Luis Jochamowitz
Un esteta de la muerte

Por David Hidalgo Vega
Fuente: El Comercio, Lima 03/10/06

 

El periodista y escritor Luis Jochamowitz vuelve de otra inmersión por archivos y periódicos antiguos para traer un conjunto de relatos insólitos. En medio de episodios delirantes no pudo evitar poner el ojo en relatos truculentos que son su marca, una curiosa debilidad.
 
Tras la silla que domina el estudio de Jochamowitz cuelga un grabado que muestra a dos hombres ahorcados. Son los hermanos Gutiérrez, protagonistas de una revolución militar tan efímera como alocada de fines del ochocientos. Sus siluetas se perfilan con trazos de gris dramático desde la torre de la Catedral sobre la Lima que estuvieron a punto de incendiar en su delirante búsqueda de poder. El escritor se deleita con la curiosidad del visitante. A la manera en que otro ubicaría la imagen del patrono de su devoción o un cálido retrato familiar, él exhibe la escena de una ejecución. El detalle no deja de resultar curioso en un autor que ha cimentado parte de su reputación como narrador de asesinatos. "Suscribo esa teoría de que el crimen es muy autobiográfico", dirá después. En su caso, el rasgo personal está en su fascinación por los episodios fúnebres. La prueba es que su último libro, una recopilación de noticias insólitas del siglo pasado, está atravesado de fallecimientos e incluye una selección final de obituarios. 
 
Jochamowitz no esconde esa simpatía que es casi célebre entre sus allegados. El editor Julio Villanueva Chang ha dejado una pincelada previa en un perfil sobre el escritor: "Queda el recuerdo de su libro de crónicas 'El Descuartizador del Hotel Comercio', de su relato funerario 'El ganador post mortem', y un ensayo suyo, casi humorístico, de nombre 'Morgue antigua'. Ese culto por una estética de la muerte deja de ser una sospecha cuando me entero de que sus amigos le dicen mortícola". De hecho, también es cierto que Jochamowitz tiene en un lugar destacado de su biblioteca la colección de obras traducidas de Thomas de Quincey, cuyo ensayo más popular en tiempos modernos debe ser "El asesinato considerado como una de las bellas artes". Su nueva entrega, que lleva el lóbrego título de "Última noticia", mantiene la pulsión tanática de sus gustos. "En este libro el tema de la muerte es muy constante. Me doy cuenta de que le doy muchas vueltas. Debe ser tan poderoso su influjo que me produce risa, me predispone al buen humor", confiesa.
 
 
Historias rescatadas
 
Jochamowitz viene de pasar seis meses encerrado en el silencio mohoso de una biblioteca, que, para el caso, puede ser el símil más cercano a un sarcófago de historias. Pasó varias horas al día revisando las colecciones de diarios antiguos que guarda el archivo Riva Agüero, en especial de El Comercio. Según ha contado recientemente, no se preparaba demasiado, apenas tomaba un puñado de hojas en blanco antes de introducirse en ese ambiente que por momentos tenía las características de una escena forense: "Ver gente que leía libros con máscaras me producía una emoción, como si fuera un material dañino, una lectura letal", dijo el día de la presentación de su libro. Entonces no resulta extraño que el panorama y las inclinaciones personales pusieran atención a las historias mortuorias.
 
Entre episodios de todo tipo, el explorador consigna el de un hombre que afirmaba haber descubierto una sustancia capaz de resucitar a los muertos. Se llamaba Ricardo Brault y parecía "más bien un químico austero, tal vez un botánico herbolario que llega al lugar del experimento sin más instrumental que un pequeño maletín". El procedimiento de inyectar una solución al cadáver producía espasmos sanguíneos y la apariencia de pulso, pero poco después, para decepción de la época, fracasaba en el intento. También está la historia de 'Pajarito', el guardián de la morgue, famoso por vender esqueletos a los médicos. "En la casa de 'Pajarito' no era raro encontrar una pata o una cabeza entre las patas de la mesa. Pensar que él mismo se ha convertido en un cadáver no deja de ser un consuelo", indica la historia bajo el sugerente título de "Ascenso". 
 
Hay el relato de un finado que revive al borde de la tumba y al día siguiente debe enterrar en ese mismo nicho al amigo que lo cargaba y murió de un infarto al verlo despertar. El caso del hombre que se pintó de verde para salir en un corso y falleció al día siguiente, "un caso de envenenamiento por transpiración". Y también un relato sobre las cartas dejadas por gente que decidió matarse. "El grado cero de la escritura solo se alcanza en las notas que escriben los suicidas", escribe Jochamowitz con cierto deleite por el absurdo. "Cada palabra clama por la estupidez cometida", sentencia.
 
Como es de esperar en alguien con esas sensibilidades, el autor es un cazador obsesivo de detalles. En el libro que escribió sobre Montesinos, "Vladimiro, vida y tiempo de un corruptor", hay una escena que parece escrita con el desdén de un sepulturero: Montesinos está de pie, frente al cadáver de su padre suicida. En un momento señala el ataúd y pregunta a un amigo cercano: "¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?". El matiz es revelador en una investigación que es casi una autopsia: "Creo haber percibido claramente lo desagradable que es, lo repelente, su pobreza humana. La miseria, casi la desolación cubierta con camisas de seda y millones de dólares. El resultado es abominable", cuenta ahora, con bastantes páginas de distancia para saber que es solo otro personaje de su panorama narrativo. Un territorio en el que caben sujetos como Fujimori --cuya biografía escribió--, un tipo con la misma frialdad maléfica.
 
