José Antonio Del Busto
Los días y las horas de la conquista Los días y las horas de la conquista

Por Jorge Paredes
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 16/09/07

Marchas y navegaciones en la conquista del Perú, un libro póstumo de José Antonio del Busto
 

Pocos historiadores han sido tan rigurosos y comprometidos con su quehacer como José Antonio del Busto Duthurburu. La historia para Del Busto fue siempre -en el mejor estilo de Porras- una pasión; para él no solo importaban las causas, los acontecimientos y sus consecuencias, sino también eran valiosos los detalles, por más mínimos que fueran, los cuales -en sus libros- iluminaban con su particular precisión sucesos y personajes. Prueba de esto es su magnífica biografía de Pizarro. Por eso, sus trabajos, más que fríos textos historiográficos, han sido verdaderas reconstrucciones históricas, que nos hacían vivir los hechos narrados, como si los lectores fuéramos privilegiados espectadores de los mismos.

Este libro, que aparece en edición póstuma del Instituto Riva-Agüero, reúne los últimos trabajos -mayormente inéditos- del historiador, pero bien pudieron haber sido los primeros. Sobre todo, por la frescura y fascinación con que Del Busto aborda el viaje de los conquistadores; por la forma febril en que coteja y cruza las múltiples fuentes que tiene a mano y porque para su realización no dudó en embarcarse en más de una oportunidad en largas travesías por el Pacífico y el Amazonas. Todo esto para vivir lo que vivieron los españoles cinco siglos atrás y para reconstruir uno de los hechos más sorprendentes de nuestro pasado: la ruta que siguieron los españoles en la conquista del Perú.

El diario de la conquista
La estructura del libro se asemeja a la de un diario de viajes. En una impresionante reconstrucción de los sucesos, Del Busto registra los recorridos, día por día, cruzando las versiones de los cronistas, y aclarando dudas respecto a fechas, lugares y distancias. El libro se inicia con la expedición de Vasco Núñez de Balboa hacia el mar del sur (océano Pacífico) y concluye con las navegaciones por las islas Galápagos, el Amazonas, el Marañón y Madre de Dios, abarcando un período que va de 1513 a 1569. En la primera parte se ubican los dos recorridos claves de la conquista: las marchas de Francisco Pizarro desde Tangarará a Cajamarca y de Cajamarca al Cuzco, el viaje más largo que realizó el extremeño en el Perú, entre el 11 de agosto de 1533 y el 14 de noviembre del mismo año.

El camino a Cajamarca se inició al alba del 24 de setiembre de 1532 (Pizarro nunca viajaba de noche). Las huestes que marcharon en pos de Atahualpa eran "del más variado color", escribe Del Busto. Estaban los hidalgos y caballeros pobres, los cristianos viejos "con cuerpos muy recios pero con poca sal en la mollera"; hombres de mar, desde grumetes de carabela hasta moriscos granadinos y judíos. También iban nietos de italianos y truhanes. Sastres, toneleros, vendedores de ropa usada y tratantes de cabalgaduras. Todos ellos, junto a esclavistas de indios, bravucones de taberna, mujeriegos, fugitivos de las cárceles y gente de mal vivir, conformaban un ejército variopinto, donde nobles y plebeyos estaban cobijados bajo "el manto común de la pobreza".

¿Cómo esta variedad de gentes y oficios consolidó un ejército eficaz? Según Del Busto la respuesta está en la disciplina impuesta por Pizarro. "Los desvelos del jefe, redundaron en organización, colaboración, logística y estrategia" (p. 80). Tanto así que en la marcha al Cuzco solo hubo un desertor: Gonzalo de Barrientos, quien fugó a Chile después de robar oro a sus compañeros. Pizarro ordenó que le cortaran las orejas, pero el aludido pudo huir antes de que se cumpliera el castigo.

"Se avanzó con decisión, prudencia y codicia, pero también con fe", escribe el historiador. Haciendo cálculos, afirma que las marchas de los jinetes solían ser de 24 kilómetros diarios y en casos forzados hasta 30 kilómetros. El ritmo era de 50 minutos de camino y 10 minutos de descanso. Entre tanto, los encabalgados recorrían entre 35 y 50 kilómetros en un día, con altos de 10 minutos cada dos horas. La expedición culminó con éxito en gran medida por el buen estado del camino inca.

Del Busto confirma, además, lo que otros estudiosos ya han dicho: la escasa resistencia de los ejércitos oriundos en la primera etapa de la conquista. Tanto quitos, quechuas, tallanes, chimús y huancas no lograron nunca articular una respuesta, pues interpretaron la llegada de los europeos de acuerdo a sus intereses y temores particulares: los quitos pensaban que eran enviados de los dioses que llegaban a castigarlos por haber entronizado a Atahualpa; los quechuas creían que restaurarían la dinastía cusqueña y vengarían a Huáscar; y los otros pueblos los veían como seres excepcionales que les devolverían sus autonomías regionales de naciones sojuzgadas.

Y sobre el ingreso al Cuzco el autor corrige un error histórico: "fue un 14 y no un 15 de noviembre, a hora de misa mayor". Se puede decir que en ese momento la conquista se había consumado.
 
 

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