Osmar Gonzales Alvarado
La recuperación de la política La recuperación de la política

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Lima 2005

En los tiempos actuales, en los que la política es objeto de críticas y hasta de vapuleo, es estimulante la aparición del libro de Jorge Nieto Montesinos titulado Incertidumbre, cambio y decisión[1] que tiene por objetivo no sólo reflexionar sobre la política sino, y esto es lo más importante, rescatarla de las miasmas a las que la ha querido confinar la mirada tecnocrática prevaleciente. Hoy, más que nunca, es necesario restituir a la política sus funciones más generosas, pues ello es fundamental para superar el caos de este mundo actual y que Zaki Läidi ha calificado como "sin sentido".
 
El libro es resultado de las discusiones que se realizaron entre líderes políticos, intelectuales y dirigentes sociales de América Latina y el Caribe, gracias al apoyo que brindó la Unesco al proyecto Demos, dirigido por Nieto Montesinos, precisamente. La obra se compone de diez capítulos en los que el autor va analizando, con un estilo cadencioso y dialogante con el lector, diferentes temas vinculados a la actividad política, como la moral, la ciudadanía, la ética, la diversidad cultural, el concepto de representación, los valores (como la libertad y la igualdad), la actividad de los propios políticos, las bases ética de la vida social y concluye con un esbozo de los retos que la política deberá afrontar en el futuro. 
 
No pretendo abordar en estas páginas todos los aspectos que el libro comenta, sino sólo destacar algunos que se dirigen directamente a la recuperación del aspecto más humanista de la política y, por lo tanto, a su importancia para la constitución de comunidades en el contexto actual, en el que se exalta a los individuos sólo por sus elementos egoístas y competitivos.[2]
 
Una política degradada 
 
Como sabemos, desde los pensadores clásicos la política ha sido vista como una vía para alcanzar la felicidad o el bien común, pero ahora, cuando más se le necesita, esa forma de ver a la actividad política se encuentra erosionada. Tomando y manipulando algunas evidencias, las críticas a la política aparecen como plausibles y hacen carne en un tipo de ciudadano desencantado y apático, sin ninguna motivación para participar en la vida pública. De esta manera, se cierra el circulo justificando y hasta legitimando una visión anti-política de la política y, por lo tanto, dejando en manos de los llamados "expertos", los que saben cómo, funciones que deben pertenecer al ámbito de la política.
 
Al presentar a la política como una actividad desprestigiada por los casos de corrupción, porque sirve a intereses de algunos pocos, por las prebendas, el clientelismo y el nepotismo en ciertos casos, termina siendo vista como lejana e incomprensible. Entonces, la pregunta que surge inmediatamente en la cabeza de los ciudadanos es para qué participar en ella, emergiendo un sentimiento de fatalidad, de que nada se puede cambiar, con sus consecuencias de desafección o de delegativismo. Pero justamente, por ser este el escenario contemporáneo es que se hace más necesario que nunca recuperar a la política como una actividad noble.
 
Lo que sostiene Nieto Montesinos es, básicamente, que la política puede y debe contribuir a la conformación de comunidades: "Porque la política también es recordarle y mostrarle a la gente la pertenencia real a una comunidad pública donde ciertas formas básicas de solidaridad son indispensables para llevar una vida social con un mínimo de equidad" (pág. 29). En efecto, es necesario recolocar en el horizonte ideológico y político el (re) establecimiento de los lazos de solidaridad, lo que no significa imaginar un mundo ideal sino, justamente a partir de la situación presente de las sociedades complejas, inventar nuevos modelos de convivencia humana en la cual se puedan resolver sus conflictos de manera pacífica: 
 
 
Los problemas morales de la política, en su forma más elemental, superficial, tienen que ver con la corrupción: con la problemática distinción de lo público y lo privado, con la, en ocasiones, incontenible avidez de riqueza de los funcionarios públicos. En el fondo se trata de algo más sencillo y mucho más grave: se trata de tener un ideal que oriente el rumbo político. Cuando los ideales se substituyen por la fuerza o por los intereses a corto plazo, cuando la visión se hace alicorta y miope, entonces el Estado deja de hacer política y se desmorona en el desconcierto y la perplejidad (pág. 29). 
 
Pero la historia siempre nos presenta paradojas que sólo la actividad humana consciente puede resolver. Mientras en la Antigüedad la actividad política era de unos cuantos y se hablaba de la felicidad humana, en los tiempos actuales, cuando la ciudadanía se ha ampliado como nunca antes, cuando existe una conciencia de derechos muy expandida y la escena de la política se ha masificado vía los medios de comunicación, la política misma parece estar al servicio de unos cuantos. Por esto mismo, hoy es más urgente que nunca recuperar a la política como una actividad que debe cumplir con el propósito de consolidar comunidades. 
 
