Sandro Bossio
El siglo de las luces y el siglo de las tinieblas El siglo de las luces y el siglo de las tinieblas

Por Juana Martínez Gómez
Fuente: Universidad Complutense. Madrid

El llanto en las tinieblas es una novela corta, cuyas páginas nos llevan a Lima en un tiempo que nunca se data y que el lector debe ir cercando a partir de ciertas referencias culturales y sociales de la historia narrada. Esto, de entrada, es un primer indicio que habla del grado de exigencia que el autor requiere del lector, al que obliga a procesar activamente los datos para llegar a una comprensión cabal de la novela en su totalidad. Grado de exigencia que debe ser equivalente al profundo trabajo de investigación que el autor ha realizado para construir una historia firme y coherente que nos sitúa en la Lima del siglo XVIII y capta ciertos aspectos del espíritu del siglo que nos resultan reveladores de la época.

Además de este marco espacio-temporal, que por sí solo resulta atractivo, hay otro factor que atrapa rápidamente la atención del lector, y sobre todo su empatía, y es el de la peripecia de los personajes y, especialmente, de los protagonistas: Balmes y Ligia María, dos jóvenes que tienen en común una infancia desgraciada y cuyas vidas se encuentran de manera fortuita para culminar en un amor profundo y verdadero, pero que es finalmente sajado por la trágica muerte de Balmes, mientras ella está esperando un hijo.

Cuando todavía es un niño, Balmes es apartado de su familia para protegerlo de las iras de su padre que lo maltrataba constantemente, hasta llegar a quemarle la cara con aceite hirviendo. Crece, a partir de este hecho, solitario en un monasterio de monjes mercedarios, entregado a su mayor devoción que era la lectura. El rechazo que provocan las cicatrices de la quemadura le impide integrarse normalmente en el mundo:
 


    Cuando salía a las calles, los hombres lo miraban con lástima o repugnancia, las mujeres se apartaban de su camino, los ancianos lo amenazaban con sus bastones, los muchachos lo apedreaban. A eso se debía que Balmes jamás hubiera intentado acercarse a ninguna mujer, ni siquiera a las fáciles que frecuentaban el bodegón y se sentaban en las piernas de los marineros, y que a sus treinta años nadie hubiese mancillado su virginidad.

 

Pero cuando aparece Lisardo Valera, que descubre su talento musical y lo introduce en el secreto de varios instrumentos, se produce un cambio radical en su vida; así nace un virtuoso de la cornamusa, es decir un gaitero, que se gana la vida en bodegones o lugares de poca monta. Es entonces cuando conoce a Ligia María de la que se enamora locamente hasta el día de su muerte, producida por una epidemia de peste a consecuencia de un terremoto.

Ligia María es de origen veneciano; su familia sale de Venecia huyendo de una [otra] peste y cuando ella desembarca en las costas del Perú llega convertida en una huérfana, protectora de un hermano menor, del que se ve obligada a separarse el día que es vendida al dueño de una escuela en las artes de la prostitución, donde permanece hasta los trece años. Allí, además de esas artes, aprende a leer, contra las leyes de la época, y se aficiona a la lectura, tanto de los libros aprobados por la censura como de los prohibidos. Cuando acaba esta etapa de aprendizaje, empieza una azarosa vida, de dueño en dueño, mientras su condición se degrada paulatinamente de prostituta de lujo a callejera en los barrios del puerto. Aquí es donde conoce a Balmes, y el amor viene a darle un renovador giro a su vida.

Juntos, Ligia María y Balmes, comparten una pasión desmesurada. Como amantes letrados y cultos que son, fundan su relación en el gusto por la conversación, en la lectura y el comentario de libros antiguos y recientes, en la afición por la cornamusa y la música en general y, como no podía ser menos, en las "maniobras amatorias". La referencias culturales que salpican sus conversaciones son indicios que contribuyen a conocer el momento y a situar la historia a mediados del siglo XVIII, pues hablan de pensadores y científicos europeos de los siglos XVI Y XVII, de músicos barrocos y sobre todo de poetas como Góngora, Camoens, Calderón y la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. No faltan las referencias a escritores peruanos como Amarilis Indiana y Pedro de Peralta y Barnuevo, que había tenido algunos problemas recientes con la Inquisición. La mención a este último no sólo contribuye a aproximar el tiempo de la historia hacia la mitad del siglo XVIII, sino que también sirve para dar testimonio del talante represivo de la época, que Ligia María certifica con sus palabras. "La iglesia prohíbe a los mejores poetas porque temen que obren en la gente más que sus ministros". Y entre las lecturas de los amantes también figuran las teorías que sobre la trasmigración de las almas acababa de escribir un conocido doctor de Lima, y que contienen la clave del desenlace de la novela.

