Juan Ramírez Ruiz
La vida como transitoriedad pura La vida como transitoriedad pura

Por Rafael Ojeda
Fuente: Variedades, Semana del 22 al 28 de setiembre de 2006

Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1944) (1) fue, junto a Jorge Pimentel –además de José Carlos Rodríguez, Mario Luna, Julio Polar y Jorge Nájar–, fundador, animador y principal teórico de la primera etapa de Hora Zero (2), importante grupo poético de la generación de la década de 1970, cuya repercusión alcanzó distintos lugares de América Latina, España y Francia.

Autor de Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida perpetua (1978) y Armas molidas (1996), libros relevantes para entender el proceso que siguió la nueva poesía peruana, Juan Ramírez Ruiz vive un silencio poético, en parte debido a la pobreza editorial de nuestro medio.

Ramírez Ruiz posee una serie de nueve libros inéditos y mecanografiados, que desde hace algunos años esperan ser publicados. Entre ellos destacan títulos como Tierra finita e Invitación a Hanan (nombre quechua para referirnos al paraíso).

Dialogamos con él sobre sus inicios, el legado de Hora Zero y su estado presente.
 

¿Qué recuerdos tienes de los años en los que se gestó Hora Zero?
–La de 1960 fue la generación del poder económico, y como el Centro de Lima era el teatro donde hacían sus fanfarrias y presentaciones, eso nos irritaba. Nosotros sólo bebíamos caña y hacíamos una bohemia de pobres. Pero había allí un ambiente de rebelión contra el comportamiento de poetas como Antonio Cisneros, exhibicionistas y provocadores. Debíamos replicar eso, porque él y los demás elitistas tenían buen trabajo. En tanto, nosotros hacíamos periodismo bravo, el callejero, el de la edición mínima. Eso fue bueno, porque permitía entender las especificidades propias de estos dos bloques contrapuestos que constituían los temperamentos sociales de la cultura a fines de la década de 1960.

¿Comenzaste a hacer periodismo en Lima?
–No, en Chiclayo. Mi hermano ya trabajaba en el periodismo. Mi padre murió porque se pasó de tragos y nos quedamos con la madrastra que no nos quería, pero nos acogió. El asunto es que vine a Lima cuando tenía 14 años y llegué a la casa de otro hermano. Éste era comerciante, pese a ser muy joven. Eso me dio tiempo para iniciar el autoconocimiento y el conocimiento del pueblo en el que estaba. Comencé también en la lectura como un vicio, con pasión intensa y como una alternativa, porque no veía salida por ninguna parte. Lo bueno es que en Surquillo tenía un pariente que me salvó de regresar a Chiclayo y de naufragar en el alcohol. Lo importante de ese período es que tuve la identidad del migrante –es decir, no sólo yo, sino todo Hora Zero–, la particularidad que tenía nuestro arte en relación con el que se producía en Lima. Allí comenzó la primera irrupción de una conciencia que no era la que salía de San Marcos ni tampoco de la Católica. Después trabajaría en la revista Marka, en El Diario y fui colaborador de La República.

¿Hubo algún episodio trascendental en tu vida que haya marcado tu poesía?
–La muerte de mi padre me había tocado con tal fuerza que por años me volví solitario. Ese fue el hecho más decisivo de todos, una sucesión de descubrimientos, de ausencias y carencias. Aún estaba viviendo esta tragedia cuando me salvó un acto de naturaleza insólita: el descubrimiento de la palabra en la voz. Allí comenzó una relación mística con la vida a través de la palabra, una peregrinación hacia la identificación de la vida humana. Era un obsesionado por convertirlo todo en escritura. Recuerdo que tenía centenares de cuadernos de apuntes, pues ya había hecho fragmentos desde la secundaria.

¿Cómo fueron los inicios de Hora Zero?
–Había ingresado a literatura en la universidad Villarreal y allí conocí a los integrantes de Hora Zero. Lo interesante es que la mayoría provenía de sectores populares, que asomaban como comerciantes, en un espacio emergente que nos permitía –por primera vez en mi caso– surgir. El asunto es que éramos de clase media baja y teníamos que hacer un abierto combate para tener educación superior y además para vivir. Y resultaba difícil, a veces no se podía. Los migrantes llenábamos las cortinas, además de la gente joven local siempre interesada en la cultura. Lo nuestro comenzó con funciones. Cuando había un recital de Hora Zero en una universidad, estaban asegurados la silbatina y los sabotajes, después de eso la bronca era inevitable; pero no llegó a dispararse balas. No recuerdo incidentes sangrientos, aunque tal vez los hubo.

