Osmar Gonzales Alvarado
Un discurso de Nicolás de Piérola Un discurso de Nicolás de Piérola

Por Osmar Gonzales Alvarado
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El 5 de enero de 1908, con motivo de su cumpleaños 69, Nicolás de Piérola dirigió un discurso en el Hotel “Maury” a sus partidarios demócratas y a los representantes del Partido Liberal de Augusto Durand, otro gran caudillo del siglo XIX.* Dicho discurso es interesante tanto por el contexto en que fue pronunciado como por las ideas que expuso en él, y que presentan gran actualidad.

 
Recordemos que 1908 es el último año del gobierno de José Pardo, el mismo que consolidaría la preeminencia del Partido Civil —fundado por Manuel Pardo, padre de aquel—, durante la República Oligárquica. Pero no se trató de una victoria del civilismo en su conjunto sino, fundamentalmente, de su ala renovadora, la de los jóvenes turcos, comandados por Pardo y Augusto B. Leguía, entre otros. En 1908, además, los jóvenes turcos reafirmarían su predominio cuando Leguía alcance la presidencia, cargo que asumiría en setiembre de ese año.
 
Por su parte, Piérola y su Partido Demócrata habían perdido el protagonismo político que habían alcanzado desde 1894 hasta 1904, año en el que ingresa al poder Pardo, justamente. El Califa ya no volvería a gozar de la sensualidad del poder, a pesar de sus intentos de ser elegido Alcalde de Lima o, incluso, nuevamente como Presidente del Perú.
El discurso de Piérola hay que enmarcarlo en un año electoral, en una situación de derrota o de marginalidad en la lucha por el poder y, además, al interior de una tendencia hacia la renovación generacional de las representaciones políticas. Se trata de palabras que se desea que sean escuchadas más allá del auditorio repleto de correligionarios. Es un discurso de arenga política.
 
Por esa razón, Piérola inicia sus palabras diciendo a sus seguidores lo siguiente: “En medio de vosotros respiro ambiente de salud y de vida, porque es ambiente de verdad. Lejos, muy lejos, de esa atmósfera de mentira sistemada (sic) que está corroyendo las entrañas de la nación, yo siento aquí palpitar con el nuestro el corazón del Perú”. El ataque al gobierno civilista es evidente, y se convierte en parte de una campaña electoral en ciernes.
 
Luego, señala el ex Presidente que la emancipación política de España fue un acto que de improviso nos ubicó como República, la cual, no obstante, es mejor que el régimen colonial precedente. Inmediatamente después, Piérola alude a la condición de ciudadanos menguados de los peruanos, quienes: “Quedan necesariamente a merced de los audaces, ora empleen éstos la brutalidad de la fuerza, ora las alucinaciones del engaño, divididos en dos terribles campos: dominadores y dominados, con todos sus desastres”. El embate contra la demagogia —que él mismo utilizó en tantas oportunidades, por lo demás— va directamente contra los políticos civilistas. Las palabras de Piérola adquieren, evidentemente, tintes de una reflexión moderna al centrar su preocupación en la condición ciudadana de los peruanos, denunciando, como lo han hecho múltiples analistas contemporáneos nuestros, la falacia ciudadana y, por lo tanto, la endeblez de la República:
 
 
Sin ciudadanos no hay República. Y no puede darse el nombre de tales sino a los que estén íntimamente penetrados de que el interés del individuo es solidario con el de los demás; de manera que todo ataque y todo servicio a la colectividad, es ataque o servicio necesario, inevitable, al interés de cada uno; que la ley honradamente cumplida, es condición de vida para todo pueblo; que sólo el imperio de la verdad y la justicia da fuerza, poder y prosperidad a las naciones; que ningún pueblo alcanzó jamás otros bienes que aquellos que por sí mismo supo conquistar y defender; que los indiferentes y los omisos son, en daño propio, los grandes cooperadores de la audacia dominadora, rebaño de insensatos o menguados destinado al sacrificio, historia apenas interrumpida por brevísimos intervalos en los pueblos hispano-americanos.
 
 
La actualidad de las denuncias de Piérola podría llevarnos a decir, en términos de hoy, que está denunciando de “populistas” a los gobernantes de su tiempo por sus ofrecimientos sin fundamento con tal de obtener votos. Pero las cosas son más complicadas que el cliché; además que el término populismo no se había creado siquiera. En realidad, Piérola está aludiendo a la crisis de las instituciones, a la ausencia de visión de los gobernantes y a la falta de educación cívica de la población, males que han merecido infinidad de denuncias y análisis pero que muy poco se han combatido hasta el día de hoy.
Argumenta Piérola que el Partido Demócrata había surgido para superar los males de la patria:
 
 
... agrupación de hombres formados en la escuela del deber público, ajenos a toda concupiscencia y resueltos a no economizar esfuerzo ni sacrificio de ningún género; agrupación que acometió conmigo, bien joven aún, la colosal tarea de hacer República, de formar ciudadanos.
 
