Osmar Gonzales Alvarado
José Francisco Iberico y el rescate de nuestros autores José Francisco Iberico y el rescate de nuestros autores

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Osmar Gonzales, Junio 2006

Es justo reconocer que las provincias han enriquecido considerablemente aquello que denominamos cultura nacional. A pesar del centralismo económico y político que ostenta Lima, gran parte de nuestros grandes autores provienen de ciudades y pueblos del interior del país. No obstante, en el aspecto intelectual el centralismo se manifiesta en la casi inevitable necesidad que muchos de esos autores han tenido de migrar a la capital y hacer en ella su carrera como tales.
 
Lima absorbe las creaciones de los autores, sus talentos y, de alguna manera, los hace aparecer ante el sentido común como si fueran originales de ella. De este modo, se pierde de vista, para la mayoría de las personas, que autores como Abraham Valdelomar, José Gálvez Barrenechea, Víctor Andrés Belaunde, José Carlos Mariategui, Jorge Basadre, Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Federico More, entre muchos más, no nacieron en Lima sino en diferentes puntos del Perú. El triunfo del centralismo limeño consiste en "demostrar" que sin las instituciones culturales, académicas o políticas que ella alberga, el talento de los mencionados personajes no hubiera podido florecer. 
 
Pero, al final de cuentas, es necesario subrayarlo, la cultura y sus evidencias que nos hacen sentir orgullosos (las investigaciones, los libros y revistas, las obras de creación), se componen de la interacción de obras tanto de autores provincianos como de limeños. Entre estos se pueden mencionar a Luis Alberto Sánchez, Martín Adán, José María Eguren, José de la Riva Agüero, Alfredo Bryce Echenique y muchísimos más. Como se puede ver gracias a estos nombres, la creatividad y el conocimiento no son privativos de ninguna zona geográfica.
 
El problema radica no en que el talento sea patrimonio exclusivo de un sector específico, pues podemos comprobar que está distribuido por todo el Perú, sino en la debilidad de las instituciones que se muestran incapaces de canalizar y de hacer florecer con resultados y obras tangibles las capacidades creadoras de los autores.
 
Pero si me he referido a nombres reconocidos también existen autores, del pasado y de la actualidad, que han tenido y tienen una influencia importante en sus ámbitos geográficos y culturales respectivos. Muchos de ellos han sido cubiertos por los años y el olvido pero en su momento representaron una palabra escuchada, una opinión respetada, una figura ejemplar. Uno de esos autores al que deseo referirme es José Francisco Iberico, autor de Miscelánea cuzquense, de 1926. [1]
 
Iberico nació en Cusco el 4 de octubre de 1871, es decir, el año del fin del primer militarismo, del surgimiento del Partido Civil, del auge del comercio guanero. Pero también, recordémoslo, vino al mundo ocho años antes de que se iniciara el conflicto bélico con Chile. Su infancia, pues, los pasó entre el boom económico y la desazón de la derrota, que seguramente inundó su hogar, a pesar de que el sur andino no fue un escenario privilegiado de la guerra.
 
José Francisco Iberico fue hijo de Gavino Iberico y de María Cristina Miranda y Piérola; al parecer, tenía lazos familiares con el Califa, Nicolás de Piérola, gran caudillo del siglo XIX. Nuestro autor era primo de Mariano Iberico Rodríguez, importante filósofo nacido en Cajamarca en 1892, por lo tanto fue parte de la Generación de 1921, y, como muchos otros de sus contemporáneos, pasó de un arraigado positivismo a una visión mística y religiosa de la vida, trayectoria que se refleja en obras como Una filosofía estética (1920), El nuevo absoluto (1926), La unidad divina (1932), El sentimiento de la vida cósmica (1939), entre otras. Se trató de un proceso que siguieron autores como José de la Riva Agüero o Víctor Andrés Belaunde, por ejemplo.
 
Luego de concluir sus estudios escolares en su natal Cusco, J. Francisco Iberico viajó a Lima en 1891, donde se matriculó en la Universidad Mayor de San Marcos, en la Facultad de Letras, en donde fue discípulo de profesores tan eminentes como Javier Prado Ugarteche, Manuel Vicente Villarán, José Chacaltana, entre otros. Asimismo, fue compañero de estudios de otros futuros importantes personajes de nuestra vida cultural y política, como Oscar Barrós, Rafael Grau, Francisco Tudela y Varela, José María de la Jara y Ureta. No obstante, sus estudios los concluyó en la Universidad del Cusco, a donde regresó y contrajo matrimonio con Enriqueta Nadal y Suárez, perteneciente a una de las familias más encopetadas de la Ciudad Imperial. En 1904, Iberico obtuvo el bachillerato con la tesis "La doctrina del porvenir", acerca de la paz universal y la intervención internacional y, en la Universidad San Agustín de Arequipa, el doctorado en derecho, en 1907.
 
