Un exorcismo contra la muerte

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Fuente: El Comercio, Lima 14/12/05

Uno de nuestros mayores poetas entrega su última plegaria: "Un crucero a las islas galápagos" Cisneros reflexiona sobre los paisajes de la memoria, la protección del amor y la muerte como naufragio final
 

En verdad hubo un crucero a las Islas Galápagos. Antonio Cisneros (Lima, 1942) recuerda aquel paisaje cincelado en piedra volcánica y basalto. Nada de palmeras ni ambientes tropicales como podría creerse. Son, más bien, territorios pelados donde habitan animales pequeños y feos. Su gracia radica en que son endémicos, han crecido en aquellas islas sin tener contacto con el continente. Evidentemente, para el poeta las Galápagos son un pretexto. "Son las islas del alma, llenas de lava, basalto, pingüinos, terriblemente áridas pero que no dejan de ser sorprendentes y únicas" --explica el autor de "Un crucero a las islas Galápagos"--. "De algún modo, el libro es un viaje de la memoria, el viaje que empezamos desde que nacemos hasta que morimos".

En el poemario, el tema de la muerte no solo se manifiesta en tu temor por ella, sino en la conciencia de tu enfermedad (la diabetes). El cuerpo, en este viaje, se convierte en un lastre...
Evidentemente no me he propuesto hablar de enfermedad. Pero yo convivo con ella. No puedo evitarlo, es como el testimonio de mi religiosidad o el amor por mi mujer y por mis hijos. Al fin y al cabo, los poetas no inventan historias como los narradores. Hablan fundamentalmente de su experiencia.

Conforme sientes que te acercas hacia el fin, la memoria se va volviendo muy poderosa...
No tengo realmente tanto miedo al final o al dolor. A mí realmente la idea de la muerte me causa una profunda pena. El hecho de desligarme de todo lo que amo. El alma es inmortal, viene del creador y regresa a él. Pero el cuerpo es mortal y finito. Todo lo que consideramos afectos y recuerdos está contenido química y físicamente en el cuerpo. El ser hecho de tiempo y de memoria nunca va a saber qué pasó por él después de la muerte. Y eso es lo que me apena.

Igualmente, el amor por la familia se traslada en el verso a la paterna necesidad de protegerlos...
Ya que hemos nacido para morir, lo único rescatable de la vida es el amor. Erótico, filial, de abuelo o la misma poesía (que es un acto de amor). El amor es todo aquello que detenga un poquito la velocidad con la que vas hacia la muerte. Por ello los poemas sobre el manto de la virgen. Como siempre lo ha sido desde mi infancia, la virgen es consuelo y protección.

En eso tiene que ver el subtítulo de tu libro "Nuevos cantos marianos". ¿Crees que la poesía es una forma involuntaria de rezar?
No necesariamente, es solo una de las formas. Siempre ha habido una relación entre poesía y salmo, letanía y salmodia. Al fin y al cabo, consciente o no, siempre hay un elemento de conjuro en la poesía que, básicamente, es el exorcismo contra la muerte.

En tu libro llama la atención cómo has dejado el verso para escribir poesía en prosa...
No se por qué me provocó escribir en prosa. En ningún modo es una prosa poética (no hay nada más detestable que eso). Lo cierto es que en estos últimos años he publicado tres libros de crónicas y uno de cuentos para niños. Simplemente, no me provocó escribir poesía durante más de una década. Nunca he sido un poeta desesperado por publicar. En parte no he publicado porque sentía que no tenía nada importante que decir, o una manera nueva de decirlo. Al cabo, desde hace tres mil años, la poesía no tiene más que cinco temas distintos. El enorme reto es la lucha permanente contra el lugar común. Una nueva manera de decir las cosas siempre. Por eso es que no tenía apuro.

No tenías apuro. Tu último poemario, "Las inmensas preguntas celestes", lo publicaste hace 13 años...
Te cuento algo que está en los territorios de la esquizofrenia. Gran parte de lo que yo tengo se lo debo al poeta Cisneros. Había una deuda del ciudadano Antonio Cisneros con el poeta Cisneros. Es verdad que de la poesía no se vive, pero yo, si no fuera por la poesía, no sé de que hubiera vivido.