 
 
 
Son cuatro décadas que para entonces ya llevaba de vida el partido pierolista. Quizás su logro más importante fue el comandar la insurrección que dio término al segundo militarismo post-1879 e instaurar la paz institucional que cobijó el progreso económico en 1895, y que dio inicio a la llamada República de Notables. Tal fue la trascendencia del gobierno de Piérola que algunos autores llaman —por la institucionalidad que ayuda a dar forma— el “Estado Piérola”. Por otra parte, analistas de su tiempo afirmaban que con él se inició la “regeneración nacional”, y por ello cautivó la simpatía de intelectuales como José de la Riva Agüero, José Gálvez o Víctor Andrés Belaunde, por ejemplo.
 
Piérola también es enfático en un tema que hoy nos agobia como nunca antes: la corrupción. Es decir, utilizar los bienes públicos para el enriquecimiento privado; abusar del poder para el beneficio propio, olvidando el fin máximo de la política, que es el bien colectivo: “El Partido Demócrata ejerció el Poder, pero únicamente para formar un régimen de orden, de rectitud y de justicia”. En otro momento insiste el caudillo: “fuera del Poder no han pedido —los demócratas— sino un brazo el sustento y el bienestar que asegura el trabajo, y en él han cumplido su deber con entera abnegación”. Nuevamente, Piérola regresa al tema que constituye el centro de su discurso, el de los ciudadanos, cuando dice: “En el Partido Demócrata no caben ni especuladores ni logreros; no caben sino ciudadanos. Los que no se sienten tales se marchan solos”. Es claro que para Piérola la condición de ciudadanía va aparejada a la de la honestidad; en sentido contrario, el corrupto no puede ser considerado ciudadano. Si no puede haber República sin ciudadanos, tampoco puede haberla con corruptos.
 
El discurso de Piérola también es un esfuerzo de justificación histórica, especialmente de cuando asumió la dictadura en plena guerra con Chile —uno de los momentos más controversiales de su larga carrera política—, hecho que el líder consideraba de “necesidad nacional” y que su partido y él mismo asumieron sin buscar la ventaja personal o egoísta. Por el contrario, dice, su partido “luchó por la patria y para la patria”. Inmediatamente, Piérola da un giro y pasa a la ofensiva, pues se interroga qué hubiera pasado si los demócratas hubieran salido victoriosos de algunas de sus revueltas como las de Arequipa o Yacango: “¿Habría tenido el Perú la bancarrota, fuera; la miseria del billete fiscal inconvertible, dentro; la insensata guerra con Chile; la ruina y la mutilación nacional; el desastre…?”.
Posteriormente, Piérola retoma algunos postulados del programa de su partido sobre la educación y señala algunas otras cosas de vigencia para nosotros: “La educación no se hace sólo en el hogar y en los bancos de la escuela, sino y principalmente, en el grande y permanente escenario de la vida diaria”. Sabemos de la crisis actual de la educación, del escaso hábito de lectura que adolece la mayoría de peruanos, su poca comprensión lectora, la expansión del analfabetismo funcional, entre otros problemas, y son muchas las discusiones que se han suscitado alrededor de esta preocupación por la educación, pero en esos debates se ha olvidado lo que justamente había dicho Piérola, que la educación debe impregnar la vida diaria de los ciudadanos y que en ella debe estar en primer lugar el ejemplo de los conductores: “Los que parecen ufanarse por la educación del niño, cooperando al mismo tiempo al desorden político y social, se engañan a sí mismos o engañan a los demás. En todo caso, destruyen de un solo golpe y en grande escala, lo mismo que pretenden edificar en detalle y poco a poco”.
 
Lo anterior está relacionado con el mismo ejemplo político. Los líderes son los que tienen la obligación de irradiar las conductas imitables y positivas, que contribuyan a la convivencia armoniosa. Para Piérola esto significó —cuando llegó al poder— olvidar los enfrentamientos con los civilistas y, con ellos, establecer el gobierno conocido como la “Coalición nacional”. Este pacto político —que permitió a las elites oligárquicas conocer su momento de mayor esplendor— ejerció su influencia positiva en la sociedad, en los propios ciudadanos:
 
 
Estrechó en abrazo de concordia a la Nación, abrazo no calculado ni fingido, sino sincero, y no privando a éstos de lo que acordaba a aquéllos. Esforzándose por ennoblecer al ciudadano, dándole la conciencia de tal, y empujando a la nación en rumbos nuevos, trajo para todos un sentimiento de altiva dignidad y de bienestar moral y material no sentido hasta entonces.
 
