la cultura en general (pues en el mundo contemporáneo el arte es una parte o un sinónimo de cultura en muchos casos) se ciñan a las reglas de la producción industrial y de la comercialización, lo cual ha llevado a cambios esenciales en su configuración. El más importante quizá sea que la cultura ha reorientado sus fines bajo una óptica económica, muy propio de esta era, y ello implica que se la ha encasillado como objeto de consumo, perdiendo a su vez la amplitud y valores tradicionales que conllevaba. El ser humano actual, para acceder a la cultura (o a lo que se piensa que es ella) necesariamente debe adquirirla al precio que pide el comerciante que la produce y maneja.

4. La cultura desde una visión integral

Sin embargo, a pesar de la hegemonía de la Sociedad de Mercado y su reorientación del pensamiento, la cultura sigue siendo un fenómeno esencial y no material, pues si bien puede expresarse mediante objetos, no todo es materia en el fenómeno humano y mucho de lo que nosotros somos no es percibible ni físicamente real. Nuestras emociones, anhelos, sueños, imaginaciones y construcciones ideales, al igual que las matemáticas, no existen en el plano de lo concreto; sin embargo éstas son más fundamentales que los hechos. No se explicaría al ser humano si se lo viera solo como un animal, sujeto a los estímulos externos. El hecho de ser humanos implica una concepción de lo externo sujeta a lo interno, a cómo vemos y leemos el mundo, aunque ello se haga de una manera antojadiza o equivocada. Si bien la realidad puede decirnos muchas cosas, lo que nos hace humanos es el no hacerle caso o aceptar sus reglas, razón por la cual no vivimos desnudos ni hacemos nuestras necesidades cuando lo manda la madre naturaleza.

De modo que lo que se llama cultura pertenece más a la dimensión de lo inmaterial, de lo no medible o cuantificable y, por lo tanto, no susceptible de ser investigado por la ciencia pues no se da dentro del mundo natural. La cultura no está sujeta a leyes de ningún tipo sino a criterios exclusivamente ideales y antojadizos de la voluntad humana. Al igual que la poesía, estudiar a la cultura como fenómeno natural resultaría un absurdo.

De modo que, cuando hablamos de cultura, no debemos pensar en museos, en espectáculos, en obras de arte o en libros impresos. Todo ello en realidad pertenece al terreno de la mercantilización del arte, que es diferente, aunque para el hombre de hoy ello sea un sinónimo de “cultura”. La noción de cultura va más allá de la acumulación de objetos investidos con el ribete de “culturales”.

Cultura es humanización, es decir, incorporar al homínido dentro de un contexto que lo hace humano. Un niño recién nacido, sin el esfuerzo de la madre y de su entorno social por hacerlo “humano” es un ser destinado a convertirse en lo que llamamos “animal”, que solo sabe desarrollar sus funciones naturales (como lo demuestran los ejemplos de los “niños lobo” encontrados abandonados en medios rurales, sin haber sido criados por seres humanos).

Entonces cultura es idioma, interpretación del mundo, forma de pensamiento, estructura emocional e integración dentro de una comunidad. Prácticamente abarca todo lo que el ser humano es y hace; incluso hasta la manera de desarrollar nuestras funciones orgánicas están determinadas en muchos casos por ella. Quiere decir que cuando se hable de cultura se debería ser consciente que se está refiriendo a un todo complejo, que comprende la esencia de lo humano y la forma cómo éste se desenvuelve en su particular sociedad.

En vista de ello ¿qué se debería entender entonces cuando se refieren a “apoyar la cultura” o a “llevar cultura al poblador”? Ya no sería proveerlo de artefactos artísticos o brindarle espectáculos diversos para su distracción o aprendizaje de conceptos sino más bien cómo incorporarlo más eficientemente dentro de su propia sociedad y del mundo. Lo mismo que hace una madre con su pequeño retoño. Por lo tanto, hablar de cultura es ir mucho más allá de una inversión costosa e inútil o referirse a cosas ociosas propias del tiempo libre; es tocar el tema más profundo de nuestra esencia de humanos: el por qué y para qué vivimos. Vivir por vivir o vivir para consumir ya hemos visto que nos lleva a lo que algunos denominan como la anomia, que es la pérdida del sentido de la existencia humana para sobrellevarla como meros animales. En cambio pensar en cultura es mirar qué queremos ser y cómo llevarlo a cabo; es configurar nuestro yo en base a elementos posibles de desarrollarse, tomando como referente nuestra historia y nuestro pasado.

