Gustavo Flores Quelopana
Globalización, humanismo y educación Globalización, humanismo y educación

Por Gustavo Flores Quelopana
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Toda auténtica educación es Humanismo*, escuela que sólo instruye no humaniza y no cumple la elevada misión de la educación. Y aunque la palabra humanismo sea un vocablo ambiguo, lo que aparece claro es que quien lo pronuncia compromete toda una metafísica siempre y cuando tienda esencialmente a hacer al hombre más verdaderamente humano desarrollando las virtualidades en él contenidas para convertir las fuerzas del mundo físico en instrumento de su libertad. La historia y el mundo son de una ambivalencia radical; representan tanto una marcha hacia el reino del bien como hacia el reino mal. Esta ambivalencia radical ha afectado también a la historia misma del humanismo.

El verdadero humanismo no es antropocéntrico, objetivista, inmanentista, secular y naturalista, ello es hominismo y antropotecnia, sino que el verdadero humanismo es el que reconoce la dimensión metafísica del ser humano, porque el hombre es el ser finito plantado en lo Absoluto, es el buscador de Dios, es libre y trascendente, y cada hombre es irremplazable. El verdadero humanismo es comunión fraterna pero no adora al hombre, respeta la dignidad y las exigencias integrales de la persona sin olvidar que no sólo debe existir en el orden temporal. En el hombre hay algo más que el hombre, el hombre está en el tiempo pero no es del tiempo, su fin no se agota en la vida temporal. Así entendido, la educación es inseparable del humanismo y éste de la civilización o de la cultura. Pero ocurre que la tragedia de la educación humanística es el haber sido herida de muerte desde la Reforma –que concibió una teología de la gracia sin la libertad- y el Renacimiento –que concibió una metafísica de la libertad sin la gracia-, los cuales fueron el punto de partida de los humanismos antropocéntricos que terminaron por sustituir el culto del Hombre-Dios por el puro Hombre, para finalmente proclamar en la posmodernidad la era del posthumanismo y la muerte del propio hombre, pregonando un cibernetismo sin antropocentrismo, el culto descarado de la máquina como nuevo deus ex machina. La emancipación de toda metafísica de la trascendencia por parte de las formas contemporáneas del humanismo occidental desembocó hacia el culto a la máquina y el enriquecimiento personal, retratando esto el alma desquiciada de una civilización que pinta con nitidez la configuración de una barbarie civilizada, donde acontece la muerte de la persona, como centro dinámico de decisiones libres y conscientes.

En esta línea, la filosofía hermenéutica y la cultura posmoderna son tan profundamente una religión terrestre –quizá aun más que el otrora ateísmo comunista- que ignora firmemente ser una religión. Entre los elementos originarios de la filosofía hermenéutica nihilista hay elementos cristianos. Son ideas, sentimientos y energías antaño cristianas hoy secularizadas. La idea misma de libertad y tolerancia, que le da su fuerza cultural y que quiere realizar en la vida social terrestre, son ideas de origen cristiano, pero se presentan como virtudes cristianas desquiciadas o virtudes enloquecidas. De modo que podríamos decir que el golpe mortal a la educación humanística está representada por dos variedades de humanismo luciferino: el humanismo antropocéntrico de los siglos XVII, XVIII y XIX y el Humanismo Tecnológico de los siglos XX y XXI. Sobretodo éste último, el humanismo tecnológico representa la capitulación de lo humano ante la razón técnica, es el momento de la rendición de lo humano ante el poder de la máquina, el hombre deja de poner su fin último en sí mismo y lo pone en el artilugio técnico y no pudiendo soportar más el vacío y la soledad de una conciencia y un mundo vaciado de lo trascendente, emprende una cruzada incesante para hacer surgir una humanidad completamente insensible y anética mediante la Globalización y la cultura posmoderna.

En este sentido, hay que destacar por un lado, que la educación está relacionada con factores extraeducativos, sin embargo hay que evitar caer en el sociologismo de la educación, como en el educacionalismo de la sociedad. Y por otro lado, la educación está comprometida con la renovación de la vida espiritual y de la vida moral, en esto consiste su trabajo por la transformación del orden temporal. Sin caer en el peligro de encerrarse exclusivamente en el claustro de la vida interior y de las virtudes privadas necesitará contribuir a la elaboración de una nueva filosofía social, política y económica, no limitada tan sólo a principios universales, sino ser capaz de descender hasta las realizaciones concretas. Hay que tener esto presente por cuanto que el debate de la educación actual está atravesado por dos fenómenos culturales que la influyen y la desbordan, a saber: la Globalización y la cultura posmoderna.

