José Luis Ayala Olazával
Utopía en los Andes Utopía en los Andes

Por Jorge Paredes
Fuente: Dominical. El Comercio, Lima 28/04/07

Hace ochenta y cuatro años en una comunidad puneña se hizo realidad la utopía andina: un grupo de aymaras creó una república, nombró un presidente, trazó calles y plazas, proyectó ministerios, universidades y escuelas. La ilusión de revivir el Tahuantinsuyo duró apenas cuatro meses y fue barrida por el Ejército.

De todos los personajes que han forjado la historia paralela del Perú (aquella negada o registrada solo de manera tangencial en los libros), uno de los más olvidados y singulares es sin duda Carlos Condorena (1881- 1956), líder aymara, campesino y obrero, que escapó a tres envenenamientos, a dos condenas de cárcel y a cinco intentos de ser quemado vivo, y que llevó a miles de campesinos a fundar en 1923 una República Aymara Tahuantinsuyana. La historia, contada por el escritor puneño José Luis Ayala en El presidente Carlos Condorena Yujra (editorial San Marcos, 2006) bien puede estar inscrita en aquella realidad trágica y a la vez mítica que ha recorrido los Andes por siglos y que Alberto Flores Galindo calificó como "utopía andina": esos movimientos milenaristas que buscaban un "inca" redentor para el restablecimiento de una sociedad anterior a la conquista.

"A lo largo de la historia aymara se repiten sucesivamente tres pedidos -dice José Luis Ayala- el respeto a la nacionalidad y la nación aymara; la necesidad de lograr una representación étnica; y la autonomía de los gobiernos regionales gobernados por quechuas y aymaras. Es una fuerza de carácter étnico que no tiene ideología propia, que no tiene un partido, sino que se basa en la herencia de una cultura atávica".

Wiracocha y el Tawantinsuyo

La nueva Constitución de 1920 había puesto en el debate público lo que entonces se conocía como la "cuestión indígena". El artículo 58 decía a la letra que el Estado protegía la raza indígena y que dictaría leyes para su desarrollo en armonía con sus necesidades. Esto, y el impulso de congresos regionales quechuas y aymaras, hizo que miles de campesinos, que vivían bajo un régimen de opresión en las haciendas, le confirieran al presidente Leguía el título de Wiracocha. Pero al poco tiempo, en lo que va de 1919 a 1922, y en medio de enfrentamientos entre campesinos, gamonales y autoridades, la tutela del Estado fue desbordada por las organizaciones, que ya no solo reclamaban ser escuchadas, sino exigían la devolución de las tierras, el fin de los abusos y maltratos, y de boca en boca se repetía la siguiente premonición: "el tiempo del Tawantinsuyo ha llegado".

Aquí emerge la figura de Carlos Condorena Yujra, nacido en una estancia de la provincia de Huancané, en Puno, quien a pesar de haber sido un aymara -cuenta José Luis Ayala- y de haber nacido en un hoyo forrado de cuero de oveja en el centro de una cocina, aprendió pronto el español. Su madre era cocinera en las haciendas y lo había hecho ahijado de un hacendado y comerciante. "En esa época era el único niño campesino que asistía a la escuela, bien aseado, con cuadernos cuidados, con overol y corbata para el asombro de sus parientes", escribe Ayala. Más tarde consiguió empleo en los cargueros que navegaban el Titicaca entre Puno y Guaqui. Visitó La Paz y tomó contacto con los obreros anarquistas, aprendió el funcionamiento de los sindicatos y se identificó con sus luchas. Su vida cambió entonces para siempre. Después de un largo periplo, llegó a Lima a los 22 años y se alojó en casa de sus familiares que trabajaban en la Baja Policía. Se hizo obrero, conoció al activista Ezequiel Urviola, y se acercó a los círculos de Mariátegui.

