Ernesto Rojas Ingunza
La vida entre dos fuegos

Por Jorge Paredes
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 06/10/07

Libro explora el papel de la Iglesia y del arzobispo Goyeneche durante la Independencia y los primeros años de la República.

Arequipa, 1824. Eran los primeros días de diciembre y no lejos de ahí (en Ayacucho) el virreinato había firmado su partida de defunción. En medio del júbilo, había en la ciudad una casta de hombres que no aceptaba el derrumbe de lo que hasta entonces había sido su mundo: el estado colonial, su orden, sus leyes y sus prerrogativas. Entre ellos destacaba José Sebastián Goyeneche (1784-1872), el obispo de la ciudad (y posterior arzobispo de Lima), perteneciente a una rica familia aristocrática de viejo cuño, quien entonces se negó a abandonar el Perú y decidió permanecer aquí para defender el último reducto que le quedaba: su fe y su iglesia.

El báculo y la espada (Fundación M. J. Bustamante de la Fuente / Instituto Riva Agüero) es un libro que explora en la vida de este hombre y en la forma como la Iglesia Católica asumió la llegada de la República. Su autor, el padre diocesano Ernesto Rojas Ingunza, dice que como ocurrió en el resto de Sudamérica, la iglesia en el Perú se dividió: "Unos religiosos estuvieron a favor y otros en contra de la independencia. El obispo Goyeneche era un aristócrata y sentía temor al cambio, por eso se propuso defender el mundo en que la iglesia había vivido desde su implantación en América. Casi sin excepción, los obispos y sacerdotes de mejor posición, hicieron lo que por otra parte, la Santa Sede les estaba pidiendo desde Roma: sostener el dominio colonial".

Goyeneche aparece en el libro como un personaje pragmático, pues a pesar de su vocación realista, le escribe una carta muy elogiosa a Sucre y después recibe a Bolívar en Arequipa. ¿No hay una contradicción en su comportamiento?
-El drama de Goyeneche y de muchos eclesiásticos de su época fue que no quisieron la independencia pero, digamos, tuvieron que adaptarse a ella, porque más allá de sus sentimientos, ellos tenían la misión superior de preservar la continuidad de la Iglesia. Entonces, tenían que gestionar de la mejor manera posible la relación con el Estado. Con esto, no quiero decir en absoluto que los principios no importaran, sino tomo su expresión para decir que en efecto la actitud de la Iglesia fue pragmática, pues debía luchar por su propia independencia frente al Estado.

Sin embargo, el estado independiente no era anticlerical, ¿cómo fue la relación de Goyeneche con el nuevo poder criollo?
-Ya en el contexto republicano, los eclesiásticos vieron con tranquilidad que el nuevo régimen no era hostil a la Iglesia, sin embargo, los gobiernos republicanos intentaron controlarla para asegurarse de que ella procediera en función de sus intereses. Entonces, los eclesiásticos trataron de conservar espacios de libertad necesarios para desplegar su misión, amenazada por la situación de caos institucional, que caracterizó al caudillismo de las primeras décadas de la República. Goyeneche vivió esta etapa con angustia, con gran aprensión, precisamente porque al fallar el sistema jurídico, por la situación de excepción que generaban estas guerras, la Iglesia estaba en manos de estos caudillos y jefes militares. Le voy a poner un ejemplo: a causa de los conflictos muchos conventos fueron tomados por las fuerzas militares y fueron convertidos en cuarteles, y los frailes se vieron lanzados a la calle. Esto les cambió totalmente su modo de vida. ¿Y quién estaba llamado a afrontar estas situaciones? Pues el obispo, que tenía que negociar, exigir, conceder, en un tira y afloja constante con el Estado, pues en la práctica, la Iglesia y su actividad, dependían de quienes tenían el poder político y la fuerza.

¿Hay, digamos, una conversión de Goyeneche hacia la República o muere pensando que el régimen colonial era lo mejor para el Perú?
-Es difícil decirlo. De lo que no cabe duda es que tenía profundos sentimientos patrióticos. Como arequipeño y como peruano, su identidad era muy clara. Pero él no veía contradicción entre estos sentimientos y el cariño, el vínculo con España. En el libro, aparecen con claridad rasgos de profundo desencanto, desolación y preocupación por lo que estaba pasando la nueva república peruana, y es posible que él pudiera creer que mejor hubiéramos estado bajo la corona española. Pero quiero subrayar que no debemos interpretar esto como falta de patriotismo. Creo que el insuficiente conocimiento de Goyeneche ha llevado a que algunos no hayan entendido bien su experiencia y sus motivaciones. En ese sentido ha sido presentado como una persona convenida, sinuosa, que estaba bien con unos y con otros. Por eso era necesario profundizar en el hombre, el eclesiástico y la época para entender sus temores y esperanzas; sus grandezas y miserias.

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