Gustavo Flores Quelopana
Las filosofías marginadas o no occidentales Las filosofías marginadas o no occidentales

Por Gustavo Flores Quelopana
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Mitocrático es el término creado en el debate sobre la filosofía prehispánica, y luego extendido a toda la filosofía de Oriente y de los Andes, para comprender la existencia del pensamiento filosófico no occidental, frecuentemente marginado por la definición monocultural de filosofía. Tanto esta marginación, surgida desde Grecia, como el planteo de lo mitocrático son un hecho civilizatorio que describe la historia de la razón en occidente, la destrucción del poder de revelación del mito y la profundidad de su discurso, así como también el reconocimiento de que la filosofía como medio de conocimiento no se limita al discurso racional abarcando también lo irracional, misterioso, iniciático y místico. A medida que la civilización occidental se persuade de su racionalidad, pasa demoliendo todo cuanto se aparta del dominio de la razón.*

Cuando el mundo mítico se derrumba lo no racional queda excluido del monólogo de la razón y se lo encierra y rechaza espúreamente como discurso religioso cuando no legendario. En realidad no es Grecia, desde Parménides y Aristóteles, la que despoja al logos del mito de su aura original y que rompe los lazos misteriosos que lo ligan al más allá, sino que es la modernidad, desde Descartes y la Ilustración, el que lo destierra sin derecho a la palabra. El cambio de status de logos del mito se explica por la historia ideológica de nuestra civilización, la cual modificó el imperio de la razón por su crisis profunda en la posmodernidad. No es que la posmodernidad favorezca el renacimiento del logos mítico, todo lo contrario, lo que hace es privilegiar un discurso racional nihilista y hedonista, a la vez de favorecer un espiritualismo anémico y deformante. Pero esta idea multiforme (no sólo existe la filosofía del modelo griego) y bipolar (logos del mito y logos de la ratio) de la filosofía es un acontecimiento que se produce en un momento crucial de nuestro saber, porque implica una fisura en la configuración de la civilización occidental. Así como el “ello” de Jacques Lacan y el “mito” de Claude Lévi-Strauss piensa a través del individuo o sociedad, se trata aquí de remontarse a las fuentes del logos filosófico y captar su movimiento de oposición entre lo irracional y lo racional, oposición que es un hecho de civilización y que permite una desconstrucción del concepto mismo de filosofía.

Apartándome de las corrientes eurocéntricas, que defienden el origen griego de la filosofía, y de las corrientes nativistas, que identifican la filosofía con el mito sin esclarecer lo que se debe entender por filosofía, sostengo la teoría que Occidente ha desarrollado preponderantemente una filosofía logocrática, donde domina el concepto y la razón; mientras que en otras tradiciones culturales, como la prehispánica y la oriental, ha tenido lugar la aparición de un pensamiento filosófico mitocrático, donde domina la alegoría, el símbolo, la analogía, la intuición y lo trascendente. La explicación del mundo en las diversas culturas se ha venido dando tanto a través del mito como de la razón. Esto exige reconocer, por un lado, que el logos racional crece sobre el suelo fértil del logos mítico, y que en ambos hay meditación filosófica; y por otro, no se puede negar la presencia de la conciencia intelectual en el seno mismo de lo mitocrático. También, por una parte, sólo aceptando un criterio multívoco y no unívoco de la filosofía es posible reconocer que la filosofía es una creación sustancial del espíritu humano y no sólo propio de los griegos ni de la cultura occidental; y por otra, la filosofía americana no es una adaptación del estilo continental ni un producto heterogéneo, sino el rasgo fundamental de la América anterior a la Conquista. La heterogeneidad de la filosofía sólo acontece cuando ésta es injertada en el seno de una cultura extraña a los criterios y principios de la filosofía invasora. Es decir, la filosofía se convierte en un producto importado cuando la filosofía propia de un pueblo ha sido destruida o sometida por la conquista cultural, la dominación o el colonialismo. Recién entonces, y no antes, comienza el proceso de apropiación de la filosofía ajena o impuesta, a la que le sigue la fase de madurez en la que la generación de los “fundadores” y “forjadores” es continuada por otra de “especialistas” en la filosofía importada. En nuestra América la apropiación de la filosofía logocrática occidental comienza a partir de la destrucción de la filosofía mitocrática andina.

