Julio Ramón Ribeyro
Son ya diez años, Monsieur Ribeyro Son ya diez años, Monsieur Ribeyro

Por Alonso Rabí do Carmo
Fuente: El Comercio, Lima, 17/10/04

"Náufrago de sí mismo, vivió en el temor a la obra perfecta mientras se preguntaba si tenía valor lo que escribía". Estas palabras, escritas por el escritor español Vila-Matas al recordar un fugaz y silencioso encuentro con Julio Ramón Ribeyro en París, describen a la perfección dos cosas: el pudor, por un lado, y el escepticismo, por otro, que marcaron siempre la obra del notable narrador peruano.

Pudor, porque como muchos recordamos, Ribeyro fue siempre un enemigo de la exposición mediática y, cada vez que podía hacerlo, huía de entrevistas y otros actos que lo obligaran a mostrarse en público. No siempre lo logró, es verdad, pero estaba claro que prefería el retiro y el silencio. Y escepticismo, claro está, porque Ribeyro, por confesión propia, se consagró a la duda en vida y obra. Buena parte de sus cuentos, además, suelen retratar la derrota de sus personajes, la imposibilidad de ver coronados sus anhelos, la brutal negación, en fin, con que la vida y el destino les abren las puertas.

Algo de kafkiano hay en eso, es verdad, pero en la superficie, pues en sus escritos respira la mejor herencia del realismo occidental, lo que no es poco decir si situamos esta escuela entre los nombres de Balzac y Dickens, pasando por Maupassant y Flaubert.

Esto no le impidió ensayar también relatos de corte fantástico, algunos muy logrados como "Ridder y el pisapapeles" o "Demetrio" e incluso escribir un cuento tan difícil de clasificar como "La insignia", de cuya lectura podría desprenderse tanto una exploración del absurdo como una alegoría política y social. Lo mismo cabría decir de "Silvio en el rosedal", el más borgeano de sus relatos, en el que la meditación sobre un enigma y su posible lectura o solución es el centro mismo de la trama.

Aunque son innegables sus aportes al realismo literario peruano, con relatos como "Los gallinazos sin plumas" -de un expresionismo sin concesiones-, "El profesor suplente", "Alienación" o "El marqués y los gavilanes", Ribeyro es también autor de dos libros que la perplejidad de la crítica ha bautizado como artefactos literarios: "Prosas apátridas" y "Dichos de Luder", textos sin género preciso ni canónico, a medio camino entre el ensayo, la greguería y la ficción, libros cajón de sastre que contienen -lo mismo puede decirse de su diario, "La tentación del fracaso"- el ideario ribeyriano de la vida, al arte y la literatura.

La novela fue el territorio menos visitado por Ribeyro, pero no dejó de rendir frutos, especialmente con "Crónica de San Gabriel", la mejor de las tres que escribió ("Los geniecillos dominicales" y "Cambio de guardia" son las otras dos), que destaca por una prosa brillante e intimista.

Como dramaturgo, destacan tres dramas: uno alegórico ("Santiago el pajarero"); otro satírico ("Confusión en la prefectura") y uno último de tema histórico ("Atusparia"), mientras que en los ensayos reunidos en "La caza sutil" volvería a asomar el estilista que Ribeyro llevaba dentro.

A estas alturas, más de un lector se preguntará por la oportunidad de estos apuntes -apretados y seguramente algo caóticos- en torno a Ribeyro.

La respuesta es sencilla: este año se conmemoran diez años de su muerte y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en coordinación con el Instituto Raúl Porras Barrenechea, está organizando, del 20 al 22 de este mes, un coloquio internacional dedicado a recordar y valorar la obra de Julio Ramón Ribeyro. Muy buen pretexto para visitar los textos de no solamente uno de los más importantes escritores peruanos del siglo XX, sino también a un gran maestro del cuento hispanoamericano.

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