Ricardo Ayllón
El delirio, el mar y su largo aliento El delirio, el mar y su largo aliento

Por Julio Heredia
Fuente: La Primera, Huaraz 05/09/08
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/huaraz/noticia.php?IDnoticia=5507

Desconcertante por el alarde de su temática delirante y, sobre todo, por la vastedad de su proyecto poético, resulta este nuevo poemario de Ricardo Ayllón. Insólito para su época, “Un poco de aire en una boca impura”, nos sumerje en un inquietante océano de palabras incandescentes que, cual ópera barroca, hace presumir en su génesis una realidad de abismal angustia. En esa vorágine textual –en verso libre y en procelosa prosa– por momentos flamboyante, se agazapan las formas y recursos modernistas, simbolistas, surrealistas y otros de la tradición poética, sin menoscabo de la interpelación radical a que es autosometida la voz cantante.

Es una canción ávida de ser escuchada la que aquí se expresa, pero, sobre todo, es una voz que se ha internado en el último resquicio de su ser antes de hablar hasta llegar al grito. Es revelador que un proyecto lúdico de tal envergadura –con la palabra– nos conduzca a un universo donde el desasosiego queda plasmado con impudicia. Pero la explicación de tal es simple: la poesía cumple aquí la sempiterna y milagrera misión de ser, también, “tabla de salvación frente a íntimos naufragios”.

Cuatro secciones componen este libro de otro tiempo. En la primera, En la bahía, el autor se ha permitido crear una mitología a la medida de su necesidad lujuriosa y –presumo– de su memoria biográfica. Imposible dejar de ver entre los vapores de esta pintura alucinada, en la trastienda, a la marítima y pescadora –¿y pecadora?– Chimbote, ciudad natal de Ayllón: “En la calle cuarenta donde Azagar y yo domábamos las fieras erógenas de las más bajas pasiones”... A confesión de parte relevo de análisis. Como en los siglos de la Inquisición, es inevitable sospechar aquí la incitación de la acuciante culpa, que tanta poesía refulgente ha hecho salir de las fraguas de la literatura hispánica.

En la segunda sección, Instrucciones para tu delirio, la apuesta por expresar la “insensatez” del insconsciente se confirma y, nuevamente, la duda ontológica aflora con radicalidad: “Ama aquello que se alcanza conviviendo con el alto signo de la muerte”. El desconcierto ante el destino inconocido del hombre, sólo se apacigua en la aventura frenética del goce autodestructivo. Es la paradoja inmanente en el “poeta maldito”: exaltar los sentidos, que son la vida, hasta la inmolación: “Para construir un jardín a tu medida dispondrás de una tierra donde pacen sirenas y raíces, y se angustian hipocampos trocándose en lombrices”.

Hay en esta odisea poética una obsesiva identificación con el mar y no es gratuito por ello el título de la tercera sección del libro, Crónica del guardián del piélago, pues aquí el poeta quiere ser el mar mismo, puesto que el mar es lo que puede rebasar los límites, es la vastedad, es el agua que limpia, es la sal que purifica. Y el mar es narcisista como su rapsoda: “el mar solía abrirse en la noche y embriagarse de sí”. Y el mar es aquí la sed desmesurada de libertad –de eternidad– que tienen los ojos que lo contemplan. Pero la mar es, fatalmente, finalmente, como lo adivinara nuestro antecesor Jorge Manrique, el morir.

La última sección del poemario, Cuaderno de obcecaciones, asume el riesgo poco frecuente en la literatura peruana de la confrontación descarnada con la institución familiar y la paternidad. Lo abstracto coge nervio, lo metafísico se torna hiperrealista, y el insomnio “tal vez sea un reino donde se tupe la intriga”.

“La vida fue alcanzada por la candidez de palabras mal domesticadas”, dice aquí Ricardo Ayllón, dejándonos asombrados por la exuberante y peligrosa selva de palabras con que ha pretendido domesticarse: Encomiable epopeya de su riquísimo universo personal.

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