Iberico también fue un montonero, pues luego de renunciar a su puesto de amanuense del Ministerio de Justicia e Instrucción, se dirige a Canta para ponerse a disposición de Isaías de Piérola, hermano de don Nicolás, e incorporarse a la Cuarta División con la clase de Capitán. Es decir, nuestro personaje fue parte de las guerrillas que llevaron al poder por segunda vez a Nicolás de Piérola, quien ingresó a Lima por Cocharcas en la madrugada del 17 de marzo de 1895 a caballo, junto a Guillermo E. Billinghurst, José Durand y otros inaugurando una de las etapas más feraces, estables y promisorias de nuestra historia, la república de notables, que fue cancelada con el ingreso de Augusto B. Leguía en 1919. No queda muy claro, pero por el tenor de algunos de los artículos incluidos en Miscelánea Cuzquense de principios de siglo XX se puede intuir que Iberico pasó luego a las filas del civilismo, otrora adversario de Piérola y luego de 1895 su aliado al que después desplazó del poder en 1903.
 
Iberico fue un hombre de leyes, desde lo cual ocupó diversos cargos, incluido el de juez de paz, además de haber sido agente fiscal, inspector de instrucción primaria, visitador escolar, entre otros. Pero también fue hombre de prensa, siendo director y redactor de diversas publicaciones periódicas en el Cusco como La Luz (1891-1892), El Estandarte Civil (1903), El Libre Sufragio (1905), La Breña (1911), además de colaborador de diarios cusqueños como El Comercio, El Sol, El País, La Revista, El Artesano, La Unión y El Diario. Por medio de sus artículos hizo muy conocidos los seudónimos de Rocambole y Fr. Cusco. En Lima colaboró con los periódicos en El Comercio, La Opinión Nacional, El Diario y El Tiempo. [2]
 
Pero don José Francisco también era hombre de pluma, pues incursionó en la escritura literaria. Incluso, llegó a ser presidente de la Sociedad Ensayos Literarios. A su trabajo profesional como abogado agregaba su vocación de escritor, sea como periodista o como literato. Precisamente, Miscelánea Cuzquense se compone de diversos artículos agrupados en cinco secciones: Política, Sueltos y biografías, Literatura, Instrucción y Jurisprudencia.
 
La sección Política la compone una recopilación de artículos publicados entre 1903 y 1912 en algunos diarios del Cusco. Es notoria la admiración de Iberico por Manuel Candamo y el Partido Civil que, como ya señalé, en 1903 vuelve al poder, después de 24 años, es decir, después del gobierno de Francisco García Calderón en 1881, en plena guerra con Chile, gobierno al que Ricardo Palma, convencido integrante del Partido Demócrata de Piérola, llamaba con sarcasmo "el gobierno de los magdalenos", por afincar su sede de gobierno en ese distrito, en lo que hoy es Pueblo Libre. Iberico también aprovecha la oportunidad para rendir homenaje al fundador del Partido Civil, Manuel Pardo, quien fue asesinado en 1876.
 
En la sección Sueltos y biografías, Iberico, entre otros papeles, destaca la personalidad de Nicolás Piérola, el padre del presidente y hombre sabio, contemporáneo de otra eminencia, el explorador italiano Antonio Raimondi; también recuerda al senador cusqueño David Matto, hermano de la autora de Aves sin nido, Clorinda; rememora el natalicio de quien fue presidente, y cusqueño también, Serapio Calderón; ensaya una interpretación de Manco Cápac a propósito de la inauguración de un monumento en su homenaje. Pero lo que más llama la atención de esta parte del libro es una réplica a las tesis políticas del poeta José Santos Chocano, en la cúspide de su fama en ese año, 1922, quien había afirmado, junto con el escritor argentino, Leopoldo Lugones, que había llegado la hora de la espada, es decir, de los gobiernos fuertes, autoritarios. Esta afirmación produjo la rápida respuesta de una gran parte de la intelectualidad latinoamericana, entre la que se encontraba el ideólogo mexicano, José Vasconcelos, con quien Chocano, para variar, también tuvo un durísimo cruce de palabras.
 