 
 
Para Piérola era importante la educación política. Cuando se dirige a los correligionarios que habían asumido la responsabilidad de conducir las riendas del Partido Demócrata, Piérola los elogia efusivamente: “en donde quiera que ha alcanzado vuestra acción, habéis dado enorme paso en la educación política de la República y demostrado, con la elocuencia de los hechos, que el Perú tiene ciudadanos”.
 
Por otro lado, Piérola ve al Estado como una institución moderna, o así debería serlo, por lo menos. En él solo deben permanecer los más capaces. Está, en ciernes, el criterio del mérito, y no las relaciones personales de compadrazgo ni las influencias nocivas:
 
 
Ni favores ni dádivas. La generosidad con lo ajeno, vicio inseparable de los gobiernos peruanos, quedó proscrita. Ni buscó otro título para las funciones públicas que las aptitudes de todo aquél en quien creyó encontrarlas. Pudo cometer yerros, pero yo puedo afirmarlo sobre mi conciencia: no practicó acto alguno, cuyo móvil fuese otro que el interés de la Nación.
 
 
 
Una vez dejado el gobierno, en respeto a la legalidad aprobada por el mismo Piérola, el Partido Demócrata pasó a la oposición, labor que cumplió, señala, inflexiblemente pero con grandeza de miras: “La oposición a lo bueno es insensata y condenable, la oposición a lo que se juzgue malo, es deber de todo ciudadano”.
 
Volviendo al tema de la coyuntura política, y previendo la sucesión del civilismo en la presidencia, Piérola arenga a sus partidarios a “revisar a vuestros afiliados y alzar contra aquélla enérgica protesta y resuelto combate”. De paso agradece al Partido Liberal, cuyos dirigentes ya habían tomado la decisión de oponerse a la continuidad del civilismo. Sobre lo que Piérola está alertando es, en el fondo, sobre un posible fraude electoral, una manipulación de los resultados de la votación a favor del candidato oficial. La historia ha demostrado que se equivocó, y que el Partido Civil fue la primera fuerza política en importancia durante las primeras décadas del siglo XX en el Perú. Pero en el momento en que Piérola pronuncia su discurso la forma de llevarse a cabo las elecciones contenía todos los elementos para incrementar la duda. Más allá de las percepciones coyunturales, Piérola incide en la necesidad de desarrollar elecciones limpias, y recuerda pasajes del programa de su partido:
 
 
Mientras la elección no tenga otro carácter que el de una farsa, la paz pública continuará no siendo otra cosa que un pasajero descanso entre dos sangrientos combates; no habrá ley ni autoridad respetable ni respetada, no quedará siquiera la posibilidad de que la República entre en camino de salud.
 
 
Piérola recalca que hay que respetar la voluntad nacional, sea quien sea el ganador: “pero a condición de que lo sea en verdad, a condición de que el Perú tenga el gobierno que él quiera darse. Tal es vuestra aspiración y vuestra enseña, que yo bendigo de todo corazón”. Y continúa con un llamado de plena actualidad, casi al final de su discurso: “Mantenedla resueltamente y habréis conquistado para la República el más grande de todos los bienes: la verdad de sus instituciones”.
 
Como sabemos, en 1908 Leguía ganó las elecciones, y al año siguiente un grupo de pierolistas enojados con la derrota electoral pasearon al presidente para exigirle su renuncia, a lo que Leguía se resistió con entereza. Finalmente, el presidente fue rescatado por la policía y los amotinados apresados. Dos años después, Riva Agüero reclamaría duramente al presidente Leguía la amnistía política para los pierolistas encarcelados y, luego, de una breve detención, el historiador fue liberado al igual que aquellos, emergiendo así una nueva referencia en la política nacional. En 1915 Riva Agüero fundaría el Partido Nacional Democrático.
 
Si bien Piérola fue para 1908 una figura política en declive, su discurso encierra las bases de una discusión moderna, y que repite en constantes oportunidades: formar ciudadanos, consolidar las instituciones, respetar las leyes, educar con el ejemplo a los peruanos, recusar la demagogia, no utilizar al Estado como trampolín para alcanzar las expectativas personales, combatir la corrupción, etcétera. Todos estos son elementos que, si uno observa con atención, va a descubrir en el debate actual.
 
O Piérola fue un visionario, o nosotros nos hemos quedado estancados en el tiempo.
 
 
* Agradezco a Domingo García Belaúnde, quien me proporcionó la transcripción de este discurso.
 
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