José María Arguedas
Tras las huellas de un viajero Tras las huellas de un viajero

Por José Vadillo Vila
Fuente: Variedades Nº 208. Suplemento de El Peruano, Lima 17 enero 2011

"Entre todos los escritores peruanos, el que he leído y estudiado más ha sido probablemente José María Arguedas."
Mario Vargas Llosa


Cuando hablaba a través de su narrador-personaje Ernesto, José María contaba en Los ríos profundos las razones de su biografía de trotamundos: “Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí más de doscientos pueblos”.



ICA
Atrás quedó Lima, nos lame el desierto y en la ciudad el día quema como plancha caliente. Dicen que el colegio San Luis Gonzaga de Ica está a salto de mata entre el óvalo de la Panamericana Sur y la plaza de Armas de la ciudad. Y allá vamos. Desde la avenida José Matías Manzanilla se ven los pabellones de la emblemática unidad escolar construida en 1951 y hace un par de años refaccionada. El subdirector de la institución educativa, Julio Machado, advierte que es el colegio pero no el local donde José María (Arguedas) estudió la secundaria, a mediados de la década de 1920.

Vamos entonces a la primera sede, al número 232 de la calle Bolívar, al costado de la Catedral, construida por los jesuitas. El local, a media cuadra de la plaza de Armas de Ica, pasó a manos de la Universidad Nacional de Ica, la Unica. El terremoto de 2007 dejó inhabitable los viejos salones y solo queda su hermoso patio, rodeado de desnudas quinchas, de paredes rasgadas. Dicen que en los tiempos de José María, el San Luis Gonzaga de Ica era exclusivo para los hijos de la clase media alta, para los hacendados, que enviaban al  internado de secundaria a sus hijos, desde Chincha, Palpa, Nasca, la sierra ayacuchana, y por eso ese hijo de juez errante llegó aquí a estudiar.



¿Cómo Arguedas está presente en el colegio donde estudió?
Machado dice que en el nuevo local los alumnos de quinto de media incluyen al autor andahuaylino en sus debates y que hace un tiempo ganaron el concurso nacional de ensayo que organizó el Ministerio de Educación sobre Arguedas.
“Creo que fue por toda la documentación que guardamos en el colegio sobre Arguedas”, me dice. Para este centenario, quieren estar presentes, y por eso planean enviar una delegación de alumnos de quinto de secundaria al poblado de San Juan Lucanas, allá, en Lucanas, Ayacucho, “donde Arguedas prácticamente transcendió”. Y hacia allá vamos.

SAN JUAN DE LUCANAS
De Ica a Nasca no es como subir por (la cordillera de) La Viuda, se escala rápido por los Andes. Un par de horas por la pista moderna son suficientes para llegar a Pampa Galeras. Pastan serenas las vicuñas. El carro cruza por el puente Toro Muerto y de Toro Muerto habla Arguedas en Yawar Fiesta, cuando los indios, a iniciativa de los varayok’s –"los patrones de Lucanas”–, abrieron en 28 días un camino de 300 kilómetros entre Puquio y Nasca. Y un 28 de julio llegó al pueblo el primer camión bramando y echando agua por el radiador, entre lágrimas de mujer y boquiabiertos varones.

Es casi de noche cuando llegamos a San Juan de Lucanas, un manojo de casas, luz débil que se filtra de algunas viviendas y frío. En la carretera hacia Puquio hay un desvío, carretera abajo, nos lleva a este pueblo, y si continúas bajando, vas hacia la mina Utecc, a la casa hacienda Viseca.

En la municipalidad, el nuevo alcalde delibera con sus regidores. En el salón hay sillas de plástico, un gran escritorio y en las paredes rostros de personajes célebres: Arguedas, un militar sanjuanino, está Felipe Maywa, un “indio digno” del pueblo de Accola que trabajaba para la señora Grimanesa Arangoitia, madrastra de José María, un hombre serio y muy humano que Arguedas volvería a visitar de viejo y que citaría reiteradamente en Los ríos profundos, por ejemplo.