Sin ver este contexto, la noción de cultura seguirá atrapada en la cárcel de la inutilidad o en las manos de los comerciantes quienes prefieren ver a la cultura como arte y como objetos adquiribles a un buen precio, siendo los no comercializables, como la poesía, los que menos interesan. Encasillar a la cultura de esa forma, como obra material, como arte o como gasto en excedentes en tiempo libre, es persistir en lo mismo y seguir viviendo sin saber para qué ni por qué, agotando nuestra existencia en construcciones rentables que generan riqueza personal y da réditos políticos, pero que perpetúa el estado de insatisfacción de la población al ver que todo se reduce a adquirir y consumir, como si ello fuese el objetivo de la vida del ser humano.

5. Diferencia entre sistema cultural y políticas culturales

Todo lo dicho sobre la cultura como un sinónimo de humanidad es lo que corresponde al sistema cultural, mientras que las políticas culturales son aquellas que los gobiernos locales implementan con diversos fines que no siempre obedecen a criterios realmente culturales. De esta diferente percepción, mirada o convicción es que parten dos tipos de política distintos y que conllevan resultados opuestos.
Aquella que entiende a la cultura del primer modo, como un proceso de humanización y mejoramiento del ser humano, buscará la manera de acentuar todos aquellos elementos que contribuyan al mismo, cosa que implica un estudio profundo de las raíces de la sociedad, cómo está conformada, y un visión de futuro que ponga determinadas metas específicamente comunes, de alcance social y mayoritario.

Mientras que la otra, la que busca establecer sistemas ya conocidos y estructurados, apunta fundamentalmente a ciertos fines que la Sociedad de Mercado ya ha determinado como “culturales” y que son aplicados actualmente en la mayor parte de los países. Su efectividad se encuentra es que son del tipo “impactivos”, es decir, que buscan crear la impresión de que se trata de hechos culturales y, por lo tanto, son beneficiosos para la sociedad. Sin embargo, cuando se los analiza con detenimiento, se descubre en esto objetivos colaterales que no estaban planteados desde un comienzo pero que resultan muy útiles para quienes lo hicieron, de modo que, a la larga, el beneficio se traduce en dinero o en prestigio administrativo o político, sin que al poblador le produzca otra cosa que no sea asombro o su aplauso, mas nada qué llevarse a casa ni para sus adentros.

6. La cultura en los gobiernos locales

Es obvio que esto plantea una gran disyuntiva para muchos que tienen interés en el tema cultural dentro de los ámbitos estatales y municipales, puesto que la mayor parte de las autoridades saben que su gestión es corta y quieren tener resultados medibles y tangibles. Nadie puede medir la felicidad o el grado de satisfacción cultural que una población tiene, pero sí se pueden contabilizar los monumentos, la cantidad de butacas, el número de actuaciones teatrales, la frecuencia de espectáculos ofrecidos o el tiraje de libros impresos. He allí el dilema de los gobernantes: decidir entre el facilismo con beneficio propio y el deseo de hacerle realmente un bien al pueblo que dicen amar antes que a su ego.

Existen hoy fórmulas ganadoras que se encuentran a la mano de quien las necesite. Baste con decir que muchas ciudades del mundo han sabido capitalizarlas y se encuentran entre las más apetecibles y renombradas, quienes, gracias a su visión cultural utilitaria, han obtenido logros de todo tipo. Son numerosas y sería muy extenso citarlas, pero se puede decir que las hay desde las que capitalizan tanto su pasado histórico como sus virtudes naturales o su tradición. Éstas generan un movimiento turístico de una magnitud tan importante que, sin ello, no serían conocidas jamás por el mundo. Pueblitos tan insignificantes como Lourdes no tendrían ninguna importancia si el gobierno local y central no hubieran creado las condiciones necesarias para la afluencia de millones de turistas anuales. Lo mismo en los otros casos, donde la capitalización de la más pequeña virtud o curiosidad es más que suficiente para crear condiciones imposibles de imaginar sin ello. La lejana y “perdida” isla de Pascua o Rapa Nui nada sería sin la conveniente administración de sus pobladores así como de las autoridades, lo mismo que sucede con la ciudad del Cusco y su Machu Picchu.