La globalización neoliberal

Sin eufemismos ni tecnicismo económicos hay que afirmar que la Globalización neoliberal de la última década es un fenómeno nuevo, al que antropológicamente se le puede denominar como el triunfo del hombre anético, y económicamente como el triunfo del Hiperimperialismo. El hombre anético es el que enarbola la falsa insignia del sujeto libre, pero que en realidad nos conduce hacia la idea de libertad en su forma más abyecta, a saber, separada de la organización justa de la sociedad. Antropológicamente la globalización encarna una individualidad mutilada, porque vive indiferente a la desvinculación de la libertad con la justicia. Económicamente se trata de una nueva era de los monopolios megacorporativos que gozan de la gran autonomía del capital transnacional, su hegemonía real ya no corresponde a ninguna potencia nacional en particular, sino a las megacorporaciones estatales privadas.

Se trata de un proceso de acumulación de capital que ya no se sustenta en la concentración de la producción y sí más bien en la especulación financiera, siendo así que la ruptura de la simbiosis entre el capital bancario y el capital industrial se convierte en emblemático. La globalización viene a ser sólo una de las características del supercapitalismo en una nueva fase evolutiva posterior al imperialismo y que encarna la metamorfosis del capital monopólico en capital megacorporativo post-estatal. El capitalismo que se ha globalizado en las últimas dos décadas del siglo XX y que impone su dictado en los albores del siglo XXI no es el típico capitalismo liberal o de libre competencia, con su explotación colonial en el mundo; tampoco es el capitalismo monopolista de organización regulada por el Estado, también llamado “imperialismo de los trusts” por Lenin o capitalismo tardío por Weber y la escuela de Frankfurt; sino lo que tenemos enfrente es una nueva mutación del capitalismo monopólico en capitalismo de las megacorporaciones privadas, cuya legitimación no necesita de las aduanas de los Estados-nación que ahora son rehenes de aquellas.

El desmoronamiento del socialismo autoritario y la conformación de un mundo unipolar fueron las principales causas políticas que precipitaron el tránsito del capitalismo imperialista, que se sustentaba en la soberanía de los Estados-nación, hacia una fase nueva superior denominada hiperimperialismo. Si el imperialismo se caracteriza por el reemplazo del capital de libre concurrencia por el capital monopolista, ahora se caracteriza por el reemplazo del capital monopolista por el capital megacorporativo descentrado y especulativo. El hiperimperialismo muestra la capacidad de adaptación del capitalismo contemporáneo y señala el término del capitalismo imperialista, ahora se trata del desarrollo de un aparato económico-político desterritorializado y descentrado que no conoce fronteras y que impera en la tierra entera.

El megacorporativismo post-estatal capitalista rebasa los paradigmas del pensamiento político del siglo XX: nacionalismo, socialismo y liberalismo, pero lo realmente novedoso es el desarrollo de la nueva forma de soberanía de las megacorporaciones privadas, el poder megacorporativo sin fronteras, el declive del Estado-nación, el carácter especulativo y no productivo de los mercados financieros, la acelerada desproletarización de la fuerza laboral, la extinción del trabajo o la no producción de empleos, la desmaterialización de la producción, el aumento astronómico de la riqueza especulativa, el paso de la geopolítica a la geoeconomía, la colisión de las nuevas tecnologías con la necesidad de crear puestos de trabajo, el desarrollo de formas post-industriales de trabajo y de producción que rebasan el poder de los Estados-nación incluso los más poderosos, la agudización de un estilo de vida antiecológico, aumento de la miseria y exclusión social, el peligro de crecimiento de fenómenos totalitarios en el seno de la democracia misma que amenazan con su destrucción y el arrinconamiento al que son precipitadas las identidades culturales. Pero sobretodo es el desdichado triunfo antropológico del hombre anético.

