Osmar Gonzales Alvarado
Libro e inclusión social Libro e inclusión social

Por Osmar Gonzales Alvarado
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I
Presentación del tema *
 
No es posible conseguir la inclusión social sin la presencia del libro. Sin embargo, y aunque resulte paradójico, el texto impreso puede ser un factor que genere la exclusión; eso depende del tipo de sociedad en el que se ubique.**
 
En efecto, aquellas sociedades que no han sido capaces de permitir a sus miembros acceder al libro tienen una tarea pendiente de inclusión, así la hayan conseguido en otras esferas, como la política o la económica, por ejemplo. Los grados de accesibilidad al libro es uno de los indicadores más reveladores de la integración alcanzada, base social de la construcción de sistemas democráticos. Ninguno de los países democráticos que admiramos se ha edificado sin la presencia del libro. Por el contrario, todos los países con altos grados de democratización han consolidado sus sistemas de representación social y política de manera paralela a la difusión del libro.
 
Lo mismo se puede afirmar en cuanto a la inclusión productiva o económica. Aunque no se remarque lo suficiente, es irrefutable que los niveles de desarrollo que los países pueden alcanzar están sumamente ligados a los niveles de acceso que han construido en torno al libro (bibliotecas, editoriales, librerías, etcétera). El bienestar material, que se pretende que sea prolongado en el tiempo, debe tener su sustento en el conocimiento. Para redondear la idea: uno no se puede referir a la inclusión social, en el nivel o área que sea, sin tomar en cuenta que su base y sustento es la cultura escrita, cuya puerta de ingreso la representa el libro.
 
No obstante, cuando el libro, con todo el simbolismo que encierra, es un bien solo de algunos grupos minoritarios, puede actuar como instrumento de exclusión. Es el caso de las sociedades ágrafas, por ejemplo, cuando se ven invadidas por la palabra escrita; su ingreso hace patentes las divisiones sociales, entre privilegiados y excluidos. O también cuando el Estado y quienes gobiernan, por desinterés o ausencia de visión de una propuesta integradora, prefieren mantener en la ignorancia a los pueblos.
 
El libro es un artefacto, por lo tanto manipulable. Por sí solo no cumple una función positiva o negativa, de inclusión o exclusión. Ello depende del tipo de sociedad en la que se inscribe y a las políticas que se diseñen o implementen para su difusión. También intervienen otros factores, como el proceso de individualidad o los grados de institucionalización, por ejemplo. La difusión del libro contribuye a la auto-reflexividad de las sociedades, aunque, en sentido contrario, su ocultamiento lo vuelve en eficaz instrumento de dominación. El rol social del libro depende del entramado social que lo enmarca.
 
En Perú, la consolidación del libro como una presencia usual y cotidiana en la vida de los habitantes está lejos de ser una realidad tangible. La lectura es una práctica poco frecuente. No se han creado las condiciones para que la palabra escrita represente una necesidad a ser incorporada en las experiencias significativas de nuestra vida social e individual. Resulta imperioso, entonces, crear un círculo virtuoso, en donde el progreso y el desarrollo fomenten la necesidad del libro y, al mismo tiempo, que el libro constituya la piedra angular de todo proyecto de bienestar. Así, ambas esferas de la vida se complementarían y estimularían mutuamente, trayendo como beneficio una sociedad con mayores niveles espirituales y reflexivos, así como con más altos grados de desarrollo material.
 
En las siguientes páginas abordo el tema de la inclusión social en Perú desde la óptica que ofrece el tomar como unidad de análisis a la cultura escrita. Para ello tomo en consideración otros factores que enmarcan la realidad del libro en nuestro país. La idea que busco sostener es lo que ya he mencionado en las primeras líneas de este documento: que no se puede hablar de inclusión social si el libro, la cultura escrita en general, no está presente de manera consistente en las condiciones sociales de existencia de nuestra población, sin distinción alguna. Para ello, antes hay que relevar el papel humanizador que puede cumplir el libro.
 
 
II
Libros, bibliotecas y cultura humanizadora
 
Permitir el acceso a la información y el conocimiento a todos los ciudadanos sin excepción ni diferencias, es la manera más segura para construir una convivencia armónica, consolidar la identidad nacional y afianzar la democracia, es decir, conseguir la inclusión social, que es la formación, al final de cuentas, de ciudadanos plenos. En todo ello es fundamental el papel que pueden y deben cumplir las poseedoras del libro, es decir, las bibliotecas, especialmente las bibliotecas públicas. Éstas, como sabemos, deben constituirse no sólo en agentes que faciliten información, sino, sobre todo, en núcleos muy activos de desarrollo cultural en un sentido amplio.
 
De alguna manera, las bibliotecas públicas son —o deberían serlo— las extensiones del Estado y de su esfuerzo por llevar la cultura escrita a toda la población de todos los confines del país. En este sentido, su labor se vuelve más crucial y difícil cuando se trata de influir positivamente en poblaciones que usualmente no han participado de los beneficios de la política oficial y de la modernidad y, en casos extremos, que se sienten lejanos de lo que es la comunidad política traducida en el Estado. ¿Cómo permitirles la información si, incluso, hablan otras lenguas y tienen otras tradiciones?, ¿si la palabra escrita no está muy desarrollada en las maneras de comunicación? Es necesario respetar las diferencias e integrar, de otro modo, hablaríamos de imposición y estaríamos bloqueando la posibilidad de forjar ciudadanos en toda la extensión de la palabra.
 
Contribuir a la forja de ciudadanos exige prestar atención a diferentes planos de la vida social. Nuestro país no está al margen de la comunidad internacional, menos ahora, en tiempos de la llamada globalización. Somos parte de un mundo integrado como nunca antes; querámoslo o no, acusamos los efectos de circunstancias que se originan más allá de nuestras fronteras, sean positivos o negativos. Existe un ambiente mundial del que estamos imbuidos; ambiente que muchos han calificado como crecientemente deshumanizado1. Por esta razón me permito, antes de entrar de lleno al tema central —el del papel del libro en la inclusión social—, hacer una reflexión general sobre el papel de la cultura en las sociedades actuales, la urgencia, a nivel mundial, del papel que ella debe cumplir para impedir que siga avanzando la deshumanización global.
 
