Osmar Gonzales Alvarado
Nuestros años diez<br>Un nuevo libro de Carlos Arroyo Nuestros años diez
Un nuevo libro de Carlos Arroyo


Por Osmar Gonzales Alvarado
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Esta nueva publicación de Carlos Arroyo nos trae valiosa información y sugerentes reflexiones acerca de uno de los momentos más intensos y fructíferos de nuestra historia. En efecto, las primeras décadas del siglo XX prefiguran en muchos aspectos lo que sería el Perú en los años siguientes. Si Arroyo ha titulado a su libro Nuestros años diez, es evidente, y así se constata luego de su lectura, que el rango temporal de su preocupación es más amplio. No obstante, el título escogido pretende condensar una época feraz.
 
El libro de Arroyo se divide en tres secciones: "Pedro S. Zulen y la Asociación Pro-Indígena", "Rumi Maqui Ccosi Zoncco y el levantamiento de indios en San José" y "Abraham Valdelomar y el incaísmo modernista". Por medio del seguimiento de tres personajes centrales, un filósofo, un soldado y un escritor, Arroyo nos ofrece una serie de reflexiones acerca de un tema: la situación social del indígena. Y, a partir de ese seguimiento, nos permite acercarnos a un mejor conocimiento de una época y de sus actores, muchos de los cuales han sido poco atendidos por las ciencias sociales peruanas.
 
Si bien es cierto que la figura de Pedro Zulen ha sido materia de recientes estudios, (Liebner, Henríquez y otros), especialmente por la relación tan particular que sostuvo con Dora Mayer, también es verdad que la "atmósfera" que envolvió la creación de la Asociación Pro-Indígena (fruto del esfuerzo de Zulen, Mayer y Joaquín Capelo) ha sido confinada a casi un misterio, creo que por dos razones: 1) la excesiva atención en sus fundadores ha impedido rescatar el papel sumamente importante de personajes que desde las provincias le dieron verdadera vitalidad a esta agrupación, como Francisco Chuquihuanca Ayulo, Francisco Mostajo, Modesto Málaga, Manuel A. Quiroga, entre otros, a quien Arroyo retrata muy bien, y 2) la también excesiva fe en las afirmaciones de José Carlos Mariátegui que casi no se han cuestionado y que, como demuestra Arroyo, no fueron justas, pues no se percató de la influencia que tuvo la Asociación en provincias, y pecaron de simplistas al definirla como humanitaria sin mensurar sus implicancias más profundas, las cuales, si bien no se concretaron, abrieron caminos para los indigenistas de los años siguientes.
 
Por otro lado, Arroyo plantea un tema interesante: ¿a cuál grupo generacional correspondió el mérito de la fundación de la Pro-Indígena? Cita a Víctor Andrés Belaúnde, quien reivindica esta Asociación como obra de la generación del 900, pero discute con él, pues le parece excesiva su afirmación. Sin embargo, no hay que olvidar que el criterio de Belaunde es casi exclusivamente cronológico, como insinúa el propio Arroyo.
 
He propuesto en algunos trabajos anteriores que Belaúnde y sus compañeros con afinidades intelectuales e ideológicas constituyen un grupo generacional específico: el de los arielistas, el mismo que se ubica bajo el paraguas amplio de la generación del 900 peruano. De igual modo, quienes impulsaron la Pro-Indígena -y más allá de los años de existencia de este movimiento- pertenecieron a otro grupo generacional dentro de la misma generación novecentista.
 
La labor de la Pro-Indígena fue fundamental también porque preparó, o contribuyó a preparar, un clima de sensibilidad hacia la miserable situación que sufría el indígena, especialmente en manos del gamonalismo, el fenómeno social al que Mariátegui tantas páginas le dedicara después para denunciar el abuso, los maltratos y la injusticia bajo los que sepultaban en vida a los indios.
 
Por otro lado, la Pro-Indígena fue un espacio en el que se formaron intelectuales y dirigentes indigenistas como los mencionados en líneas anteriores, además de Luis E. Valcárcel y Teodomiro Gutiérrez, el mítico "Rumi Maqui". Todos ellos, por medio de la pluma o del fusil, colaboraron a hacer visible una realidad que permanecía oculta para la mayoría de peruanos.
 
Arroyo, con prosa amena y pesquisas de detective, ha sabido llegar a un equilibrio provechoso entre el personaje como figura pública y su vida íntima. Es así que nos recrea, o nos vuelve a traer a la memoria, la tormentosa relación que Mayer buscó sostener con Zulen, su amor imposible, el amor que nunca fue y que alucinó tener. Pero Mayer es importante por su tenaz trabajo por la Pro-Indígena, su compromiso vital, auténtico, con la causa de la redención del indio. Arroyo analiza meticulosamente la relación que Mayer sostuvo con Mariátegui (el personaje que es uno de los ejes del libro de Arroyo, pues siempre lo toma como el catalizador de las opiniones de sus contemporáneos), así como sus discrepancias intelectuales. Mayer fue una decidida pro-indigenista, pero también fue una convencida anti-comunista, y desde esta tesitura ideológica se debe explicar su gradual aceptación del facismo, al punto de apoyar a Miguel Sánchez Cerro. Para Mayer, facismo e indigenismo podían complementarse perfectamente.
 