Las comunidades, según Amitai Etzioni en su libro La nueva regla de oro, se deben ubicar entre los proyectos que sólo privilegian la libertad y los que centran sus propuestas de sociedades en la igualdad, es decir, entre el mercado y el Estado. La comunidad pública debe estar constituida por sujetos, ciudadanos, libres e iguales en sus condiciones. Y el Estado debe actuar como un garante de derechos y no de abusos, mientras que el mercado lo debe hacer como un espacio -no único- adecuado para la libertad de los ciudadanos. Nieto Montesinos también recupera estos términos cuando señala:
 
En 1989 se hundió un sistema basado en la igualdad, pero que había olvidado la libertad. Ahora está sucediendo lo contrario. El problema fundamental no es la violencia, la intolerancia, la corrupción, con todo y que sean gravísimos. El problema mayor es el incremento sin límites de una desigualdad que socava la existencia misma de la sociedad. No se habla aquí de diferencias inevitables, necesarias, benéficas. Ni siquiera de una relativa desigualdad de ingresos. El problema fundamental, lo que tenemos obligación de reprocharle, de exigirle a la política, es una solución a la miseria, a la pobreza absoluta, a esa verdadera vergüenza que es el hartazgo de unos pocos -para quienes la sociedad es un estorbo- y la apenas sobrevivencia de millones de seres humanos, para los cuales la vida en sociedad no resulta ya un espacio de protección y recreación de la vida (pág. 29).
 
 
Libertad e igualdad, entonces, son dos valores humanos que un "buen gobierno" debe atender y proteger. De esta manera, la política recuperaría esa labor profundamente humanista que siempre la caracterizó y que nunca debió perder. La política como servicio y, además, como pedagogía que contribuya a una mejor convivencia:
 
Una política guiada por el principio del reconocimiento pleno de todos los seres humanos necesita, como condiciones, libertad e igualdad. Pero hay que subrayar que, en los dos aspectos, se trata de crear las condiciones, de intervenir deliberadamente, políticamente, en la construcción del orden social. Este es, seguramente, el compromiso moral más exigente para la acción política. Un reto enorme: precisamente a la altura de la humanidad (pág. 108).
 
 
Por lo tanto, se trata de conformar ciudadanos que, si bien autónomos, no sean egoístas, sino que sepan vivir en la tolerancia con los demás:
 
El reto es cómo evitar que la soberanía personal se traduzca en un aislamiento antisocial, en una incapacidad para poder relacionarse satisfactoriamente con los demás. Esta será una educación donde naturalmente se pondrá énfasis en las reglas que hay que seguir como parte elemental de la vida social y de coordinación con los demás (págs. 33-34).
 
 
Como señalaba en líneas anteriores, al interior de estas reflexiones reaparece el tema del "bien común", el cual debe ser actualizado de acuerdo a las exigencias del mundo contemporáneo:
 
En la práctica podemos observar que lo que reclamamos de un término como bien común, en buena medida es cubierto por la solidaridad. La solidaridad además pone énfasis más en el aspecto de involucrarse activamente con otros, antes que la connotación de obediencia a un imperativo que pueda sugerir algo así como el bien común (pág. 41).
 
 
Sobre estos temas se abre un nuevo campo de disputa ¿en quién depositar la solidaridad?, ¿en la humanidad en general o en la nación o, más aún, en el entorno inmediato, como la etnia o la familia? Hay quienes afirman -como Martha Nussbaum- que la solidaridad, en tanto deber moral, debe ser con la humanidad, como un imperativo ético, de lo contrario, sería caer en el egoísmo irresponsable. Y es precisamente este amor universal lo que hace que el nacionalismo resulte un sentimiento obsoleto y hasta peligroso por los odios que puede generar. Otros señalan que no encuentran razones para ser solidarios con personas que ni conocen, portadores de culturas diferentes o de credos distintos. Lo mejor es, sostienen, mantener la separación, sin mayor mezcla. Este es el origen de los odios raciales, de las guerras étnicas o de religión, y de lo que Amin Maalouf ha llamado "identidades asesinas". Finalmente, existe una tercera posición, que sostiene que el amor a la humanidad no se contrapone al afecto por el círculo inmediato. Es más, sólo se puede adquirir una conciencia de humanidad mientras más sólido e intenso sea el cariño por el vínculo primigenio.
 
La política actual deberá enfrentar, junto con la educación, la tarea de hacer confluir al individuo con la comunidad:
 
Para desempeñarse con un sentido de soberanía en el mundo actual, cada persona necesita un fuerte sentido de pertenencia comunitaria como una auto-confianza en que sus pareceres y opiniones son lo suficientemente valiosos como para ser escuchados respetuosamente ante un auditorio. Es de la confluencia de estas dos características que podemos tener razonablemente expectativas de generaciones que sabrán afrontar con un sentido creciente de humanidad los dilemas morales que vayan encontrando a cada momento (pág. 34).
 
La política y la globalización
 
Hoy el contexto lo provee la llamada globalización, la cual no es sólo financiera, como ha llamado la atención Anthony Giddens en Un mundo desbocado, sino que también es cultural, social y política. Una de las visibles consecuencias de la globalización es la crisis de soberanía del Estado nación. En efecto, las decisiones ya no están en manos de las autoridades nacionales, y toda decisión o no decisión repercute inmediatamente a escala mundial. En este contexto, la política cambia de carácter. Pero, por otro lado, lo que también permite la globalización es acercar a los hombres de todo el planeta, ya no hay esos "otros" desconocidos, aun cuando ello no impide que permanezcan reivindicaciones locales. Es más, ambas (globalización y localismo) están indisolublemente unidas; en otras palabras, el intento homogenizador encuentra su contraparte en las efervescencias locales. A esta relación es a lo que Roland Robertson ha llamado "glocalización".
 
