Osmar Gonzales Alvarado
José Carlos Mariátegui:<br>Actor privilegiado de la escena contemporánea José Carlos Mariátegui:
Actor privilegiado de la escena contemporánea


Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente:

En el presente año, que festejamos los ochenta años de La escena contemporánea de José Carlos Mariátegui, libro que ahora nos ha convocado También celebramos los 400 años de la primera edición de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra y de La Florida del Inca del Inca Garcilaso de la Vega. Pero no debemos olvidar los cien años de Carácter de la literatura del Perú independiente de José de la Riva Agüero y Osma y Azucenas quechuas de Adolfo Vienrich. Tenemos, pues, razones de sobra para estar contentos y aprovechar la ocasión para reflexionar sobre temas importantes que, a veces, soslayamos al dejarnos avasallar por la vorágine de la vida cotidiana.
 
Para situar mejor la obra de Mariátegui en la evolución espiritual de nuestro país, me interesa contrastar primero La escena contemporánea con el libro de Riva Agüero. Cada uno pertenece a generaciones diametralmente distintas, surgidas en momentos completamente diferentes. Mientras la generación de Riva Agüero pertenece al tiempo previo a la Gran Guerra (1914-1918), la de Mariátegui surge luego de la hecatombe que esta representó para la cultura occidental.
 
Como sabemos, tesis en su origen, Carácter de la literatura… fue el primer y precoz libro de Riva Agüero, pues lo escribió cuando apenas contaba con 19 años de edad. Mientras que La escena…, que también fue el primer libro de Mariátegui, lo publicó cuando tenía 30 años y ya era un reputado periodista. Solo dos décadas separan a uno del otro libro y, sin embargo, expresan dos sensibilidades absolutamente contrapuestas en la vida intelectual peruana. ¿Qué fue lo que sucedió para que ocurriera este cambio drástico en tan pocos años?
El tiempo en que Riva Agüero escribió su famoso libro, iniciador de los estudios literarios contemporáneos con una pretensión integral y profundamente erudita, más aún tomando en cuenta su juventud, es el del apogeo de la llamada república de notables, es decir, del dominio oligárquico. Son años de optimismo y de crecimiento económico gracias al auge de las agro-exportaciones (de azúcar principalmente) que se tradujo en obras espléndidas de amplias visiones intelectuales. Esos otros libros fundacionales fueron El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón, de 1907, y La historia en el Perú, del mismo Riva Agüero, de 1910. La vida intelectual, política y económica se desarrollaba al interior del mundo de las elites oligárquicas; no había lugar, en el edificio social construido por ellas, para las clases subalternas.
 
Jovencísimo en 1905, Riva Agüero apareció en la vida pública como un hombre hecho y derecho, prematuramente maduro, con el peso de una tradición familiar y de casta que no podía traicionar. En 1925, un Mariátegui maduro publica su primer libro con la frescura y lozanía de un hombre vital, con más historia personal que el Marqués y libre de las ataduras heredadas del pasado y de los apellidos de prosapia. Para decirlo en sus propias palabras, el hombre de espíritu crepuscular cedía el paso al hombre de alma matinal. Pero más allá de estas diferencias, en ese proceso veloz y relativamente corto, Riva Agüero y Mariátegui nos dejaron dos obras espléndidas (integrales, no solo dos libros) que simbolizan parte de las más altas conquistas espirituales de los peruanos.
 
La pax oligárquica en la que creció Riva Agüero y sus compañeros generacionales fue minada por varios acontecimientos, externos e internos. En el plano internacional, el estallido de la ya mencionada Gran Guerra, que echó abajo la época optimista, la bella época, que tenía fe en el crecimiento sostenido, perdurable. En el plano nacional, el ingreso al poder del primer populismo, comandado por Guillermo E. Billinghurst (1912-1914), que significó una amenaza real para las bases del orden oligárquico, entre otras cosas porque permitió el ingreso de la plebe a los terrenos de la lucha política. En este nuevo ambiente Víctor Andrés Belaunde ofreció un discurso famoso, "La crisis presente", de 1914, en el que daba por clausurado el optimismo precedente y llamaba a todas las inteligencias a descubrir las razones de la debacle nacional. "¡Queremos patria!" fue su imprecación final.
 
Posteriormente, llegaría al gobierno Augusto B. Leguía en su segundo periodo, conocido después como el Oncenio (1919-1930). En muchas maneras, continuó con la política iniciada por Billinghurst, pero rescato ahora dos aspectos: el enfrentamiento político a las elites oligárquicas y la búsqueda de apoyo en las clases marginadas. Quizás esto no sea casual, pues ambos, Billinghurst y Leguía, se nutrieron de una educación no hispánica (es decir, anglo-sajona) y percibieron los nuevos cauces por los que tendría que discurrir la política de ahí en adelante.
 
