José Luis Ayala Olazával
Poesía entre dos mundos de José Luis Ayala Poesía entre dos mundos de José Luis Ayala

Por Boris Espezúa Salmón
Fuente: Los Andes, Puno 29/11/09 http://www.losandes.com.pe/Cultural/20091129/30354.html

Acaba de realizarse el Homenaje al escritor puneño José Luis Ayala, poeta, cronista, novelista, biógrafo y yatiri que ha propósito de haber cumplido 50 años de escritor, se organizó homenajes en su pueblo natal donde fue condecorado por la UGEL de Huancané y presentó seis de su libros publicados en este año. Los jóvenes huancaneños prepararon muestras pictóricas y arqueológicas y un nutrido programa con comparsas de sikuris y músicos que continúan el legado de los Chiriwanos. En Puno de igual forma se realizó en el Club Kuntur el homenaje a José Luis Ayala donde estuvieron ausentes nuestras principales autoridades, pero que los presentadores de sus seis libros reconocieron las cualidades del trabajo de José Luis Ayala destacando la singularidad, la experimentalidad y su compromiso terrígeno que lo caracteriza.

En esta ocasión comentaré uno de sus libros que fueron presentados por quien escribe éstas líneas en los homenajes mencionados. Una media centuria en un poeta es toda una vida enaltecida de entrevisión, de corajuda constancia de haber convivido con la palabra, con la metáfora y con aquello que Oquendo de Amat diría, de haberse asomado a la locura. Locura maravillosa en un país donde el canon literario homogeniza una literatura mediática, libérrima de limitaciones críticas y ciertas patologías que norman la cotidianidad en nuestro país, estando distante de que esa literatura tenga un sentido ético, de integración, sociedad, e identidad nacional.

Por ello apostar esta otra literatura de la heterogeneidad, de lo contestatario y lo marginal es lo que hizo Ayala para no morir en el intento, y darnos una lección de voluntad infinita en estos cinco decenios al cincelar el rostro de una peruanidad hecha de barro; voluntad indetenible como su sangre altiplánica que celebró esta noche. Su último poemario “Al fin y al cabo” pareciera despedirse o finiquitar un trayecto en la que el lector pensaría encontrar poemas terminales, liquidatorios o de un adiós a los versos como pareciera haberlo hecho Alejandro Peralta o Pablo Neruda. Pero no es éste el sentido del libro, sino el de conciliar, articular dos mundos: El europeo y el latinoamericano, en una mirada jamás claudicante, alienante y siempre arraigada al mundo aymara.

El poeta Ayala como lo hizo César Vallejo transita las ciudades europeas, como un fantasma con una conciencia andina invulnerable, con un Perú que le duele, pero que al mismo tiempo lo afirma, lo lanza a la lucha para lograr que el desarraigo no le quite la plenitud de su conciencia, de su palabra siendo como decía Antonio Cornejo Polar fiel a sí mismo, leal al corazón a fin de que su latido lo encumbre y no lo empuje al abismo, donde van los que desarraigados se hunden en el vértigo de la transfiguración.
                        
El prólogo del libro lo realiza Roland Forgues, este extraordinario peruanista francés que con mucho tino y perspicacia sabe tomar el pulso de la literatura peruana que está avanzando en los extramuros de una oficialidad, que tiene su propia irrigación sanguínea y su lucidez terrígena. Forgues dice que este es un libro singular, militante y combatiente, tierno, rebelde, de saludable indignación. Un libro que atestigua que el poeta nunca podrá resignarse con la desdicha del ser humano, la desesperanza y la muerte. Efectivamente, José Luis Ayala transita por Berlín, París y Madrid, de donde habla de lugares históricos, de calles, de plazas, personajes y del holocausto fascista que pervive en la memoria de los europeos, estos poemas son épicos, líricos, anhelantes y de justo homenaje a luchadores por la libertad y el pensamiento vanguardista, como es el caso del poema a Rosa Luxenburgo: “Hace tiempo que nadie limpia la placa de Rosa Luxenburgo/ ni deja un clavel. Escucho su voz cuando los celajes / pasan convertidos en veleros que llevan / a enterrar restos de anónimos obreros / triturado por la rieles del tiempo. Para culminar el poema: “Es cierto que la fusilaron sin piedad / pero su corazón / por amor permanece vivo”.

Son versos que rescatan una integridad moral, una prédica que no ha quedado trunca en la conciencia alemana y que se reclama reconocimiento y valoración más allá de la muerte de ésta personaje. En el segmento donde habla de París, Ayala desarrolla un poema titulado Jean Paul Sartre, aquél filósofo existencialista que rechazó el premio nobel y de él dice: “Te veo caminando con los jóvenes / hablar a los poetas que regresan del pasado / discutir una vez más a orillas del río Sena. No faltan quienes quieren consagrarte / para que no sigas siendo demasiado peligroso. Tu nos dijiste que la ética / la moral / la dialéctica no son vocablos vacíos / y un escritor sin dignidad no es nadie. Gracias por enseñarnos que los premios / también matan antes que llegue la muerte. Aquí el tema de la muerte o nuestra finitud adopta un límite de lección, de llamado a la conciencia, tratándose de un hombre como Sartre cuya inmortalidad ya fue una reminiscencia desde que estuvo en el oleaje de la renovación y la apuesta a las formas diferentes de encontrar al ser de nuestro tiempo, con férrea actitud moral frente a su futuro.

En la parte donde habla de Madrid, José Luis Ayala aborda más bien poemas del escenario peruano puesto que como suele pasar en quienes visitan España, uno no puede dejar de sentir y pensar en la invasión que hicieron los españoles a indoamérica, por ello el poema Atahualpa, que parodiando el sentido que le da Alejandro Romualdo a su “Canto Coral a Túpac Amaru” Ayala dice: “Altivo, sereno, orgulloso. Atahualpa. Fue a la muerte convencido de haber sido / traicionado pese a cumplir su palabra. Violentaron. Ahogaron. Decapitaron. Descuartizaron. Despedazaron. Desnucaron y quemaron a millones de seres humanos y pregunto si en la acepción metafísica / no había otro sitio para encontrarse / con Pizarro / Luque y el cura Valverde” Quizás con un final más rotundo, el poema imprimiría un sentido polifónico en su expresividad y función concientizadora, sus versos nos ubican como si estuviéramos en un campo de concentración, sintiendo en cada acto homicida un balazo o un hachazo a la memoria de tantos muertos.

“El poeta -como decía Octavio Paz- no edifica templos a desconocidos, sino que rescata a personajes para exaltarlos en una expresividad casi fotográfica y de trascendencia donde el instante hace que sea de infinitud”. Y del último segmento del libro “Al fin y al cabo” está la sección Tiempo en el Tiempo y encontramos el poema: “Una infinita herida” donde el autor expresa tener casi en forma confesional una herida que no cicatrizará ni con su muerte.

Particularmente creo más bien José Luis Ayala, al manifestar este vacío, expresa a miles y miles de peruanos y principalmente aymaras que efectivamente han muerto en circunstancias históricas injustas, pero como buenos andinos sabemos que la muerte es el inicio de una nueva vida dentro de la mitogénesis y antropogénesis, más bien para occidente la muerte es finita, lineal e irreversible, Ayala morirá para occidente, pero no para el mundo andino y más bien parodiando su poesía entre dos mundos, bailará eternamente con nuestros muertos con los Sikuris de Huancané con los miles de jóvenes de nuevas generaciones que no pudo matar Europa y que encarnarán su reivindicación definitiva.

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