Cultura y humanismo
El ser humano encontró las vías de su humanización gracias a la cultura, y en esta humanidad que está perdiendo su rumbo es necesario volver a la cultura para salvarla.
 
El antropólogo Herbert Read2 señala que el hombre de las cavernas abrió las puertas de su humanidad cuando descubrió o inventó el arte, la cultura. No fue la organización de sus integrantes para asegurar su supervivencia, tampoco la política o la economía, pues diversas especies muestran rudimentarias formas de organización en cualquiera de estos planos, como algunas clases de primates, los delfines, las hormigas, las abejas, y otras. Lo que diferenció al hombre de las cavernas fue que este, en su miedo a ser devorado por las fieras que lo acechaban, debía permanecer todo el tiempo posible en su cueva. Ahí, adquiriendo conciencia de su desamparo, fue descubriendo su capacidad de representar su vida cotidiana por medio de lo que ahora conocemos como pinturas rupestres. La posibilidad de elevarse por encima de su vida rutinaria y expresarla mediante los rústicos trazos plasmados en las paredes de sus cavernas significó la gran diferencia con las otras especies que poblaban el planeta en ese entonces. Esta capacidad de representación fue el primer peldaño en el largo camino de la humanidad hasta la invención de la escritura.
 
Lamentablemente, ahora parece que estamos de regreso. Hace algunos años, en una caricatura de Alfredo en el diario La República se expresa lo que acabo de mencionar con claridad y gracias al humor sarcástico que caracteriza a dicho artista. Teniendo como escenario la invasión a Irak por las fuerzas aliadas, uno de los personajes le pregunta al otro sobre qué nos diferencia del hombre de las cavernas; el otro le responde sencillamente: “la tecnología”.
 
La ironía es evidente, pues se supone que los avances tecnológicos debían hacer más humana la vida humana, pero ha sucedido todo lo contrario, ha servido para ahondar las diferencias entre países y al interior de los pueblos entre poderosos e indefensos, creciendo con ello la infelicidad en todo el planeta. Es increíble ver cómo los avances tecnológicos nos acercan directamente a la caverna prehistórica.
 
Evidentemente, nos estamos deshumanizando, el dolor ajeno no nos conmueve. La múltiples guerras lo demuestran. Estamos involucionando. Y ello es más dramático en la medida que más nos alejamos de la cultura. Preferimos las cifras a los seres humanos. Mantener en azul los libros contables es la prioridad. Tanta es nuestra deshumanización que ya hablamos de robots y máquinas con vida propia y hasta de bombas inteligentes (aunque estoy seguro que todos preferimos ciudadanos, incluidos los gobernantes, inteligentes). De manera increíble, con la tecnología el ser humano ha conseguido lo que no ha podido otra especie, encontrar a su depredador: el hombre mismo.3
 
Todos hemos escuchado alguna vez la famosa frase de Thomas Hobbes: “el hombre es el lobo del hombre”, graficando con ella el estado de naturaleza en el que la especie humana se aniquilaba a sí misma mediante guerras y enfrentamientos. Por eso, decía, para evitar la autodestrucción se estableció una especie de contrato que permitiría la vida más o menos pacífica garantizada por un poder supremo, el Leviatán, el Estado. En la actualidad, parece haberse quebrado ese contrato (materializado en los convenios internacionales) y damos paso libre a la guerra gracias a un poder que ha abdicado de su misión de preservar la paz. Es sorprendente cómo un artilugio, cual es la tecnología, nos está regresando a nuestro original estado de naturaleza.
 
Destruimos el medio ambiente y la vida que existe en él. Ya nadie está seguro esté donde esté. Invasiones liberadoras y acciones terroristas nos están llevando al mismo final: la autodestrucción. Este escenario desolador ha tratado de ser definido por algunos pensadores: hay quienes sostienen que estamos ante un mundo que ha perdido su sentido, otros señalan que ha ocluido el afán de trascendencia,4 algunos más afirman que el mundo actual carece de memoria y que solo vive el presente como momento absoluto. 5
 
Las soluciones surgen aparejadas con los diagnósticos: volver a los clásicos, recuperar el sentido de trascendencia que nos permita repensar temas como el amor o la muerte, por ejemplo, voltear la mirada a poblaciones antes juzgadas con desdén por considerarlas tradicionales, o regresar a un pacto de respeto con la naturaleza. Quizás nos sea necesario rescatar algo de esa curiosidad del hombre de las cavernas para poder redescubrir el arte, la cultura y a nosotros mismos.
 
Un filósofo de origen japonés, Daisaku Ikeda,6 plantea algo muy radical: un nuevo humanismo basado en el conocimiento y en el fomento de las artes. En otras palabras, una humanidad instruida y sensible al mismo tiempo. Similar es el planteamiento de George Steiner, quizás el gran humanista de nuestra época, un hombre preocupado por los libros, las bibliotecas, por la cultura. En resumen, se trata de volver a la cultura —y la cultura escrita, especialmente— como eje que articule toda nuestra existencia. En ese sentido, entonces, recuperemos y acudamos con mayor frecuencia a ese bien cultural que significó una gran conquista de la inteligencia humana: el libro. Aferrarnos a él puede ser nuestra tabla de salvación. Por eso es tan importante en estos momentos difundir la lectura, no sólo como medio de acceder a la información y al conocimiento, sino, sobre todo, para reencontrar esa humanidad que estamos perdiendo a la misma velocidad que avanza la tecnología. No estoy planteando —siempre es bueno advertirlo— que cerremos nuestros ojos e imaginación a los nuevos inventos, al desarrollo científico, a la tecnología (el mismo libro es una conquista tecnológica). Lo que sostengo es que todo ello debe estar al servicio de los seres humanos y a buscar su felicidad.
 