El supercapitalismo globalizado es esencialmente todo esto, pero además es algo que casi siempre se pasa de vista: su efecto sobre el hombre. Ya Erich Fromm en su momento había señalado que las condiciones económicas de la sociedad industrial moderna, y no la educación que sólo es trasmisora, es la causante de las perturbaciones de la salud mental, porque si bien el capitalismo ha cambiado sin embargo un hecho se mantiene imperturbable: que el hombre deja de ser un fin en sí mismo y se vuelve en un medio para un gigantesco mecanismo económico impersonal. Lamentablemente no podemos decir exactamente lo mismo que Fromm bajo el hiperimperialismo por dos razones: el fenómeno de la extinción del trabajo, que de coyuntural se ha tornado estructural, y las nuevas tecnologías, las cuales hacen que el hombre no sólo deje de ser un fin en sí mismo, sino que incluso haya dejado de ser un medio para el gigantesco mecanismo impersonal que lo enajena. Esto es, que bajo el hiperimperialismo el hombre sufre una más profunda enajenación de sí mismo al verse prescindible de un sistema que otrora lo necesitó. El resultado es una enajenación donde la persona ya ni siquiera se siente como cosa ni mercancía, el sentido de su propio valor ya no depende del mercado que lo excluye, sino de las fantasías de un mundo virtual y cibernético que se constituye en la nueva autoridad anónima que diluye su identidad y convicciones personales. El capitalismo del siglo XXI lejos de satisfacer las demandas sociales y normativas de los reformadores del siglo XIX y de extender el capitalismo de bienestar del siglo XX, lo que ha hecho es satisfacer las demandas lúdicas de seres gobernados por la autoridad anónima del conformismo y el triunfo de la inteligencia rutinaria del hombre enajenado. La verdad es que el hiperimperialismo extrema al máximo los mecanismos de adaptación social. Así, nos encaminamos hacia una anomia mundial. Se trata de un ataque profundo contra la democracia y la economía de bienestar y el naufragio de los sueños de un capitalismo popular. Las decisiones de las multinacionales están llevando a la civilización humana a sus máximas contradicciones.

Lejos de vivir en un mundo en que, tras la caída del comunismo y de las ideologías, el protagonismo lo tenga el choque civilizatorio (S. Huntington), al contrario la globalización del hiperimperialismo aproxima a las civilizaciones en vez de distanciarlas, las permeabiliza, homogeniza y avecina. Sin embargo, vuelve el antiguo tema spengleriano sobre la decadencia de Occidente. Al respecto se puede reflexionar sobre la corrupción de las tres columnas principales de la civilización occidental: la cáritas cristiana, el derecho romano y el racionalismo griego. Hoy sobreviene y se expande globalmente la racionalidad técnico-científica y es la principal fuerza motriz del desarrollo histórico-económico. A las sibaritas élites del megacorporativismo privado les resulta indiferente el cristianismo como el taoísmo, confucionismo, budismo, islamismo o bhramanismo, su único lenguaje es el de las superganancias sin barrera civilizacional alguna. O en otros términos, no es Occidente lo que muere, sino, lo que muere es el Occidente humanista y cristiano y lo que está en auge es el Occidente secular, pragmático y nihilista que se globaliza.

Por otra parte, nuestro Tercer Estado Global monopoliza la pobreza y ostenta una miseria científico-tecnológica espantosa. Una comparación somera del desarrollo tecnológico señala que los países pobres sólo concentran el 10 por ciento de ingenieros y científicos, el 3 por ciento en computadoras y una inversión de 3 billones de dólares en investigación científica, frente a los países desarrollados con 90 por ciento de científicos, el 97 por ciento de computadoras y una inversión de 220 billones de dólares. Sin embargo, la tragedia de la inversión científico-tecnológica es que viene siendo manipulada por intereses comerciales. La dependencia de los científicos respecto de la industria facilita que los megaconsorcios impongan su voluntad a través de una camarilla de políticos. Es lo que viene ocurriendo con los alimentos transgénicos como la soya, que causa envenenamiento e intoxicación. Asimismo, la tragedia de las universidades del Tercer Mundo es que no invierten en investigación, son imitativas y someten al docente a un ritmo proletarizador. Reducen o conculcan horas de investigación y en vez de convertirse en productores de cultura se vuelven meros instructores. Parafraseando el “todo vale” posmoderno, entre los tercermundistas: “nada vale”. Los talentos nacionales deben primero ser reconocidos en el exterior, para recién reconocerlos. Esta inseguridad y subestimación de la psicología colectiva se disimula sobreestimando el valor de lo académico, obedece a razones históricas y a factores como una vil inversión pública y privada en investigación, la indiferencia de estudios en ciencias fundamentales, humanísticas y una excesiva protección internacional de la propiedad intelectual.