Jochamowitz dice que es parte de esa vocación por explorar las antípodas de sí mismo. "Por ejemplo, me atraen los crímenes, pero soy incapaz de cometer delito alguno". A lo más, de imaginarlos. Hace unos días tuvo la idea de una historia policial en la que el protagonista no es un detective, sino un funcionario municipal que descubre asesinatos mediante la lectura de certificados sanitarios, catastros y otros documentos burocráticos. Cabe suponer en esa trama el embrión de su alter ego cultivado en un imaginario criminal. Según recuerda, empezó a escribir sobre asesinatos por el recuerdo de una historia que le contó su padre acerca de unos muchachos, rateros de pueblo, que de pronto iniciaron un regadero de muerte desde Ica hasta Lima. El refinamiento de ese gusto ya es asunto personal. "¿Viste la película de Capote? Me conmovió profundamente cuando el tipo se queda en la sala con los ataúdes de la familia y abre uno por uno para mirar. Sentí una mezcla de repulsión y atracción. ¡Qué monstruosa curiosidad, pero también qué fascinante eso de poder mirar todo! Ojalá, llegado el caso, me atreviera".
 
 
Nicho literario
 
Siempre habrá alguien con una referencia sobre los gustos fúnebres de Jochamowitz. Yo mismo recuerdo haberle escuchado hace mucho un comentario entusiasta sobre un libro llamado "El ladrón de ataúdes". De hecho, uno de sus placeres personales es visitar cementerios. "Es una costumbre que tengo desde chico. Incluso llevaba a mis amigos a ver lápidas, nos metíamos en nichos vacíos. Cosas de cualquier niño, supongo". De su niñez también data un recuerdo de sus visitas a la iglesia del deán Saavedra, en Huanchaco, Trujillo, junto con su padre y hermanos. El sacristán los paseaba por la nave, el altar, hasta la urna del deán, donde se quedaban mirando un cuerpo como de corcho, pequeño y duro. Luego íban al cementerio de al lado. "Esas excursiones han quedado muy nítidas, mientras que han desaparecido meses, años de los que no recuerdo nada".
 
El rastro de esos recuerdos es que todavía visita campos santos donde va. Es el primer lugar que reconoce. Hace un tiempo estuvo en el cementerio del Cusco y quedó fascinado con el decorado de los nichos, cubiertos de cerámicas y otras artesanías. "Todo el mundo se muestra como es frente a la muerte", dice el autor. En una muestra de que hace lo que predica, hace unos años Jochamowitz y Julio Villanueva Chang fueron anfitriones del ensayista mexicano Carlos Monsiváis. Una tarde lo invitaron a almorzar comida peruana y, casi en un ejercicio de autoafirmación, fueron al tradicional restaurante La Buena Muerte. 
 
Tras los platos de rigor, el trío salió a dar una vuelta. El bajativo de los aderezos fue una ronda por el Presbítero Maestro sugerida por el propio Jochamowitz. En medio del paseo, Monsiváis empezó a relatar la biografía de algunos peruanos ilustres, como el poeta José Santos Chocano. Luego, advertido de que Jochamowitz escribía una historia sobre la mona Chita, el mexicano contó que en el entierro de Tarzán (Johnny Weissmuller) en Acapulco el único discurso fue un grito. "Fue una clase de cultura funeraria universal", bromea el editor.
 
Alguien podría pensar que detalles como estos forman un evidente perfil psicológico. Jochamowitz no lo admite, ni siquiera porque, curiosamente, está casado con una psicoanalista. "No hablamos de temas psicológicos, aunque ella fue quien me hizo notar que uso con mucha frecuencia la palabra monstruo o monstruoso", se ríe. La palabra aparece varias veces en su último libro, lo que puede tomarse como un signo de normalidad tras su inmersión en el tiempo muerto de los periódicos viejos. Periplo que, dicho sea de paso, le ha dejado una nueva voracidad: "¿Te imaginas lo que sería tener todo el conocimiento de los diarios en la cabeza? Esa omnisciencia sería fantástica", dice. Planea seguir explorándolos en busca de nuevos trofeos: crímenes, muerte, temas cotidianos, al fin. 
 
 
Opresión victoriana
 
Una señorita se desmaya en una concurrida calle de Londres. Es llevada rápidamente a un hospital, donde fallece. Abierta la instrucción, el juez descubre que la causa de la muerte es el corsé demasiado ajustado. Los padres declaran que "aunque la vigilaban constantemente, ella se oprimía a veces de tal modo que llegaba a perder la respiración. La autopsia del cadáver reveló graves desórdenes internos: el hígado había perdido su forma normal y tumores malignos se iban formando en otras partes del cuerpo". El juez cierra el caso como "un suicidio. lento por coquetería". 
Última noticia, p. 73
El Comercio, 8 de julio de 1897
 
 
Pobres de plácemes
 
La Municipalidad, "deseosa que los desheredados de la fortuna tengan algo con qué pasar las Fiestas Patrias" y ya que "no es posible atender a todas las personas mendicantes", ha organizado un sorteo con 100 números premiados de cinco soles cada uno. Para participar hay que presentar en secretaría un certificado "de buena conducta y pobreza evidenciada suscrito por dos personas conocidas". 
Última noticia, p. 27
El Comercio, 22 de julio de 1897
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