Samuel Cardich
La muerte y sus alrededores en los cuentos de Samuel Cardich La muerte y sus alrededores en los cuentos de Samuel Cardich

Por Mario A. Malpartida Besada
Fuente: Diario Ahora, 10/12/2003

La muerte puede llegar mañana, (Lima, Editorial Universitaria de la Universidad Ricardo Palma, 2003), libro de cuentos de Samuel Cardich (Huánuco, 1947), desde el título plantea el tema de lo inevitable en el marco de un futuro inmediato para sus protagonistas. De esta manera, muerte y mañana, se mueven como alegorías de lo fatal y lo cercano. Por eso el estigma trágico de la muerte ronda alrededor de sus personajes, casi siempre víctimas del deterioro moral, signados por cierto fatalismo en la trayectoria misma de sus vidas. En este sentido, las historias tienen un claro hilo conductor y un objetivo determinado. Sin embargo, el tratamiento del discurso narrativo y el desarrollo de la historia, se amalgaman rítmicamente para crear toda una atmósfera emotiva, propiciando una obligada y atenta lectura, palabra por palabra, hasta arribar al final del texto. Así como el amor, el tema de la muerte es universal y eterno. Por ello mismo, demandan un soporte no sólo en la anécdota, sino también en la elaboración del mensaje. En La muerte puede llegar mañana, casi siempre se aplica el monólogo interior, directo o indirecto, como procedimiento, y la primera persona como punto de vista, recursos que producen un mayor acercamiento obra-lector, por el tono confesional e intimista, aun cuando muchas veces el desgarro sentimental y la crudeza despierten cierta conmoción en el lector. Para disminuir este efecto, hábil y puntualmente, se insertan frases poéticas muy bien entonadas dentro de sus contextos. En la mayoría de los casos, los diálogos están interpolados dentro del relato para darle mayor densidad dramática. Igualmente, se apela a la narración contrapuntística y cinematográfica con el objeto de yuxtaponer los diferentes segmentos de una misma historia o para reflejar el estao de ánimo de sus personajes.

Al tema recurrente de la muerte, se le suma el conflicto entre padres e hijos, bajo diferentes formas, así como la carencia de valores que puedan elevar el nivel de vida de sus protagonistas, no exentos de un vivir a solas sus propios dilemas. Ello ocurre de manera explícita en todos los cuentos, con excepción de En el pozo de la noche, en donde la trama propone dos historias simultáneas, con ausencia del binomio padre-hijo.
En Todo es un tiempo, Ana Sofía de Bonilla Fernández, "soltera e hija de Juan de Bonilla, el maragato que pasó por estas tierras sembrando hijos para que se dedicaran a cuidar con devoción a sus madres" (:18), monologa amargamente teniendo a su madre como supuesta interlocutora, y refiere su condición de hija maltratada mientras la madre estuvo en vida y ella a su lado prodigándole sus mejores atenciones. Su contenido revela el tránsito de su progenitora de "madre dulce a madrastra amargada" (:17), pero también su transformación personal:
 


    Y fue entonces cuando una extraña afición por los hombres entró a trastornar mis instintos, a sacarme a las calles para buscar por sospecha o por cálculo a los trovadores que pudieron haberme cantado, y que me quisieron o pudieron haberme querido; y me volví mujer de la calle que iba por ahí con la entrepierna caliente, sonriendo y desafiando a cualquier hombre con la misma mirada e insolencia con que lo haría una zorra (:21)

 

A pesar de todo: la obligada soledad, el desgaste físico y moral, la cargazón de los años y un ligero roce de sentimiento de culpa, el texto muestra una pasión filial desbordante, indestructible, pero igualmente obsesiva, puesto en evidencia en la expresión final del monólogo de Ana Sofía dirigiéndose a la tumba de su madre Deidemia: "(…) en tanto llegue la hora de ir al lugar donde ahora se encuentra y así pueda seguir cuidándola más allá de la muerte" (:23).

Anecdóticamente, cabe destacar que este cuento encierra expresiones con las que el autor jugó como probables títulos para su libro: "Porque cuando se quiere de veras" (:16). "El recuerdo es una fiebre que desvela, madre mía (:21) e, inclusive, el que finalmente eligió: "(…) a sabiendas que la vida no dura, que la muerte puede llegar mañana" (:22) (En todos los casos las cursivas son nuestras).

El siguiente texto, Un laberinto de voces, es, precisamente eso, un conjunto de voces monologantes que construyen una historia aparentemente caótica pero con igual sino trágico. La perspectiva múltiple aplicada en este relato, cuenta, básicamente, la historia de Sabina, Alberto Pacayar y del hijo de ambos, Leo, nacido con retardo mental. En realidad, la secuencia muestra el progresivo deterioro de los protagonistas. En el caso de Pacayar, de comerciante exitoso a comerciante arruinado; en el caso de Sabina, de la salubridad a la enfermedad; y en el caso del niño Leo, de la enfermedad hacia la muerte. Y el de todos ellos, hacia el misterio, siempre bajo la égida de Thanatos: él desaparece y ella supuestamente se suicida: "Pero por ahí apareció una persona que contó haberla visto en la noche de su desaparición ir rumbo al río, y otra que agregó haber visto arrojarse a alguien en las aguas torrentosas" (:39).

