Enrique Prochazka
Fantasías del Desierto Fantasías del Desierto

Por Iván Ruiz Ayala
Fuente: Página académica de Iván Ruiz
http://hercules.gcsu.edu/~iruiz/FANTASiAS_DEL_DESIERTO.htm

     Son pocas las veces que un narrador reflexiona sobre su propia obra. Y Enrique Prochaska (Lima, 1960) lo hace en torno a un libro perteneciente a un género complejo: el fantástico. En efecto, “Un único desierto” (Australis, marzo de 1997, 144 pp) es un conjunto de 13 relatos densos, seguidos de una “Explicación” y un “testamento”. En realidad los cuentos no necesitan explicaciones, a menos que se formulen como parodias, paradojas o parábolas. Esto pone en evidencia la autoconciencia del escritor sobre los límites y alcances de sus relatos.

     Y es que los textos literarios no corresponden exclusivamente a autorrealizaciones personales. El autotelismo de los textos artísticos se conjuga con su inserción en el llamado circuito literario. Los aspectos formales y de contenidos juegan un papel esencial es el proceso de la comunicación artística. No estamos en los tiempos del creador encerrado en su castillo interior o torre de marfil.

     Esquemáticamente podría polarizarse la creación artística en dos direcciones: hacia el facilismo formal, la asunción de una técnica con amplia difusión y aceptación entre el público. O, en el otro extremo, la modificación de los planteamientos estéticos vigentes, formales y de contenido. Desde el romanticismo la opción que ha predominado es la segunda, a tal punto que Octavio Paz puede referirse con toda propiedad a una “tradición de la ruptura”.

     Cita Prochaska a Borges y a sus lecturas sobre Schopenhauer, Thomas de Quincey, Swendenborg, los gnósticos, Homero y otros autores. Y añade: “Siempre se tratará de un hurto inteligente; los libros más personales son centones”. Es correcto, pero habría que añadir otra cita del propio Borges: cada gran creador crea su propia pre-historia. Por lo demás, hay que considerar que M. Bajtín y J. Kristeva han desarrollado el concepto de intertextualidad, los textos invisibles que se encuentran detrás del que leemos.

     Es cierto que cada artista crea su propio imaginario. Y éste no necesariamente debe coincidir con la experiencia habitual del común de los mortales, en este caso, de los peruanos. La opción de Prochaska no es la de Vallejo. Mientras el autor de Poemas Humanos se remonta a la universalidad ahondando en su ser andino (“¡Indio después del hombre y antes de él!”), Prochaska recalca su condición de universalidad a partir de su no identificación con un lugar específico: “Me he sentido en casa en un valle de Huarochirí, en Cumbemayo y en Pomabamba, pero también en Sajonia, en Zaragoza, en Magdalena del Mar. Sé que me gustarían Kioto, los Highlands, Christchurch, Kiev, Tinajani, McMurdo y el Sinus Iridum”. De igual manera, no existe una identificación temporal: lo mismo da el presente, como el pasado o el futuro. De allí los continuos saltos de siglos en los relatos: del IX al XIX, del XVI al XXI o XXX.

     Las declaraciones anteriores ponen en evidencia el conflicto cultural de algunos creadores. Nacidos casualmente en cierto espacio geográfico, se ven constreñidos a edificar un mundo a su medida. ¿No era André Bretón el que decía que hasta la imaginación se conquista? Por ello es que, en última instancia, nada hay que debamos reprochar a Prochaska. Nada hay más sagrado que la libertad. En su estudio sobre César Moro, E. A. Westphalen y J. M. Arguedas afirma Alberto Escobar que “En la patria universal de la poesía caben todas las lenguas”. Todas las poéticas, podríamos añadir. Dejemos, pues, que sean el tiempo y la memoria quienes den su dictamen final sobre estos cuentos.

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