Casi hemos perdido el placer de la lectura por la lectura, cuando nos acercamos a algún tipo de información es para sacar algún provecho concreto y pragmático. Ambas cosas deben ir de la mano. ¿Por qué no se considera a la lectura como un placer más? En algo debe influir en la visión que tenemos sobre la lectura y los libros la competencia exacerbada que caracteriza al mundo contemporáneo, la opción individualista a ultranza que se nos inculca desde la escuela hasta los medios masivos de comunicación, la postergación de la solidaridad por el egoísmo y de la tolerancia por la indiferencia.
 
No es lo mismo la indiferencia que la tolerancia. No se trata de dejar vivir al resto tal como es sin preocuparnos por su bienestar; eso es muy cómodo. La indiferencia simplemente impide el diálogo y la comprensión por los otros; no supone el respeto por la diversidad. La tolerancia es un valor mucho más completo: sí implica el respeto y alienta la comunicación en condiciones de igualdad. Como afirma un pensador italiano, Pietro Barcellona,7 no sólo se trata de reconocer la diferencia de los demás sino de darle a los otros un lugar junto al nuestro, compartir la misma mesa, conversar y aprender uno del otro. Lo diferente es estimulante, como dice alguna canción de Joan Manuel Serrat. Es necesario dejarse instruir por lo diferente para enriquecernos en tanto seres humanos, como aconseja Néstor García Canclini,8 estudioso de nuestras culturas latinoamericanas. A todo ello contribuye el libro y la difusión de la palabra escrita.
 
 
III
Las revoluciones de lo escrito
 
En la historia de la cultura escrita han ocurrido tres grandes acontecimientos que han significado a su vez tres grandes revoluciones en la conciencia de la humanidad.
 
La primera revolución fue el paso de las sociedades ágrafas a las sociedades de escritura, tránsito que está representado por la invención del alfabeto. Este cambio significó una transformación total de la vida. Ya no solo se apelaba a la memoria para recordar los hechos del pasado y transmitir el conocimiento; después del alfabeto la escritura se constituyó en la base para la generación de nuevos conocimientos cada vez más abstractos y generales; y también tramontó el requisito de la presencia física, el cara a cara, para la transmisión de ideas. Con la escritura, la palabra obtiene una mayor proyección, se alcanzan más altos niveles de abstracción, y el conocimiento y la información se difunden más allá de los cohabitantes. Como diría Jorge Luis Borges, la escritura es la extensión de la memoria y la imaginación.
 
La segunda revolución ocurrió con la invención de la imprenta de tipos móviles. El libro impreso sustituyó al libro manuscrito, pudiendo ser reproducido en gran cantidad y adquiriendo una circulación que no podía lograr el manuscrito. Así, diversas personas letradas podían acceder al conocimiento de otras sociedades y culturas, produciendo una relación intelectual, abstracta, entre individuos que no necesariamente se pueden llegar a conocer. Incluso, la palabra escrita fortalece la consolidación de las identidades nacionales, de las comunidades imaginarias. La palabra impresa estimula un sentimiento de pertenencia colectiva, apoyada por la tecnología y la revolución de los medios de comunicación y transporte.
 
La tercera revolución es la que estamos viviendo, y que representa la aparición de las nuevas tecnologías de información. La palabra digital elimina la distancia y el tiempo; el conocimiento, las artes y la información pueden volar, literalmente, por todo el ciberespacio y hacia cualquier lugar del planeta. Por eso algunos autores señalan que la época actual es la de la transmisión internacional del saber, que encaja y sostiene la llamada sociedad del conocimiento.
 
Sin embargo, cada uno de estos cambios radicales y fundamentales no se asumieron, como se podría suponer, con rapidez y naturalidad. Por el contrario, las resistencias fueron muy grandes en un inicio. La invención de la palabra escrita inquietaba a los antiguos porque consideraban que el ejercicio de la memoria iba a ser dejado de lado, y con esta la palabra hablada, pues todo se podía supeditar al documento. Este cambio suponía toda una transformación radical de cómo se concebía la organización de la vida y la relación entre los individuos. La escritura ayuda a configurar otro tipo de sociedad.
 
Para que la imprenta fuera aceptada como parte de la vida cotidiana tuvieron que pasar por lo menos seis décadas. La aparición de la imprenta tuvo sus retractores en aquellos que afirmaban que la belleza única del libro manuscrito se iba a perder, pero sobre todo porque el conocimiento le iba a ser arrebatado a la élite que hasta entonces lo detentaba, sustrayéndole gran parte de su poder e influencia. El conocimiento es poder y la imprenta contribuyó a democratizarlo. De esta manera, se manifiesta claramente la relación entre difusión de la cultura escrita y democratización de la sociedad.
 
La irrupción de la palabra digital fue hostigada por quienes pensaban (o piensan) que contribuiría a disminuir las capacidades de reflexión, abstracción y de crítica impidiendo la formación de sujetos atentos a su entorno. Las pantallas reemplazarían, así, al deleite silencioso de pasar las páginas y de descubrir en ellas el conocimiento que contienen.
 
En cada uno de los tres grandes acontecimientos mencionados, el nuevo invento se fue abriendo paso hasta adquirir un lugar central en la nueva conformación de las sociedades. Pero para que esta aceptación ocurriera fue necesario, primero y fundamental, una transformación muy profunda de las estructuras mentales.
 