En 1919 Condorena fue nombrado coordinador de la Federación de Indígenas del Perú, una entidad formada por quechuas y aymaras, y un año después formó parte del Patronato Pro Indígena. Luego de regresar a Wancho, en Huancané, y ver el aumento de los enfrentamientos entre indígenas, hacendados y autoridades, vuelve a Lima para entrevistarse con el presidente Leguía y pedirle autorización para construir un pueblo para los aymaras de Huancané.

"La mañana del 7 de agosto de 1923", narra Juan Luis Ayala, "por acuerdo de la asamblea de delegados de los ayllus aymaras se procedió a fundar Wancho Lima, Ciudad de las Nieves, capital de la República Aymara Tahuantinsuyana". El primer discurso dado por el dirigente Mariano Paqo fue ilustrativo de la situación: "tenemos el apoyo del presidente Leguía, quien nos ha autorizado que fundemos un pueblo, pero creemos que es mejor fundar una república.una sociedad libre de toda explotación". Ayala narra que luego Condorena fue nombrado presidente y extendió un mapa en el suelo, diciendo que el nuevo pueblo tendrá todo lo que tiene Lima. "Cada ayllu tendrá la misma extensión de terreno (.), primero se ha tomado en cuenta el Palacio de Gobierno, la Cámara de Diputados y Senadores, el Palacio de Justicia, el Municipio y la Iglesia. Los ministerios tendrán sus propios edificios, la universidad, los colegios y escuelas tendrán amplios ambientes. Parques, plazas, plazuelas y arboledas harán que sea una hermosa ciudad con el paso de los años".

Pero la aventura solo duró algo más de tres meses. En diciembre, mientras los campesinos abrían zanjas y levantaban el Palacio de Gobierno, la Iglesia y el Palacio de Justicia, Condorena fue enviado a Lima para pedir que el gobierno reconozca la nueva república. Esta vez no se pudo entrevistar con Leguía, solo una secretaria le dijo que su pedido era imposible. Cuando intuía lo peor, llegó a sus manos una noticia del diario El tiempo. Escuetamente decía: "el pueblo de Wancho Lima había sido atacado y destruido por Fuerzas del Orden, el 16 del mismo mes, y que solo quedaban escombros de su construcción". La información añadía que el incidente había sido confuso y que todo se había desencadenado por un ataque al pueblo de Huancané de una indiada alcoholizada y fanatizada.

"Es probable -dice José Luis Ayala- que en Wancho Lima murieran unas tres mil personas". Condorena fue enviado a prisión y ningún militar respondió por la operación. Salió libre después de siete años sin que se le condenara por ningún cargo. Perdió sus tierras y llevó una vida a salto de mata. De los acuerdos que tomaron los ministros de la república aymara, Ayala destaca tres puntos: abolición de las haciendas, reparto de las tierras de los latifundios y educación bilingüe para los niños. La utopía hecha realidad.

Un viejo anhelo

"El movimiento de Condorena se puede inscribir dentro de todos estos intentos pro indígenas que se iniciaron con Juan Bustamante en el siglo XIX, y siguen con Atusparia en Ancash y con Rumi Maqui, entre 1914 y 1915 en Puno. La llegada al poder de Leguía en 1919 y su crítica a la patria vieja frente a la patria nueva que decía encarnar hizo que todas estas emociones rurales, campesinas, indígenas encausasen en su gobierno y se canalicen a través de la Constitución de 1920. En el sur andino, en Huancané, Chucuito, Sicuani y el Cuzco, surgen noticias de guerras de castas y de renacimiento del imperio inca. El reclamo aymara es antiguo. A ellos les asiste el derecho de recuperar su historia, legitimidad y territorialidad, pero eso solo se dará si logramos incorporarlos como ciudadanos de un Perú multicultural, tal como sucede en las naciones más modernas. De lo contrario, pueden ocurrir sucesos terribles como los que se produjeron en Timor, Indonesia, donde hubo enfrentamientos por cuestiones étnicas".

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