Al lado de ellos, otros personajes nos permiten acceder a distintos ambientes y conocer algunos aspectos sociales y culturales de entonces. Son personajes secundarios de mucho contenido también; entre ellos solo nombraré a Herminio Bisbal porque me parece emblemático como síntoma de la época: un eminente doctor, catedrático liberal, consejero del rector, que , pese a todos esos títulos, está en el ojo de mira de la Inquisición por ser hijo de judaizantes y por su inclinación a las materias herméticas. Cuando Balmes le advierte sobre lo peligroso de sus investigaciones y en especial de sus teorías sobre la trasmigración de las almas, él contesta con una frase memorable que no debería perder vigencia: "Es preferible morir por las ideas que vivir sin ellas" . Y efectivamente él muere por sus ideas, acusado de nigromante al intentar defender sus teorías delante de un tribunal y exponer sus conclusiones de que "el alma era un elemento gaseoso, perpetuo, y como tal tenía la facultad de reinstalarse en nuevos cuerpos".

A través de los personajes pasamos de unos estamentos a otros y todos individualmente contribuyen a crear un conjunto, cuya envergadura valdría por sí sola para centrar el interés del lector y para seguir hablando sobre ellos, como el grupo de los gitanos o la prostituta ex-esclava Fulvia Faragonia, pero, además de la creación de estos personajes hay otras valores que actúan en la captación de la voluntad del que lee y que merece la pena destacar.

Se aprecia una mano muy habilidosa para construir un tipo de descriptivismo de reminiscencia carpenteriana, donde el narrador se recrea con las palabras, y el ritmo de la narración, que es bastante rápido -a veces se diría trepidante-, se detiene y permite un momento de respiro. Descripciones de un buscado estilo barroquista y un léxico adecuado que se adaptan, en perfecta armonía, con la época descrita, todavía barroca, aunque hablemos del siglo XVIII, y contribuyen a reconstruir y revivir la Lima de entonces. Por medio de estas descripciones recorremos distintos lugares como las calles, el puerto, el mercado, los edificios más representativos del centro, la Universidad, etc. que nos dejan la impresión de grandes diferencias sociales, al tiempo que nos dan no el ambiente de los grandes salones, sino el pulso de la vida callejera día a día:
 


    Con la tisana en la mano, volvió a la cama, y continuó con las estrofas del libro entre sorbo y sorbo, hasta que empezaron los redobles: había olvidado la llegada del comendador. Dejó todo y se aproximó a la ventana: el esplendor del carruaje de la nueva autoridad inquisitorial, de quien se decía que tenía un vínculo bastardo con el propio monarca, era deslumbrante. Una abultada escolta de arcabuceros, esbirros, diáconos, y domésticos rodeaba la comitiva; detrás venían las carretas con los nuevos aparatos de tormento bendecidos por el propio papa; y todo terminaba con una corte de esclavos vestidos de lino. Del comendador, sólo se conseguía ver una mano llena de venas verdes y de anillos en la ventanilla del coche, pero no había que hacer mucho esfuerzo para saberlo arrogante y poderoso, como todos los inquisidores. "Vienes en carruaje de oro para llenarnos de sangre", murmuró Balmes. El silencio de los habitantes, que contemplaban el desfile desde ambos lados del camino, era sobrecogedor. El aire estaba húmedo y olía a cangrejos. Unos gallinazos lúgubres empezaban a bajar, en amplios círculos concéntricos, hacia la bahía. El mercado volvió a ser el mismo en cuanto el tribunal eclesiástico pasó: los feriantes retomaron las calles, las anticucheras atizaron sus brasas, los indios enderezaron sus tenderetes, los monjes mendicantes reanudaron sus campanilleos para que les lanzaran frutas y verduras desde las ventanas, y los trujamanes del muelle se instalaron entre los marineros hablando todos los idiomas.


 
El detallismo, el juego de los sentidos, el contraste, la enumeración y la acumulación barroca se contraponen, sin embargo, con otra de las cualidades de la novela: la sencillez de la organización de la trama. Pues la novela se estructura de una forma muy simple, clásica, sin estridencias experimentalistas, con más interés por facilitar la lectura que por sorprender al lector. En tres únicos capítulos se resuelve la historia: en el primero, se narra la peripecia individual de Balmes hasta que conoce a Ligia María, en el segundo, paralelamente al primero, se cuenta la historia de Ligia María hasta que aparece Balmes, y en el tercer capítulo se siguen los avatares de su vida de enamorados hasta su separación y el inesperado desenlace.