La cultura posmoderna

La cultura posmoderna es una reacción cultural unilateral frente a las unilateralidades de la Modernidad. Lo posmoderno se caracteriza por un humanismo sin tragedia, el fin de la idea de progreso, el final de la historia, el éxito del hedonismo y el nihilismo, la eliminación de los imperativos categóricos, el imperio de la débil, lo light, el triunfo del individuo indiferente y lo irracional. La saga posmoderna tiene su antecedente en Nietzsche, el cual proclama el comienzo de la época del nihilismo y la desvalorización de los valores supremos. Pero fue Georg Gadamer el que sentó las bases de la hermenéutica posmoderna, que afirmó que no es un método para hallar la verdad objetiva, sino que la manera de decir las cosas es más importante que la posesión de las verdades. Sin embargo, también Dewey, Wittgenstein y Heidegger contribuyeron con el pensamiento posmoderno rechazando la epistemología y la metafísica como disciplinas posibles. Por su parte, Sellars, Davidson y Feyerabend dan pasos en el mismo sentido, porque dejan que cada ser humano se construya su propio mundo o paradigma, su propia práctica o juego lingüístico. Se abre paso paulatinamente un anarquismo epistemológico cuya única regla es “todo vale”. Las fronteras entre epistemología y hermenéutica dejan de estar delimitadas por el conocimiento objetivo, para que en su lugar se instauren las normas de investigación. A partir de aquí, ya solamente existe un pequeño paso para declarar las exequias del sistema de la ratio, con todas las verdades absolutas, y proclamar un amanecer posmetafísico planetario. Leyendo a los posmodernos (Lyotard, Lypovetski, Baudrillard, Vattimo, etc), que asocian la verdad objetiva con la violencia, se tiene la impresión de que la modernidad ha sido tan sólo una historia de genocidio, intolerancia, holocaustos y ejecuciones.

No sería aventurado afirmar que la filosofía posmoderna remonta sus presupuestos últimos a lo más característico de la filosofía moderna, a saber, el Empirismo. En la filosofía hermenéutica posmoderna al igual que en el Empirismo no hay metafísica, no hay trascendencia, sobretodo no hay ideas inmutables y eternas. Todo queda relativizado en función de espacio, de tiempo, de lo humano, a veces demasiado humano. Como en el nominalismo el sentido interpretativo adquiere hegemonía sobre lo universal, inteligible, ideal, el individuo sobre lo universal, el tiempo sobre la eternidad, el querer sobre el deber, la parte sobre el todo, el poder sobre el derecho. La filosofía hermenéutica posmoderna rechaza de este modo un lado de la modernidad, esto es, la filosofía racionalista, obviamente no en su valoración de lo temporal e histórico sino en su admisión de los objetos eternos y de Dios como principio metafísico; pero representa el pináculo y el apogeo de un modo de pensar antiplatónico que se entronca con el otro lado de la modernidad, la filosofía empirista, para la cual la experiencia sensible lo es todo, ella y sólo ella decide lo que es verdad. Naturalmente que la exageración de las tesis empiristas por la hermenéutica posmoderna afecta a la propia comprensión de la experiencia, la lleva a la liquidación inclusive de toda verdad y la eliminación del sujeto culpándolo del discurso del poder. Al debilitar el principio de realidad y convertir los contenidos en meras imágenes, donde lo virtual produce lo real (Baudrillard), deriva hacia una ontología del crepúsculo donde “todo vale” (Vattimo) y produce la disolución de la estabilidad del ser en el instantaneísmo del evento. La experiencia de los posmodernos ha sido despojada de todo substancialismo material para quedarse sólo con el subjetivo dato interpretativo en el impresionismo ontológico radical del puro devenir. Su punto de partida es falso, porque si la realidad es tan sólo un fluir, en el que todo momento es singular e irrepetible, sin que se dé en absoluto nada uniforme, entonces será imposible comprenderla, a no ser que la realidad contenga algo permanente por encima del puro devenir. A la filosofía posmoderna es mejor apellidarla como neosofística, pues se trata de un nihilismo que emerge del nominalismo y del empirismo y que naufraga en un infecundo juego de palabras sin substancia.

Justamente por esto lo más preocupante concierne a la configuración antropológica de la cultura posmoderna. El hombre posmoderno e Hiperimperialismo son dos fenómenos asociados íntimamente. El hombre posmoderno es un tecnólatra-cientista sin utopía social, telepolitas domésticos, cibernautas conectados con prótesis tecnológicas dentro de un espacio egocentrado que liquida la autoconciencia humana. Devorado por la sociedad del espectáculo el hombre posmoderno es de conversación ágil, pero de espantosa escritura y una nulidad en lectura. Francis Bacon decía que:”La lectura hace al hombre completo”. Pues bien, el hombre posmoderno en un carpe diem estetizante, cínico y ramplón no lee más que e mails y chateos escritos en una jerigonza primitiva y cavernaria. El posmoderno necesita como corolario al pensamiento débil, cuya adquisición no requiere gran esfuerzo -a diferencia de la razón- y así hace frente con el talante de la indiferencia y de la lógica amoral a las miserias de la sociedad hiperimperialista.

