Augusto Effio Ordóñez
El origami de leer bien El origami de leer bien

Por Enrique Prochazka
Fuente: Dominical, El Comercio, Lima 29/01/07

Acaba de aparecer Lecciones de Origami, primera colección de relatos de Augusto Effio Ordóñez (Huancayo, 1977). Llama la atención en la narrativa de Effio que escribe desde la estancia de un observador con larga experiencia en el oficio de observar a los humanos. Effio se revela así, en primer lugar, como un lector aprovechado de lecturas "literarias" (podemos inferir que en su caso estas lecturas han sido muchas y tempranas, además de agudas) o bien, como sin duda es también el caso de este conocedor de la burocracia pública, la provista por una muchedumbre de expedientes judiciales.

Hay una distinción usual entre "narradores" y "escritores" que dice que el narrador se concentra en la historia que cuenta, y emplea el lenguaje con esa mediana eficacia que vemos en mucha de la narrativa peruana actual. Lo que importa a estos autores sería, únicamente, contar. Se supone, en cambio, que un escritor es un animal diferente. Para él el lenguaje no es sólo una herramienta, es un fin en sí mismo. Cuidar el lenguaje no es algo que se deja para después, para el trabajo del corrector. Cuidar el lenguaje es el primer paso, y la sintaxis de la primera frase que uno describe afecta también todo lo que se va a contar a continuación. Además, el narrador empieza a escribir por el principio (la historia "se me escribió sola", dicen) y termina con el final, mientras que el escritor sufre con cada ladrillo de su arquitectura, lo quita de aquí y lo recoloca allá innumerables veces. De cara a esta ruda clasificación, Effio es un narrador, en el mismo sentido en el que un murciélago es un pájaro. Lo semejan, puesto que el uno vuela y el otro escribe concentrándose en el relato eficaz de una trama: pero si se los observa con atención se descubrirá que la distribución interna de órganos y facultades revela que el murciélago no es un ave y que el prolijo, meticuloso autor de Lecciones de Origami también es una cosa distinta, es probablemente un escritor.

A ello añade la literatura de Effio otra probable virtud: la de originarse en un mundo profesional ajeno -si no inmune- a la literatura. Sospecho que nuestros jóvenes escritores de ficciones literarias sólo leen. ficciones literarias. Nunca mencionan, entre sus lecturas favoritas, nada que no sea ficción. Podemos especular sobre las causas, pero lo que me llama la atención son los resultados. Sus discursos -sus cuentos, sus novelas- son, casi exclusivamente, metaliterarios, recursivos a gran escala.

Hacer discursos acerca del mundo (vale decir, lecciones: no olvidemos que "lecciones" significa, en primer lugar, lecturas: inteligencia de textos) es una habilidad requerida tanto por la ciencia como por el periodismo, y que se expresa en discursos que atañen al mundo de modo directo y no-ficcional. Éstos constituyen el humus de la gran literatura, el material a partir del cual un escritor crea sus mundos alternos. Pero nuestros jóvenes escritores están haciendo discursos acerca de discursos ficticios acerca del mundo. Juzgo que esta exclusividad o restricción de lecturas empobrece sus discursos.

En este primer libro, Effio muestra que está en posición y capacidad de hacer lo otro. Juzgo que un elemento importante en este proceso es precisamente ese anclaje profesional en la realidad, ese burocrático mirar y procesar expedientes que tan infernal parece a todos los escritores desde Kafka, y que está tan efectivamente transmitida -con cariño, diré- en las líneas del cuento que le da título al libro. Como burócrata, no puedo sino compartir el horror y el cariño por el oficio que, complejamente, transmite Augusto en este relato, y que se extiende en círculos concéntricos hacia la esfera de la corrupción como modo de vida: el engaño tolerado por las partes, la funcional mentira burocrática, la confortable convivencia con lo ilegal están presentes desde las primeras líneas de cada cuento.

Si el arte es turbulencia contenida en una forma, uno escribe porque le provoca imponer una forma al mundo, bajo la presión de turbulencias que le son propias y a veces, privadas. Estoy convencido de que al lector peruano contemporáneo ha de interesarle mucho qué turbulencias son éstas que nos trae Effio, y también hacia qué formas evolucionarán en el futuro.

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