Antonio Cisneros
Toño Cisneros a Islas Galápagos Toño Cisneros a Islas Galápagos

Por Pedro Escribano
Fuente: La República, Lima 07/12/05

Reconocido como una de la voces más notables de la generación del 60, Antonio Cisneros suma un libro más a su larga lista de poemarios, desde el primero, Destierro, que publicó en 1961 en La Rama Florida, sello editorial del desaparecido poeta Javier Sologuren.

Su poesía ha merecido el unánime reconocimiento de la crítica y no pocas distinciones y premios ha cosechado en nuestro país y en el extranjero. Bastará citar el temprano Premio Nacional de Poesía, 1965, con el libro Comentarios reales de Antonio Cisneros y el Premio Casa de las Américas, en 1968, con Canto ceremonial contra un oso hormiguero.

Humor, lenguaje coloquial, desenfado, y cotidianidad urbana son algunos de los rasgos esenciales de la poesía de Cisneros. Un crucero a las Islas Galápagos es una suerte de gran viaje por los sentimientos que asaltan al poeta como ser humano. El sentimiento religioso -cifrado en sus llamados cantos marianos-, ese marco general que suele envolver a la poesía de Cisneros, pero también están los temas de la familia, el mar, el amor y la condición humana de ser un sobreviviente en un mundo cada vez más hostil por obra y milagro de los hombres. Un verso suyo dice: "Allí estamos los náufragos boqueando entre los tumbos y el fondo submarino igual que una corvina malherida...". También está la suerte del poeta a solas. Los siguientes versos de "Junto al río" no pueden ser más despiadados para aludir su batalla cotidiana contra la diabetes: "Los cristales de azúcar en mi sangre pastan azules como mansos corderos. Una pradera repleta de alacranes".

Por otro lado, si bien Cisneros desarrolló un discurso coloquial, narrativo, en sus versos, en este libro el poeta traslada ese coloquialismo a sus poemas en prosa en donde adquiere un rumor de ruego y oración humanamente terrestre.


El viaje de Alejandra

Me veo (veo a mi padre Alfonso) sentado como un sapo sesentón al borde de la cama. El mar se bambolea y arrastra entre sus tumbos los ropajes brillantes de las vírgenes locas y un lomo de ballena congelado. Algún avión retumba, en medio de la noche, como un temblor de tierra. Yo no sé qué hora es. Solo sé que mi hija menor partió en la madrugada. Iba serena, con su mochila al hombro, y aunque acaba de cumplir los 23, parece un coatí adolescente. Cúbrela con tu manto, Madre mía. Yo te la recomiendo. Es una joven bella y de buenas costumbres. No la pierdas de vista. Aunque los aires estén endemoniados, como este cielo fiero al borde mi cama. Es fácil distinguirla. Tiene el pelo amarillo y no es muy alta. Por lo demás, camina con suma dignidad. Ahora ya no sé cuántos inviernos pasarán para que vuelva a casa. Apachúrrala, Madre milagrosa. Que sean sus jornadas amables y propicias. Que los carabineros y guardias de frontera le sean bondadosos.

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