La tecnología y sus avances, para que sean benéficos a la humanidad, requieren de nuevas maneras de ver el mundo por parte de los individuos que ven afectadas sus maneras usuales de sociabilidad. Mientras esto no ocurra las revoluciones tecnológicas no serán aprovechadas en beneficio de la constitución de comunidades de ciudadanos. Por otro lado, puede ocurrir que se incorporen dichos adelantos tecnológicos pero con la predominancia de una mentalidad anterior; es lo que en otras áreas de las ciencias sociales se denomina “modernización tradicionalista”, es decir, el manejo de los adelantos tecnológicos pero sin una mentalidad adecuada que los acompañe y dé sentido. La base de toda modernización está en los cambios que se puedan producir en las formas de entender la vida y el mundo, y en las nuevas capacidades que desarrollen las personas. Solo entonces los avances tecnológicos se acoplarán dentro de un proyecto nuevo de sociedad. Sin esa nueva mentalidad, las nuevas tecnologías, por sofisticadas que sean, se convertirán en pastiches, adhesiones superficiales en el mundo de la vida de las personas.
 
El sueño de Kant
En su respuesta a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?” Kant precisó que hay dos formas de usar la Razón. Por un lado, existe un uso privado de la misma, y por otro lado, un uso público. El filósofo alemán señalaba que en la Ilustración los individuos habían dejado de estar sujetos al poder del rey, de las corporaciones y compartimentos y que precisamente por ello se habían convertido en sujetos privados, que respondían ante sí mismos. Por esta razón, y aquí viene algo paradójico, están en condiciones de generar un espacio público y una opinión pública que rebasan ampliamente las limitaciones o linderos de las cofradías características del Antiguo Régimen. Esos espacio y opinión públicos son la base de la sociedad civil universal. Pero fiel a su tiempo, Kant sostenía que esta solo se podía conformar por medio de la palabra escrita, especialmente desde las reflexiones de los intelectuales que, utilizando el objeto impreso, pueden llegar a individuos de otras naciones y de tiempos futuros. De esta manera, la escritura, el libro y la lectura constituyen el soporte de la reflexividad de los individuos, de su comunicación e inclusión que aspiraban los filósofos ilustrados.
 
Invirtiendo las reflexiones de Kant se puede sostener que mientras la palabra escrita no esté difundida universalmente, mientras no sea un recurso de todas las personas sin distinción de ninguna especie, no es posible pensar en la inclusión total. La palabra escrita se convierte en el punto de encuentro de los individuos, gracias a ella se comunican más allá de las experiencias cara a cara, transmiten sus reflexiones y generan un espacio público; la palabra escrita alienta la auto-reflexividad de las sociedades y en la medida que más difundida esté más posibilidad habrá de integrar a los individuos. Así, “...la imprenta hizo posible la organización de una publicidad sin proximidad, de una comunidad sin presencia visible”. 9
 
En otras palabras, la palabra escrita y la imprenta dan forma a lo que Ivan Illich denomina “texto libresco”, que es capaz de crear un “nosotros”, una comunidad: “El texto libresco es mi hogar, y es a la comunidad de lectores librescos a quien me refiero cuando digo ‘nosotros’”. 10
 
La palabra escrita debe ser apropiada por todos y cada uno de los integrantes de una sociedad para que el conocimiento y la información dejen de ser bienes privativos de una élite. Sin esta condición no se puede esperar que se constituyan sólidamente proyectos de sociedad que debatan entre sí, ni que la ciudadanía, la demagogia y la exclusión tengan un terreno más amplio en el que podrán desarrollarse.
 
Libro y exclusión
En nuestro país, sin embargo, cuando el libro hizo su aparición o, más exactamente, irrumpió en tierras andinas, no fue un elemento de inclusión sino de fragmentación. Al incrustrarse en una sociedad como la pre-hispánica, exclusivamente oral, ágrafa, el libro inmediatamente dividió en dos a la población. Por un lado, una inmensa mayoría que no había descubierto la escritura y, por otro lado, un pequeño grupo que ya la tenía en su acervo cultural y que rápidamente detentaría el poder político, militar y económico. Con el ingreso de los conquistadores españoles en el siglo XVI la palabra escrita se impuso sobre la palabra hablada. La conquista fue obra de la espada, pero también del libro, de uno específico: la Biblia. Por ello, cuando se la enseñan a Atahualpa este no entiende lo que tenía de especial ese artefacto. Luego de comprobar su ausencia de voz la arroja al suelo, gesto que sirvió como pretexto para el ataque español. De esta manera, el libro ingresa a la sociedad andina como un objeto totalmente extraño en una población que no había desarrollado ninguna de las condiciones mínimas para recibir la cultura escrita.
 
Posteriormente, una de las principales preocupaciones de los organizadores del virreynato fue evangelizar, llevar la palabra de Dios y, al mismo tiempo, castellanizar. Por ello, las órdenes religiosas se repartieron el territorio conquistado para enseñar el castellano y alfabetizar. Prontamente se dieron cuenta que esto era muy difícil, y que los pobladores nativos se mostraban reacios a aprender otra lengua. Tuvieron que cambiar de táctica. En vez de enseñarles a los indios el castellano para evangelizarlos se trató de llevarles la palabra escrita en sus propias lenguas.11 Entonces es cuando se comienza a imprimir (ya había llegado la imprenta gracias a Antonio Ricardo) libros de evangelización en castellano, quechua y aymara, como la Doctrina Cristiana. Se trata de 1584, fecha muy temprana y un ejemplo precoz que, no obstante, se perdió en el tiempo. Solo a partir de ese año se puede hablar de la labor inclusiva del libro, al menos como propósito, mas no por los resultados obtenidos. En efecto, la palabra escrita, el libro y todo lo que compone el ecosistema de la cultura escrita fue utilizado en provecho de un pequeño grupo privilegiado. Es casi perfecta la correspondencia que existe entre quienes detentan grados de poder (político, económico empresarial, etcétera) y dominan la palabra escrita. En sentido contrario, son precisamente las poblaciones que no han podido acceder al texto impreso las que se encuentran en los escalones más bajos de la vida social.
 