Otra característica de la globalización, que cobija el proyecto neoliberal, es un sentimiento de fatalidad, que no hay otro camino. Y no hay otra cosa más contraria a la política que el sentido de fatalidad. Pareciera como que nuevos dioses (esta vez los organismos financieros y los poderes mundiales) dirigen nuestras vidas sin que nada pudiéramos hacer en contrario. Evidentemente, ésta es evidencia de un retroceso en la forma ver a la política, pues la política moderna se caracteriza por lo contrario justamente, es decir, por la posibilidad de los hombres de cambiar el destino por el futuro, y por ampliar el rango de opciones para decidir. Como ya no hay nada escrito reina la incertidumbre, y reducirla es una de las funciones de la política, pero para eso se necesita de personas conscientes y reflexivas:
 
[...] Es preciso afirmar la moral personal, fruto de nuestro raciocinio, de nuestro conocimiento, reflexión y adhesión a unos principios universales: la autonomía que es el requisito indispensable de una moral propiamente humana, sin automatismos [...] Nos ha costado muchos siglos, muchos sufrimientos, pero por fin comenzamos a ver en la rebelión moral un valor, un recurso indispensable de la imaginación ética y de la acción civil. Muchos de los cambios recientes, muchas de las más sólidas esperanzas dependen de ello (págs. 37-38).
 
En otras palabras, se trata de recuperar la humanidad de la política y de redescubrir que su fin principal es buscar la felicidad común.
 
Para alcanzar una vida humana digna, sostiene Nieto Montesinos, es necesario asentar ciertos fundamentos que constituyan la base de la vida social, ciertas virtudes que se configuren como el cemento de la sociedad, como el carácter, es decir, la entereza para actuar por decisión propia y no por presiones externas; la tolerancia, que haga de la diversidad algo positivo y se respete al otro en su total humanidad; la solidaridad, es decir, tomar en cuenta las necesidades de los demás, tanto de los contemporáneos como de los sucedáneos, lo que se debe traducir, por ejemplo, en la preocupación en heredarles un mundo habitable, en la reflexión sobre nuestras vidas y en que sea capaz de orientarlas en el mundo incierto de hoy.
 
 
La política, mañana
 
Por las razones señaladas, Nieto Montesinos propone que pensar la política del futuro requiere considerar algunos rasgos que la definirán. La política será global, es decir, que habrá que afrontar problemas -como el ecológico o los financieros- más allá de las delimitaciones geo-políticas de los estados nacionales. También será fundamental que la política asuma a la heterogeneidad social -producto, básicamente, de las migraciones- como una evidencia sobre la cual tendrá que ejercer: "Cada sociedad será en el futuro un mosaico mucho más abigarrado y complejo de lo que es hoy, el mundo entero será también, por otra parte, un escenario de contrastes" (pág. 135). El aumento de la democratización -producto de una historia larga y dolorosa- será otro elemento que afectará, y de hecho ya lo hace, sobre las instituciones políticas. 
 
Al interior de estos rasgos, continúa el autor, la política requerirá de ciertos elementos que la hagan efectiva, tales como la flexibilidad, es decir, con la atención siempre puesta en opiniones distintas y la apertura necesaria para buscar soluciones nuevas a situaciones inéditas. La sensibilidad aguda y despierta que hará posible detectar las exigencias de una población heterogénea. La responsabilidad, que para los políticos del futuro será más grave porque "tendrán que hacerse cargo de las necesidades de generaciones futuras, cuyo ambiente y cuyas posibilidades están determinadas por el presente. Por ello deberá ser una responsabilidad compartida" (pág. 138). Finalmente, Nieto Montesinos menciona una última virtud, la de la audacia, que implica energía y voluntad para romper inercias y cambiar lo que aparece en un primer momento como dado: "Por eso, para cambiar, hace falta audacia" (pág. 139).
 
Bajo todas estas premisas, la política podrá recuperar su papel hoy tan olvidado, el de ser un vehículo para contribuir a lo que Norbert Elias llamaba "el proceso de la civilización". Por ello, concluye Nieto Montesinos: "Reivindicar los fundamentos éticos y morales de la acción política es concluir una época vil y empezar de nuevo la aventura de la justicia y la libertad. Fin y principio en los albores del nuevo milenio" (pág. 139), que ayude a los hombres a sentirse parte de una comunidad y que, a manera de círculos concéntricos, se reencuadren con la comunidad universal.
 
 
[1] Jorge Nieto Montesinos, Incertidumbre, cambio y decisión. Ética y política ante el nuevo siglo, Unidad para la cultura democrática y la gobernabilidad de la UNESCO, Demos, México, 1999.
 
[2] Considero necesario precisar que todas las citas pertenecen al libro que comento y que las páginas de las cuales las extraigo están señaladas entre paréntesis
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