Iberico se atreve a cuestionar la posición de Chocano desde una postura de excesiva modestia: "por que se siente pequeñísimo para entablar discusiones públicas con el coloso-poeta que defiende un imposible político". Pero defiende con sólidos argumentos la necesidad de los gobiernos democráticos, especialmente en el Perú, y prefiere repetir una osada frase de Isaías de Piérola, que señalaba que no había que temer la "tiranía de la ley".
 
En la sección Literatura, compuesta por poesías, dramas y discursos, Iberico ofrece versos muy al estilo de la época, dulzones, juguetones, muy apegados a la rima y, también, costumbristas en muchos momentos. Tampoco está ausente el sentido patriótico y doloroso. Completan la sección, en cuanto a creación literaria, la comedia en tres actos "Honor antes que amor", y el drama en tres actos "Venganza y castigo".
 
Como discursos, el más importante es el que el autor pronunció con motivo de la renovación de cargos en la Sociedad Ensayos Literarios; en un momento afirma: "No seamos serviles imitadores. Tampoco plagiarios desvergonzados. ¿Crear no podemos? ... ¡A la obra!". Este reclamo y arenga es similar al que hiciera José Gálvez en su tesis de 1915, "Posibilidades de una genuina literatura nacional", en la que se oponía al pesimismo de José de la Riva Agüero, quien en su tesis de 1905, Carácter de la literatura del Perú independiente, nos había condenado a ser simples epígonos de la literatura española. También se publican dos discursos con motivo de las sendas candidaturas de José Pardo a la presidencia, en 1904 y en 1915, entre otros de menor importancia.
 
La sección Instrucción es muy breve, apenas una conferencia pronunciada por Iberico cuando desempeñaba el papel de visitador escolar de los departamentos de Cusco y Apurímac, y que fue dirigido a los preceptores cusqueños en 1912. Finalmente, en la sección Jurisprudencia, el autor aborda aspectos legales. Lo que sobresale en esta sección es la reproducción de su breve tesis de bachillerato presentada el 6 de agosto de 1904, en la Universidad San Agustín de Arequipa. En ella sustenta el derecho de intervención siempre y cuando ayude a evitar la guerra o su prolongación, y "resuelva jurídica, pronta y eficazmente todo conflicto internacional". Según los comentarios de la época, estas ideas, que en su momento no captaron mayor atención, toman gran actualidad 18 años después, cuando el presidente estadounidense Woodrow Wilson sostuviera, en su declaración de 14 principios, la legitimidad de la intervención de los países más poderosos para defender a los más débiles, y que fue el sustento para la posterior formación de la Liga de Naciones, luego de la hecatombe que significó la carnicería de la Gran Guerra de 1914-1918. Como sabemos, la Liga de Naciones fue el antecedente directo de las Naciones Unidas. Aunque la postura de Wilson anunciaba la política imperialista de su país, ello no fue visto con claridad por muchos de sus contemporáneos.
 
José Francisco Iberico perteneció -en tanto producto intelectual típico de su tiempo, caracterizado por la escasa especialización disciplinaria e institucionalización-, a esa categoría de escritores que se pueden denominar como pensadores sociales, es decir, que, cuan humanista renacentista, buscaban abarcar diferentes ramas del saber y de la creación.
 
Iberico tuvo una influencia significativa en la opinión pública cusqueña de su tiempo, pues provenía de una familia de prestigio, era reconocido como un hombre honesto y honorable, orientaba los sentimientos colectivos por medio de sus artículos periodísticos y participaba del debate intelectual de su amado Cusco.
 
Hoy prácticamente no se le recuerda, pero resulta estimulante y enriquecedor volver a traer a nuestra actualidad su figura y su obra, especialmente para estimular el papel del creador en la conformación de la identidad de nuestros pueblos. Así como Iberico en Cusco, otras provincias, otros departamentos, otras regiones tienen, con toda seguridad, en el baúl de sus historias locales, autores que en su momento fueron sus símbolos y ejemplos, y que siempre valdrá la pena recordarlos.
 
Notas:
 
[1] J. Francisco Iberico, Miscelánea Cuzquense, Editorial Rozas, Cuzco, 1926. Agradezco a la bisnieta del autor, Patricia González Castillo, por haberme proporcionado la oportunidad de acceder a este libro.
 
[2] Todos estos datos los he tomado de las notas escritas por A[lberto] Seguín, luego que dejó de ser director del diario El Comercio del Cusco, y que tituló, simplemente, "J. Francisco Iberico".
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