La castellanización fue incompleta, la alfabetización deficiente, la ampliación de la cobertura educativa limitada; sin contar con el hecho que los procesos más modernizadores tuvieron como escenario privilegiado a Lima y algunas provincias, solo asomando muy tímidamente en otros lugares del país. De esta manera, el libro cumplió, sobre todo, un papel de marginación/exclusión y no de integración/inclusión. La promesa de la Ilustración —con la que soñaba Kant— quedó como una aspiración sin correspondencia en la realidad.
 
Es sintomático que en la CADE 2006, que tuvo como lema: “No existe nosotros con alguien afuera. Inclusión y desarrollo para todos”, no se programara una mesa específica para el tema educativo. Como he mencionado, una prosperidad que no se sustenta en la expansión del mundo escrito es falaz.
 
Este olvido centenario explica que no sea ninguna novedad afirmar que en Perú es poco frecuente el acto de leer, que no somos lectores habituales, tal como diversos estudios lo han demostrado, de manera destacada la Prueba PISA. De alguna manera, hemos vuelto a la palabra oral, pero ahora aunada a la imagen, especialmente televisiva y digital. Este punto es importante. La lectura también es un ejercicio de los sentidos. Mientras la palabra hablada ejercita el oído, la palabra escrita lo hace con la vista. La mirada, la lectura en silencio y la palabra escrita son componentes de uno de los mayores progresos de la humanidad, pues contribuyen a elevados grados de reflexión. Como señala Norbert Elias:
 
 
En realidad, pensar en silencio y sin ninguna forma abierta de habla es algo que hay que aprender a hacer. Si es y hasta qué punto es un requisito normativizado de la persona adulta depende de la etapa de desarrollo de la sociedad en que crece y vive la persona. En sociedades de una etapa anterior, el pensar en grupo, en equilibrio es probable que predomine sobre el soliloquio silencioso. La tendencia a pensar sin actos verbales manifiestos se ha reforzado por la difusión de la cultura escrita. 12
 
 
Por el contrario, cuando se impone la palabra hablada se estimula el oído y esto tiene una serie de consecuencias. En vez de privilegiar el documento lo hace el rumor, el “dicen que” o el “me han dicho”. Quizás esto explique en parte la aceptación masiva de programas de televisión basados en rumores o en la intromisión de la vida privada de los personajes públicos. De una manera más amplia, se puede afirmar que se traslada la lógica de la palabra oral a otros espacios. Señalo solo dos ejemplos. El primero se refiere a las acusaciones, muchas de ellas infundadas, de los medios de comunicación, especialmente de los políticos, y en esto se llevan las palmas los diarios “chicha”. El segundo se refiere a la circulación de mensajes electrónicos injuriosos que se esconden (y se protegen) en el anonimato. Lo más preocupante es que esta lógica se observa en todos los niveles de la vida social: amas de casa, intelectuales, funcionarios, políticos, etcétera. La lógica de la palabra hablada es utilizada como arma para aniquilar adversarios.
 
Pero el problema es más profundo y se extiende hasta la misma conformación política, pues si no se ha llegado a colocar al documento escrito en la base de la vida social tampoco existe la responsabilidad ante las consecuencias de las palabras (como en los infundios de los medios de comunicación o de los mensajes electrónicos anónimos). Refiriéndose a la tradición oral, Jan Vansina afirma que esta se conforma de “testimonios que comunican un hecho que no ha sido verificado ni registrado por el mismo testigo, pero que lo ha aprendido de oídas”.13 La ausencia de verificación trae consigo la falta de responsabilidad.
 
Sobre esta base (oral) es muy difícil construir ciudadanía y, por lo tanto, la propia democracia. Esta es una construcción de siglos e incorpora diferentes esferas. Desde la contractual entre personas hasta la legitimidad de las instituciones y la propia deliberación. Sin el documento escrito todo se puede convertir arbitrario. Esta es una de las consecuencias más perversas de la no lectura. Por esta razón, la cultura escrita debe estar en la base del desarrollo y de la vida de sociedades democráticas.
 
Libro, lectura, desarrollo
El estudio de la situación de la lectura, del libro y de la cultura escrita en general nos debe servir para echar una mirada más amplia a las condiciones en las que se desenvuelve la sociedad peruana. Comprender los elementos que componen lo que algunos llaman el ecosistema de la cultura escrita es también asomarse al entendimiento de problemas más complejos que afronta nuestro país; después de todo, el libro no tiene una existencia autónoma, ni es un objeto aislado del entramado social.
 
La expansión de la lectura y la medida en que está incorporado el libro en nuestra vida cotidiana son buenas pistas que nos indican los grados que hemos alcanzado, y las metas que aún debemos perseguir. En otras palabras, los índices, altos o bajos, que mostremos en nuestra frecuencia y comprensión lectoras deben ser ubicados al interior de los niveles de bienestar, sean óptimos o insuficientes. No se trata de encontrar razones causales, sino de comprender el entorno social, político y cultural en el que se movilizan las capacidades de la sociedad tanto en su búsqueda de progreso material como de satisfacción espiritual y cultural.
 
En este acápite utilizo dos grupos de resultados que hacen visible la correlación entre bajos niveles de lectura y de expansión de la cultura escrita y bajos niveles de desarrollo, entendido en términos amplios. Por un lado, tomo las cifras correspondientes al Índice de Desarrollo Humano (IDH) 2002, construido sobre los siguientes indicadores: Esperanza de vida al nacer, Tasa de alfabetización de adultos (porcentaje de 15 años a más), Tasa bruta combinada de matrícula en escuela Primaria, Secundaria y Terciaria, PIB (en dólares), con cuyos datos se construye el Índice de esperanza de vida, el Índice de educación y el índice del PIB. Además, hay que tomar en cuenta que el Desarrollo Humano Alto se encuentra entre 1 y 55 (que en el Cuadro 1 “Ubicación de países según IDH y Prueba PISA” va desde Noruega hasta México), y Desarrollo Humano Medio entre 56 y 141 (de Bulgaria a Indonesia)14. Por el otro lado, tomo los resultados alcanzados en la Prueba PISA (2000) en cuanto a comprensión en las tres áreas fundamentales del conocimiento: Lectura, Matemáticas y Ciencias, y que ha sido largamente analizado en diversos medios, especializados y de comunicación.
 
