Osmar Gonzales Alvarado
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Frases de cuatro intelectuales de cuatro generaciones


Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Junio, 2006.

Las siguientes páginas solo son una agrupación de frases, elegidas un poco al azar, de cuatro importantes intelectuales peruanos (Ricardo Palma, Manuel González Prada, Abraham Valdelomar y Jorge Basadre), referidas a diferentes temas, pero que se unen gracias a su preocupación permanente sobre el Perú.[1] Escritas desde hace más de un siglo, el sentido de sus sentencias guardan actualidad y son una invitación a reflexionar sobre nosotros, como comunidad, como nación, y sobre lo que queremos para el futuro.
 
 
 
A don Ricardo Palma lo llenaba de orgullo su creación máxima: las tradiciones, y en contra de lo que sostenían sus detractores, las reivindicaba como obras de gran valor literario, pues decía: "A mis ojos, la tradición no es un trabajo que se hace a la ligera: es una obra de arte". No obstante, reconoce que sus tradiciones son historias que ha recogido del saber popular y que él ha llevado al papel. Es interesante esta relación entre lo oral y lo escrito, entre lo hablado y lo impreso, entre la cultura popular y la cultura elevada. Por eso afirmaba: "Mis tradiciones, más que mías, son de ese cronista que se llama el pueblo, auxiliándome, y no poco, los datos y noticias que en pergaminos viejos encuentro consignados. Mía es, sin duda, la tela que las viste; pero no el hecho fundamental. Yo no invento, copio. Soy un pintor que restaura y da colorido a cuadros del pasado". De esta manera, Palma se presenta como un puente, un traductor y portavoz de quien no puede hacerse escuchar (el pueblo).
 
Por otra parte, por medio de este rescate de la sabiduría y la memoria populares, Palma siente que le hace un servicio al país, pues lo ayuda a conservar sus recuerdos, a evitar que estas pequeñas historias se olviden, a sedimentar su identidad, pero con un matiz fundamental: sus tradiciones, al mirar el pasado, contribuyen a sobrellevar, aunque sea por instantes, el ingrato presente: "Hastiado del presente, me he echado a vivir en el pasado rebuscando antiguallas y disputando a la polilla libros viejos. La conciencia me dice que acaso hago en esto un servicio a mi país".
 
En tanto expresión artística, la tradición debe seguir ciertos patrones o modelos, una cualidad formal que la distinga y enriquezca expresivamente. Es así que Palma resume su manera de entender la creación de las tradiciones: "Creo que la tradición ante todo estriba en la forma. Deben narrarse como se narran los cuentos. La pluma debe correr ligera y ser sobria en detalles. Las apreciaciones deben ser rápidas, La filosofía del cuento o conseja ha de desprenderse por sí sola, sin que el autor la diga...Por lo menos, así he concebido lo que debe ser la tradición".
 
Perteneciente a una generación posterior a la de Palma, y como sabemos, su adversario manifiesto, Manuel González Prada trasunta una filosofía y una manera de ver la vida totalmente opuesta, y ya conocemos cómo fue el enfrentamiento entre estos dos hombres de letras. Para el pensador ácrata, lo importante no es el pasado, sino el futuro, y ahí, como pilar básico está el valor de la Libertad, con mayúscula, para asegurar la hombría con que se enfrentará el futuro: "...adoremos la Libertad, esa madre engendradora de hombres fuertes". Pero para que ese hombre constructor de la nacionalidad no traicione su misión, necesita ser formado bajo el manto de una buena educación porque, gracias a ella, sus virtudes se revelarán y orientarán sus acciones: "... el hombre que nos deslumbra con su generosidad o su heroísmo, descubre las virtudes incubadas lentamente al calor de una buena educación".
 
No es casual que a González Prada le importara tanto el tema educativo, pues es una de las ideas-fuerza de su tiempo. La adecuada educación, la lectura y la escritura se volverían en instrumentos imprescindibles para forjar seres humanos llenos de dignidad y grandeza: "... enseñadle siquiera a leer y escribir, y veréis si en un cuarto de siglo se levanta o no a la dignidad del hombre". Así se pensaba entonces -fines del siglo XIX y principios del XX- y esa convicción no ha cambiado. Por el contrario, hoy cobra gran actualidad. Nuestra sociedad necesita integrarse y comunicarse a fin de acabar con la fragmentación y los desencuentros que pueden ser mortales. Y ciudadanos reflexivos, informados, conscientes, son los que podrán llevar a cabo esa tarea. Los ciudadanos solo se pueden forjar cuando el diálogo permanente atraviese todos los espacios de las relaciones sociales. Una sociedad dinámica requiere de una comunicación constante y activa. Se trata del uso de la palabra en la construcción de la comunidad y en el descubrimiento del nuevo conocimiento: "Con la palabra sucede lo mismo que con el agua: estancada, se corrompe; movida y agitada, conserva su frescura".
 
Heredero de la prédica de González Prada en lo que corresponde al pensamiento social -en lo literario es otra cosa -, Abraham Valdelomar fue un crítico durísimo de la sociedad de su tiempo, pero especialmente de los políticos de todos nuestros tiempos: "¿Hasta cuándo somos tontos? Hasta cuando no le quitamos la careta á los personajes, no quemamos el decorado, no exhibimos la realidad tan grotescamente desfigurada". Lamentablemente, a esos conductores incapaces se suman a veces los escritores corrompidos: "A estos jaranistas de la idea y á estas tumultuosas y falsas manifestaciones provocadas por el dinero de los políticos me complazco en sacarle la lengua". Más provocación, difícil…
 
Pero no imposible, pues Valdelomar sigue arremetiendo en contra de las podridas costumbres de los gobiernos, características desde el mismo momento de la fundación republicana: "Y desde la independencia hasta nuestros días hemos gozado de un desfile siniestro de hombres sin conciencia que aceptan un cargo para el cual no tienen ni condiciones naturales".
 