Después de todo este tiempo, ¿qué nos puedes decir de la poética practicada por ustedes?
–Radical, aunque no se llegó a la renovación lingüística, un asalto entre la verbalización y el signo visual: la potencialidad visual del signo aliado a su carácter fonético. Para nosotros fue partir del tratamiento del signo, que después conduce a la producción total de un programa de escritura. Y eso fue completamente original. Ninguna editorial de ninguna parte del mundo puede decir que fuimos influenciados o que nos derivamos de ellos.

¿Cuál fue la noción de marginalidad que ustedes proponían?
–Hubo una especie de secuencia evolutiva, también asociada a la migración. Cuando un migrante peruano arranca de cualquier parte de donde está, se dirige a una parte de él que no conoce, no obstante que como individuo esté señalado como integrante de ese bloque. Pero la heterogeneidad de ser peruano constituye un reto de autorreconocimiento, porque la imagen de los peruanos es multifacética, y al ser estos así, las huellas de la escritura también lo son. En el Perú, el producto estético siempre será una novedad. Con colores o sin colores, con formas visuales o sin ellas, con imágenes detenidas o en movimiento.

Pero tu trabajo posee una línea no necesariamente similar al resto de tu generación, y a veces tampoco parecida al resto de Hora Zero.
Por ejemplo, la poesía de Jorge Pimentel es diferente de la tuya...
–Es verdad, pero la unidad no se sustenta allí. Pimentel era más repentista; mientras que Tulio, más conceptual. Hora Zero pretendía ser esa visión integral de la cultura humana, una visión de toda la macroestructura de producción cultural que el hombre ha generado.

Y hablando de tus libros, ¿tu intención era indagar más en el lenguaje o en la visualidad?
–En la poesía integral se convocó a todos los componentes posibles, visuales o auditivos, que constituyen una interrelación, que entre ellos puedan emitir un sistema según una regulación eficaz. Y entonces estaba allí desatada la nueva poesía. Por ejemplo, hay muchos textos de mis libros en los que vemos un extremismo en el uso del lenguaje ¿Por qué llegar a esto? Porque ellos siguen siendo los tipos de textos provocadores y radicales por antonomasia.

Entonces, ¿ese tipo de resultados son producto de una indagación con la palabra?
–Y con los sistemas de signos, con el sistema de los signos que en el último libro se acentuó más. Pues, mientras en el primero sólo había un asomo a esta tendencia, en el tercero la situación se radicaliza totalmente.

¿Cómo defines entonces el tránsito estético recorrido desde Un par de vueltas por la realidad hasta Armas molidas?
–Como un esfuerzo por evolucionar, por quemar etapas, replanteando modos de expresión que progresivamente fueron convirtiéndose y transformándose en estaciones mucho más plenas, más complejas, mucho más placenteras, más dinámicas y polidimensionales, hasta entregar visiones estéticas completas novedosas y originales.

¿Y en los libros inéditos, ese interés por indagar en lo simbólico sigue tratando de alcanzar el extremo o has retornado a la literalidad en ellos?
–Vagamente, no le he dado una mirada a mi obra. Los tengo ahí como retos a mí mismo. No hay una aproximación seria, rigurosa, como queriendo volver con una mochila floreciente, flamante y suculenta. Porque ese bloque de nueve exploraciones, de nueve inmersiones, tengo que hacerlo con una disposición especial, pues debo pulirlos para volver a entrar en el juego. Y no da, pues, me abato y sólo obtengo una cara de derrotado.

¿En qué momento empezaron tus desavenencias con el grupo?
–Ese es un tema delicado y prefiero no responder, porque va a abrir nuevas desavenencias.
 

Notas
[1] La mayoría de menciones sobre Juan Ramírez Ruiz dan erradamente como año de nacimiento 1946, 1947...
[2] En 1970, Ramírez Ruiz fundó Hora Zero de Chiclayo.

Nota de edición: Un estudio sobre la poesía de Juan Ramírez Ruiz, a cargo del crítico Juan Zevallos Aguilar, aparece en la última edición de la revista Intermezzo tropical (2006).
 

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