Como se puede observar en el Cuadro 1 (ver Anexo 1), existe relación entre grados de bienestar e incorporación a la cultura escrita. La Prueba PISA se realizó en un grupo de 41 países y el IDH en 177, por esta razón para dicho Cuadro se ha tomado como base a dicha prueba. Hay que señalar que Liechtenstein fue parte de la Prueba PISA pero no del IDH, y su ubicación según áreas fue la siguiente: 23 en Comprensión de lectura, 15 en Matemáticas y 25 en Ciencias.
 
Lo primero que es necesario destacar es que aquellos países que alcanzaron los primeros lugares en la Prueba PISA se ubican a su vez en el IDH Alto. ¿Qué explica esta relación? ¿El progreso material depende de la expansión de la cultura escrita? O, en sentido contrario, ¿la expansión del libro y la lectura es resultado del bienestar? Intentar dar respuestas a estas preguntas puede llevarnos a un callejón sin salida del tipo ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?, pues en temas sociales es casi imposible encontrar relaciones de causalidad tan directas. No obstante, lo que se puede afirmar sin lugar a dudas es que no es fruto del azar que los países que disfrutan de altos grados de desarrollo también hayan consolidado las bases de la cultura escrita.
 
Poner atención a la cultura escrita requiere dar prioridad a las instituciones escolares (lo que implica escuelas adecuadas, bibliotecas escolares bien dotadas y en perfecto funcionamiento, productos editoriales especiales para los alumnos, maestros capacitados y con ética profesional), a las instituciones académicas (universidades capaces de recibir prontamente el conocimiento recién generado en otras partes del mundo, apoyo decidido a la investigación y a la creación de nuevo saber, edición de publicaciones de calidad, profesores en permanente actualización de conocimientos, titulación exigente y solo para los mejores alumnos), a las bibliotecas públicas (como centros de acceso a la información y el conocimiento actualizados, disponible para el ciudadano si ningún tipo de restricción ni marginación); también es importante el papel de las editoriales (atentas a divulgar obras clásicas y actuales, pero siempre con un contenido de alta calidad que apoyen tanto al mercado del libro como el mundo de los lectores y dispuestas a coordinar con el Estado), entre otros componentes, como el apoyo a los autores, fortalecimiento de la cadena de librerías, utilización de las actuales tecnologías en provecho de la cultura escrita, cooperación entre las esferas pública y privada para el desarrollo de la ciencia y la tecnología, etcétera. Para resumirlo de alguna forma, se puede decir que sin la expansión de la cultura escrita y de sus condiciones no puede fomentar una cultura crítica, básica para la generación y divulgación del nuevo conocimiento.
 
Por otra parte, la consolidación de la cultura escrita y sus instituciones es parte de los grados de bienestar que alcanza una sociedad. Es muy difícil suponer que en la actualidad una sociedad sin cultura escrita pueda llegar a niveles importantes de desarrollo. Por el contrario, más sensato es afirmar que sin cultura escrita no puede existir aquel. Pero la expansión de esta, a su vez, requiere de condiciones que se ubican en su entorno pero que son vitales, como la estabilidad política, el funcionamiento real y adecuado de las instituciones representativas que canalicen las expectativas y demandas de la ciudadanía, implementación de políticas de inclusión social, existencia de élites conductoras eficaces y eficientes con responsabilidad social, respeto a la legalidad y sus procedimientos, fortalecimiento de una aparato estatal que responda a las exigencias de la vida social, entre otros elementos.
 
En Perú no contamos con las condiciones señaladas en cuanto a la cultura escrita ni el entorno institucional de la vida social y política amplia. Lo que se observa es, al contrario, un distanciamiento muy profundo entre instituciones y sociedad, ausencia de representaciones políticas y sociales creíbles y legitimadas, deterioro de las normas de convivencia. Y, paralelamente, escaso hábito lector, frágil industria editorial, precariedad de las bibliotecas y centros de información, y exigua práctica de la escritura.
 
Por las razones señaladas, no extraña que en la Prueba PISA nos ubiquemos últimos en las tres áreas del conocimiento ya mencionadas y que en el IDH nuestro país se ubique en el puesto 85, pero compartiendo el lugar con Indonesia y otros países no incluidos en la Prueba PISA.
 
Tanto los índices de la cultura escrita como del entorno institucional socio-político son partes de una misma realidad. Aquel país que ofrece bajos niveles de desarrollo y atención de la cultura escrita no puede aspirar a elevados grados de desarrollo y bienestar y, en sentido contrario, es incapaz de alcanzar la consolidación de la cultura escrita sin la participación permanente y activa de todo lo que constituye ese entorno institucional.
 
Para concluir esta sección debe quedar muy claro que si de veras queremos alcanzar el desarrollo, no para un pequeño grupo sino para la mayoría de la población que, a su vez, es tan diversa, es preciso consolidar el ecosistema de la cultura escrita, es decir, todos y cada uno de los elementos que lo constituyen. Esto debe suponer el diseño de políticas que contribuyan a mantenerlo en el mediano y largo plazo, de otro modo, los indicadores que se alcancen en el terreno macro-económico, por positivos que fueran, serán efímeros y sin base, sin posibilidad de asegurar sostenidamente una calidad de vida óptima. La historia ya nos lo ha demostrado varias veces: grandes expectativas generadas según el recurso natural en auge, seguidas de profundos declives. El crecimiento económico será insustancial y las crisis más profundas sin la base de la cultura escrita.
 