El ambiente favorable al indígena tuvo desfogues de diversa índole, la Pro-Indígena fue una forma, pero hubo otra manifestación ya no pacífica o legal, sino violenta y radical. Es el caso de Teodomiro Gutiérrez, quien asumió el apelativo en voz quechua de Rumi Maqui Ccori Zoncco, Mano de Piedra, Corazón de Oro.
 
Gutiérrez, sargento mayor de caballería el ejército peruano, tuvo una sensibilidad especial frente al tema indígena; tan es así que perteneció también a la Pro-Indígena. Como emisario del gobierno de Guillermo E. Billinghurst, Gutiérrez conoció de cerca la situación de explotación y extrema crueldad que caracterizaba la relación del gamonal con el campesino de la sierra. Nuevamente, el gamonalismo aparece como el personaje central ubicado en el vértice de un sistema diseñado para ejercer la expoliación del indio. Este, concebido casi a la altura de los animales de carga, era sometido a largas y duras jornadas de trabajo, en donde muchas veces el campesino indígena dejaba hasta su propia vida.
 
La comprensión que mostraba Gutiérrez frente a la situación indígena era poco común entre los militares de su tiempo, generalmente guardianes de los poderes económicos y políticos. El temor y desagrado con que vieron las élites oligarcas el papel de Gutiérrez se acrecentaba en la medida que el gobierno que lo había enviado a su misión en la sierra fue el de Billinghurst, el primer presidente populista en la historia peruana, y que había definido una clara política de distanciamiento con los poderes tradicionales. Billinghurst y Gutiérrez son dos personajes que anunciaron con claridad la crisis política que enfrentaría el Perú pocos años después, producto de la recomposición en el dominio oligárquico y su alianza con el militarismo, el ingreso de la plebe a los predios de la política, y la aparición de los partidos populares y radicales. 
 
Gutiérrez conoció de cerca la realidad indígena, pues por su función de militar desempeñó cargos oficiales en diferentes lugares del Perú, como Pasco, Huancayo y especialmente Puno. En este departamento, los señores de horca y cuchillo, dueños de hombres y tierras, encarnaron con mayor fidelidad al gamonal. Y fue precisamente por su extremo dominio que generó los mayores levantamientos de campesinos y, por supuesto, las más violentas represiones y matanzas. Precisamente, luego de la brutal represalia en la hacienda San José al levantamiento campesino, Rumi Maqui tuvo que huir del país y buscar asilo, pues fue él quien dirigió la violenta protesta. Luego de una serie de sucesos poco claros (su apresamiento, fuga y nebulosa forma de desaparecer), Rumi Maqui, como afirma Arroyo, pasó a ser parte del mito, del imaginario colectivo, más aún cuando pocos años después se produjera la gran ola de levantamientos campesinos en el Sur andino, en ella, el recuerdo de Rumi Maqui siempre estuvo presente.
 
En un tiempo de búsqueda de la afirmación nacional, de re-encuentro con nuestras raíces, explicable luego de la derrota de 1879, el pasado pre-hispánico, el recuerdo de la grandeza de los Incas, aportaron esa base de identidad, historia y orgullo que se buscaba para justificar el discurso del "renacimiento peruano". Esta búsqueda se encarnó, como vimos, en la Pro-Indígena, en las luchas por recuperación de tierras, en un ánimo favorable a la reinvindicación del indio, así como se expresó en el teatro, la música, la literatura. Estamos ante el tiempo de Ollantay y de "El Cóndor pasa", entre otras expresiones artísticas. Arroyo describe muy bien este despertar por lo indígena, no sólo por parte de los creadores, sino también del público que, con su aplauso y asistencia en las representaciones públicas, legitimó activamente al indigenismo en proceso.
 
En el terreno literario fue Abraham Valdelomar quien encarnó mejor, no únicamente, la preocupación por el tema indígena. Como precisa Arroyo, Valdelomar era un convencido incaísta, pero un duro observador de lo pre-inca, más aún, un prejuicioso analista de los pueblos anteriores al imperio del Cusco. No obstante, en Valdelomar hay que destacar su sincera y pertinaz identificación con las causas de los campesinos indígenas, y siempre anunció un libro de corte incaísta que, al parecer, se perdió. Por otro lado, no se puede soslayar el papel de crítico social que Valdelomar cumplió al dejar descubierta la realidad sumamente dura que se vivía en el campo, y que él mismo conoció directamente en sus giras por el norte y sur del país. En este momento el Valdelomar literato deja paso al Valdelomar como pensador social.
 
Nuevamente, y desde el caso del autor de "El caballero Carmelo", estos tiempos son de anuncios. En efecto, la prédica, luego de la prematura muerte de Valdelomar abrió los caminos que permitirían el ingreso de Mariátegui. Este tomó el discurso políticamente en ciernes de Valdelomar y lo proveyó de ideología y encarnación social. De Valdelomar a Mariátegui hay un trasfondo de continuidad y superación dialéctica, y es todo un tema por investigar.
 
Arroyo ha buscado despertar en nosotros la curiosidad de estos años cruciales; y lo ha conseguido. Con prosa armoniosa e importante base bibliográfica nos trae un tiempo feraz en ideas, creación artística, agitación social y movimientos políticos. Entender estos años permite comprender el siglo veinte en el Perú. Hay una historia anterior- y fundamental- a Haya y Leguía. El libro de Arroyo nos permite re-descubrirla.
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