El hombre de la modernidad todavía conserva los ideales de Verdad, Justicia y Razón; pero el hombre anético de la posmodernidad o modernidad tardía tiene todo ello por metarrelatos, no oscila, se queda como una cuasi-cosa en la simple individualidad psicofísica. Es por excelencia el hombre sin Absoluto, sin la dirección del espíritu se despersonaliza en un ímpetu demoníaco que orilla a la humanidad en la demencia subjetivizadora. La barbarie posmoderna sostiene que el propósito del hombre no es trascender espiritualmente hacia valores absolutos, sino vivir en función del placer, el éxito material y el dinero. La vida muelle y sibarita, el sexo y el dinero, la erotomanía, la ludopatía y la existencia etílica son su divisa. Todo vale para las masas sin metas heroicas ni ideales, exhibiendo orondos y lirondos el fracaso de su Yo interno sin saber que la verdadera felicidad se encuentra en la solidaridad y comunión con el prójimo. Se vive en una especie de presente perpetuo, los deseos sustituyen a las esperanzas futuras, la experiencia se deshistoriza en una vivencia del instantaneísmo temporal que produce una catástrofe de la memoria y el vacío de la historia. La temporalidad instantánea de reducción a la nada anula la certidumbre de los hechos, “no hay hechos sino interpretaciones” (Vattimo). En este amanecer posmetafísico planetario se produce el eclipse de toda profundidad junto a la liquidación total de toda Verdad objetiva, periclita el reformismo moderno la autoconciencia humana degenera en la instauración del mundo neutro moralmente. El espectáculo aburrido de una sociedad del presente discontinuo prolifera con los superficiales yuppies hedonistas y la sociedad de neón. El posmoderno se resuelve en una explosión hedonística de complacencia, comodidad y goce material. Sujetos mediumnizados entre la estupefacción mediática viven, pues, de puro usufructúo. Si existe algún compromiso, es con su puntual especialización profesional pero desvinculada de toda solidaridad social. Un Carpe Diem estetizante, cínico y ramplón preside el Apocalipsis del espacio egocentrado, donde masas babélicas indiferenciadas liquidan el principio de realidad o la realidad contextual a favor de la realidad discursiva o textual. La reivindicación de la libertad y espontaneidad, capilaramente extendida desde los adolescentes que experimentan el sexo sin preocupaciones anticonceptivas, o los jóvenes gerentes llamados yuppies, fríos, maniqueos y pragmáticos, hasta los magnates y dueños de las monstruosas megacorporaciones, que nadan desde sus campanas de cristal en poder, éxito, sexo y dinero, reivindican la libertad sin los límites morales que impone la razón práctica, y este esquema se convierte en el nuevo credo disolvente de la espontaneidad humana. “La Libertad sin Justicia” del espectáculo posmoderno capitalista ha tomado el lugar de “la Justicia sin Libertad” del modernismo comunista.

¿Pero qué es la posmodernidad considerada humanamente? No es una actitud eminentemente intelectual dirigida a las minorías, sino que es un postura primordialmente vital, que manifiesta una decidida tendencia a lo cismundano, privilegiando una visión del mundo presentista, en donde todo está en acto. Sin fe en poder entrar en la vida perfecta transmundana, cree hacerla en la cismundana, contentándose con vivir la suya sin perturbadoras ideas metafísicas. La idea del alma está muy de sobra en este esquema mental posmoderno. Y tenía que ser así, por cuanto tener alma es tener memoria y en consecuencia es tener historia; pero la historia es tiempo y el posmoderno en tanto que suprime la nostalgia y la esperanza también lo hace con el pasado y el futuro. Posmodernidad equivale a disolución de la conciencia normativa.

