Jorge Eslava
Cultura, la última rueda Cultura, la última rueda

Por Jorge Eslava
Fuente: Jorge Eslava, Lima, 2004

El tema es irritante. Uno suele echar sus bofes en reunión de amigos, despotricando (con toda razón) contra las políticas del ministerio de educación, del instituto nacional de cultura, del congreso de la república, de las universidades, de los centros culturales municipales, de las editoriales… y nuestra cerveza se acabará entibiando en el vaso y nunca habremos dicho lo suficiente. Porque la realidad peruana tiene arrinconada, entre las sogas, a ese buen sparring que es la cultura y que permite a cualquier sociedad reconocer el grado de humanidad que la sustenta.

Los jóvenes que se han fajado para publicar esta revista (sin sponsor y a puño limpio), me solicitan una nota que se refiera a la falta de apoyo a los escritores. Acepto, pero enseguida me pregunto: en este barranco por el que nos despeñamos todos (revueltos montesinos y la abogada del diablo, numerosos huérfanos del terrorismo, los infames diez canseco y boloña, miles de profesores impagos, los recién liberados winter y venero, largas colas de jubilados), ¿será posible aferrarse a una higuerilla para salvar con decencia el pellejo?

Creo que librar nuestro pellejo de la bazofia es la primera misión, en este país cada vez más bárbaro y taimado. Estamos condenados a que nos rompan la crisma al voltear una esquina, a que nuestro compañero de oficina (por un ascenso) nos clave una daga en el omóplato o a que el chofer de una custer nos pase encima porque lo atrasaban unas líneas de cebra. Sobrevivir con honestidad es la voz urgente, imperiosa, después podemos cumplir (fea palabra) con una de las tareas más nobles que es educarnos para crear. No sólo escribir literatura, sino dar la lucha en campos tan difíles como el teatro, la música, el cine, la plástica… Por eso me resulta deshonesto pensar sólo en la composición de novelas o poemas.

Desde que tengo un atisbo de vida política, he creído que ha sido un malentendidos gravísimo disociar educación de cultura. Compruebo (y es cada vez más alarmante) el aire enrarecido de tumba que despiden los textos escolares. La calidad del papel y los impresos full color no han conseguido arrancar la frondosa inutilidad gramaticalista de los manuales de lenguaje (llamados ahora de comunicación), ni quitarles el aspecto de fardo funerario con el que aparecen los escritores, tanto clásicos como posmodernos. Cuándo entenderán los iluminados funcionarios del ministerio de educación que no es el esquematismo glorificado de la real academia de la lengua, ni la información santificada de los institutos preuniversitarias quienes deben educar a nuestros escolares. Desmomifiquemos la educación, devolviéndole el sentido común y la belleza.

Los sabios maestros y los doctores que abundan en las dependencias públicas del sector educación, creen que los alumnos del país deben aprender lo que ellos no saben. La pretendida erudición es como un enorme fósil, puesto ahí para exhibirse pero jamás echará a andar. El erudito, como el esqueleto de un alosaurio, muestra el patrimonio de un pasado remoto. El hombre culto más bien lo incorpora, lo actualiza, lo interpreta. "La cultura en realidad no depende de la acumulación de conocimientos (prosa apátrida 21 de Ribeyro), incluso en varias materias, sino del orden que estos conocimientos guardan en nuestra memoria y de la presencia de estos conocimientos en nuestro comportamiento".

Acabo de cumplir cincuenta años, de los cuales llevo más de la mitad metido en la enseñanza y puedo decir (con Brecht): "Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos". Tal vez convenga no esperar nada de los zafios que dictan nuestra cultura, ni extrañarnos por la ausencia de premios de fomento ni por la debilitada resistencia de muy pocos lectores. Con noventa y tantos canales en el cable, ¿llorar porque cierran librerías? Con una piratería próspera de MP3, ¿lamentarse porque no hay concursos que estimulen la creación literaria? Con un presidente que gana veinte mil cocos mensuales, ¿gemir porque se empeñan en rebajarnos la nebulosa de los sueños? Podría parecer una burla, por eso sólo me animo a sugerir pasarla como tantos personajes (Bandini, de Fante; Chinaski, de Bukowski; Jhon, de Coetzee), quienes hundidos hasta el cogollo en trabajos ordinarios, misios y muertos de nostalgia, supieron no renunciar a la rabia de escribir y esperando el instante mágico de su publicación. Y cuando llegó, fue la experiencia de la escritura la que más agradecieron.
 

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