Las bibliotecas públicas y su importancia en la inclusión social
En todo lo señalado en las páginas precedentes un lugar privilegiado lo deben cumplir las bibliotecas públicas. Estas constituyen algo así como el espacio social fundamental de la cultura escrita, que vincula individuos con colectividades, ciudadanos con instituciones, Estado con sociedad, líderes con organizaciones sociales. De su adecuado o insuficiente aprovisionamiento de colecciones, de contar o no con personal capacitado y de mínimas condiciones materiales depende el impacto en la colectividad en la que está asentada la biblioteca pública. Lamentablemente, los gobiernos municipales han sido persistentes en su olvido de las bibliotecas.

La biblioteca pública, como lo ha recordado Fortunato Contreras


    [...] es un patrimonio de la comunidad a la que sirve, pues apoya y estimula la formación permanente, además de proporcionar un acceso igualitario a la información. Aparte de su función vital de atención a las personas, la biblioteca es un instrumento de su comunidad. La biblioteca pública es un recurso para atender a las prioridades de la comunidad, como el desarrollo económico, la revitalización de los barrios, la participación ciudadana, la formación permanente y la integración.15
 

Por este conjunto de razones es imprescindible conocer la realidad de las bibliotecas públicas en Perú. Al respecto, Cofide ha realizado una importante encuesta en el año 2003 en 300 de estas unidades de información. Los resultados son realmente preocupantes, y nos informan sin ambages de las tareas urgentes que hay que acometer.

En primer lugar, solo el 79% de municipalidades cuenta con bibliotecas gestionadas por ellas mismas. Aquí existe un vacío legal, no hay norma que obligue efectivamente a los municipios a crear y mantener bibliotecas, pues no olvidemos que ellos son el lazo más inmediato y cercano con la población, con sus demandas e intereses. Desde este primer escalón la difusión de la cultura escrita debe ir haciéndose una realidad. La biblioteca pública debe ser un espacio social de encuentro, de socialización y también de adquisición de conocimientos y de información. Así como se forman ciudadanos, se forjan lectores. El municipio está defeccionando de este deber.

En segundo lugar, están las limitaciones notorias de las colecciones bibliográficas que albergan estas bibliotecas. El 26% de los propios responsables de las bibliotecas señalan que el principal problema de las colecciones es su insuficiencia. Este es un dato general, no solo de las bibliotecas de las provincias más alejadas de la capital. En la mayoría de las bibliotecas de Lima, donde supuestamente tienen un mayor acceso a los textos impresos, el mismo problema está presente con agudeza. La situación se agrava porque el material bibliográfico no solo es insuficiente, sino, además, obsoleto (19%), y el 74% de las bibliotecas municipales tiene un material bibliográfico anterior al año 1990. Ciertamente, en la realidad actual, de vertiginosa transmisión del conocimiento por todo el orbe, de constante actualización del saber, de intensa comunicación, base del mundo globalizado, la ubicación de nuestras bibliotecas públicas es sumamente desventajosa. La tan recorrida noción de competitividad empieza en este pequeño entorno, y estamos rezagados en la carrera.

Cierra esta evaluación de las dificultades la falta de presupuesto específico para la biblioteca (18%). Este es un tema que debe ser solucionado incluso por la vía de una norma legal, de una ley orgánica del Sistema Nacional de Bibliotecas que obligue a los municipios a destinar recursos para las bibliotecas. De otra manera, las bibliotecas públicas se alejarán cada vez más de su objetivo de cumplir con el rol que se espera de ellas en las sociedades contemporáneas.

Como era de esperarse, el usuario más común de las bibliotecas públicas es el de los escolares, que representa el 70% del total de visitas. De muy lejos le siguen los usuarios que tienen algún grado superior (universitario o no) con el 20% de concurrencia. Obviamente, las bibliotecas públicas deben actuar como bibliotecas escolares, pero también deben constituirse en un espacio propicio para el estudiante de educación superior. La situación se vuelve más compleja si miramos el entorno. Aquel estudiante universitario, por ejemplo, que necesita recabar información y no la encuentra en la biblioteca pública es muy probable que tampoco lo haga en la biblioteca de su centro de estudios, especialmente si es de provincia y pública, o privada si pertenece al rango de universidades-negocio, que no brindan las mínimas condiciones para el trabajo científico-intelectual.

El escaso presupuesto asignado a las bibliotecas públicas explica que solo el 28% de ellas (de las encuestadas) compre material bibliográfico, pues la mayoría, el 72% de estas bibliotecas, respondió que la principal fuente de adquisición de materiales bibliográficos lo constituyen las donaciones. Si bien las donaciones pueden ser importantes para enriquecer el acervo bibliográfico, la adquisición es lo fundamental, pues permite continuar las políticas de colecciones establecidas según los públicos específicos a los que se quiere llegar. La donación no se adecua necesariamente a esta exigencia.

Los principales donantes de las bibliotecas municipales son personas naturales (31%), le siguen las instituciones públicas (29%) y, en tercer lugar, se encuentra la Biblioteca Nacional en tanto ente rector del Sistema Nacional de Bibliotecas (23%). En la actualidad, las donaciones de la BNP se han suspendido, por diversas razones, mermando en cerca de un tercio el ingreso de material bibliográfico a las bibliotecas públicas. La principal razón de esta suspensión parece ser que la propia BNP no tiene libros —en cantidad y pertinencia— para donar.

Finalmente, los montos que cada biblioteca destina para la adquisición de material bibliográfico son, como se esperaba, muy bajos: 55% señaló que destina, en promedio, entre 1000 y 4000 Nuevos soles anuales para tal fin, y 25% afirmó que la suma promedio que destinan para la compra de libros es de entre 5000 y 9000 Nuevos soles.

Conclusiones

Con esta información referida a la cultura escrita, al libro, a la lectura y a las bibliotecas públicas, resulta evidente que hablar de inclusión social es más un proyecto de largo plazo que un hecho a punto de realizarse.

El libro, es decir, su práctica ausencia en la vida cotidiana de los peruanos, no promueve la auto-reflexividad y, por lo tanto, la constitución de un espacio social democrático, básico para la conformación ciudadana, es frágil, precaria. No es un instrumento de integración y de comunicación, de constitución de una identidad colectiva, de un “nosotros”. Por lo tanto, el libro no es el fundamento de la deliberación cívica y, por esta razón, no es el pilar de la forja de una vida, social y política, democrática.

