César Calvo
Uso de la palabra. César Calvo y su corazón ardiendo bajo tierra Uso de la palabra. César Calvo y su corazón ardiendo bajo tierra

Por Arturo Corcuera
Fuente: Peru21, Lima 17/08/05

Hace cinco años nos dejó el gran poeta peruano César Calvo. Su amigo, el poeta Arturo Corcuera, lo recuerda riendo a mares y también tocado por la soledad y el dolor.
 

No sabemos realmente dónde ha nacido César Calvo. Siempre nos dijo a sus amigos que fue en Iquitos. Algunas vez le oí decir que en Sofia, La Habana, París, Lima, Cusco, Florencia, ciudades que habían entrado en su vida. Nos amenazaba con volver a nacer.

Nadie ha visto su partida de nacimiento. Lo cierto es que su primera infancia la pasó en la selva amazónica, en la zona fronteriza con Brasil. Se jactaba con mucho orgullo de haber aprendido a leer con los libros en portugués de Monteiro Lobato, el célebre autor de Naricita. Por Manuel Pantigoso sé que lo trajeron después sus padres a vivir a Magdalena, donde vagabundearon juntos. Después habitó con su familia una vivienda en el centro de Lima, primero en un piso antiguo del jirón Carabaya y luego en una casona del jirón Callao. De su casa de Carabaya, recordaba las amistades variopintas con las que alternaba los domingos, sesiones de timba, de cerveza, de aprendizaje en el manejo de la chaveta, y hasta horas de lectura con un profesor proletarizado que vivía en el vecindario.

A Nicolás Yerovi le dijo en una conversación "que había como veintitantas familias para un solo baño, una sola tina; y mis vecinos eran mayormente hijos de zapateros remendones,canillitas, puyas, ...Todos ellos eran chaireros, tenían sus talleres allá en el barrio pero vivían en la pedrera o en barrios así malevos..."

Aquellos años los evoca en su libro "Sinarahua", aún inédito, escrito inmediatamente después de Poemas bajo tierra. Alude a sus hermanos, a su padre, a su madre Graciela, a cuyo regazo volvía siempre: "...Helwa es pequeña y llora por las noches, Guillermo tropieza cada mañana con su sombra, Nanya cierra los ojos y se peina. Madre Resbala los ojos de miel sobre nosotros...Con Helwa solíamos oler la barba de mi padre mientras dormía...Pálido el único balcón de la casa, las maderas, el polvo, la imagen de una Virgen (que rompí en un acceso de dulzura)... Mi corazón encaneció. Fue en ese jueves que mi corazón encaneció. Se oxidaría el aire si dijera la edad que tuvo mi vida desde entonces... Cierta vez informaron los diarios que habías muerto. Madre dijo que no, pero lloramos; y llorábamos más al par que íbamos dejando de esperarte. No sé por qué, esa noche, los vecinos creyeron que habías vuelto a casa. A los dos días de llorar rectificaron la noticia: seguías en Colombia: éxito coronaba tu última exposición de retratos. Y retornó la paz a nuestros ojos, porque era hermoso recordarte, padre, es hermoso esperarte..."

Sinarahua es el nombre con el que se desdobla César en el libro arriba citado. Palabra onomatopéyica, rumor de viento y agua, voz de origen tupi-guaraní que él asumió como su nombre y que viene de una de las grandes civilizaciones que pobló la Amazonia hace más de cuatro mil años. En la actualidad corresponde a los Coma-Cocamillas.

En el rostro interior de César Calvo existieron siempre dos perfiles. El de los instantes diáfanos y efusivos, dulce y tierno, despilfarrando, estruendoso, talento y fantasía; el César exaltado de tanto amor, dichoso y generoso, dándonos de vivir, riendo a mares y haciéndonos sollozar de risa. Pero también hay un César recóndito que conocimos sus amigos más cercanos, el tocado por la soledad y el dolor, por los presagios y la noche negra, el César quebrantadamente triste y desvalido. El César de cuerpo entero que era fiesta y naufragio, sol y sombra, aire y torbellino, las dos mitades de César Calvo.

Con las mujeres era dulcemente despiadado, las ensalzaba, las cantaba, las elevaba a las estrellas y las dejaba caer. Una vez en el tálamo del amor terrenal se incineraba con ellas.

Renacía indemne de las cenizas. Un verso de Apollinaire podría ir muy bien con él: "...esa hoguera que a sí misma se engendra". Con Manuel Scorza, entre risotadas con las que se disfrazaban de cínicos, buscaban una divisa que les sirviera mejor para sus cacerías de viejos amadores: "mujer que no trae plata, trae mala suerte"; "mujer que no da lástima, lastima".

De su casa de Carabaya han quedado registrados los "cincuenta peldaños de pobreza". La interminable escalera de mármol que le inspiraron "Venid a ved el cuarto del poeta", poema que se hizo muy popular en sus lecturas sammarquinas, cuando recitábamos en el Salón General o en el Salón de Grados (ahora ajenos a la poesía). César se acicalaba para la ocasión con smokin negro y corbata michi. Como empezábamos a fastidiarlo diciéndole que se vestía de "enterrador" terminó por abandonar su "uniforme" de poeta flacuchento y espigado, de ojos penetrantes que se clavaban sin piedad en los ojos de las musas, hasta hacerlas desplomarse en sus brazos. Su capacidad de seducción no tenía rival. Eran los años también en los que firmaba sus poemas como César Viacheslav. En vista de que nosotros pronunciábamos ruidosamente su segundo nombre, poniendo énfasis en la primera sílaba, a manera de onomatopeya del estornudo: ¡Viácheslav!, César decidió quedarse finalmente sólo con César. Fue entonces que nació el gran César Calvo.

Muchas veces he escrito sobre los maravillosos años en San Marcos, nuestra Alma Mater en la que prolongamos con César todo lo que se pudo nuestra juventud. Días de pláticas infinitas en el Patio de Letras (ahora de silencio y soledad), de marchas de protesta, de recitales hasta fatigar los blasones de La Casona; días del agitado Frente Estudiantil Revolucionario, de sueños y romances. La Pila de Letras con Naranjo y Razetto. Los pájaros se sabían de memoria nuestros poemas. Después vendrían los días de la Casa de la Poesía, frecuentada en los años sesenta por Javier Heraud y Antonio Cisneros, tan queridos y apreciados por César. Rodolfo Hinostroza y Lucho Hernández asomaban también por aquel refugio en la Bajada de Baños de Barranco, donde Tato Escajadillo y yo hacíamos de anfitriones .

El 18 de agosto de 2000 murió César Calvo. El médico que lo atendió en el Hospital Dos de Mayo no llegaba a comprender cómo había podido vivir y caminar los últimos días. Hoy yace bajo tierra su corazón ardiendo. No dudo de que habrá hecho del amor una eterna pachamanca, a la que estamos invitados y terminaremos asistiendo tarde o temprano. Escrita hace muchos años, nos legó su auto-elegía en la que se desdobla, se reconoce y se desgarra en las estrofas finales: "Ah Sinarahua en cuya muerte hubiera / de detenerse el viento, / de retornar los ríos a la tierra. / Ah Sinarahua cuya sangre/ a tientas / corre sin alcanzarlo por la hierba. / Sobre el viento tendido, /ya de musgo / abierto el corazón, de huir / los ojos, / ah Sinarahua, entre nosotros, solo."
 

Boletín semanal
Mantente al tanto de las novedades ¿Quieres ver nuestro boletín actual?
Ingresa por aquí
Suscríbete a nuestro boletín y recibe noticias sobre publicaciones, presentaciones y más.