Ricardo Ayllón
Un japonés tras los pasos de Arguedas Un japonés tras los pasos de Arguedas

Por Ricardo Ayllón
Fuente: Ricardo Ayllón, Cajamarca, marzo 2011

Hace no menos de ocho años, luego de un pedido especial de mi amigo el narrador Maynor Freyre, me convertí en anfitrión y guía de un japonés que visitó Chimbote buscando nuevas pistas de José María Arguedas. Su nombre, Yusuke Goto, egresado de una universidad de su país y empeñoso traductor de El zorro de arriba y el zorro de abajo, novela cuya enjundia lingüística, según me dijo el día en que lo conocí, hacía peliaguda su traducción.

Pero no era una tarea imposible. Por eso había decidido llegar hasta Chimbote y encontrarse cara a cara con los espacios recreados en el libro para hacer más viable su incursión en el imaginario del narrador peruano. Yo estaba de visita aquellos días en el puerto, y recibí a Yusuke en el terminal terrestre casi de madrugada hospedándolo después en una habitación vacía de la casa de mis padres. Traía un equipaje ligero, donde destacaba sin embargo su moderna filmadora que usaría para registrar aquel breve itinerario en la capital de la pesca peruana.

Ha pasado el tiempo y recién caigo en la cuenta que aquella tarea grata de guiar a Yusuke, me sirvió también para conocer breves estampas de la presencia de Arguedas en Chimbote. Como reforzando su inspección del mercado, las fábricas pesqueras, el muelle industrial, el cementerio de los pobres, la iglesia de Laderas del Norte y el antiguo sindicato de pescadores, convencí también al japonés de entrevistar a un par de personas que lo habían conocido y frecuentado durante sus esporádicas visitas al puerto.

Así, llegamos a la casa del poeta Pietro Luna Coraquillo –hermano del fallecido Mario Luna, fundador del movimiento Hora Zero–, donde nos dimos de narices con el desconcierto cuando alcanzó a mostrarnos la dedicatoria que José María le había escrito en el dorso del asiento de una de sus sillas. Levantando con orgullo inocultable el desvencijado mueble de madera, y propinándole golpecitos paternales, nos fue contando la manera en que le pidió al novelista un autógrafo en ese insólito lugar. “Quién va a imaginar que hay una firma del gran José María Arguedas en el poto de mi silla”, exclamaba casi temblando de emoción y abriendo los ojos de felicidad mientras el japonés y yo lo mirábamos con sorpresa y escepticismo.

Cuando conversamos con el periodista José Gutiérrez Blas, unas horas después, nos hallamos frente a una versión más “literaria” del novelista: “A él le gustaba tomarse sus traguitos con los pescadores serranos en esas cantinas sórdidas del frente del mercado. Ellos bebían cerveza y Arguedas solo mulitas de aguardiente. Era muy feliz hablándoles en quechua y reía mucho con sus ocurrencias. A veces encendía su grabadora, y cuando los pescadores lo notaban, cambiaban su conducta; entonces lo que hacía era tomar notas con disimulo en una libretita”.

Aquella noche, junto al editor Jaime Guzmán Aranda y el poeta Juan Carlos Lucano, nos fuimos de putas al burdel de Tres Cabezas. Yusuke, con 38 años de edad, no sabía lo que era ingresar a un prostíbulo. Lo sentí temblar de emoción mientras sufragaba sus cuatro soles de entrada y recibía el obligado condón con las manos casi transpiradas. Pero no nos metimos al cuarto de ninguna chica. Solo fue una visita social para que nuestro amigo japonés se diera una idea de cómo era el lugar donde los pescadores se desangraban por las prostitutas, 35 años atrás. “Este burdel no es ni por asomo parecido al de la novela. Esto es más civilizado, pero te servirá para saber cómo funciona el negocio”, le explicaba Guzmán al japonés, a la vez que este era asediado por una voz musical y felina (“Chinito ¿no quieres entrar?”) en la puerta de cada uno de los cuartos.

Yusuke Goto estuvo solo dos días en Chimbote. Probó cebiche de anchoveta, viajó en combi, aspiró el potente humo de las calderas chimbotanas, fue entrevistado por un periodista local y se llevó varios mapas de la provincia. Luego de ello no supe más de él. Aún me sigo preguntando si consumaría su proyecto y si alguna vez llegará a mis manos la edición en japonés de la novela póstuma de Arguedas, aquella que hizo de Chimbote un punto visible en la cartografía del imaginario universal.

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