Como Marx, Freud y Nietzsche, llamados por P. Ricouer los “filósofos de la sospecha”, los posmodernos se adhieren a la crítica del amor universal con el argumento que el amor a lo próximo tiene más valor que el amor a lo lejano. Aquí el término amor resulta sinónimo con la unidad de los seres humanos, sin relacionarse a la unidad cósmica del concepto romántico. Se trata del mismo amor profano de Sartre como proyecto de realizar la unión del yo con el otro, pero con el contraste de servirse del medio dialógico y el respeto de las diferencias. Levinas en una defensa cerrada de la subjetividad y una crítica frontal a la totalidad sostiene que lo infinito se produce en una relación del yo con el otro y Dios es ese Otro que excede al pensamiento. En cambio, el amor despojado del carácter de infinitud se da en R. Barthes quien se dirige hacia la subjetividad presunta, Rorty niega la autoconciencia con un pragmatismo irónico y Vattimo seculariza la razón metafísica arrancando a la subjetividad humana de cualquier relación con el Otro radical que es Dios. Lo que profundiza la alienación de las relaciones existenciales.

Habiendo desarraigado de su alma el sentido de lo divino, deja de experimentarse como criatura, como Hijo del Padre, haciendo innecesario recuperar la esperanza por un Paraíso Perdido. Y al dejar de preocuparse en ser igual a los dioses, no se desgañita ni desvela por la nostalgia de la Edad de Oro. En su lugar, deposita su confianza en las maravillas de la revolución tecnológica, que le traen bienestar y comodidad. Confianza, en vez de esperanza y nostalgia, es lo que encierra su solipsismo vital. Una confianza distinta a la sentida en la época moderna, pues ésta no estaba carente de voluntad de emancipación política ni del sentido del progreso; por ello se trata ahora de una confianza en lo inmediatamente útil, aplicativo y rendidor, en una inmanencia virtual y especulativa sin antagonismos. La conciencia normativa se ha desmoronado.

De modo que, en medio del horizonte retórico de la Verdad la misión del EDUCADOR en la era anética de la posmodernidad globalizada es devolverle al hombre no sólo lo humano, pues el hombre está llamado a algo mejor que una vida puramente humana. Hay oponerse al ficcionalismo escéptico de la realidad y de los valores, refundamentarla metafísicamente y en el sentido antropológico del hombre como criatura, lo cual permite recuperar el diálogo con lo Absoluto, y cuya pérdida es causa primordial del desvarío subjetivizante de la cultura occidental.

La tragedia posmoderna y global de la educación

La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombres y mujeres que en ella se produce. Pues bien, ¿qué tipo de hombres, mujeres y niños está produciendo la globalización y la posmodernidad en la civilización actual, cuando el capitalismo global pragmático y hedonista ha significado el aumento brutal de la frivolidad, la miseria y exclusión social? Verdaderamente, el hombre no se agota en la realización de los valores específicamente biológicos y más bien es un “ser vital capaz de espíritu”. De este modo, los fines del hombre como ser vital tiene que servir, en último término, al saber culto. Pero ahora el eje cultural de la globalización posmoderna no es ya la idea humanística del saber culto sino la idea postmoderna del saber divertido. ¡Esto es la agonía de Fausto!, el personaje goethiano que simboliza al hombre que conquista el mundo, pero que se pierde a sí mismo. La civilización moderna se consagró febrilmente a la investigación científica, la innovación tecnológica, el desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado, pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano. En este marco es legítimo preguntarnos ¿Cuál es el Telos EDUCATIVO de la globalización?

En el proceso de la actual globalización se pretende homogeneizar y eliminar las diferencias culturales, suprimiendo las identidades en aras de la ganancia. Es el Telos cultural de la globalización. Y esta reestructuración en vistas solamente del mercado ha generado un tipo de hombre presa de sus deseos más elementales, que se construye una moral a la carta, relativa y nihilista y que termina constituyendo el “hombre anético”. En el mundo globalizado, el nihilismo y el relativismo moral testifican, con toda honradez, que la vida carece de sentido, proclaman la era del vacío y la entronización de la sociedad de la transparencia, sin densidad espiritual. La supremacía de estos valores configura una atrofia en la conformación psíquica del hombre y representa un ideal cultural sin contrapeso espiritual.