Severino de la Cruz acaba de dejar su cargo como encargado de la Biblioteca Municipal José María Arguedas. No solo conoció al escritor. “De alguna manera fui su amigo”, aclara. De muchacho era ya dirigente minero sindical y en Lima conoció a un grupo de estudiantes sanmarquinos que lo llevaron hasta el Museo de la Cultura Peruana, en la avenida Alfonso Ugarte, y le presentaron a Arguedas, aunque en ese momento, alrededor de 1960, Severino no sabía quién era el escritor. Arguedas se emocionó y lo invitó a su casa, en el jirón Chota, donde vivía con Celia Bustamante. “Cuando gustes, vente; esta es tu casa”, le dijo el doctor, como lo llamaban.

“Era un hombre tan ameno, tierno y culto. En todas las andanzas que tuvimos nunca le escuché decir un carajo”, me dice Severino, que también se subió al Volkswagen que tenía Arguedas, “vámonos, vámonos, Severino”, y así le seguía en Lima a sus conferencias, a todos los lugares que iba mientras le contaba las penurias que había pasado en el pueblo de San Juan, provincia de Lucanas, Ayacucho. Hablaba de su amigo, Felipe Maywa. Hablaba de las penurias que sufrió con su hermanastro Pablo Pacheco.

Ya se ha ido todo vestigio de sol en San Juan. Y Severino continúa recordando, como esa vez que “el doctor” llegó de París a Lima y les mostró una inmensa grabadora que había traído de la Ciudad Luz. Eso recuerda Severino medio siglo después, ahora en San Juan, ahora que hace frío y el día ya se fue.

En la esquina de las calles San Martín y Alfonso Ugarte, frente a la plaza de San Juan, rebautizada como José María Arguedas, está la casona de la madrastra, Grimanesa Arangoitia. Ahora, la esquina es una tienda de abarrotes que regenta la señora Honorata Galindo. Su hijo, Iván Gallego, ha pintado cuadros inspirados en las obras del escritor andahuaylino que adornan la tienda. Nos invita a pasar; sigue el mismo patio que pisó Arguedas, aunque más ruinoso, la cocina en que estaban los pongos, donde Arguedas era enviado por la madrastra y donde encontraba el cariño de los “indios”.

CASA HACIENDA VISECA
Dicen, José María, que hasta acá venías cuando las cosas eran imposibles en casa de tu madrastra, cuando estabas cansado de los piojos, de dormir en la batea de la cocina, solo acurrucado por los “indios”. Que corrías desde el pueblo cuesta abajo, ibas por un camino de herradura, que pasaba por la mina Utecc y llegaba hasta el fondo, hasta el río San José; lo cruzabas hasta llegar a la casa hacienda Peñafiel, construida en 1896, más conocida como hacienda Viseca.

Las calaminas hundidas y picadas; ahora está lozana, con techo nuevo. La parte inferior de las paredes casi no se reconocía por el estiércol de los animales de la comunidad, que se tuvo que retirar. Falta, dicen, recuperar parte de la belleza de los dibujos de las paredes. Todo producto de cerca de 30 años de abandono.

En lo que era el área de estancia de la sala, se ha creado un pequeño museo con fotos de la familia Peñafiel y una gigantografía de las obras de Arguedas. Hay imágenes de Dolores Morales, cocinera que conoció Arguedas; de Pablo Pacheco, el hermanastro; de Hilda Peñafiel, quien inspiró, dicen, el Warma kuyay; del charanguero Julio Peñafiel, amigo de José María.

El ingeniero Ricardo Rivera, de la Universidad Agraria-La Molina, es uno de los que promovieron que en 1999 se declarase Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación a la casa hacienda Viseca y la casa de San Juan. Dice que lo del avance de las obras es bueno para el pueblo de San Juan y para el país. “Arguedas representa un valor muy grande en la cultura nacional”.