7. La cultura en un contexto latinoamericano

No se puede dejar mencionar las características particulares que un escenario como el de Latinoamérica tiene, ya que es una conformación humana aún indefinida, indefinible y, probablemente, encaminada hacia un destino que todavía no está siendo debidamente pensado por quienes pertenecen a esta colectividad (aunque otros intereses, como el norteamericano, sí lo está haciendo, pero desde su propia óptica). Lo que más salta a la vista es la estructuración de su sociedad a manera de planos convergentes, en la que se aprecian los constantes entrecruzamientos de culturas, muchas veces en claro enfrentamiento, unas desarrollándose paralelamente y otras en franca asociación o mezcla. Principalmente el conflicto se da entre la cultura dominante y preponderante occidental y la nativa que, lejos de haber desaparecido o caducado, emerge con una inesperada expectativa antes no imaginada. Es de comprender, entonces, que se den varias visiones de lo que es cultura, dependiendo de qué modelo de civilización se entienda que es el que hay que seguir.

Dentro proceso histórico actual, es obvio que el dominio que ejerce Occidente a través de la expansión de los Estados Unidos como potencia única se refleje en una toma de partido, casi obligatorio, por el occidental de parte del grupo gobernante, de modo que lo cultural termina siendo un remedo de la sociedad norteamericana; pero esta no es una opción aceptada unánimemente, puesto que los integrantes de las culturas no occidentales residentes en estos territorios aún consideran válida la propuesta de vida que les ofrece su propia cultura, por mucho de bueno que Occidente demuestre tener. Y eso se debe a que no existe un sistema único, uniforme e invariable de cultura como tampoco de ser humano, por lo que las fórmulas se pueden aplicar a discreción de quien las desee y necesite.

En el caso latinoamericano, la cultura europea ha tenido algunos logros significativos pero no se ha conseguido lo que desde un comienzo se planteó: convertirla en cultura natural de los latinoamericanos. A diferencia de Estados Unidos, donde la sociedad era emigrante y venía ya con su cultura occidental nativa, en Latinoamérica existían numerosas culturas milenarias anteriores y con sobradas pruebas de éxito en su desarrollo. La invasión produjo, más que una conversión, una superposición y una división clara entre los que querían reproducir fielmente a la cultura occidental y los que se aferraban a las anteriores por tener estas ventajas que la otra no ofrecía.

Aún hoy en día se comprueba que las razones por las que los pueblos latinoamericanos eligen no es en función científica o tecnológica —o sea, por cuestiones meramente utilitarias— sino por juicios más integrales que contemplan a la cultura como un todo, en el que el ser humano está implicado más allá de los intereses de la sociedad de consumo, el predominio o la apropiación de las riquezas naturales.

Conclusión

La inclinación actual hacia propuestas culturales nativas en Latinoamérica se debe a que éstas brindan una visión más comprensiva y apta del mundo, que incluye la preservación y respeto del mismo aún a costa de renunciar a los beneficios científicos y tecnológicos de Occidente. Entender ello, a criterio de este análisis, es lo fundamental para tomar la decisión de ir por el camino del desarrollo propio pero basado en la continuidad del proceso iniciado por las culturas pre occidentales, aunque sin desechar los aportes que Occidente pueda ofrecer, siempre y cuando estos se adapten a los deseos y necesidades del modelo autóctono.
En resumen: hacer cultura, crearla o fomentarla, no es la adquisición de objetos artísticos ni la aplicación de sistemas modernos de gestión cultural sino más bien el rescate de los valores y principios de la cultura en que se vive con la finalidad de hacer un ser humano más seguro y más capaz de generar por sí mismo sus propios procesos personales y sociales.
 

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