Obviamente que se dieron diferencias notables entre la filosofía mitocrática precolombina, la africana, hindú, japonesa y china, pues son países cuyos pueblos vernáculos ofrecen condiciones históricas, culturales y materiales muy diversas, pero en todos ellos opera el mismo principio mitocrático propio del desenvolvimiento histórico del logos humano. Este principio dio forma a las explicaciones filosóficas de la etapa mítica de la historia humana, con una propia fisonomía y peculiaridad, la cual sería impedida, cuando no destruida, por la irrupción europea. Acontecimiento que daría lugar a la heterogeneidad de la filosofía, en este caso logocrática, respecto a un orbe cultural radicalmente diferente. Fruto de esta heterogeneidad de la filosofía es aquella generación que se bifurca en dos grupos: el regionalista o afirmativa y el universalista o asuntiva. Mientras que el filósofo regionalista sostiene que el ser filosófico latinoamericano es ya una realidad, el universalista piensa que la filosofía auténtica sólo es producto de la dedicación al estudio de la filosofía occidental. Pero los discípulos de la filosofía de la liberación, en su abrumadora mayoría, son de la opinión que, en lo que atañe a lo precolombino, sólo es pertinente hablar de pensamiento más no de filosofía, porque el término “filosofía” es una forma de pensar surgida en las colonias griegas de Jonia; a lo sumo sólo cabe hablar de filosofía andina como una posibilidad futura escrita en lengua vernácula, pero de ninguna manera como algo que haya existido en el pasado precolombino.

En realidad, el “grupo regionalista-liberacionista” parte de una inconsecuente identificación de la filosofía con una forma de pensar exclusiva del hombre occidental. Con ello, obedece sumisamente al magisterio europeo con una docilidad acrítica que deviene en un eurocentrismo vergonzante. Se quedan a mitad de camino de los propios principios liberacionistas de la filosofía de la autenticidad. La pesquisa regionalista sobre una estructura precolombina de pensamiento genuino y original, desemboca en la afirmación de la existencia de un tipo de “pensamiento no filosófico”, al que tampoco quieren llamarlo mito por razones de una “astucia” mal entendida. Esta postura insincera acontece en retórica eurocéntrica camuflada de liberacionista. Este eurocentrismo camuflado y vergonzante de algunos filósofos liberacionistas, jamás comprenderá que no se trata de hacer entrar el pensamiento andino prehispánico en el cuadro de desenvolvimiento de la filosofía occidental, sino de distinguir la esencia misma de la filosofía de su manifestación cultural concreta. Después de los malogrados episodios de la filosofía de la liberación por lograr una filosofía propia, manteniéndose insertada en la filosofía occidental, está sobreviniendo a la filosofía peruana y no occidental una de esas decisivas circunstancias que señalan las etapas de su historia. La Filosofía andina es una reacción de la filosofía peruana contra los excesos imitativos, exegéticos, las insuficiencias y debilidades de nuestra filosofía que no sabe revalorar el espíritu de nuestra propia cultura antigua y que va siempre a remolque trasplantando arbitrariamente criterios occidentales a estos lares.

Otro tema colateral es encontrar a nuestro ser histórico, el cual no se le hallará renunciando a los 500 años de modernidad occidental, ni olvidando 10 mil años de historia autónoma. Pues, el fin de la metafísica occidental no es simplemente el fin da la mentalidad que la rige, sino que, es además apertura y justificación de las mentalidades de otros pueblos diferentes como los nuestros. No hay duda que hay que recuperar los gérmenes intrahistóricos de América y de las culturas no occidentales, y esto significa romper con la conceptolatría de la razón instrumental moderna y abrirnos hacia el lenguaje de lo analógico, participativo y metafórico, es decir, establecer el olvidado lenguaje del ser por la doble vía del logos de la ratio y el logos del mito. La Apocalipsis de la Conquista occidental anuló nuestra autoconciencia histórica y dificultó el surgimiento auténtico del ser americano y de otras culturas colonizadas. La Filosofía andina es también consciente de éste tópico, retoma la autonomía de nuestra historia, se da cuenta que esto equivale a reasumir nuestra auténtica verdad y enfrentar la historia de la metafísica andina. Pero todo esto no es posible si antes no se renuncia al criterio unívoco de filosofía, analizando otras posibilidades intrínsecas en su contenido. De esta forma, no es difícil advertir que los únicos que se quedan atrapados en el “círculo hermenéutico de dominación de la filosofía occidental”, son aquellos que han resultado inhábiles de ponerse a la altura del contenido creativo de la propia filosofía de la liberación; la cual, desarrollada con consecuencia, conduce hacia la indagación de una forma de filosofar no occidental. Esto demuestra que los novísimos filósofos liberacionistas, a pesar de su coraje primigenio para comprometerse con el proceso revolucionario de 1968, sus incisivos aportes y afiladas críticas a las filosofías meramente imitativas, no han podido superar la definición monocultural de filosofía con su criterio unívoco. Pues, cómo vamos a superar la filosofía del Occidente capitalista si no somos capaces de indagar sobre la posibilidad de otras formas culturales de filosofar.