PUQUIO
Es 6 de enero, Bajada de Reyes en el mundo cristiano. Los compases del arpa y el violín nos llevan hasta el atrio de la catedral de Puquio. Ante las imágenes del Niño Manuelito y del Niño Jesús, unos danzantes que llevan alas de cóndor en sus espaldas y bastones hacen chocar armónicamente contra el piso sus tacones de macarios, hechos de árbol de molle. Los acompañan unas chicas que danzan y cantan con voces agudas.

Héctor Miranda, director de la agencia agraria de Lucanas, explica que desde hace unos años promocionan el retorno de bailar las huaylías en Bajada de Reyes. “Se estaban perdiendo los valores, a lo nuestro y el amor a la naturaleza. Lo habíamos perdido por el problema social y se está recuperando. Y en eso, Arguedas es un ejemplo para la juventud. Hay que rescatar el arpa, el violín, las tradiciones”.

“Para nosotros, Arguedas ha superado a otros autores, describiendo el indigenismo, la personalidad y los derechos que tenía”, me dice el profesor Salomón Dumet, presidente de la comisión en Lucanas por el centenario del natalicio de Arguedas. Nos citamos en un restaurante de la calle Cristóbal Colón, en Puquio. Curiosamente, en el mismo lugar, Arguedas fue homenajeado con un almuerzo durante su última visita a Puquio, alrededor de 1957, cuando llegó con su primera esposa, Celia.

En Puquio, dice Dumet, “hay mucho entusiasmo” por el centenario de Arguedas. Se han sumado instituciones y los colegios de la provincia ayacuchana de Lucanas; se dio un espacio semanal por radio Wayra (“Viento”, en quechua) donde se habla de sus obras y su huella en la zona, y en todos los documentos oficiales se recuerda que estamos en su centenario. Además, las instituciones educativas escenificarán este año las obras de Arguedas con estrecha relación con Lucanas, como Yawar Fiesta, Los ríos profundos o el cuento Agua.

A Puquio lo conoció por Yawar Fiesta. Escribió Arguedas:
“–¡No, señor subprefecto! ¡Los vecinos conscientes estamos con la autoridad! La corrida de Puquio es deshonrosa para nuestro pueblo. Parecemos salvajes de África y nos gozamos con estos cholos que se meten entre las astas de los toros, sin saber torear y borrachos todavía (...) Aquí hay que enseñar a la gente a que sepan ver toros y corridas civilizadas, todos estos vecinos que me rodean son los que van a Lima, son los más instruidos. Y apoyamos al Gobierno. Sí, señor”.

Don Demetrio Ramírez es lúcido como el tiempo. Tiene cerca de 90 años; como si fuera ayer, dice que en agosto de 1959 fue que Arguedas llegó por última vez, acompañado por Celia Bustamante, para recorrer las acequias y participar de las festividades; era amigo de varios varayok’s. Entonces, era presidente de una comunidad campesina. Ahora, curiosamente, vive en una casa colindante con la desaparecida escuelita, donde dice que José María estudió a los cinco años de edad antes de irse a San Juan de Lucanas.

El anciano recuerda una gran jarana que se dieron en Lima con Arguedas, con un guitarrista y el charanguista Jaime Guardia. Lleva en sus manos una carta sobreviviente. Es una carta escrita a máquina, en un papel manteca que lleva el sello de la Federación de Estudiantes de la Universidad Agraria. En ella explica el autor que los profesores franceses Chevallier y Piel irán a Puquio para saber más de la historia de las haciendas. Dice don Demetrio que tenía muchas cartas que le escribió Arguedas. Ahora, lo recuerda cantando el apurimeño "Carnaval de Tambobamba” o bailando la “jaila”, ese alegre baile de las fiestas de la acequia, perdiéndose en la multitud, gozando, como si esa fuera la eternidad.

 

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