La apelación de nuestro escritor se llena de emoción e ira sociales. No dirige su palabra a todos de un modo abstracto, sino específicamente al trabajador, al obrero. Su esperanza tiene un sentido y un sujeto: "Odiad, obreros, la política tal como es hoy la política en el Perú, odiad esta farsa criminal que en el Perú se llama política; tratad de unificaros bajo leyes severas y cuando seáis fuertes, cuando todos penséis de la misma manera, podréis crear una política nueva, podréis exigir con derecho y entonces no se os matará como perros rabiosos en las plazas públicas". Se trata de una arenga radical, sin duda. Nos anuncia la vorágine social y política que inundaría el Perú pocos años después.
 
Nos hemos acostumbrado a reconocer en Valdelomar al genio literario, al creador de frases y metáforas, al portador de una gran sensibilidad artística, pero no hemos reconocido suficientemente su estirpe de pensador social crítico. Cercano al autor de Pájinas libres, el Conde de Lemos tampoco concede mucho espacio a la historia en su reflexión social: "Hagamos la historia nosotros, con valores nuevos y con visión de futuro". Para Valdelomar la educación también ocupa un lugar central en la creación de ese hombre nuevo con valores renovados. Pero si para Palma el pueblo es el depositario de la memoria y de lo bondadoso que puede tener el pasado, para Valdelomar el presente es el momento estelar, una construcción social, simbólica y real, de lo nuevo y de lo mejor: "[...] el pueblo ve con simpatía a sus amigos de siempre, a sus jóvenes compañeros en el rudo bregar de la vida por el santo ideal de tener un país digno de sus hijos, y ciudadanos dignos de la Patria".
 
Las palabras de Valdelomar nos dejan entrever el análisis que vendría después con José Carlos Mariátegui, especialmente en lo que se refiere a su proceso al gamonalismo y a la clase dominante, que se cree moderna pero que sigue manteniendo un espíritu de feudo: "El Perú, señores, es el reino de los gamonales; no sólo es gamonal el que en la sierra mata, roba, asesina y embrutece; también son gamonales los políticos que se creen dueños del Estado y que consideran al Perú como un feudo", sentencia Valdelomar. No se trata de los 7 ensayos, aunque lo parezca, pero existe una continuidad espiritual inocultable entre estas dos figuras de nuestro pensamiento. No en vano fueron amigos, compañeros de aventuras galantes y bohemias, y sobre todo copartícipes de un espíritu de justicia y dignidad que la república de notables no tenía entre sus preocupaciones.
 
Toda la invocación de Valdelomar se refuerza por su arenga a una moral cívica intachable, y apela a un criterio modernísimo: el mérito, tan moderno que se nos ha hecho viejo de tanto ser postergado por los gobernantes: "¡Cuándo aprenderemos en el Perú, a comprender que un cerebro, una inteligencia, una mentalidad, valen más que los galones de un sayón y las amenazas y golpes de un ignorante! ... Un puesto administrativo se consigue con una recomendación, con una adulación, con un bajo servicio; la virtud de pensar y de escribir; el talento, lo concede la Naturaleza".
 
Y para seguir sin perder actualidad, Valdelomar recusa a sus adversarios y las infamias que profieren en contra de él: "Hace diez años que mi nombre circula por todos los pueblos del Perú, y por todos los centros intelectuales de América. Yo no soy un impostor, allí están mis libros, allí están mis conferencias, allí están los periódicos que he dirigido". Pareciera que nada hubiera cambiado entre nosotros.
 
Pocos años después del tiempo de Valdelomar, al interior de la generación del Centenario de la Independencia, caracterizada por su radicalismo, apareció un intelectual, Jorge Basadre, el centenarista más joven, que trató de conciliar el pensamiento radical y contestatario con el amor por el ayer, visto este no como la aspiración de la nacionalidad sino como su inspiración, como el simiente de su conciencia histórica en la que el pasado y el futuro se funden para crear la identidad de la nación: "Somos producto de ese pasado y estamos viviendo en lo que de él quedó al deslizarse para convertirse en presente. Por todas partes nos rodea; pero a la vez, tenemos que vivir nuestra propia vida, como individuos, como pueblo y como Estado. Percibir este dualismo es precisamente tener una conciencia histórica. Y lo curioso es que, como pueblo, nos ha faltado esa conciencia histórica aunque no nos hayan faltado a partir del siglo XVI magníficos historiadores".
 
Aunque parezca paradójico, nuestro gran historiador, Basadre, reclamaba porque a nuestros estudiantes se les enseña muchas horas de historia pero con el grave error de inculcarles la creencia de que el tiempo pretérito debe ser el tema central de preocupación, motivo único de atención. Para Basadre conocer el pasado solo debe ser la plataforma que permita vivir plenamente el presente y avizorar el futuro, para que el Perú deje de ser un problema y se convierta, finalmente, en una promesa cumplida.
 
Nota:
 
[1] Por eso no me ha preocupado identificar escrupulosamente las fuentes, pues he revisado discursos, cartas y textos. Lo fundamental es lo que desean transmitir los autores que considero.
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