La exploración de otra forma de filosofar, en la identidad cultural no occidental prehispánica, sería el auténtico desafío que se deriva de los presupuestos de la filosofía de la liberación –atascada en una analéctica infecunda, un historicismo inmanentista y un ontologismo ateo-, pero esta tarea sería el desafío de la generación nativista y culturalista de intelectuales andinos. Bien visto, la teoría mitocrática de la filosofía es útil en un doble sentido: ayuda a comprender la existencia de la filosofía en orbes culturales míticos, premodernos, no occidentales y esclarece la importancia que tiene el logos mítico en la restitución del desmoronado equilibrio de la conciencia normativa actual. Pero existe una tercera razón, de radical importancia entre nosotros, y es que no es posible superar una filosofía de la dominación, refleja, ancilar, defectiva, carente de originalidad y dependiente, sin romper la definición monocultural de la filosofía impuesta por el dominante eurocentrismo occidental. Mi objetivo principal ha sido averiguar los fundamentos que demostraran en la medida de lo posible, la existencia de lo mitocrático en la filosofía del pasado y del presente. La nueva comprensión del logos humano, como aquel que se debate entre el logos del mytho y el logos de la ratio, la lógica sobrenatural de la fe y la lógica natural de la razón, junto con el agotamiento del dominio de la filosofía occidentalizada y el carácter reflejo del filosofar periférico, van convenciendo paulatinamente a los escépticos, que todavía son dominados por paradigmas occidentales, de lo erróneo de la noción monocultural de la filosofía y del reconocimiento de su carácter multívoco-multiforme.

En mi opinión sólo hay una forma de conseguir que el público preste atención a una idea nueva: discutir y explicar, en un lenguaje asequible para todos, los problemas y las soluciones que caracterizan la investigación sobre el nuevo pensamiento. Esto sólo se puede hacer a partir de la comprensión del material que se va a manejar. El hecho que recién haya emprendido esta tarea, tiene como explicación la necesidad de recorrer una serie de hitos indispensables, que me han demostrado que Grecia no es la medida de toda filosofía posible y la irrealidad de su univocidad. Todavía recuerdo –o al menos creo recordar- la experiencia que me produjo una impresión profunda y duradera, al advertir que la filosofía es una necesidad radical del hombre. Como ya lo había indicado Jaspers, en contra de Hegel y de Heidegger, la filosofía está en todo tiempo, desde el comienzo de la historia, en los mitos, refranes y apotegmas. No hay forma de escapar de ella. Sin embargo, y a esto arribaría luego por mi parte, no siempre está manifestada del mismo modo. Por consiguiente, aprendí a seguir la pista de mi intuición, demasiado fuerte, a lo que podía llevarme hasta los presupuestos básicos y a dejar de lado todo lo demás, el cúmulo de cosas que invaden la mente y alejan a uno de lo esencial. Pero se puede sospechar que la ingente labor de Jaspers no es una labor concluida. Así, por ejemplo, supuso la existencia de tres grandes tradiciones filosóficas: la India, la China y la Griega; pero si se extiende el principio básico jasperiano, prefiero completarlo añadiendo una cuarta y otra quinta: la Andina y la Africana. En este sentido, están en lo cierto estudiosos como Miguel León Portilla cuando trata de La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (1956) y Placide Tempels en su libro La filosofía bantú (1945).