La modernización leguiísta estuvo acompañada de la expulsión de los personajes incómodos, entre ellos Riva Agüero y Belaúnde, quienes tuvieron que salir del país en calidad de exiliados políticos. Igual camino seguirían después Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Pero la modernización del leguiísmo no solo significó cemento y finanzas, también produjo, queriéndolo o no, nuevos espacios para que esa misma plebe que había apoyado a Billinghurst desplegara nuevas formas de participación política y presionara contra las murallas que había levantado la oligarquía, logrando, por ejemplo, la legalización de la jornada laboral de 8 horas. Producto de ello, y de la influencia de otros procesos externos como la Revolución Mexicana de 1910 y de la Revolución Rusa de 1917, fue la aparición de los partidos populares, como el aprismo y el socialismo dirigido por Mariátegui.
 
Pero antes de esta nueva configuración política, y de manera sustancial, un nuevo espíritu se apropió de los intelectuales peruanos: iconoclasta, rebelde y de vanguardia. Ahí está para verificarlo aquel grupo generacional "bisagra" entre el novecientos y el centenarismo, que fue el colonidismo (por la revista Colónida, cuatro números y en un solo año: 1916) comandado principalmente por Abraham Valdelomar y Federico More. Si bien representó una ruptura en el plano estético, no llegó a simbolizar un quiebre en los predios políticos, quizás por la prematura muerte de su líder, el autor de "El caballero Carmelo", ocurrida en 1919, en los albores del leguiísmo.
 
No es casual que un casi adolescente Mariátegui perteneciera al grupo colónido. Ahí se imbuyó de ese espíritu contestatario al que luego proveería de convicción ideológica y política. Crítico de Leguía, y dado el prestigio que ya gozaba Mariátegui como fino observador de la política nacional, el autócrata decidió enviarlo a Europa, y esta experiencia sería vital para el futuro pensador socialista. En el Viejo Mundo Mariátegui abrevó de las nuevas corrientes intelectuales y pudo ver de cerca la revolución de las calles. Cuando regresó al Perú, Haya de la Torre tuvo que partir al exilio, y el Amauta se quedó al mando de la obra que el líder trujillano había empezado a construir: las universidades populares "Manuel González Prada" y la revista Claridad. Fue en este contexto que Mariátegui recopila sus artículos sobre la realidad mundial y los edita en forma de libro: La escena contemporánea.
Los contextos marcan a fuego a las personas y se traducen, por medio de sus ejemplares más sobresalientes, en obras que revelan las inquietudes espirituales, intelectuales, ideológicas y políticas de su tiempo. Riva Agüero y Mariátegui resultan, así, pensadores paradigmáticos de sus propias circunstancias.
 
El alma matinal al que se refiere Mariátegui, el tipo de hombre emergente, encuentra su bautizo internacional en la post-guerra. En efecto, Mariátegui, que había conocido Europa pocos años después de concluido el conflicto, que fue una verdadera guerra civil europea, había regresado al Perú con la convicción de que solo mediante un acto revolucionario se podían transformar nuestra injustas sociedades. Es su época más radical y, como veremos, más anti-intelectualista. Así, Mariátegui nacionaliza un espíritu que podemos calificar de universal. Este radicalismo suyo no es exclusivo, es parte de una manera de ver el mundo y los individuos desde los límites que se pretenden aniquilar.
 
Como consecuencia, el mencionado anti-intelectualismo de Mariátegui tampoco es privativo de nuestro pensador socialista, era parte del momento espiritual de todo el orbe. La política, la lucha por el poder, lo cubría todo y a todos permeaba, incluyendo a los propios intelectuales. Pero no hablemos de política a secas, sino de política revolucionaria. La Unión Soviética mostraba al mundo que podía haber una nueva forma de organizar las sociedades, y ello generaba gran optimismo y expectativa en los hombres y mujeres matinales. Se consideraba que el capitalismo estaba en su crisis final, en los albores de su derrumbe. En este ambiente, la actividad intelectual pura era vista como fútil, denigrada como diletantismo. Lo importante era el compromiso. El compromiso efectivo que se traducía en una filiación militante. Militancia que tenía nombre propio: comunismo. No voy a recordar la polémica si Mariátegui fue comunista o no, me resulta una discusión superflua porque lo realmente interesante, considero, es reconocer las claves de su pensamiento, más allá de la etiqueta que le pongamos.
 
Llama la atención la exterioridad con que Mariátegui enjuicia a la actividad intelectual y a los intelectuales mismos. Juzga a estos desde un ajeno "ellos" y no desde un "nosotros" inclusivo, siendo él mismo un intelectual por sobre todas las cosas. Un hombre de ideas con ideas llenas de compromiso político, pero siempre intelectual. De otra forma, no se entenderían sus afirmaciones cuando define a la revolución como un sentimiento, una pasión. ¿Hablaría de otro modo un intelectual?
 