La civilización tecnológica por sí misma es incapaz de fundamentar una región independiente de valores, necesita como contrapeso una cultura espiritual intensificada. De lo contrario, mutila al hombre de su vida interior, dejándolo inerme en medio de una sociedad de la sensación, de una sociedad transaccional sin valores, que reemplaza su capacidad creadora por su capacidad consumista de los medios tecnotrónicos a su alcance. El hombre anético es el hijo legítimo del predominio de la civilización tecnológica, de la cultura técnica sobre la cultura humanística. Por ello, la filosofía de la educación tiene ante sí la grave cuestión del Saber, que no es un problema puramente técnico y está en el corazón mismo de una reforma del hombre. La preocupación por la formación de una jerarquía de los saberes, abordada con profundidad por M. Scheler y J. Maritain, y de los grados del saber destinado a proporcionar un firme cimiento al orden intelectual es urgente para sustituir al desorden moderno. La distinción y complementación entre ciencia y sabiduría es necesaria para mostrar la unión indisoluble entre “filosofía teórica” y “filosofía práctica” y para devolver la unidad al espíritu humano.

La crisis del hombre en la globalización va más allá de lo económico-político, hunde sus raíces en lo ético-moral. Pero la crisis moral encuentra su fundamento en una visión metafísica determinada. El actual neodogmatismo cientificista ultraliberal se basa justamente en la edificación de una sociedad transaccional sin valores superiores. Por ello, el hombre anético no es un hombre que carece de intersubjetividad sino que está dotado de una intersubjetividad débil, estrecha, marchita. Sí es un hombre moral pero no es un hombre ético, pues la moral puede ser relativa pero lo ético es universal. La cultura posmoderna es fundamentalmente la radicalización decadente del inmanentismo de la modernidad y el desarrollo consecuente del humanismo luciferino. Este relativismo moral de la cultura horizontal sin trascendencia imperante en la globalización ultraliberal, carece de la fuerza interior para resistir los embates de los propios males que engendra, haciendo que la propia sociedad transaccional sin valores encuentre difícil la entronización pacífica de la cultura del vacío.

Plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre, no significa desplazar nuestra responsabilidad personal sobre los hombros de Dios o de la Naturaleza. Es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no vuelven más humano ni digno al hombre. Al contrario, el hombre anético que pulula en nuestro tiempo, lleva desconsoladoramente una moral doble, hipócrita y de tartufo. Es indudable que es urgente para recuperar una espiritualidad de motivación interna, autocontrol, autodisciplina y autorrealización una revolución humana, la transformación interior del individuo, un nuevo humanismo, basado en un personalismo comunitario y en un ethos con sentido de interdependencia del hombre con el cosmos. Sin embargo, no basta con reclamar una ética Global la para la política y la economía global (H. Küng), si antes no se advierte con claridad el fundamento ontológico metafísico de la civilización en la que nos hallamos inmersos.

La encrucijada actual exige un Neohumanismo de Síntesis, sin común medida con el humanismo burgués ni con el humanismo socialista, que respete efectivamente la dignidad humana, complemente el desarrollo vertiginoso de la racionalidad de fines, y así devuelva al hombre el olvidado lenguaje del Amor, el Ser, la Naturaleza, la Trascendencia, el Misterio y afirme la importancia vital de lo religioso, que tiene el poder de unificar, más que de las religiones específicas en sí, que incurren en dogmatismos. Un neohumanismo que reconozca como legítimas dimensiones del hombre tanto lo inmanente como lo trascendente, encuentra su inspiración en la síntesis del tomismo que integra la dimensión trascendente con la inmanente, destaca la conexión íntima de la metafísica con la experiencia, la acentuación de la actualidad del ser que se manifiesta en la existencia, la ética objetiva de los fines, el personalismo, el realismo gnoseológico, la unión de la filosofía con la teología y la reflexión filosófica basada en la experiencia común. El tomismo es un sistema filosófico vivo cuya síntesis llegó demasiado tarde para evitar la catástrofe de la Edad Media, la cual engendró una civilización profana y dio paso al humanismo moderno. El culto que el hombre se ha rendido a sí mismo ha impedido que tome conciencia de lo eterno y que pueda expresar el espectro completo de su potencial ético, promoviendo el achatamiento de nuestro universo moral. Es posible devolver al hombre su realidad integral con un nuevo humanismo que no se anquilose ni en lo inmanente, ni en lo trascendente, sino que advierta la necesidad de fundarse en una nueva síntesis metafísica de la cultura.