De modo que, al incluir estas dos tradiciones más, no me estoy refiriendo a aquel periodo histórico de determinados pueblos que han “injertado en su tradición cultural” a la filosofía occidental, sino que ya poseían el pensamiento filosófico antes de su contacto con los europeos, aunque bajo una manifestación distinta a la Griega, pero era filosofía después de todo. La madre del cordero, de la posibilidad de la filosofía en las culturas aborígenes no occidentales, parece remitirse a lo que se entiende por “filosofía”. Siendo muy distintas las características materiales, históricas y culturales de los diversos pueblos, resulta siendo bastante arbitrario tratar de hacer valer las notas de la filosofía griega como las únicas válidas como tal. En realidad, pierde todo sentido aquella distinción entre “filosofía en sentido estricto” (griega y occidental) y “filosofía en sentido amplio” (Oriente). Esta extravagancia peyorativa insiste en una seudo distinción desorientadora y eurocéntrica. Pues, cabe hacerse la pregunta: ¿si “filosofía en sentido amplio no es filosofía”, entonces, qué utilidad tiene esta distinción? Ninguna. En realidad, hubiese bastado decir que existe un pensamiento no filosófico presentado como filosofía. Y cuál sería este pensamiento no filosófico presentado como filosofía: el mito, responden. Y cuando hablan del mito se refieren a pueblos que no observan las reglas lógicas, no elaboran ideas complicadas y carecen de coherencia, pero todo ello en comparación con Occidente. Pero ocurre que esto no es cierto. ¿Qué reglas lógicas no observan? ¿Ideas complicadas respecto a qué?, ¿de qué clase de coherencia carecen?, ¿qué tipo de ideas complicadas no elaboran? ¿Acaso no fueron lo suficientemente aptos para sobrevivir organizándose ordenadamente? La razón no sólo es universal, como dice Aristóteles, sino que, no es difícil advertir que antes de ser guiada por el principio de identidad estuvo regida por la armonía de los opuestos bajo la forma del mito. El mito no es lo antifilosófico por excelencia, como se popularizó desde la Ilustración, por el contrario, las culturas no occidentales filosofaron míticamente. Y lo hicieron porque se trata de una forma de pensamiento que actúa explicándose las cosas bajo causas sobrenaturales y que informan un tipo diferente de filosofar. Hay filosofía en el mito porque el sistema analógico de la imaginación simbólica permite la explicación amplia y general del mundo y de la vida. El sistema lógico analógico de la imaginación simbólica es la que permite al mito presentarse como una forma distinta de hacer filosofía. La susodicha distinción entre sentido “estricto” y “amplio” en el seno de la filosofía, es a todas luces una pedante y artificiosa simplificación académica destinada a repetir irreflexiva y machaconamente el paradigma filosófico occidental. La filosofía no sólo pertenece a las altas culturas no occidentales, sino que es una capacidad inherente a la condición humana de todos los tiempos, y por tanto, no siempre se manifestó del mismo modo. Por cierto, la filosofía se ha mostrado de muchas formas y lo seguirá haciendo, porque en último término es una manifestación del logos humano, logos que oscila entre la ratio y el mito. La racionalidad humana todavía avanza sirviéndose de los senderos tanto del mito y de la razón, en ambos está presente el pensar filosófico, aunque de diversas maneras y relaciones. La filosofía en sí misma está llamada a mostrarse por completo como un pensar que resuelve su contenido en la galaxia de su propia cultura. Y en consecuencia, más allá del galimatías del argumento de que la filosofía como palabra occidental no es transcultural, subyace la profunda verdad de que existe un contenido que permite superar la occidental definición conceptolátrica de la filosofía. Este contenido corresponde al hecho metafísico antropológico de que concurre una filosofía perenne, encarnada esencialmente en el propio quehacer humano. De manera que, la filosofía sea solamente de origen griego, un pensar racional, crítico y esencial a Occidente, constituye un absurdo tan grande que pienso que nunca podrá tropezar en él quien tenga cierta capacidad de razonamiento filosófico no eurocéntrico.