El tema de la muerte adquiere ribetes colectivos en Soledad en los predios de La Mariana. La historia es más bien novelesca por las ramificaciones en el monólogo del viejo Raúl Gavilano, tan lleno de raccontos y flash backs. Quien propicia la masacre será Tulio Raúl Gavilano, cuyo origen se diluye en los "dos padres que tuvo (…) y que Amelia le puso (los nombres) en recuerdo de los dos hombres que compartieron su vida" (:57). Estos dos hombres fueron los hermanos Tulio y Raúl Gavilano. El hecho resulta siendo un trasvase del sueño hacia la realidad, sueño que ya le anuncia al padre la transformación del joven Tulio Raúl, de muchacho silencioso hasta convertirse en "borracho y en un hombre de putas" (:48), e, inclusive, terminar promoviendo la muerte, incluyendo la suya propia, impulsado por un amor pasional no correspondido. Y el arma que más víctimas cobró fue un puñal que acompañaba a Raúl desde los doce años, como si siempre le hubiera acompañado la muerte a la espera de su plasmación. "Y aquel puñal que no sabía de crímenes fue el que ayudó al arma de fuego a consumar la absurda carnicería" (:56).

Semejante desasosiego se siente en ¡Llegó mamá!, con mayor énfasis en el lado moral. En este caso la muerte es provocada por un hermano menor ante la presunción de que la hermana, Madelina, se había prostituido y que de su mala vida provenían los regalos que recibía la familia. En realidad, el monólogo, en este caso, es una confesión que tiene como interlocutor al comisario:
 


    Por ese motivo la observaba a ella con mayor atención, y la seguí mirando a la cara cuando la vi comer con apetito el asado de cerdo salvaje que sazoné bien y se lo serví yo mismo en señal de disculpa; esperando desde mi asiento ubicado frente al asiento de ella, que aparecieran los primeros síntomas, los retorcimientos y el espumarajo que iba a expulsar por la boca a causa del veneno de perro que le eché en la comida (:78)


En El siete quita la vida, combina el relato con el diálogo como recursos para armar la historia. Igualmente se maneja hasta cierto punto el dato escondido. Y la revelación posterior tiene que ver, una vez más, con el binomio padre-hijo, pero en relación solidaria y no en lucha de contrarios. El escenario se muestra más bien rural, a la manera de una pequeña comarca. A ella llega un desconocido, según va refiriendo el narrador, y finalmente acaba con Molina, una especie de cacique del lugar, y con toda su gente. Al final se revela quién es el organizador del hecho y la identidad del extraño. "Le conté que hace unos días el muchacho había llegado en secreto a Bucay, respondiendo al llamado que le hice para que me echara una mano en el asunto de acabar con Molina y su gente" (:94), para, finalmente, concluir: "Cisco es el número siete de los hijos que tuve en la selva" (:95).

Un texto singular es En el pozo de la noche. Narra las vicisitudes de un grupo teatral acosado por fuerzas tenebrosas y las que sufre uno de sus integrantes, víctima circunstancial o selectiva de no se sabe si militares, insurgentes o los hermanos de su enamorada. El final plantea una doble sugerencia: se ignora si, finalmente, va a ser ultimado en una sala de torturas o, acaso, salvado de las garras de la muerte en el quirófano de un hospital.
Cierra el conjunto de siete cuentos, Justo antes de caer, texto abierto a múltiples apreciaciones. Igualmente, incide en el enfrentamiento solitario de un dilema, la degradación moral, el desencuentro padre-hija y la muerte. Pero, además, también se expone aquel sentimiento de culpa insinuado ya en Todo es un tiempo, pero al revés, no es la hija con relación a la madre, sino el padre con relación a la hija. Aquí Rafael Calamaro se siente responsable de la descomposición moral de su hija Ivonne, quien ha tenido que prostituirse para alcanzar un alto nivel de vida. La narración llena de imágenes y recuerdos aporta con una atmósfera de confusión para retratar el caos interior del individuo.

La recibió de su madre Viviana, "una muchacha morena, de rasgos delicados, con quien tuvo un amor pasajero hacia diez años" (:136), cuando la niña tenía nueve años, con el encargo de que la cuidara mucho. "Se llama Ivonne, acaba de cumplir nueve años y sólo te tiene a ti en este mundo" (:138), le había escrito. Por eso siente que la vida posterior de Ivonne fue de su entera responsabilidad. "le habían encargado que la cuidase mucho" (:120). Y fue su pasión al juego lo que hizo que la descuidara y, a la postre, propiciara la separación después de once años de extraña convivencia.

En el reencuentro de padre e hija luego de cuatro años de ausencia, las elucubraciones del narrador son sutilmente sugestivas y se mueven dentro de ideas asociadas con el incesto, el filicidio y el suicidio. En todo caso, se expone una rara, casi truculenta relación:
 


    "-Hace un lindo fondo para una pareja que se encuentra después de cuatro años de ausencia, ¿no crees?
    Y detrás de su pregunta, en esta vez si llegó a notar cierta intención irónica. En realidad nunca fueron una pareja, sino más bien dos personas unidas de una manera extraña por un destino adverso y que después de vivir juntos durante once años se habían separado" (:127)


 En conjunto La muerte puede llegar mañana es un libro que demanda una lectura seria y atenta, sin distracciones. El nexo obra-lector, más la conocida destreza del autor en el empleo de la palabra exacta, se consolida de esta manera y, al final, queda el ineludible goce estético.
 

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