La crisis de la cultura globalizada y posmoderna hace necesario superar el materialismo y el vitalismo fáustico del hombre moderno por la idea pascaliana de Dios como amor y caridad, y unir naturaleza y espíritu en la idea agustiniana de la plenitud existencial (V. A. Belaunde), que lejos de volcarse en la Nada, percibe el ser divino que los trasciende. Es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no vuelven más humano ni digno al hombre. La acción humana en el espacio y en el tiempo está siempre de camino a la eternidad (Blondel). La cultura moderna con su recorte de la realidad humana ha comprometido gravemente la importancia que tiene la madurez personal, todo se ha vuelto frívolo y superficial, y la regla es desconocer el valor formativo de la pobreza y del sufrimiento. Pero a medida que disminuye la necesidad de mano de obra y aumenta el peligro de la extinción del empleo por los progresos de la ciencia y de la técnica (V. Forrester), la llamada economía de la abundancia pierde sentido y se impone la necesidad de un salario ciudadano y la distribución de lo suficiente entre todos, el lujo se hará difícil y la pobreza relativa indispensable. Se trata de un cambio civilizacional inimaginable dentro de los marcos del capitalismo.

Epílogo

La tiranía de una nueva barbarie civilizada hace que la persona se sienta extraña a sí misma, porque el sentido de su propio valor ya no depende de sí mismo sino del mercado. Es una patología cultural acompañada de una neosofística filosófica que sustituyó el lema de “la muerte de Dios” por el lema de “la muerte del hombre”, el relativismo moral y la ontología débil. El problema de la Educación es el problema de la Cultura, porque la creciente industrialización del mundo contemporáneo hace inevitable la especialización y vuelve en innecesario el ideal de la formación humana completa. Este desequilibrio monstruoso ha demostrado ser gravísimo para la personalidad humana. Si bien la palabra cultura puede designar a la civilización más evolucionada, como las formas de vida social más toscas y primitivas, sin embargo en ninguna parte las gentes han sido más infelices que en las culturas actuales. La cura puede hallarse en no sustraer lo humanístico trascendente de la especialización misma.

Y entonces ¿qué debemos hacer? En política, preconizar un gobierno democrático mundial que garantice el valor supranacional de los DD.HH. En economía, ir hacia una conciliación práctica entre la iniciativa privada y la justicia social. En lo espiritual, colocar la superestructura secular sobre fundamentos metafísicos religiosos. Y en educación, ampliar el espacio a lo lúdico y creativo junto a lo instructivo. Estas son las cuatro cosas que debemos hacer para salvarnos. El capitalismo global y la cultura posmoderna nos ponen ante la disyuntiva del robotismo o la rehumanización del hombre. No hay otro camino que devolver al hombre su dimensión trascendente, poner las cosas al servicio del hombre y no al hombre al servicio de la economía, sólo así se podrá reestablecer el lugar del hombre en plena comunión con el prójimo.

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Ramos, S. (1997) Hacia un nuevo humanismo, México, FCE.
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Wittgenstein, L. (1981) Tractatus, Alianza, Madrid.
Wittgenstein, L. (1968) Los cuadernos azul y marrón, Tecnos.

2. Sobre Hermenéutica y posmodernidad

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Berman, Anderson y otros (1991) El debate modernidad posmodernidad, B. Aires, Punto Sur.
Flores Q., G. (2004) El imperio posmoderno del hombre anético, Lima, IIPCIAL.
Flores Q., G. (2007) La hermenéutica posmoderna del hombre sin absolutos, Lima, IIPCIAL.
González C., L. (1993) Ideas y creencias del hombre actual, Santander, Sal Terrae.
Lypovetski, G. (1988) La era del vacío, Barcelona, Anagrama.
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3. Sobre Globalización y el hiperimperialismo

Beck, U. (2000) ¿Qué es la globalización?, Barcelona, Paidós.
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Flores Q., G (2006) La globalización del Hiperimperialismo, Lima, IIPCIAL:
Furtado, C. (2001) El capitalismo Global, México, FCE,
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Martin, H; Schumann H. (1998) La trampa de la globalización, Madrid, Taurus.
Merquior, J. (1993) El liberalismo viejo y nuevo, México, FCE.
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Samir Amin (1997) El capitalismo en la era de la globalización, Barcelona, Paidós.
Soros, G. (1999) La crisis del capitalismo global, Plaza Janés, Barcelona.

4. Sobre Educación

Ausjal (1996) Desafíos de América Latina y propuesta educativa, Caracas, UCAB.
Esté, A. (1999) El aula punitiva, Caracas, UCAB.
Pérez, C. (2000) La reforma educativa ante el cambio de paradigma, Caracas, UCAB.
Valderrama y otros (2003) Comunicación-Educación. Bogotá, Siglo del Hombre editores.
Zuluaga, O.L. (2003) Pedagogía e historia, Bogotá, Siglo del Hombre editores.
 

* Gustavo Flores Quelopana es Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía, Lima, junio 2007.

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