Este es otro tema que ha sido motivo de importantes discusiones: ¿Mariátegui fue un intelectual o un político? La respuesta es ambos. Pero si queremos establecer su vocación fundamental supongo que estaremos de acuerdo en que Mariátegui fue, ante todo, un intelectual. Considero que el mejor camino para reconocer esta identificación es la idea del tiempo que portaba Mariátegui. Es decir, en qué horizonte temporal inscribía sus reflexiones e, incluso, las propias acciones que proponía.
 
Los escritos de Mariátegui trasuntan su convicción en que el proceso de transformación social no era inmediato, sino de largo plazo, producto de una serie de pasos previos: la concienciación de los trabajadores, su organización, su maduración política. Esta forma de ver la transformación es impensable en un político, incluso de un político con virtudes intelectuales, como lo fue Haya de la Torre. El político piensa y actúa orientado por el aquí y ahora, el intelectual subordina el momento actual por el porvenir. Esta diferente manera de concebir los cambios en nuestro país es, en mi concepto, la principal distinción entre estos dos personajes fundamentales de nuestra historia contemporánea. Y esta diferenciación de miradores es lo que explica, a la larga, su famosa ruptura.
 
Para reafirmar lo expresado, podemos recordar la oposición de Mariátegui al proyecto de Haya de convertir el frente en partido, de la Alianza Popular Antiimperialista y Revolucionaria al Partido Aprista. Recordemos los argumentos de Mariátegui: bluff, la organización de los trabajadores estaba en ciernes, que aún no tenían conciencia política, medida apresurada, que era más de la tradicional política oligárquica caudillista e inmediatista, etcétera.
 
En el polo opuesto, el razonamiento de Haya de la Torre se sostenía en que había que aprovechar la coyuntura, que lo importante era ganar las elecciones, la organización vendría después. En otras palabras, se trata de la disputa entre el proyecto intelectual y el proyecto político, que en nuestros personajes no se excluían sino que, según cada quien, se ubicaban en distintos lugares de prioridad.
 
Había mencionado al inicio, que Mariátegui publica La escena contemporánea dentro del ambiente de post-guerra, y que la hegemonía intelectual la ostentaban aquellos que sostenían que el compromiso político e ideológico era fundamental, incluso para la propia vida intelectual. Sin ánimo de forzar circunstancias y momentos históricos, volvamos a nuestro tiempo para realizarnos algunas preguntas.
 
La actual situación del Perú también es de post-guerra, de la que se vivió en los ochenta y parte de los noventa por acción de la subversión protagonizada esencialmente por Sendero Luminoso. Y si en 1925 se vivía la crisis del capitalismo y de la civilización occidental que daba lugar al optimismo revolucionario, hoy estamos en un momento radicalmente distinto, pues la Unión Soviética, motor de esas buenas expectativas, hoy ha desaparecido dando paso a la pretensión de Gran Juez que quiere representar Estados Unidos.
 
Mariátegui inicia su capítulo sobre la inteligencia afirmando que la Gran Guerra no ha producido obras notables, que estas se encuentran, en todo caso, en los revolucionarios y pacifistas, además, que algo noble se ha perdido. ¿No es eso lo que ahora pasa en nuestro país, acaso? Los otrora cantores de la revolución hoy se han quedado sin voz, pero a ellos no los ha reemplazado nadie. También hemos perdido gran parte de esa nobleza que reclamaba Mariátegui en su tiempo, no hay sueños ni aspiraciones, menos proyectos o pasiones, parafraseando al propio Amauta. Pero existe una diferencia fundamental: en ese tiempo gris que perturbaba a nuestro personaje surgió, precisamente, el propio Mariátegui, ¿y hoy?
 
La fragilidad de nuestro campo intelectual, la esterilidad de nuestros pensadores, y hasta la ausencia de verdadera y profunda vocación intelectual ha impedido la conquista del pensamiento. La política se ha vuelto en el refugio inmediato, pero de una política que tampoco es productora de sentidos ni de certezas. Nos hemos quedado sin elites. No hay conductores. Quizás estemos ante la necesidad de una revolución, la misma que requiere ser repensada con nuevos términos y otro espíritu, pero que igualmente acabe con esta sensación de no saber adónde vamos. Ahí, justamente, recobran importancia los intelectuales, como el propio Mariátegui.
Boletín semanal
Mantente al tanto de las novedades ¿Quieres ver nuestro boletín actual?
Ingresa por aquí
Suscríbete a nuestro boletín y recibe noticias sobre publicaciones, presentaciones y más.