Ese desarrollo claro de dos vidas paralelas que al final confluyen está salpicado por distintas técnicas bien dosificadas que contribuyen a mantener el interés del lector y a comprender mejor la historia. Especialmente interesantes resultan algunas estrategias que nos muestran la proximidad de esta novela al cuento o -dicho con otras palabras- que ponen de manifiesto la ausencia de límites claros entre los dos géneros narrativos. Como en muchos cuentos, se ofrecen datos o se presentan personajes que no parecen tener un papel relevante, pero al final aparecen como elementos de un gran valor significativo y solo una segunda lectura permite valorarlos en su justa medida. Así, la referencia a las alcantarillas y conductos subterráneos, donde sobreviven los gitanos a las persecuciones de que son objeto: al principio sólo son indicio del estado precario en el que viven, pero después adquieren una importante función salvadora para Ligia María, que logra escapar por esos túneles de sus perseguidores inquisitoriales. O la presentación del personaje de Herminio Bisbal, cuyas teorías no levantan la menor sospecha sobre la influencia decisiva que van a tener en el porvenir y el desenlace de los protagonistas, y sólo parecen ser un motivo para ilustrar el profundo grado de intolerancia de la época.

En esta novela, como en muchos cuentos, el principio y el final es muy significativo y contienen elementos determinantes y enlazados entre sí. El principio es significativamente anticipatorio: las primeras frases -con cierto dejo a García Márquez- anuncian un cataclismo, que sólo al final sabemos que es un terremoto, "el más grande de los terremotos registrados en la costa", pero del que todavía no estamos en condiciones de sospechar, como sí lo estamos al final, que pueda ser el terremoto de 1746. Y esta fecha ayuda también a fijar temporalmente la historia.

Es interesante también cómo se resuelve el final, de manera sorpresiva como en muchos cuentos y, como en muchos cuentos, las frases finales enlazan con el título y sirven para aclarar alguna de las lecturas posibles de la novela. Una de esas lecturas tiene que ver con la evolución individual del protagonista, que de ser marginado por su aspecto y oprimido por la ignorancia e intransigencia de su época, logra experimentar emociones reservadas a muy pocos elegidos, como la intensidad del amor verdadero y la libertad de la cultura y el conocimiento. Es precisamente en virtud de esos conocimientos y en aras de ese amor por lo que Balmes es capaz de tomar una extraordinaria decisión, que inesperadamente introduce la novela en el umbral de la literatura fantástica donde los hechos extranaturales no se cuestionan. En consecuencia, el final de la novela toma un giro sorprendente que puede interpretarse como un recurso salvador del personaje, porque realmente no merece morir; merece esa segunda oportunidad que se le ofrece y que contribuye a crear un final esperanzador por el cual los dos protagonistas se proyectan hacia un futuro de miras regeneradoras.

Pero creo que hay otra lectura también muy interesante que atañe no ya a la peripecia individual sino a la construcción colectiva que toca al espíritu de la época y que tiene que ver con la índole histórica de la novela. Ésta deja impresa en la mente del lector un mapa social de Lima, pero al narrador no le interesa reconstruir las altas esferas, el mundo de los grandes dignatarios o los personajes célebres de la historia, sino el de los barrios bajos y marginados del poder, el mundo de los gitanos, esclavos, prostitutas y de los oprimidos en general. Y en ese mapa de Lima también figuran las distintas instituciones que rigen la ciudad en cuyos extremos se encuentran en tensión la Universidad, donde la ciencia y el conocimiento puede hacer libres a los hombres, y el monstruo de la Inquisición represora, que anula cualquier atisbo de libertad.

La inquisición -institución religiosa que siembra el terror y la opresión a través de la tortura y la intolerancia- es una referencia recurrente que aparece como una sombra amenazadora desde las primeras páginas. Del tribunal de la Inquisición se habla en voz baja y se temen los juicios de fe absurdos y los crueles tormentos a los que son sometidos los ciudadanos. Imperceptiblemente para el lector, y, sin embargo, seguro que de forma consciente por parte del narrador, se establece un paralelismo entre la Inquisición y los terremotos porque la Inquisición persigue a los personajes del mismo modo implacable que la peste los devasta, tras los continuos cataclismos que se producen en Lima. Aparecen así, juntos, como los dos azotes de la época que victiman a los ciudadanos.

En esta novela se pone de manifiesto que el ámbito de la razón y la experimentación científica, que se había extendido a lo largo del siglo XVIII desde Francia, y debería predominar sobre la fe y la religión, todavía no ha llegado a Lima donde se impone el fanatismo religioso de la Santa Inquisición. En este panorama todavía no se dan las circunstancias que permitan medirse a la religión con la ciencia, ni se ve cercana otra alternativa a la fe, aunque los protagonistas sean herejes y anticlericales, por lo que se opta deliberadamente por una salida que no resulte contradictoria con la época: la vía mágica, ocultista. La visión desesperanzada de esta sociedad se contrapesa, en la novela, con la proyección salvadora de sus protagonistas, no obstante, lo que queda marcadamente en evidencia es que al que le correspondiera ser un siglo de las luces limeño es, por el contrario, un siglo de tinieblas.

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