Cuando advertí, en un rapto de inspiración que, por contraste con la crítica al paradigma conceptolátrico de Occidente de los pensadores postestructuralistas, se podía formular el término de lo “mitocrático”, como un filosofar unido al mito y a la religión, fue entonces que se me presentó con toda su significación una forma de filosofar arcaica. La filosofía mitocrática es cosmogónica, iniciática, elitista, profética, esotérica y apocalíptica. Está obsedida por la pregunta “¿Cuándo se acabará el tiempo o el mundo?”. El acmé de la filosofía indiana es: “¿Cuándo vendrá el Ordenador del cosmos?”. Las filosofía indiana, hindú, china, y griega no son iguales, pero coinciden cuando se atiende a la raíz última de la preocupación humana. En todas ellas el santo o el sabio alcanzan por meditación o virtud personal el conocimiento último de los principios del universo. Las altas culturas del neolítico superior expresan esta preocupación a través de una filosofía cosmogónica, donde el hombre pertenece a la tierra y la tierra pertenece al cosmos de los dioses. El cosmos mítico es legítima reflexión filosófica con categorías preconceptuales, porque su inteligibilidad radical reside en el establecimiento del principio de una realidad ejemplar que la conducta humana debe repetir. Los amautas eran filósofos por reflexionar sutil e iniciáticamente sobre realidades sublimes, disponían de quipus, tocapus y edificaciones dispuestas de modo tal, que servían para registrar sus descubrimientos y pensamientos. Asumían sus conocimientos como dones sapienciales de orden sobrenatural, los mismos que les permitían acceder a verdades divinas. Los sabios mitocráticos eran a la vez místicos, religiosos y contemplativos, ejercían un tipo de “clarividencia astral”o forma de iluminación recibida de la divinidad que le permitía permanecer unida a ella. Dicha clarividencia astral se adquiriría a través de alucinógenos, ofrendas, ritos, ejercicios de concentración y meditación, accediendo al mundo de los dioses, obtener profecías y realizar rituales oraculares. En nuestro tiempo, esta mezcla de religión, ciencia y filosofía en una especie de sabiduría divina se llama teosofía, Lejos de confundir el contenido de la teosofía con la filosofía mitocrática de los sabios prehispánicos y filósofos no occidentales arcaicos, sin embargo, ésta brinda luces a través de su línea esencial: la filosofía esotérica del mundo antiguo. Me quedé, entonces, sumamente impresionado ante su existencia y supuse que en ella debía estar la clave para llegar a una comprensión más profunda del logos humano. Mientras tanto, sin esperar que se produjera una general aceptación, hasta la actualidad sus partidarios son un grupo reducidísimo, seguí desarrollando las ideas sobre lo mitocrático, la noción multívoca de la filosofía, sus distintos paradigmas epocales, la comprensión dualista emanatista encerrada en la idea de Pachacamac y la estimación del mito como algo esencialmente filosófico. A la luz de las actuales investigaciones de las filosofías no occidentales, parecería inevitable que se llegara a dar con la conclusión de lo mitocrático. Pero los años de búsqueda ansiosa en la oscuridad, a partir de bases inseguras y contradictorias, no exenta de acerbos episodios, con las sucesiones de postración y confianza, eso es algo que me parece un hecho milagroso y que sólo lo coligen los que han pasado por dicha experiencia. No es fácil trabajar como pionero, hace falta gran fe y fortaleza. La teoría mitocrática de la filosofía estaba ciertamente abierta a las decisiones heroicas. Pero la curiosidad no era más que un acicate y la intuición una brújula. Tenía que poner a trabajar la razón siguiendo la pista de la intuición. Sin embargo, a partir de tales reflexiones, tan contrapuestas a nuestras convicciones occidentales más arraigadas, fui acercándome paulatinamente al extraño mundo de lo mitocrático. Un mundo aparentemente tan lejano de nuestra experiencia habitual que, si queremos representarlo gráficamente, no bastará con una sola de nuestras experiencias religiosas. Nos vemos obligados a acercarnos al pensamiento prehispánico no como científicos, tratando de probar cada afirmación que hacemos, sino como pensadores y hombres de fe. Independientemente de que sea correcta o no, no estará demás examinar atentamente los contenidos de la presente teoría.

En conclusión, quiero decir que, mientras Occidente ha filosofado, sobretodo, aunque no exclusivamente, bajo la égida del logos de la ratio, las culturas no occidentales lo hicieron bajo el logos del mito.

 

* Gustavo Flores Quelopana, Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía. Lima, setiembre 2007.

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