Jorge Eslava
Jorge Eslava: Jorge Eslava: "Los chicos de hoy tienen el barrio en su computadora"

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 13/09/05

Autor de Navajas en el paladar -libro para el cual convivió con pandilleros del Centro de Lima- Jorge Eslava ahora se dedica a la literatura infantil. Es autor de más de una docena de títulos del rubro, entre los cuales están los que forman la serie La botella verde, protagonizada por un singular pirata.

"Un grupo de amigos que siguen a un líder, ese colectivo juvenil, en los 40, podía ser la 'tira'; en los 50, la 'patota', que sale en las obras de Vargas Llosa. Pero es a partir de los 50, con el crecimiento urbano, que aparecen estas asociaciones de jóvenes en las esquinas", explica Jorge Eslava.

 

¿Antes de eso no existía 'la mancha de la esquina'?
Sí, pero no como institución. Creo que está ligada, además, a la aparición del 'héroe juvenil' como personaje emblemático de la cultura. En los 60, por ejemplo, hay mucho de collera en las obras de Roberto Reyes Tarazona, del grupo Narración, y de Augusto Higa. Creo que el mejor que habla de esa collera medio hippie, de clase media alta con mucha hierba y algo de ácido es Fernando Ampuero, en Paren el mundo que acá me bajo. Pero antes está ese hito de la literatura juvenil, que es el libro de Oswaldo Reynoso, Los inocentes.

¿Y qué pasa con la violencia de los 80?
Ahí se disuelven las pandillas. Desaparece la mancha de la esquina. Las clases medias y altas se repliegan en sus casas y lo que era la violencia de las colleras o de las pandillas, como Los Gatopardos, de Miraflores.

¿Quiénes eran Los Gatopardos?
Un grupo de muchachos motociclistas que hacían algunos escándalos, pero menores. Pero iniciada la violencia terrorista, aparece la violencia juvenil ligada al deporte.

¿Y Al final de la calle, de Óscar Malca?
En su libro sale esa collera ya bastante espoleada por la violencia terrorista. Una collera salvaje, cuyos actos de gloria son vandálicos y donde, además, aparece como un igual la mujer, que estuvo siempre al margen.

¿Qué pasa con las pandillas de los barrios de migrantes, de los chicos que se van de sus casas escapando de malos padres?
Esa es la pandilla propiamente, que articula a varios barrios y que tiene una conducta abiertamente salvaje heredada de la guerra interna, de las barras bravas y que son delincuentes.

Son los que usted muestra en su libro, Navajas en el paladar. Usted vivió con ellos, en la calle, para escribirlo.
Sí. Eran chicos del Centro de Lima, que mayormente no eran de la capital, pero que trataban de zafarse de su condición provinciana, hablando y vistiendo como limeños y apoderándose de un territorio. Los que yo conocía estaban en la Plaza San Martín. Eran muchos, de entre 7, 8 ó 9 años hasta los 24.

Y si le decían para robar algo, ¿usted qué hacía?
Yo he sido un testigo de infinidad de cosas. Nunca quise ser una represión. Tampoco era un igual. Básicamente, fui un testigo mudo. A veces intercedía por los agraviados. Hubo una chica que pedía que le dejaran una medallita que era un recuerdo familiar. Ellos accedieron.

Y de tanto parar con ellos, usted...
Perdí conciencia de mí mismo. Fue una época que ahora me sorprende haber vivido. Era una mezcla de adrenalina e irresponsabilidad. Los he acompañado a bares que nunca hubiera imaginado, los he visto completamente ebrios, llorando de pena por algún recuerdo, cortarse los brazos, las piernas; he estado con ellos en chichódromos de la Plaza Grau, en La Parada y, pese a lo sórdido de todo, tienen un mundo interior riquísimo.

Y cómo fue el final. ¿Los dejó de ver simplemente?
Ellos sabían que yo hacía un libro. Cuando empecé a escribir, iba a buscarlos para leerles lo que iba avanzando. Y ellos lo recibían muy bien. Muchas cosas se quedaron afuera, probablemente la más relevante fue que el protagonista de mi libro recibió un balazo que lo dejó al borde de la muerte. Lo fui a buscar al hospital. Esa ha sido una de las experiencias más fuertes de mi vida. Casi tuve que violentar la entrada, porque no era horario de visita, para ver a Lobo y llevarle medicamentos, para que no muera.

Después de aquello, usted empezó con literatura infantil.
Sí. A raíz de contarle un cuento a mi hija salió un relato que, luego, se convirtió en mi primer libro para niños, cosa que no me había propuesto. Luego he pensado que fue como una limpieza.

También ha abordado la adolescencia.
El año pasado publiqué Templado -narrado como un diario- sobre un chico de tercero de media. Después escribí un par de historias protagonizadas por un pirata -soy fanático de los piratas, tengo hasta huesos auténticos- que lucha contra personajes malignos contemporáneos y que dieron pie a la serie La botella verde, que continúa publicándose.

¿Y qué piensa de los chicos de hoy y del asunto electrónico?
La computadora no me alarma. Hay adultos que dicen que los chicos no leen -yo creo que leen más-, pero nadie dice que escriben más. Es cierto que hay un lado oscuro, y es tarea de padres y profesores filtrarlo, pero creo que con la computadora los chicos se han traído el barrio a su casa. solo que ya no tiene límites.
 

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