Por el contrario, la palabra escrita ha sido empleada para discriminar y diferenciar distintos accesos al poder o, en el peor de los casos, para señalar a los que no tienen ninguno. No es descabellado pensar que el racismo encubierto adquiere una de sus manifestaciones en el restringido uso de la palabra escrita, justamente.

La minimización de la palabra escrita aumenta —en contraposición— la importancia de la palabra oral, con clara hegemonía de esta por sobre la primera. En muchos espacios geográficos ni siquiera se trata de una convivencia precaria, sino de una lamentable casi desaparición de la palabra escrita, sea por falta de acceso a la educación formal o por aquello que se denomina “analfabetismo funcional”, es decir, que por diversas razones las personas dejaron de usar la palabra escrita que en algún momento aprendieron. Este es un tema que merece una atención particular, no es posible pensar que se puede ganar lectores si estos no tienen una visión clara de que la cultura escrita en general les va a ser útil para mejorar sus condiciones de vida. De lo contrario, la palabra escrita o el libro seguirán siendo vistos como artículos de lujo; bonitos pero innecesarios, además de costosos. Ante esta situación, la palabra hablada ejerce su primacía retrotrayéndonos casi a grados de desarrollo pre-modernos.

Lo anterior es muy pertinente. Como he demostrado gracias a la información del IDH y de la Prueba PISA, la correspondencia entre acceso a los bienes de la cultura escrita y niveles de desarrollo es muy alta. Gran parte de la explicación de los procesos de los diferentes booms económicos (de descubrimiento, auge y desaparición) que hemos tenido a lo largo de nuestra historia quizás pueda encontrarse en este escaso acceso a la cultura escrita. No se generaron las condiciones de creación de un entramado social para que el repentino auge económico se arraigara y diversificara; así como eran muy pocos los que se beneficiaban de la cultura escrita, igualmente muy pocos eran los que se beneficiaron de la mejoría económica. Sin cultura escrita, además, no se forjó una conciencia de pertenencia ni de proyección hacia el futuro, por lo tanto, ni la sostenibilidad ni la diversificación del bien hallado pudieron ser concretadas para beneficios del desarrollo de la sociedad de una manera amplia.

En todo esto es central el papel que deben cumplir las bibliotecas públicas. Así como los municipios son las células de la vida democrática, igualmente, las bibliotecas públicas son el punto inicial y básico de la conformación de ciudadanos críticos e informados. La situación en que estas se encuentran no son sino reflejo de las condiciones generales en las que vivimos la mayoría de los peruanos.
 
 

Notas

* Esta es una versión corregida y ampliada de la ofrecida en la Biblioteca Nacional del Perú el 3 de noviembre de 2006, con ocasión del Día del Usuario.
** Doctor en Ciencia Social por El Colegio de México. Ha sido Director Técnico de la Biblioteca Nacional del Perú y asesor del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (Promolibro). Autor de numerosos libros y colaborador de revistas especializadas del Perú y el extranjero.
1 Zygmunt Bauman, La globalización, consecuencias humanas, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999
2 Herbert Read, Imagen e idea. La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana, Fondo de Cultura Económica, México, 1957
3 Zaki Laïdi, Un mundo sin sentido, Fondo de Cultura Económica, México, 1997
4 George Steiner, En el castillo de Barba Azul. Aproximaciones a un nuevo concepto de cultura, gedisa, Barcelona, 1991
5 Gilles Lypovetski, La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1986
6 Daisaku Ikeda, El nuevo humanismo, Fondo de Cultura Económica, México, 2000
7 Pietro Barcellona, Postmodernidad y comunidad. El regreso de la vinculación social, Editorial Trotta, Valladolid, 1992
8 Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, CNCA-Grijalbo, México, 1995
9 Roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa, gedisa, Barcelona, 1995, pág. 45
10 Ivan Illich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicón” de Hugo de San Víctor, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, pág. 156. Este autor define texto libresco de la siguiente manera: “Hacia finales del siglo XII, el libro adquiere un simbolismo que retendrá hasta nuestros días. Se convierte en el símbolo de un tipo de objeto sin precedentes, visible pero intangible, que llamaré texto libresco”, pág. 152.
11 Sobre este tema véase el importante artículo de Carlos Alberto González Sánchez, “Indias y otras indias. Cultura gráfica y evangelización en el Perú de la Contrarreforma”, en Luis Millones y Takahiro Kato, editores, Desde el exterior: el Perú y sus estudiosos, Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales, UNMSM, Lima, 2006
12 Norbert Elias, Teoría del símbolo. Un ensayo de antropología cultural, Península/Ideas, Barcelona, 1994, págs. 115-116
13 Jan Vansina, La tradición oral, Labor, México, 1966, pág. 34
14 El IDH Bajo va de 142 a 177, pero ninguno de los países considerados en la Prueba PISA caen en este rango.
15 Fortunato Contreras C. “La inclusión social en el Perú a través de las Bibliotecas Públicas”, en Orfeo Vol. 9, núm. 1, noviembre de 2003, pág. 10
 
 
 
Cuadro No. 1
Ubicación de países según IDH (2202) y Prueba PISA (2000)
 
Índice de Desarrollo Humano (IDH)
Prueba PISA
País
Lugar
IDH
Noruega 1 0,956
Suecia 2 0,946
Australia 3 0,946
Canadá 4 0,943
Bélgica 6 0,942
Islandia 7 0,941
EE.UU. 8 0,939
Japón 9 0,938
Irlanda 10 0,936
Suiza 11 0,936
Reino Unido 12 0,936
Finlandia 13 0,935
Australia 14 0,934
Luxemburgo 15 0,933
Francia 16 0,932
Nueva Zelanda 18 0,926
Alemania 19 0,925
España 20 0,922
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