Jorge Eslava
En favor de un tiempo para el placer<br>Elogio a la lectura En favor de un tiempo para el placer
Elogio a la lectura


Por Jorge Eslava
Fuente: Jorge Eslava, Lima, 2004

La lectura debe ser uno de los actos más dignos y libertarios de la experiencia humana. Es acaso la única posibilidad en la que el ser humano, sin mover un dedo siquiera, adquiere la maravillosa facultad de volar de una región a otra, de entrar a una botella como un genio libanés o de hablar con el burro bíblico de Ballan. Es confiar en la dilatación fantástica de la realidad. Pero también la lectura nos permite explorar las complejidades reales de La vida de las hormigas de Maeterlinck o nuestro pasado histórico en la pluma insigne de Guamán Poma de Ayala o, para estar más a tono con los tiempos, descubrir el mundo futuro en la ciencia ficción de Ray Bradbury.

Porque la lectura es y debe ser un camino al conocimiento y a la imaginación. En la escuela se nos dice y repite que leamos por nuestro bien; que el contacto de nuestros ojos con los trazos misteriosos en el papel -el lienzo, la pantalla o el escenario, según sea el caso- nos provee de información, amplía nuestro vocabulario y nos dota de una cultura necesaria para el medio social. Esas consejas, sin duda, son bienhechoras y serían cabalmente acertadas si nuestros profesores agregaran a sus exhortaciones: la lectura ofrece, por sobre todo, una forma intensa de disfrute.

El viejo maestro que fue Borges recomendaba que "la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad". Sabiduría que no debiera olvidarse en las escuelas. No bastan las admoniciones, sobre todo si se cree que la lectura sólo debe enseñar y por lo tanto debe leerse pese a todo. Importa poco si el profesor conoce el texto o no, si el estudiante ha sido suficientemente motivado o no. Como existirá siempre el "instrumento pedagógico" del castigo -casi escuchamos la ordenanza de leer para mañana Platero y yo, bajo pena de un cero bien redondo-, la práctica mecánica de la lectura puede estar garantizada. Pero su enorme provecho será desperdiciado.

En una nota periodística poco conocida, García Márquez refiere algunas situaciones de "cómo los profesores de literatura pervierten a sus alumnos". Cuenta cómo a su hijo Gonzalo los profesores lo confundían y martirizaban, sometiéndolo a arbitrarios cuestionarios de lectura sobre una novela que, para colmo, era El coronel no tiene quien le escriba. García Márquez reseña los disfuerzos en los que han caído, cuando se lee en la escuela, las evaluaciones de lectura. Aunque, claro está, casi no se lee en las escuelas.

No sólo importa la lectura, sino que debe recobrarse su ejercicio como una actividad de placer y libertad. En el texto mencionado de García Márquez, él sugiere que un curso de literatura debiera limitarse a ofrecer una buena guía de lectura. ¿Pero quién puede garantizar que sea una buena guía de lectura? Sin duda, el profesor. Para lo cual los profesores -y no sólo de literatura- deberían emprender una cruzada en favor de una lectura multidisciplinaria que enriquezca al estudiante y que respete sus intereses.

En un cuento titulado "Como y por qué odié los libros para niños", Bryce nos explica divertidamente -aunque incomoda, porque lo sentimos cercano- lo aburrido que son la mayoría de libros infantiles (y juveniles) que circulan y que la exigencia, bajo presión y castigo, de consumir esas lectura terminan por lograr el efecto contrario en los pequeños y jóvenes lectores: rechazar la lectura. De ahí la vigilancia que deben tener los profesores, pues un "Libro de lectura" no asegura que complazca intelectualmente ni emocionalmente a un estudiante. Puede asegurarse, sin embargo, que en las últimas décadas la literatura infantil ha experimentado una evolución extraordinaria y es tarea del profesor estar al tanto.

Dedicar a la lectura un tiempo diario, como una gimnasia que modela nuestros músculos, es indispensable en la formación de futuros ciudadanos para un país mejor. Durante ese tiempo -treinta minutos puede ser el periodo sugerido-, los estudiantes tendrán la oportunidad de sumergirse en mundos posibles elegidos voluntariamente, y también de indagar en la realidad para conocer mejor del medio y de sí mismo. Elegir el libro es ya el comienzo de una postura crítica que el buen lector, en el curso de su aventura, no abandonará.

El escritor pedagogo Daniel Pennac nos ilumina y nos alienta en su libro Como una novela -nunca sabremos, por su heterodoxia, a qué género pertenece-, al presentarnos un escenario escolar poblado de una galería de estudiantes radicalmente enemigos de toda forma de civilización. Estamos en la barbarie de los países altamente industrializados. En ese ambiente, el lector guiado por una prosa notable -voz múltiple, referentes actuales, variadas técnicas- es testigo línea a línea, como la terca gota que horada la piedra, de la sana erosión que va ganando en la dura coraza de sus alumnos, por obra y gracia de unas palabras impresas salidas del mágico alfabeto.

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